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Capítulo 5

Llevé otro bocado a mi boca, uno de los últimos. Realmente estaba disfrutando esto y no me daba cuenta. Me detuve en seco cuando sentí como Alexander quitaba el mechón de cabello que se dejaba caer al costado de mi rostro y lo colocaba tras mi oreja. Lo miré de reojo antes de parpadear un par de veces al reaccionar y apartarme un poco.

-¿Sucede algo? -cuestiona él.

-Nada -respondí simple.

Dejé los cubiertos y me limpié los labios con la servilleta de un lado.

-He terminado, ¿puedo irme ya?

-¿Tienes algo que hacer, por eso la prisa?

Lo fulminé con la mirada mientras que él solo me veía con una sonrisa de diversión. Se notaba que sabía bien mi posición y le gustaba divertirse con eso.

-En realidad sí, tengo que ir a golpearme la cabeza contra una columna hasta quedar inconsciente. Es más divertido eso que estar contigo -me levanté.

-Estás olvidando tu posición.

-No. La conozco bien, pero eso no significa que quiera seguirla. Menos con ustedes, Viltarienses.

Alexander me mira desde su lugar, serio. Me hizo temblar un poco y no lo iba a negar, pero me hizo volver a temblar y más aún cuando se levantó. Su figura imponente y dominante hizo que tragara con dificultad.

-Tienes suerte de haber acabado aquí y no lo sabes aprovechar.

-Hubiera preferido acabar muerta antes que aprovechar algo aquí -respondí a pesar del miedo.

-¿Segura? Puedo hacer que lo hagan entonces -se acerca a mí haciéndome retroceder y tropezar con la silla-. Puedo enviarte fuera de aquí, que te lleven a un calabozo o venderte como esclava.

-D..Detente, aléjate.

Seguí retrocediendo hasta que la habitación se me había acabado y terminé chocando contra un mueble tirando algunas cosas. Alexander apoya sus manos a mis lados y se acerca haciéndome apartar la mirada.

-O puedo mandar a que te asesinen ahora mismo, ¿no es lo que quieres? Dijiste que querías morir antes de estar aquí... bueno, puedo hacer que eso ocurra.

Su forma tan fría de hablar me heló la sangre, mi piel se eriza y el miedo me recorre de punta a punta.

-¿No es lo que quieres?

-Y..Yo... yo... -mi lengua se traba y el llanto amenaza mi garganta.

Repentinamente me agarra por las mejillas con un poco de brusquedad y me hace mirarlo.

-¿Tú qué? Responde, Lícia. ¿Qué quieres?

Solté un sollozo finalmente mientras veía sus ojos.

-Mi casa... Yo solo quiero ir a mi casa...

No pude soportarlo, empecé a llorar por el choque de emociones en mi interior. Alexander suelta su agarre y se aleja un paso, me permitió ceder al temblor de mis rodillas y caer al suelo. Cubrí mi rostro con una mano y traté de evitar que más sollozos salieran de mi boca.

-No quiero estar aquí.

Mi voz se corta, me abracé a mí misma para intentar encontrar consuelo pero hacerlo por mi cuenta era imposible. Volví a sollozar por un tiempo más hasta que vi como se incaba en una rodilla frente a mí y volvía a mirarme a los ojos. Levanta una mano hasta mi rostro, no hice nada para apartarlo y lo tomó como una señal para apoyarla en mi mejilla.

-Eso no será posible, lo siento.

Bajé la mirada sollozando otra vez, su mano en mi mejilla me suelta pero enseguida sentí sus brazos rodearme hasta atraerme a sí y abrazarme por sorpresa. No sabía que haría esto pero lo encontraba extrañamente... cálido. El consuelo que no pude hallar en mí lo hallaba en él.

-Puedes pedirme lo que quieras, mientras me sea posible te lo concederé.

-¿Por qué lo harías? Los Viltarienses son estúpidos y malos... -sollocé pero para mi sorpresa lo sentí reír un poco.

-¿Ah sí? Pues lo que crees está mal, nosotros tratamos muy bien a las personas... especialmente a nuestras mujeres.

-Yo no soy tu mujer -le reprendí.

-Eres parte de mi harén ahora, me perteneces aunque digas que no.

Sus palabras me hicieron estremecer, mi piel se eriza y no sabía la razón. ¿Molestia, enfado? No me importaba.

