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Capítulo 4

Hollie

Mi estadía en aquel hotel dependía de tres sencillas normas irrompibles. La primera ordenaba que no podía cambiar nada de lugar, y cuando decían nada, querían decir nada de nada –ni si quiera abrir esas odiosas persianas–. La segunda constataba que no podía hacer ruido, y cuando decían no hacer ruido, querían decir que no podía tirarme ni una simple flatulencia fuera de la habitación. Y la tercera, y la más importante: no podía ser vista bajo ningún concepto por el señor/capullo Travis Redmond.

El tal Travis era un maleducado y malhumorado. ¡Estaba claro! No necesitaba ni si quiera verlo para calarlo. Había roto mi coche en cuestión de segundos. ¡Era una bestia! Yo ya le odiaba, y esas reglas también me hacían un favor a mí. El tiempo que tuviera que estar por allí, no tendría que verle.

—Está bien, está bien —pronunció Ellen levantándose de la silla y colocándose el uniforme—. Es hora de disolver esta junta. Travis puede mosquearse aún más.

—Él siempre vive mosqueado.

—Sí, Charles, pero no está bien que tenga razón. Somos sus empleados —dijo ella—. Hope, mañana traeré tu desayuno y también las pastillas, aunque estás mejor, no podemos permitir que empeores. El asunto del coche ya lo organizaremos mejor entre nosotros.

Todos asentimos y cuando se dispusieron a marcharse una duda asaltó mi cabeza, la cual tuve que verbalizar:

—¿No podré salir nunca de aquí?

—Poco a poco, cariño. Él no suele bajar mucho, pero debemos tener cuidado. Ten mucho cuidado.

Y tras las palabras de Ellen nadie más habló. Ellos desaparecieron de la habitación y escuché cómo se alejaban. Una vez sola me tiré a la cama. Y suspiré.

¿Eso era un hotel o una cárcel?

* * *

5 de Abril de 2016

Los días pasaron lentamente. El aburrimiento me consumía, nada me animaba. Ni si quiera podía intentar navegar por la red. ¿Por qué? ¡No había red! Nunca habría pensado que el momento más divertido del día para mí iba a ser ver a Sengua cocinar.

—Me aburro —dije.

Ella, dándome la espalda, seguía a lo suyo. Bufé y repetí:

—Sengua, me aburro. Cuéntame algo interesante. ¿Qué diferencia hay entre el estragón y el perejil?

Ajena a mí, ella seguía cocinando. La observé por unos segundos y me percaté de sus diminutos movimientos de cadera. Me bajé de la mesa y me posicioné a su lado.

—Sengua.

—¡Santo dios! —exclamó tras dar un brinco. Comencé a reírme mientras ella se deshacía de los cascos que llevaba puestos—. ¿Qué quieres, Hope?

—¿Estabas bailando?

La oscura tez de Sengua se convirtió en segundos en marfil.

—¿Yo? ¿Bailando? Estoy escuchando la radio, niña.

—Ajá... —dije y volví a sentarme en la mesa—. Me aburro, Sengua. Me aburro mucho. ¡Oh, dios! Cómo me aburro. ¿Sabes que he estado casi toda la mañana viendo cómo procreaban dos moscas?

—¿Hay moscas? ¿Dónde? A Travis le desagrada muchísimo que entren moscas al hotel.

—Entre su misma especie se repudian —murmuré.

—¿Has dicho algo?

—¡Ése no es el caso! —bufé y volví a levantarme—. Siento como mi juventud se está quedando entre las paredes mohosas consumidas por el tiempo del hotel...

—Pero no están mohosas...

—¡Sengua, por favor! Deja que agonice entre metáforas.

Era lo cierto, no lo estaban. ¡Lo que me hubiera faltado! Morir de alergia en aquel lugar.

Sengua explotó a reír y esbocé una leve sonrisa. Deambulé por la cocina y comencé a toquetear todas las cosas que no había visto en la vida.

—¡Ay, Hope! —gruñó quitándome un frasco de entre mis manos—. ¿No sabes estarte quieta?

—Es que me aburro.

—¡Ay! —resopló y me entregó sus cascos con un una especie de mp3 –¿se seguían utilizando?–.

—No, gracias. No me interesa escuchar la radio.

