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14

Escenas con algún grado de violencia (no matan a nadie no se asusten, pero si agreden) dije algún grado no es tampoco una tortura. Ya están avisados

Mis pasos son firmes por los pasillos iluminados por las luces de las antorchas, los sirvientes del palacio que se dirigen al jardín apresurados con bandejas de comida o jarras de bebidas detienen su apresurado andar para reverenciarme.

Escucho los pasos de Manje detrás de mí pero en estos momentos no deseo verle la cara, por lo que apresuro mis pasos.

-¡Safiya! ¡No te vayas así! –sus largos dedos toman mi muñeca deteniendo mi salida del palacio- No puedes irte sin que hablemos.

Sus palabras provocan que el enojo crezca en mi interior porque yo sé lo que vi con mis propios ojos.

-¡Que mis ojos sean azules no quiere decir que no vea correctamente con ellos! –le grito enfurecida- ¡No pienso quedarme en un lugar donde no se respeta mi presencia!

-Yo si te respeto Safiya –un suspiro resignado sale de sus labios y sus ojos afligidos me piden que me quede a conversar.

-No lo parece –digo soltando mi mano de las suyas.

-¿Por qué no podemos conversar esto como personas educadas? –le escucho decir con voz cansada y eso solo hace que mi enojo suba más niveles puesto que me hace parecer que soy yo la que está exagerando la situación.

-Lo siento, mi señor, pero me siento indispuesta, pido su permiso para retirarme de su presencia –ambos sabíamos que mis palabras eran una burla puesto que en mis ojos no se veían reflejadas.

Sin esperar respuesta emprendo mi camino de salida del palacio y una vez en las calles de la ciudad me dedico a caminar sin rumbo fijo.

Las estrellas titilan en el cielo sobre mí y con lágrimas en los ojos recuerdo lo emocionada que me sentí al comienzo de la noche. Con brusquedad elimino la humedad de mis mejillas pero no puedo sacar el dolor de mi pecho al recordar a esa mujer abrazando a Manje marcando su piel con aquellos dedos y con sus labios explorando los de mi prometido que no la apartaba de su lado.

Entiendo que las muestras de afecto en nuestra sociedad sean un poco liberales, yo misma habia saludado a Oubastet o Nefeura con un casto beso de labios, un simple roce. Pero los labios de esa mujer estaban devorando los que yo pensé eran míos.

Tomando la tela de mi falda comienzo a correr lejos del palacio, no quería seguir escuchando la música de los instrumentos que me recordaban que estaban disfrutando.

Seguramente mis padres notarían rápido mi ausencia y preguntarían por mí, confiaba en que Nefeura les dijera que me había retirado porque esta noche necesitaba el consuelo de los brazos de mi madre.

Después de que corro un tramo comienzo a caminar nuevamente para recuperar el aliento y pienso que deberé mandar a buscar a Olabisi al palacio, aunque seguramente ella estaría agradecida con pasar una noche en el palacio.

-Que mi noche no haya sido hermosa no quiere decir que la de ella no deba de serlo –digo mirando a las estrellas- ¿verdad?

No me doy cuenta cuándo o cómo  he llegado a los barrios más pobres de la ciudad, solo me percato de que he salido de la zona de la nobleza cuando comienzo a ver hombres con pequeñas telas cubriendo sus partes nobles y mujeres caminado sin casi ropa.

Las casas están deterioradas y me sorprendo al ver en qué condiciones viven algunas personas en nuestro imperio.

Comienzo a caminar por el camino por el que he llegado en busca de una forma de llegar a mi casa pero algunos hombres con caras nada amigables comienzan a cortarme los pasos por las calles.

No soy tonta, reconozco que me están dirigiendo a una trampa. Sin embargo tomo los caminos libres que me dejan con la esperanza de que me conduzcan fuera de este lugar que me resulta tan atemorizante.

Mi camino se detiene en una pequeña plaza, me quedo quieta en el centro porque no tengo a donde ir. Por todos los caminos que entran a ella salen hombres y mujeres con caras que hacen que el miedo y la incertidumbre se abran paso a través de mí. 

Me sobresalto cuando algo choca contra mi brazo derecho y al mirar al suelo veo que es una roca.

-¡Maten a la hechicera! –escucho decir a un hombre desde donde me lanzaron el proyectil. Cuando levanto la vista hacia esa dirección veo un grupo de hombres y mujeres que me miran como si fuera la mayor amenaza para el imperio.

-Por favor soy la princesa Safiya, la prometida del príncipe heredero –digo levantando mis manos en un gesto que pide paciencia.

-¡Desvergonzada! –escucho ahora gritar a una mujer desde otro lado.

-Escúcheme yo me he dedicado a ayudarlos junto con la princesa Nefeura –digo dando vueltas en mi lugar, intentando mirarlos a todos.

-¡Indigna! –por los dioses incluso habia niños injuriándome.

