23
-¿Dónde nos dirigimos, señora? –ruedo mis ojos ante la forma de llamarme de Olabisi, supongo que con el tiempo se acostumbrará a llamarme por mi nombre, eso si no terminamos ambas de la peor manera.
-Te dije que un día te traería a este lugar –le respondo ajustando aún más la capa a mi cuerpo.
La conversación muere entre nosotras puesto que en este momento es más valioso la seguridad y la discreción a la satisfacción de la curiosidad de mi acompañante. Como es usual el guardia que está en la puerta trasera de nuestro destino abre apenas verme y le da una mirada apreciativa a mi acompañante lo que hace que ella apresure el paso y cierre la puerta para salir de su vista.
-¡Cualquiera que te viera pensaría que eres una doncella virginal! –digo entre risas.
-No tiene gracia señora –dice ruborizándose furiosamente- Es diferente cuando una se entrega de forma voluntaria a cuando la miran de esa forma tan lascivia, como si uno fuera solamente un trozo de carne.
-Tienes razón, no es igual cuando intentan tocarte el cuerpo cuando tú no lo desea a cuando lo hace alguien de quien disfrutas –las caricias me Manje sobre mi cuerpo vienen a mí y siento mis mejillas tornarse rojas.
-¿De qué se estará acordando mi señora? -dice Olabisi y logro identificar una broma en sus palabras.
-Seguramente que de lo mismo que tú momentos atrás –contraataco rápidamente con una sonrisa.
-Seguramente pero de seguro sus recuerdos involucran a otra persona –dice ella igualmente sonriendo.
-Si vuestras mercedes ya acabaron de conversar como dos tontas podrían decirme qué hacen aquí –los anchos brazos de Oubastet están entrelazados sobre su pecho, con las piernas abiertas abarca todo el marco de la puerta, una clara señal de que no vamos a pasar más allá de esta habitación.
Esta noche no tengo ningún problema con ese límite tan descaradamente establecido y no planeo persuadirlo para que cambie de parecer, esta noche mis asuntos son con él.
-Buenas noches a ti también –respondo mordazmente quitando la capa de sobre mis hombros para sentarme y haciéndole una seña a Olabisi para que imite mis acciones.
Oubastet parece entender mi declaración no verbal y cuando ambas estamos sentadas emite un bufido y comienza a decir entre dientes frases que no entiendo para luego sentarse frente a nosotras en la mesa.
-Buenas noches Olabisi, pensaba que eras más sensata que tu ama y que nunca vendrías a este lugar de noche –con sorpresa miro de uno a otro porque no entiendo cómo es que se conocen, al parecer hay muchas cosas que desconozco.
-Buenas noches, señor, espero su salud siga bien. Mi ama necesitaba de mis servicios y yo siempre la seguiré donde me necesite –al principio las palabras de ella fueron dichas con un tono de sumisión pero después lo miró directamente a los ojos y la determinación se hizo presente.
-Sabía que sería un desafío a los dioses que ustedes se conocieran -de los anchos labios de mi amigo emerge una estridente carcajada que relaja un poco el ambiente entre nosotros hasta que la seriedad vuelve a su rostro cuando me mira.
» ¿Qué necesitas de mí? –sus ojos por un momento me intimidan pero me obligo a no ceder.
-Necesito unas hierbas que hagan enfermar a una persona pero que no la dañen de severidad –me explico sin entrar en muchos detalles.
-¿Enfermar de qué modo? –dice con una ceja en alto.
-Que lo dejen en cama por el tiempo que se le estén administrando y una vez se deje de hacerlo la persona se recomponga sin ningún problema –por un momento me quedo pensando en lo peligroso de todo esto y niego para mis adentros- Deben ser unas hierbas que ninguno de los sacerdotes de Isis logre identificar.
Oubastet asiente a mis palabras y se lleva una mano a la barbilla, en un claro gesto de concentración. Luego de unos minutos en los que Olabisi y yo lo miramos sumidas en silencio se levanta y dirige a unos estantes que comienza a abrir en busca de algo.
-Estas se deben aplastar y mezclar en un vaso de agua –dice dejando un pequeño saquito en la mesa frente a mí- Se debe dar a la persona tres gotas diarias para que sus efectos no sean letales en largos períodos. El tiempo máximo que puede darse es de dos semanas, una vez pasado este tiempo debe suspenderse. La persona demorará alrededor de una semana en reponerse, aunque eso depende de cada uno.
» Ese es el tiempo máximo que te puedo dar –asiento ante sus palabras- No quiero saber qué es lo que planeas hacer pero si has venido a pedir mi ayuda debe ser algo serio. Dáselas a una persona en la que puedas confiar con totalidad para que no sucedan accidentes.
-¿Los sacerdotes sospecharán algo? –pregunto para estar segura.
Oubastet niega a mi pregunta sin dar más explicaciones.
-¿Entonces Olabisi cómo es que no le dices a tu señora que sea más prudente? –mi amigo gira todo su cuerpo hacia ella al hacerla la pregunta y esta se encoge en el asiento.
-Porque con la señora no se puede razonar, una vez se le ocurre algo no hay dios capaz de sacarlo de su cabeza –responde ella entre susurros mirándome por el rabillo del ojo, lo que provoca la risa de su interlocutor.
-Se nota que tienes lo que hace falta para tratar con ella muchacha –yo estoy atónita ante la familiaridad con la que se tratan.