—Tiene música —contestó—. No sé si será de tu gusto pero quizá te sirve para entretenerte.

Mi rostro debió iluminarse cuando cogí el artefacto entre mis manos. Sengua sonrió al ver mi ilusión y la abracé con fuerza.

—¡Gracias, gracias! ¡Al fin una esperanza de no morir consumida en este lugar!

—Anda nena, déjame ya —rio—. Vete a la habitación a escuchar música.

* * *

15 de Abril de 2016

Pronto terminé aburriéndome de nuevo. La música me había entretenido unos días, pero era una persona muy activa y necesitaba moverme. Me gustaba investigar todos los sitios –más ese hotel, que tanta curiosidad inspiraba en mí–. También, todo lo que pensaba hacer para entretenerme era extremadamente ruidoso. A veces me colocaba los cascos para escuchar alguna canción y sumirme en mis pensamientos –los únicos que siempre me acompañaban–, ya que, en muy pocas ocasiones el personal del hotel podían estar conmigo, era una sospecha altamente peligrosa ya que al parecer Travis los tenía vigilados muy de cerca. Milagrosamente aún no parecía haberse enterado de nada.

Resultaba ser malhumorado pero ciertamente tonto.

Ese día era insoportablemente insoportable –de nuevo–. Debían ser las cuatro de la tarde, todo estaba en calma, no llovía fuera, pero sí estaba nublado y todo indicaba que se acercaba una tormenta.

¿Y si...?

No, no podía salir. Tenía que quedarme ahí. Encerrada. Sola. Aburrida...

Sin darme cuenta ya me encontraba de pie con las manos sobre la manija de la puerta. Me puse a dar pequeños saltitos nerviosa, disputándome interiormente si lo que quería hacer estaba bien. Bueno, era obvio, lo tenía prohibido, no estaba bien. Pero tampoco era humano dejarme ahí dentro aburrida. Yo solo me aburría... y también me picaba la curiosidad. Un cóctel molotov altamente peligroso. Así que abrí la puerta, y, la serenidad del sitio me dio más confianza para indagar.

«La curiosidad mató al gato» pensé.

«Sí, pero murió sabiendo» reí con malicia.

Cerré la puerta a mi paso y comencé a andar. Con lentitud y lo más pasiva que podía, sin hacer ruido. Me coloqué en la escalera, dispuesta a bajar, pero ya que estaba fuera, ¿por qué no indagar sitios que aún no había conocido...?

Tenía entendido que Travis no iba por las escaleras, por lo que empecé a subir a través de ellas. Si él bajara lo haría por el ascensor, por lo que la zona de peligro se reducía solo a su planta, y, como sabía, era la última, por lo que una planta sin registrar no me iba a importar. Subí excitada, aunque pretendiendo hacer el menor ruido posible. Me animé, ver algo distinto a las cuatro paredes que me rodeaban era algo que me hacía feliz. Las plantas eran enormes y preciosas. Se notaba que en su momento hubo movimiento, ese hotel en algún momento estuvo abierto y como bien al principio supe yo, había sido un hotel de alto standing.

Todas las persianas estaban cerradas –¡novedad!–, haciendo de los pasillos un sitio más siniestro, pero no me importaba y me asomaba. Cuanto más subía, más precioso se veía el paisaje a través de los pequeños huecos que se podían apreciar. Sentí estrepitosamente las ganas de salir al balcón y respirar aire fresco desde ahí.

Y lo hice.

El olor a humedad inundó mis fosas nasales pero me gustó. El aire golpeándome el cabello me relajaba tanto, el paisaje... era como estar en un sueño. Me sentí por un momento como una modelo o alguien importante que posaba en un sitio tan precioso como ése. Entonces comencé a fantasear y a hacer distintas poses –ridículas– como si alguien estuviera tomándome fotografías. Hasta era yo quien chasqueaba con la lengua como si alguien lo estuviera haciendo. Apoyaba el brazo en la barandilla y coloqué mi rostro sobre la palma de mi mano con pose distraída. Después, guiñaba el ojo a una farola que había ahí, como si fuera algún pretendiente que se estaba fijando en mí.

Me lo estaba pasando verdaderamente bien.

