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Prólogo

26 de Marzo de 2016

La decisión ya estaba tomada. Me había costado meses y meses de meditación encontrar el plan perfecto o, que al menos, lo pareciera. El asunto era fácil: solo debía esperar a que el abuelo me pidiera que a las siete y media tuviera la cena preparada para él y Tío Shepard, y matarlo.

No, es broma.

El plan comenzaba con dos sencillos pasos:

1) Esperar que el abuelo me dijera que debía tener la cena preparada a las siete y media.

2) Que él se fuera con sus amigos al bar y me dejara sola en casa como todos los días pasaba.

Entonces, ¿por qué estaba tan nerviosa? Ese día no sería la excepción; el abuelo saldría en tres minutos exactos de la casa y me dejaría campo abierto para mi plan.

Mi comportamiento inevitablemente era sospechoso. No dejaba de morderme las uñas mientras que mi pierna izquierda no paraba de moverse. El abuelo lo había notado mientras buscaba en el cajón sus medicinas. ¿Por qué se las tomaba antes de ir al bar a emborracharse? Yo tampoco lo entendía. Pensaba seriamente que el abuelo comenzaba a ser drogodependiente.

—Hollie, para las siete y media debes tener la comida preparada para mí y tu tío —habló.

Escuchar su hosca voz me hizo dar un brinco y levantarme del sofá de forma extraña. El abuelo enarcó su casi inexistente ceja y asentí con una sonrisa.

—¡Vale! —grité con demasiado júbilo.

El abuelo se escamó aún más y no daba indicios de querer moverse; entonces decidí que para terminar esa conversación la que debía desaparecer del salón era yo.

—¡Eh, nena, nena! —exclamó rápidamente para llamar mi atención.

Giré sobre mis talones con lentitud como cuando un niño pequeño es pillado tras realizar una travesura y le miré con la misma sonrisa de antes. ¿Por qué sonreía? ¡Si nunca lo hacía! Apenas había comenzado el plan y ya estaba echándolo a perder.

—¿Sí, abuelo?

No contestó nada, solo se dedicó a mirarme con suspicacia varios interminables segundos. ¿Qué me miraba tanto? ¿A caso tenía tatuado en la frente que iba a escaparme?

Tragué saliva y respeté el silencio. Estaba claro que si hablaba no iba a mejorarlo por lo que decidí, solamente, comportarme de la manera más normal posible. Afortunadamente tras varios segundos de minuciosa observación, el abuelo se colocó su boina y se marchó sin decir nada más.

Corrí hasta la ventana y lo vigilé. Tenía que asegurarme de que se iba a marchar. No sé si fue por que hice ruido o por mi anterior comportamiento anormal, pero él se giró una última vez. Frunció el ceño un poco confuso y retomó su camino.

—¡Adiós, abuelo!

Corrí escaleras arriba y comencé a gritar con exultación. Obviamente eso también entraba en el plan:

3) Celebrarlo (máximo cinco minutos).

Salté encima de la cama y me tiré en plancha hasta ella. No podía aguantar la emoción del momento.

¡Iba a irme, al fin!

Aquel día sería uno para recordar, pues aquel día comenzaba mi vida de verdad. Lejos de ellos, fuera de esa casa, relegando a ese infierno en el que había estado malviviendo esos años. Todo iba a acabar ese mismo día y yo no podía contener la agitación que eso me provocaba.

Tras ceñirme estrictamente a los cinco minutos que me había permitido para celebrarlo, lo primero que hice fue cambiarme de ropa. La sudadera azul y los pantalones vaqueros holgados que elegí no fueron al azar, sino por la sencilla razón de que nunca los había usado. Si tío Shepard o el abuelo me buscaban, nunca sabrían decir con qué ropa iba vestida. Inteligente, ¿verdad? Pues eso no era lo único. El siguiente paso era lo que más me aterraba pero una de las cosas más importantes a su vez. No muy convencida entré al aseo y me miré al espejo. Comencé a acariciar mi cabello castaño, era sedoso y largo. Mi abuela siempre me había regañado por tenerlo por casi la cintura, decía que eso no era estético debido a mi estatura, pero a mí siempre me había dado igual. Uno de los pocos recuerdos que tenía de mi madre era a ella peinándomelo y ése siempre había sido el motivo por el que nunca había sido capaz de cortarlo...

Hasta ese momento.

Necesité varios minutos para hacerme una gran trenza. Había visto en los tutoriales de YouTube que así era más sencillo hacerlo, aunque no me cabía la duda de que iba a hacerme un estropicio. Cuando la terminé, se me saltaron las lágrimas. Era una decisión difícil pero lo más complicado ya estaba hecho, que había sido la valentía para llevarlo a cabo. Agarré el cabello y con los dedos temblorosos, guie las tijeras hasta él e hice un corte certero y preciso. El cabello que continuaba conmigo se destrenzó por completo y se abrió, dejándome ver que apenas llegaba a mis hombros. Por el contrario, lo demás yacía pulcramente trenzado y entre mis dedos.

Ahí fue cuando comencé a llorar un poco más. Simplemente me ceñía al plan, y éste me había otorgado poder hacerlo por varios minutos.

Cortar mi pelo era algo más que eso para mí. Cortarlo significaba el comienzo de algo que esperaba que fuera mucho mejor de lo que vivía en ese momento. Cortar mi cabello era dejar con él toda mi tristeza, todos los abusos, todos los golpes y todas las pérdidas. Representaba el fin de una etapa oscura y el comienzo de una más esperanzadora.

Cuando me miré más detenidamente al espejo vi que tampoco me quedaba tan mal. La abuela tenía razón. Me veía incluso más alta, aunque mi metro con sesenta y dos no diera para mucho. De repente me volví a sentir feliz, y entendí en ese momento que la decisión que había tomado no me iba a dar una vida más fácil, pero sí más próspera.

Los siguientes pasos fueron coger estrictamente lo necesario y no sentir arrepentimiento. Me costó más lo primero que lo segundo. Lo que abarcaba el término estrictamente necesario no era para nada el móvil, toda la ropa o demás banales cosas. Consideré que lo más importante eran los recuerdos –aparte de cosas de primera necesidad–, como el alijo de anillos que tenía, ya que eran regalos de mi abuela o el cepillo con el que de pequeña mi madre me cepillaba.

Los dos últimos pasos eran los más fáciles, y con los que más ansias esperaba. Admitiré que el penúltimo era omisible, pero para mí era satisfactorio y era lo que contaba. Se trataba de una pequeña venganza.

Bajé las escaleras trotando junto a mi maleta y fui a la cochera. Ahí estaban los dos instrumentos que necesitaba para efectuar los dos últimos pasos: uno de ellos, el Opel KARL color mostaza del abuelo que utilizaría para fugarme y el segundo un kilo de excremento de caballo que Aylen me había proporcionado de los caballos de su padre, ¿para qué? Pues para que el abuelo y tío Shepard no se quedaran sin cenar aquella noche.

Tras realizar mi pequeña revancha, subí al coche. Era la última oportunidad de pensarme las cosas bien. ¿Era correcto huir? ¿Qué iba a ser de mí? Realmente el indeciso destino que me ofrecía el escaparme de allí era más tentador que la seguridad que me podía proporcionar mantenerme en aquel lugar.

Y sin más arranqué, empolvando con las ruedas traseras lo que hasta ese momento había sido toda mi vida... o, al menos, mi mísera existencia.


¡HOLA! Aquí estamos con una parte nueva. Antes este libro no tenía prólogo, ahora sí jajajaja espero que os guste mucho, espero vuestro amor <333 

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