Los cuerpos de las personas comienzan a acercárseme, mientras comienzan a lanzarme todo tipo de cosas. Rocas, alimentos podridos, frutas, verduras… todo tipo de cosas es estrellado contra mi cuerpo.

Las lágrimas se amontonan en mis ojos y por más que intento detenerlas comienzan una carrera por mis mejillas sin que pueda evitarlo.

-¿Pensaste que por darnos lo que te sobraba te aceptaríamos como nuestra reina? –pregunta un anciano al que le faltan varios de sus dientes delanteros.

-¡Se necesitaría más que esas simples cosas para que te aceptáramos! –el hombre al lado del anciano escupe al suelo frente a mí.

-No por favor, lo hacía de buena voluntad –digo juntando las manos frente a mí en forma de súplica- la princesa Nefeura –mis palabras se detienen abruptamente por el golpe en mi mejilla, la fuerza con la que me dieron me estrella contra el suelo.

-¡No ensucies el nombre de nuestra princesa en tu boca! –el hombre que me acaba de golpear toma mis cabellos jalándome para que lo observe.

-Ella es la que será la esposa del príncipe –los gritos de las mujeres se muestran de acuerdo a esa afirmación.

-¡Ese si es un verdadero ejemplo de bondad!

-¡No le quitarás el lugar que le corresponde en el trono de las dos tierras!

-¡Es más hermosa que ella! ¡Más decente! ¡Esta es una simple mujer vulgar!

-¡Pero miren nada más cómo va vestida! –el hombre me suelta bruscamente haciendo que mis brazos raspen las piedras del suelo en una nueva caída- ¿Qué más podríamos esperar de una bailarina de un burdel? ¡Solamente desea el poder de la corona! –las últimas palabras las grita a la multitud detrás de él dándome la espalda.

…..

-¡Lucha! ¡Nunca fuiste de las que se rendían! –me grita una voz de mujer.

-No puedo, ya no puedo más –la tristeza me invade y el dolor en mi pecho en inmenso.

-¡Debes luchar! Es lo único que te queda, por ustedes debes hacerlo. No te arrepientas después por lo que no hiciste. Mírame a mí –sus palabras se detienen como si estuviera recordando algo doloroso.

» Podemos hacer muchas cosas, pero hay algo que nos es imposible, regresar el tiempo atrás.

…..

Las voces en mi cabeza desaparecen y vuelvo a ser consciente del hombre frente a mí que aviva a la multitud que me rodea para que me destruyan.

-¡Yo soy la reina de las dos tierras! –mi voz resuena por la pequeña plaza, todos hacen silencio ante mis palabras, seguramente no pensaban que me levantaría a hacerles frente- ¡Yo soy la reina de este imperio, la esposa de su faraón!

Miro a todos a mí alrededor como si fueran seres inferiores a mí y recuerdo que en cierta forma lo son.

» ¡Yo soy diosa Isis y mi esposo es el dios Osiris! ¡Los vulgares mortales son ustedes! –mi grito resuena desde mi garganta y me abalanzo sobre el hombre frente a mí que se había girado en mi dirección.

Mis uñas se aferran a la carne que agarro en mi arranque de valentía y rasgo su piel. Lo siento tirar de mi cabello nuevamente pero cierro uno de mis puños y lo llevo hacia su cara.

-Con eso no podrás ni hacerme cosquillas –dice el energúmeno contra mi rostro sosteniendo con una mano mi intento de darle un puñetazo.

» Si te portas bien puedo convencerlos para que no te hagan nada –dice pasando su lengua por mi mejilla- sería una lástima dañar esta hermosura.

-No pensaba hacerte nada con eso –reconozco porque el hombre es una montaña- ¡Era con esto! –junto a mi grito mi rodilla va a sus partes nobles y asesto el golpe.

El hombre me suelta y cae de rodillas frente a mi lamentándose y sobándose la zona dañada con las manos. Retomo mi posición con las piernas abiertas y los hombros cuadrados, si me iban a matar, al menos daría batalla. 

Lamento en mi alma que la última vez que Manje y yo hablamos fue para discutir y no para decirle cuanto lo amo, que no estuve más tiempo disfrutando de los abrazos de mis padres, que no abracé una última vez a Nefeura y que no le dije a Olabisi que la considero mi amiga. Aprovecho esos sentimientos de amargura que me embragan para no permitirme mostrar debilidad frente a estas personas, no les daré ese placer.

-¿Qué creen que hacen? –grita el arrodillando a la multitud que se había mantenido en silencio después de mis declaraciones anteriores- ¡Mátenla!

Esas palabras parecen reactivar el odio de esa gente hacia mí, los gritos regresan junto al arrojo de cosas sobre mí.

-¡Pitonisa! ¡Salven al príncipe de sus encantamientos! –los gritos vienen de todas direcciones mientras trato de esquivar golpes.

-¡Muerte a la maldición de Egipto! –y con esas últimas palabras, dichas en la voz que reconozco como la del hombre que me arrojó la primera roca, la oscuridad se cierne sobre mí.

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