28
En multimedia la ropa que lleva Sophia (la chica no es ella, aún no encuentro a alguien que se le parezca a como la imagino)
¿Cómo puede una persona tener dos vidas?
¿Cómo verse en el espejo y ver dos caras diferentes?
Llevo más de tres años haciéndome esas preguntas sin encontrar respuestas. Solo mis ojos son los que se mantienen igual en los dos cuerpos. Supongo que ahí reside el secreto pero no tengo ninguna seguridad.
Un suspiro sale de mis labios al recordar la noche anterior, si es que a eso se le podía llamar noche.
-¡Dioses que me voy a volver loca a este paso! –grito contra la blanca almohada de plumas.
El recuerdo está aún fresco en mi mente: su piel aceitunada, sus rasgos hermosamente masculinos y sus ojos como una noche estrellada. Lo sentí en mi alma cuando mis ojos lo vieron. Esos ojos negros y grises al mismo tiempo eran la razón por la que todas las noches vivía como Safiya en el antiguo Egipto.
La razón que había estado buscando sin saber siquiera que la buscaba.
Lo que no había estado esperando pero que necesitaba.
-¿Por qué siempre te vistes como si fueras para un desfile de moda? –las palabras de María las escucho nada más salir del ascensor.
-Buenos días para ti también, María. He amanecido muy bien, gracias por la preocupación. ¿Cómo estás tú? Respondiendo a tu pregunta eso es culpa tuya –digo irónicamente mientras quito las gafas de mis ojos y llevo el café a mis labios.
-¿Mala noche que estás tomando café tan temprano en la mañana? –con un gesto de la cabeza señala la infame bebida que consumo- Olvida eso no debería de estar preguntando, lógicamente mala noche. Tú nunca tomas café.
-Mala mañana más bien –mascullo acabando el contenido del vaso y dejándolo en uno de los cestos de basura.
-¿Tendrá que ver en esto cierto hombre?
-No vayas por ahí María –digo entrecerrando mis ojos sin mirarla, algo ilógico la verdad.
-Recuerda que para ahora tenemos la reunión con el departamento de márquetin –la miro porque se ha quedado callada de momento y veo incomodidad en su rostro.
-¿Qué sucede?
-Te está esperando en la oficina.
No es necesario que diga nada más. Ya sé quién es esa visita a estas horas del día pero me recuerdo que no tengo una razón de peso para molestarme.
Marcos me abraza efusivamente en cuando entro en su rango de visión y yo torpemente le correspondo el gesto.
- Hola cariño –susurra contra mi cuello, las palabras me provocan un estremecimiento y me separo de él. Sin embargo no pasa desapercibida para mí la cara de disgusto que me muestra- Estás hermosa, como siempre.
-Gracias –respondo distraídamente mientras observo mi conjunto.
La falda larga y ajustada, como es normal que lleve, es de un intenso rojo pero está cruzada por finas líneas blancas que hacen un patrón de diminutos cuadros es ajustada en la cintura con un cinto de hebilla negra. El abrigo de mangas largas y cuello alto de color negro hace juego con los zapatos de pequeño tacón y la cartera pequeña que aún cuelga de mi hombro.
-Menos mal que a María si le haces caso y estás dejando crecer ese hermoso cabello –una de sus manos se filtra entra las hebras que van sueltas pero camino hasta mi escritorio escapando de él. Cierto porque él también me lo había dicho años atrás.
-Es que no he tenido tiempo de cortarlo aún –miento descaradamente dejando la cartera y las gafas sobre el escritorio.
-Entonces espero que no tengas tiempo tampoco en las próximas semanas –siento su cuerpo tonificado detrás del mío y comienza a dejar besos a lo largo de mis hombros.
-Marcos estamos en la oficina –digo tratando de modular mi voz para que no suene tan molesta con él.
-Está bien, está bien –sus manos van a mi cintura y me gira para quedar enfrentados- Tenemos una invitación para dentro de unos meses.
-¿Si? –una de mis cejas se alza con curiosidad.
-Si es una gala benéfica que está organizando Gest –apenas ha terminado de hablar y me separo de él.
-Ya hemos tenido esta conversación antes. Mi respuesta sigue siendo la misma Marcos. No pienso ir a una fiesta de ese hombre –digo llevando las manos a mi pecho cruzadas elevando mis pechos.
Involuntariamente su mirada se dirige al lugar y lo veo tragar en seco.
Siempre funciona como distracción ese movimiento.
Con un movimiento brusco de la cabeza trata de recordar sobre que hablábamos y vuelve a mirarme a los ojos.
-Sophia no lo entiendo, vuestra competición por el poder te ha ayudado mucho en tu éxito profesional. Toda persona que aspire a ser el mejor en alguna esfera necesita de un contrincante competente. Gest ha sido el tuyo, al menos deberían conocerse oficialmente –sus manos se elevan al cielo exasperado, como viene siendo usual en nuestras conversaciones.
- La persona que me ha ayudado en mi éxito profesional es María y se encuentra en la oficina de ahí al lado –entrecierro mis ojos en su dirección con una clara amenaza para que no sigamos esta conversación por este camino.
