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17

Todo está oscuro, mis pies se sienten descalzos sobre una fría y áspera tierra. No sé dónde estoy, lo último que recuerdo es ser atacada por una multitud en los barrios pobres de la ciudad. Aferrándome a mis brazos comienzo a dar pasos hacia adelante en busca de algo que me dé indicios de vida.

Miro el cielo y no hay estrellas, sé que este es el momento sensato para asustarse pero han pasado cosas tan raras en mi vida que un cielo sin estrellas no es lo que más miedo me da. Sin embargo no puedo evitar que mi corazón se encoja nuevamente en mi pecho.

-¿Hay alguien aquí? ¡Ayuda, por favor, ayuda! –es después de no sé cuánto tiempo que esas palabras dejan mis labios.

Mis rodillas sangran contra las piedras sobre las que caí producto del cansancio, los pies me laten y siento la sangre seca en ellos. Lágrimas de impotencia y dolor corren  por mis mejillas pensando si este va a ser en serio mi final.

Una suave brisa pasa por mi mejilla y mi piel se eriza, siento como algo me impulsa a levantar la cabeza y me dejo hacer presa del pánico. Sin embargo no veo nada frente a mí, solo densas tinieblas.

- No dejes que esto te derrumbe, tú puedes contra toda oscuridad –las palabras son dichas en el viento pero no veo a quien las emite.

- No puedo, no puedo más –las lágrimas continúan por mis mejillas- Estoy cansada.

- Nunca fue tu naturaleza rendirte, no te confundas ahora. Esta no eres tú –no sé cómo estoy tan segura pero sé que quien me habla es una mujer, siento esta extraña sensación de familiaridad con ella- No lo dejes solo, él también te necesita. Ambos se necesitan.

- ¿Quién de quien hablas? ¿Manje, es de él de quien me hablas? –una risa un poco escalofriante se escucha y el miedo en mí se hace más agudo.

-Te hablo de tu esposo, de tu único y eterno esposo –con esas últimas palabras miles de imágenes pasan tan rápido por mi cabeza que apenas puedo prestarle atención a ninguna, solo la  última logra se quedarse en mí: una  flor blanca que, por alguna razón, sé se siente feliz y amada.

El suave olor de las flores sagradas del Nilo hace que mi consciencia vuelva al reino de los vivos. Muevo los dedos de mis manos y pies para ver si todo está bien con mi cuerpo, al intentar incorporarme sobre el lecho en que me encuentro diversas espinas de dolor se clavan en mi cuerpo.

-Señora, ya despertó –veo a Olabisi entrar apresurada a la habitación desconocida y acercarse.

-Olabisi ¿qué sucedió? ¿Dónde estamos? –el estar desorientada me alarma un poco por lo que mi voz sale temblando.

-Estamos en el palacio, mi señora –con sus palabras reconozco la habitación, es en la cual me preparé para la fiesta en honor a los invitados de Mitanni.

De manera brusca una mujer a la que desconozco entra a la habitación.

-¡Princesa Safiya, gracias a los dioses ya despertó! –la sonrisa de la mujer intenta ser genuina pero sus ojos no me inspiran confianza –Muchacha te dijeron que me avisaras en cuanto esto sucediera.

Veo el cuerpo de Olabisi encogerse del miedo y salir de la habitación tan rápido que apenas me dió tiempo a preguntarle por mis padres o qué sucedió que terminamos acá. Dejo que la mujer, que se presentó como Ipu, me ayude a asearme y vestirme.

La habitación en la que me encuentro tiene una hermosa vista del río Nilo y le comunico a Ipu mi decisión de sentarme a disfrutarla.

-Pero princesa su salud esta delicada, debe quedarse en el interior. Además debo revisar sus heridas –su postura es firme, no sé qué posición tiene en el palacio pero tal arrogancia de su parte me hace pensar que al menos goza de los favores de alguien bien posicionado.

-Espero que recuerde que la que ostenta el título de princesa real y en unas lunas el de Gran Esposa Real soy yo, Ipu –a medida que las palabras salen de mis labios la veo bajar la cabeza en sumisión- Voy a disfrutar de la brisa, por favor dile a Olabisi que la necesito aquí conmigo.

Mientras le doy la espalda y me dirijo al balcón le escucho decir un “Si, su alteza” pero la verdad es que no le presto mucha atención. Los recuerdos de lo que sucedió antes me tienen aún un poco conmocionada y no sé qué hacer al respecto.

Siento la puerta abrirse y me giro esperando ver a Olabisi entrar pero en su lugar veo a Manje recostado de la puerta que me mira como si hubiese visto lo más preciado de este mundo. Impulsivamente comienza a caminar hacia mí y me envuelve en un abrazo que me reconforta.

-Tenía tanto miedo –digo entre lágrimas por todo el miedo que pasé en las últimas horas aferrándome a su calor.

-Todo estará bien a partir de ahora, nadie podrá hacerte daño o a tus padres –sus manos acarician mi cabello para calmarme pero apenas y lo consigue.

-Me odian Manje, mi pueblo me odia –susurro contra su pecho- Las cosas que me decían había hasta niños.

