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32

– Te digo que es un engreído, prepotente, zalamero –y todo un repertorio de insultos estaba saliendo en ese momento de mis labios para describir a ese hombre de Abraham Gest.

– Sophia por favor detente, recuerda que tenemos una reunión ahora sobre la nueva propuesta –me dijo María cuando las puertas del ascensor se abrieron en la palta de reuniones.

– ¡Que es mi empresa! Por lo tanto puedo hacer lo que se me venga en gana, si no de qué sirve tener una empresa si no puedes expresarte libremente en ella –le digo exasperada.

– Déjame que te enumero comprarte ropa cara, un ático en el edificio más alto de la ciudad, un carro de infarto, ah y para encontrar a tu hermano.

-Aún no sé ni cómo luce porque te llevaste la foto –acuso mirándola molesta– Por cierto hablando de eso, no creas que me he olvidado de la conversación que tenemos pendiente.

– No sé qué quieres hablar de eso, simplemente fue la impresión de recibir la esa noticia así de repente, te prometo que mañana te traigo la foto de Paul –ahh pero que poca la discreción de mi amiga, María había comenzado enroscar entre sus dedos un mechón de sus cabellos y eso solo lo hacía cuando estaba nerviosa.

– Señoritas, Lord Stanley las espera –nos dijo un hombre con un marcado acento británico antes de que pudiera mencionarle algo a mi amiga.

– Disculpe las tardanzas, Lord Stanley –le digo al hombre de ojos y cabellos dorados que se puso en pie en cuanto entramos a la sala de conferencias.

– No se preocupe señorita, ha valido la pena la espera –dijo haciéndonos una pequeña inclinación de cabeza en forma de reconocimiento.

Mientras me dirigía a sentarme para poder empezar fue que lo sentí, el ruido provocado por los archivos que María antes llevaba en brazos conociendo íntimamente el suelo bajo nuestros pies.

- Pero María por dios te voy a dar esas vacaciones. Desde ayer estas distraída, es más vete en este momento de la reunión –le digo ayudándola a recoger las cosas del suelo.

- Pero Sophia él es… él es...

-Sí, sí, ya sé lo que me vas a decir –le digo con impaciencia sacándola de la sala de conferencias.

-¿Lo sabes?

-Claro, te has pasado las últimas semanas diciéndomelo que es un conde inglés y todo eso. Vamos vete a tu casa a descansar –digo cerrando la puerta en sus narices, la escucho llamarme desde el otro lado pero la ignoro y me dirijo al hombre que me espera tratando de disimular la risa.

-   No cree que debería escuchar lo que tiene que decir –una de sus manos señala la puerta y ese rico acento inglés inunda el lugar.

-No, ya se cansará y se irá a casa. Discúlpeme un momento, tengo que hacer unas llamadas –mirando discretamente al hombre mientras hablo con seguridad para que escolten a María fuera de las oficinas veo que encuentro algo familiar en él, aunque no sabría explicar el qué.

» Siento mucho este incidente señor Stanley –digo una vez le devuelvo toda mi atención- desde ayer está nerviosa porque nos dijeron que podemos encontrar a nuestro hermano –le explico intentando disculpar la actitud de María sentándome en una silla al otro lado de la mesa, frente a él.

-No se parecen para ser hermanas –dice y sus ojos ambarinos me miran con intensidad.

- Oh bueno en realidad no es mi hermana –digo con una sonrisa- Nos criamos los tres juntos: María, mi hermano Paul y yo –aclaro- en un orfanato de la ciudad y crecimos como hermanos, pero en realidad solo somos mi hermano y yo. Sin embargo eso  no es lo que lo trajo a usted al otro lado del mundo así que vamos a lo que nos interesa.

El hombre aceptó el inicio de las conversaciones sobre el nuevo proyecto que quería realizar con nuestra empresa pues como bien le había hecho notar esa era la razón por la que estaba en mis oficinas.

- Un placer hacer negocios con usted señorita Sophia –me dijo al concluir la reunión mientras abría la puerta permitiéndome pasar primero.

- El placer es todo mío señor, lo acompañaría al piso de salida pero aún me quedan algunos recados que hacer en esta planta, así que espero me disculpe.

- Entiendo, me encantaría invitarlas a ambas a tomar hoy unas copas –ante la mirada confundida  de mi parte se aclaró- A usted y María, si no recuerdo mal, su amiga.

- Oh, bueno yo hoy no puedo pero…

- Es una lástima entonces, es la primera vez que vengo a esta ciudad y quería ver algo que no fuera la habitación de un hotel y una oficina de negocios –dijo dejando caer un poco los hombros con desilusión.

- Bueno pero seguramente María sí que lo puede acompañar. No se preocupe William más tarde le haré saber en un mensaje los detalles de donde se reunirán –le digo mientras él entraba en el ascensor.