-¿Cómo es que se conocen ustedes? –suelto porque no pienso quedarme con la curiosidad y si me quedo sola con Olabisi sé que no me dirá.
-¿No le has contado por lo que veo, eh pequeña? –la mano de Oubastet resuena sobre la mesa junto con su risa y me siento un poco molesta porque conmigo nunca sonrió tanto.
» Todo sucedió hace cerca de ocho años atrás, esta joven que para ese entonces era una niña de no más de diez años estaba sola en el desierto intentado pelear con una serpiente con un palo –por un momento las palabras me sorprenden porque Olabisi es tan pequeña en estatura y se comporta de tal forma que da la impresión de ser muy vulnerable, pero lo que mi amigo me dice no concuerda con esa imagen que tengo de ella.
» Yo ya era un hombre en la madurez cuando la vi en esta situación y me dirigí para ayudarla, cuando la vi haciendo unas señas extrañas pensé que me estaba pidiendo ayuda pero al llegar junto a ella me di cuenta que a su manera me estaba diciendo que me alejara –miro con curiosidad a la chica que está con las mejillas encendidas.
-¿Por qué no se lo dijiste? ¿A qué se refiere con a tu manera? –digo con interés.
-Yo no sabía hablar señora –la sorpresa llena mi cara ante su declaración- Había pasado toda mi vida detrás de unos nómadas que me daban las sobras que dejaban pero nunca me hablaron y yo no aprendí a hacerlo.
-¡Pero a mí me estás hablando! –exclamo con perplejidad.
-Porque la niña aprendió de los maestros del palacio –responde Oubastet riendo ante mis gestos.
» Resulta que ella había caído dentro de un nido de víboras y cuando nos vi a ambos en esa situación empecé a gritar por ayuda. Suerte la nuestra que el joven príncipe estaba por aquellos lugares entrenado y me escuchó. El junto a sus hombres lograron terminar con las serpientes para ayudarnos –por unos segundos detiene su relato recordando esos momentos y sonríe con añoranza- La pequeña aquí presente se desfalleció en ese momento, decenas de mordeduras estaban por todo su cuerpo, se había mantenido despierta por pura fuerza de voluntad.
-¡Por todos los dioses! ¿Olabisi cómo es que estas viva? –exclamo tomando a la chica junto a mí por los hombros.
-¡Porque Sadiki llegó en ese momento y comenzó a extraer él mismo el veneno de las mordeduras! Una por una sacó el veneno chupándolo con la boca para luego escupirlo. Los demás soldados le dijeron que era un caso perdido que la niña no sobreviviría pero él no cedió. El príncipe hizo llamar a los sacerdotes de Isis que estaban en su campamento para que la trataran y se puso a ayudar a Sadiki en su tarea –soy totalmente capaz de imaginarme a Manje ayudando tan desinteresadamente a otra persona de esa forma y mi corazón lo ama un poco más por esto que me cuentan.
» Yo estaba estupefacto viendo como el príncipe de las dos tierras arriesgaba su vida para salvar a aquella pequeña, horas después cuando le pregunté por qué lo había hecho con los ojos serios me miró directamente y me dijo las palabras que nunca olvidaré “Ella también es parte de mi gente, de la gente a la que debo proteger ¿Qué clase de faraón sería si permito que una vida inocente muera frente a mi pudiendo salvarla?”.
-El príncipe será un gran faraón –dice sin más Olabisi y yo asiento en concordancia.
-Sí, ese día me di cuenta y juré servirlo hasta la muerte si fuera necesario. Juré que sería el escudo que protegiera su reinado siempre que pudiese serlo –el miedo me invade por un momento porque puede ser que Oubastet me delate- No tienes que tener miedo Safiya, sé lo que planeas hacer y por qué, a pesar de que no apruebo tus métodos creo que tienes razón en lo que haces.
» Pero en fin volviendo a la historia desde ese momento Sadiki no se apartó ni un segundo de la pequeña niña aquella, la cargó en brazos hasta el campamento y estuvo junto a su lecho todo el tiempo hasta que despertó y el resto ya lo conocemos ¿no es así Olabisi? –la picardía está presente en las palabras y me doy cuenta que él también conoce del romance que estos dos tienen.
-¡Yo recién me enteré de eso hace unos días! –digo riendo junto a mi amigo mientras las mejillas de Olabisi una vez más se tornan rojas.
-Yo lo supe desde el momento en que los vi, cuando él la tomó en brazos supe que no la iba a dejar ir jamás.
Entre risas y bromas estamos un rato más hasta que Oubastet se pone de pie y nos dice que nos acompañará a la casa de mis padres, no me niego porque sé que él siempre ha enviado a alguien en las sombras para que me siguiera las otras veces que venía a este lugar.
Cuando llegamos a casa nos da un fuerte abrazo a cada una y deja un beso sobre nuestras frentes, como un padre o un hermano.
-¿Mañana iremos al palacio señora? –me pregunta Olabisi una vez dentro de mis aposentos.
-Si Olabisi, mañana debemos de mover otra de nuestras piezas sobre el tablero –mis manos van a mis ropas para deshacerme de ellas y vestirme para dormir.
-Algunas veces habla muy extraño mi señora –me dice ella una vez estamos sobre el lecho.
-Yo me entiendo Olabisi, yo me entiendo. Buenas noches –digo girándome sobre mi costado y dándole la espalda, no quiero que vea las lágrimas que cada noche están recorriendo mis mejillas.
-Buenas noches señora –responde y un rato después ambas nos quedamos dormidas.
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