-Averiguaremos quién se ha dedicado a esparcir esas mentiras que los hacen odiarte, mi diosa –dice aferrándome por la cintura y llevándome más cerca de él, de manera que apenas hay espacio entre nuestros cuerpos.

Levanto mi vista y acaricio su mandíbula, exploro su rostro con mi mirada deseando encontrar algo en sus facciones que me ayude a eliminar este sentimiento que crece en mi por él pero no veo nada.

-Hazme olvidar, Manje, por favor –susurro mirándolo a los ojos.

Sus pulgares eliminan cualquier rastro de mis lágrimas y lentamente me atrae hacia sí y cuando sus labios toman los míos siento que en ese momento todo está bien en el mundo.

Al principio es solo un roce leve, como el aleteo de una mariposa, pero lentamente va tomando intensidad. Siento sus manos en mi cintura y me dejo llevar por sus caricias. Inclino mi cabeza un poco cuando su lengua acaricia mi labio inferior pidiendo profundizar el beso y yo se lo concedo.

Pequeños suspiros salen de mí y algo parecido a un gruñido emerge de él, al momento que me atrae más cerca de él puedo sentir toda la dureza de su cuerpo contra mis curvas.

Solo es cuando necesitamos tomar aire que nos separamos hasta dejar nuestras frentes unidas, como el resto de nuestros cuerpos. Mis manos que se habían desplazado a sus cabellos lo atraen hacia mí, dejando su cabeza en el cuello de mi hombro, necesito esto, este consuelo y así continuamos en un eterno abrazo hasta que tocan la puerta.

-Alteza –Olabisi entra a la habitación minutos después de haber tocado- la reina faraón desea ver a la princesa Safiya.

-Dile que iremos los dos dentro de unos minutos –las palabras no admiten discusión, sin embargo Olabisi no se retira- ¿Algo más?

-Alteza, la reina desea verla ahora –la mirada que me dirige a mi es en pedida de ayuda.

-¡Dígale que iremos ambos en unos minutos! –coloco mi mano en su pecho para tranquilizarlo un poco, soy consciente de algunas de las discordancias que tiene con la faraona y no deseo ser la culpable de más.

-Deseo ir ahora, mi señor, también deseo ver a mi madre –la mirada que me da me hace estremecer- A mi madre señor, Rabiah la esposa de Badru.

-Si eso es lo que desea mi señora –dice tomando mi mano y encaminándonos a la sala donde Olabisi nos indica la faraona me espera.

Con un beso en la frente y la promesa de ir en busca de mi madre Manje me deja frente a unas enormes puertas que una vez estoy sola son abiertas para mí por los soldados que están a sus costados.

Este no es el salón del trono donde se hizo mi presentación como futura esposa de Manje, por lo que solo me quedo parada en medio de las grandes columnas que se elevan a mí alrededor.

-Estoy aquí querida –la voz de la faraona se escucha desde la izquierda y me dirijo en su busca.

-Su alteza –digo haciendo una reverencia.

-Por favor querida en unas lunas seremos familia, puedes decirme madre –la reina está sentada en un banco de mármol escondido detrás de una columna.

-Madre –la palabra en mis labios dirigida a ella la siento extraña- ¿Por qué me ha mandado a llamar?

-Quería saber si te encontrabas bien –sus ojos negros me miran y me hace un gesto con la mano invitándome a sentarme a su lado.

-Estoy tan bien como puedo estar –respondo una vez sentada junto a ella.

-Esa reyerta que provocaron los ciudadanos nos ha dejado impresionados. El pueblo siempre tuvo muy buena opinión de ti Safiya esa fue una de las razones por la que fuiste elegida –supongo que medita las palabras que va a decir en el silencio que nos inunda porque en su gesto está más que claro que no desea que hable, algo en su mirada me lo dice.

» No podemos permitir que la futura reina de las dos tierras no sea querida por su pueblo.

-Yo tampoco entiendo qué ha sucedido –digo negando con la cabeza- Parece que han mal entendido mis intenciones de ayudarlos junto a Nefeura.

-¿Eso crees querida? –dice con voz suave.

-Sí, entre los gritos que me lanzaron dijeron cosas como esas. Además de que deseaban que Nefeura se casara con Manje –dirijo mi mirada con incredulidad a ella en espera de que apoye que esa sugerencia es una locura.

-¡Vaya! –una de sus finas manos engalanada con anillos y pulseras de oro va a su mentón mientras se levanta- ¿Quién pensaría que nuestro pueblo desea eso?

-¡Si es una locura! Son hermanos por todos los dioses –digo mirando mis pies.

-¿Y eso qué importa querida? –sus palabras me hacen mirarla abruptamente- Yo me casé con mi hermano también. Además Nefeura tiene un linaje de la realeza.

-Si, pero...

-No has entendido querida –las palabras acompañadas por su mano en mi hombro me detienen. Sus ojos negros me miran con un brillo que antes no estaba- No te podrás casar con mi hijo. El pueblo no lo desea y yo tampoco –susurra contra mi oído antes de que las puertas se abran dándole paso a Manje.

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