-¿Puedo pedir algo?

-Pídelo.

-¿Puedo... enviar una carta a mis padres? Quiero que sepan que aún estoy viva... solo eso.

Levanté la mirada, aunque sus brazos no me soltaban así que estábamos muy cerca.

-Puedes hacerlo, pero Anabella la leerá antes de mandarla. Es el protocolo.

-Lo entiendo... está bien.

Asentí sin más. Solo me tocaba aceptar esto, no había nada que pudiera hacer y en serio quería mandar esa carta. Volvimos a mirarnos pero entonces yo me aparté un poco al ser conciente de nuestra cercanía. Él suspira y se levanta, pero me tiende la mano antes de yo hacer lo mismo.

Lo miré un momento antes de apoyar mi mano sobre la suya con duda, él me agarró con firmeza pero sin mucha fuerza y me ayudó a levantarme. Me sonríe amablemente, no me esperaba ese tipo de sonrisa.

-Hay postre, por si quieras probar.

Me guía de nuevo hacia la mesa. Miré todo esto y luego a Alexander de nuevo. ¿Por qué no lo sentía tan mal como cuando llegué? Debería de odiar esto, debería de repudiar a Alexander y a todos los viltarienses como siempre me han enseñado... ¿Por qué no lo hago? ¿Por qué no quiero hacerlo?

Alexander me coloca el postre en frente, yo limpié mi rostro todo lo que pude antes de empezar a comer el postre que, así como la comida principal, estaba igualmente deliciosa.

-Oye, dime algo sobre ti -habla él de la nada.

-Am... ¿Cómo qué? -cuestioné extrañada.

-Pues... tu comida favorita, flor favorita... que animal te gustaría tener o tienes. No lo sé, cualquier cosa que se te ocurra sobre ti. Me gustaría conocerte.

El que diga esto me dejaba sorprendida, perpleja. No pensaba que Alexander quisiera eso más que tener sexo conmigo... digo... para eso suelen ser las mujeres de un harén.

-Hm... pues no tengo una comida favorita, sí hay las que me gustan mucho y las que no pero no me decido -mencioné.

Alexander se acomoda como para escucharme mejor, me mira atento y eso me hizo sentir nerviosa.

-M..Mi flor favorita... supongo que las orquídeas. Están por toda mi casa, mi mamá y yo las plantamos juntas -sonreí por ese recuerdo pero pronto esa sonrisa se vuelve una de nostalgia-. Ella me dio mi primer caballo, se llamaba Aarón.

-¿Le sucedió algo? -preguntó Alexander.

-Le dio una enfermedad que lo hacía sufrir mucho... ya te imaginas que le pasó -respondí.

Alexander asiente levemente. Pareciera entenderme por la mirada que demuestra en estos momentos.

-Tuve un perro cuando niño, así como a tu caballo le agarró una enfermedad que ni los médicos pudieron curar... de eso ya hace siete años.

-¿Cuántos años tienes? Si no es... mucha molestia preguntar -lo vi sonreír y negar.

-Tengo veintiún años. ¿Y tú cuantos tienes?

-Hace una semana cumplí los diecinueve... la fiesta en Meira fue la primera que asistí yo sola.

-Pues... fue una experiencia peculiar -comenta él-. Si te hace sentir mejor, en mi primera fiesta me enteré de que mi perro había fallecido.

-¿Cómo eso me haría sentir mejor? -cuestioné con una mueca de lástima.

-Pues... no lo hace, pero hace parecer que tenemos más cosas en común de las que creíamos.

Me quedé en silencio un tiempo; acabé el postre luego de unas cucharadas más y fue tiempo de irme. Él llamó a Anabella para que me buscara y así acompañarme de vuelta al harén.

-Quizás recibas algunas miradas o comentarios. Tú no hagas caso ¿sí? -miré a Anabella.

-¿Qué? ¿A qué te refieres?

-Ya lo verás tú misma.

Abren la puerta y me dejan pasar, como dijo Anabella todas las miradas estaban en mí. Algunas comenzaron a murmurar y entonces pude entender porqué.

-¿Está de vuelta?

-¿El príncipe no la quiso?

-Le habrá echado, quizás lo hace terrible.

Algunas reían, otras solo estaban murmurando y comentando. Bufé y rodé los ojos mientras me iba a la habitación y volvía a encerrarme allí.

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