- Cariño algún día debes de conocerlo –su voz se modula un poco, sonando más cariñoso- y puesto que a ambos los une esa extraña aflicción por ayudar a los más necesitados he conseguido que nos….
-Marcos Thompson sal en este instante de mi oficina, quedas relevado de tus obligaciones para con la empresa. Tienes siete días para organizar los papeles necesarios con Recursos Humanos y sacar todas tus pertenencias de la oficina –siento como mis ojos se transforman y toman esa tonalidad azul hielo que me caracteriza a la hora de hablar de negocios, mi voz tornándose tan fría como ellos.
– Sophia no quise decir eso cariño –intenta tomar una de mis manos pero con brusquedad suelto su agarre y le doy la espalda esperando hasta que se retira de mi oficina.
– No deberías haber sido tan dura con él Sophia, han estado juntos por casi dos años, tendrías que haberle dejado algo de su dignidad como hombre –la voz de María me hace abrir los párpados y me giro para mirarla.
– María –digo suspirando mientras me siento en uno de los sofás que tenemos en la oficina– sabes que le dejé su orgullo masculino lo más intacto que pude. Tu mejor que nadie sabe todo lo que sufrimos solos en las calles, si lo único que puedo hacer para ayudar a todos esos niños que están en circunstancias similares a las que yo tuve es ir a fiestas estúpidas y a subastas pues lo haré y no pienso estar aguantándole a ningún mequetrefe reclamaciones por mis acciones –a medida que el discurso avanzaba mi voz se fue elevando y veo a mi amiga cerrar la puerta tras de ella para que tengamos esta conversación a puertas cerradas, otra vez.
– Si, pero tú igual sabes bien que él no te estaba reclamando y que no es ningún mequetrefe: es muy bueno en su trabajo, un poco demasiado cariñoso pero nadie es perfecto –trata de razonar conmigo- Es un magnífico empleado, te puedes arrepentir después de esta decisión.
-¿No puedes simplemente dejarlo estar? –digo dejando caer mis hombros fingiendo que asumo mi derrota y equivocación.
- A mí no me engañas Sophia, ese gesto no funciona conmigo –la veo señalar mis hombros y sonrío levemente- Si no quieres hablar de ello lo entiendo y aquí acabamos la conversación. En cuanto salga por esas puertas le busco un remplazo y olvidamos el asunto pero deberías pensarlo un poco.
Sus palabras me hacen reflexionar no es por esa estúpida fiesta que en realidad estoy sacando a Marcos de mi vida, pero la verdadera razón no se la puedo decir a María. No entendería que estoy echando de mi vida a un hombre bueno por una mera invención de mis sueños.
Esos ojos grises que me atormentan desde las primeras horas de la mañana.
No puedo seguir engañándome, mi relación con Marcos no tiene un futuro prometedor y no puedo mantenerlo a mi lado si soy consciente que no le voy a poder dar todo lo que el sueña y se merece.
-Puedes buscar alguien más para su plaza, María-digo con la voz algo cortada.
-Muy bien, ahora mismo me pongo en ello –dice encaminándose a la salida de la oficina.
El día pasa como cualquier otro: rápido y lleno de reuniones estresantes pero necesarias. Con una sonrisa estoica abordo cada una de ellas sin mostrar rastro alguno de debilidad o vulnerabilidad, solamente cuando llego a mi apartamento me permito el quitarme los ajustados zapatos para caminar descalza. Un pequeño acto de rebeldía y liberación personal, válido aunque nadie lo vea.
Me dejo caer desorganizadamente sobre el sofá de la sala y cierro los ojos disfrutando del silencio.
-Buenas tardes señora –escucho a Gisela y abro mis ojos dejando salir una sonrisa.
-Buenas tardes Gisela, pensaba que ya te habías marchado.
-¿Y por eso se quitó los zapatos nada más llegar? Recuerde señora una dama es una dama no importa si alguien la ve –comienza con el tan familiar discurso.
-Y los zapatos son lo que convierten a una mujer común en una dama –completo por ella- Ya lo sé Gisela, pero ha sido un día agotador –veo sus rostro ablandarse ante mis palabras.
-El joven Marcos dejó un paquete para usted. También dejó las llaves del apartamento –dice con voz suave como si mis palabras anteriores sumadas a esas acciones de mi ex prometido le hubiesen dado pistas sobre lo que sucedió hoy temprano en la oficina- Se lo dejé todo sobre la mesa del comedor.
-Gracias Gisela, más tarde veo de que se trata.
-Por nada señora. Ahora si me marcho. Ya tiene la cena preparada, si se toma un baño ahora puede que ni siquiera deba calentarla –con ternura deja un beso sobre mi frente y sonrió ante el gesto.
-Me recuerdas a mi madre –susurro cuando me ha dado la espalda.
-¿Dijo algo? –me pregunta antes de llegar a la puerta.
-Adiós Gisela, ten cuidado por las calles –digo despidiéndola con un gesto de la mano.
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