- Gracias Sophia, muchas gracias, me ha alegrado usted la tarde y la noche seguramente –con delicadeza tomó una de mis manos y dejó un beso suave sobre mis nudillos.

-Nunca pesé que un hombre tendría ese gesto conmigo –murmuro contrariada y asombrada además, para que negarlo, complacida- Pensé que eso solo se hacía en las novelas de época –digo intentando bromear.

-Las buenas costumbres y los modales nunca deben de perderse –sus palabras me dejan paralizada y me transportan muchos años atrás cuando yo le dije esas mismas palabras a un niño de cabellos dorados.

-Estoy segura de que su madre estará orgullosa del hombre en que se ha convertido, siguiendo sus consejos –digo un poco tensa.

Con una sonrisa y una inclinación de cabeza entra al ascensor y me deja sola, con mis recuerdos mientras me dedico a resolver los asuntos de la empresa por lo que me resta del día.

-Señora ya es bien tarde para que ande llegando a casa –las palabras de Gisela regañándome son lo que me reciben en casa.

-Lo siento Gisela, día ocupado –digo tratando de encontrar su compasión- Sabes hoy conocí a un conde inglés. Me cayó bien.

-Ah bobadas, para mi todos esos británicos son unos estirados.

-Pero nosotros venimos de esos estirados –digo picándola.

-Nada que ver, nosotros no somos como esos vagos –habla exaltada.

-No todos son vagos –le recuerdo.

-La mayoría lo son, con razón nos independizamos de ellos.

-Sí, tienes razón en eso. Fue lo mejor que hicimos.

-Bueno señora yo ya me voy, ya sabe dónde buscarlo todo. Solo la esperaba para ver que estuviera bien.

-Gracias por todo Gisela, ten cuidado –digo antes de verla desaparecer.

Me recuesto en el sofá mientras saco el móvil de mi bolso y marco el número de María pero no me contesta. Así que decido dejarle un mensaje de voz.

» Tenemos una reservación para dos a las nueve de la noche a tu nombre en el restaurante “Sogno segreto”. Espero que no me dejes plantada –hago una pausa un momento pensando lo que hago y me encojo de hombros- Nunca me ha gustado ese nombre ¡no sé cómo dicen que el italiano es el lenguaje del amor! pero bueno son muy buenos haciendo la comida, nos vemos ahí.

» Ah se me olvidaba tienes prohibido entrar a la empresa durante un mes. Me puedes reclamar en la cena  -digo y cuelgo para enviarle al señor Stanley un mensaje con los detalles de la cena.

Por precaución envío el mismo mensaje al teléfono de la casa de María y dejo uno de texto en el móvil, nunca se es demasiado precavida.

» Espero que en un mes se le pase el enfado por lo de hoy –mascullo entre dientes caminando por el apartamento.

Minutos después escucho sonar el teléfono y veo que son los dos mensajes de confirmación a la cena.

» Que bien, ojalá no salga nada mal. Voy a poder tener una noche para mi sola así que mejor investigamos un poco de historia…

“…Una nueva teoría acerca de esta extraña corregencia es que mientras la reina gobernaba Egipto, el faraón Tutmosis III prefería la vida militar y expandir las fronteras del país más allá de lo que lo hizo su abuelo Tutmosis I…”

» Bueno esto es interesante –susurro mientras deslizo los ojos por la pantalla del móvil leyendo información al azar.

“…Cuando murió Hatshepsut, Tutmosis III subió definitivamente al trono, iniciándose un reinado que iba a poner las bases auténticas del Imperio egipcio. Castigó a todos los hombres de gobierno que habían ayudado al gobierno anterior…”

» Algunos dirían que era necesario –mientras leo la sección de política exterior mi estómago se retuerce un poco, pasé sin leer nada sobre la parte de la familia porque esa ya me la sabía completa o al menos todo hasta “ahora”.

…Murió en 1450 a.C. y su recuerdo no se borró nunca, pues había logrado reunir un Imperio que se extendía desde Napata, en Nubia, hasta el Éufrates… Bajo su reinado Egipto alcanzó su máxima extensión…”

» Con razón tiene tantas cicatrices en el cuerpo ¿me pregunto cuántas más veré aparecer en el transcurso de los años?

Ah pero lo que no me imaginaba yo era que no vería aparecer más ninguna, más bien yo le provocaría la más grande aunque no me quedaría para ver las consecuencias. Desde luego no me imaginaba que esa sería la última vez que vería a María en un buen tiempo por lo que ni siquiera tendría su consuelo. Nunca me había sentido así de sola después de que dejáramos el orfanato porque lo supe, cuando desperté lo supe.

Esa había sido la última vez que soñaría con la vida de Safiya.

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