—¡Oh, basta, basta la sesión por hoy! —exclamé con tono fino.

Tras escucharme, estallé a carcajadas. Ese hotel sacaba la locura que llevaba dentro.

Cuando me di cuenta de la tontería que había estado haciendo y que si alguien me hubiera visto pensaría que tenía que ir directa a un manicomio, me puse algo nerviosa, pero de igual manera de buen humor. ¿Qué tal si ese Travis me había visto...? Reí de pensarlo. Apreté mis manos en la barandilla, apoyé los pies con fuerza también e impulsé mi cuerpo hacia atrás, moviendo la cabeza con ímpetu.

—¡Tú rompiste mi coche y yo mancillo tu hotel! —añadí y volví a estallar en carcajadas.

Segundos después recapacité. Me regañé mentalmente por dejarme llevar por esos instintos y comportarme de forma tan impulsiva, podía meter en líos a Ellen y los demás solo por una tontería. Entré de nuevo y por tonta, quería hacerme volver a la habitación como un pequeño castigo.

Pero, ¿a quién iba a engañar? No lo iba a hacer.

Seguí subiendo escaleras hasta que llegué a la última planta habilitada para uso común. Tal como me habían dicho, la verdadera última planta era la casa del dueño del hotel. Ahí no subiría ni loca; podía ser un poco impulsiva, pero tampoco llegaba a tal punto de desconsideración.

Al contrario de las demás plantas, solo tenía una gran y bonita puerta. La madera estaba tallada con elegantes dibujos y me acerqué hasta ella, para admirarlos mejor. Rocé el relieve y sin poner demasiada presión, la puerta cedió, provocando un leve chirrido que me alertó.

Me mantuve unos minutos quieta, temerosa, esperando cualquier reacción ante ese inoportuno ruido. Sin embargo, nadie parecía haberlo oído. Menos mal. Aunque me lo tenía que haber esperado; era casi la última planta. Y era un gran hotel. Nadie tenía el oído tan afilado.

Fui valiente, o, puede que demasiado chismosa, pero me decidí por entrar. Abrí con cuidado un poco más la puerta para poder acceder al lugar y cerré a mi paso.

Todo estaba oscuro. Apenas podía dilucidar algún que otro mueble, lo que me dificultaba andar por allí sin crear algún ruido molesto. Avancé con meticulosidad, palpando cualquier obstáculo a mí alrededor. El lugar tenía un leve olor característico; olía a papel. A libros.

Me comenzó a hormiguear la barriga. Cuanto más indagaba a oscuras el lugar, más ganas tenía de que todo se iluminara. El deseo no me dejó pensar con lógica y entonces, cuando llegué hasta un ventanal, subí con esfuerzo la persiana y abrí las cortinas.

Todo se iluminó.

Mi corazón dejó de bombear por un segundo, contraído por la emoción de lo que estaba viendo.

Era una biblioteca.

No, no solo era una biblioteca. Era una biblioteca enorme. ¡La madre de todas las bibliotecas!

El lugar estaba algo polvoriento, y me provocó un leve picor en la nariz que intenté contener que no se transformara en un sonoro estornudo.

El suelo era brillante, de color marrón caramelo. La sala mantenía una estructura circular, dejando en medio del lugar varias mesas. Había dos pisos, aunque el de arriba solo estaba formado por un gran mueble repleto de libros que rodeaba toda la pared del lugar, junto un leve pasillo y una barandilla.

En las bibliotecas del piso de abajo los libros estaban algo desordenados, pero no dejaba de ser un sitio acogedor. Paseé por allí, rozando con la yema de mis dedos los distintos muebles y provocando que el polvo formara pequeñas nubes en la habitación.

Subí con cuidado las escaleras que conectaba un piso con el otro y comencé a husmear entre los libros. Había de todo tipo de géneros, pero eran clásicos especialmente. Había muchísimas tragedias, incluso griegas y latinas. Indagué unos cuantos libros por dentro y se me planteó una duda.

¿Pasaría algo si cogía prestado uno de ellos?

Me serviría para entretenerme y no hacer lo que en ese momento me encontraba haciendo: rompiendo las reglas. Estaba segura de que nadie iría por allí, y menos, nadie se pondría a rastrear que estuvieran todos los libros. ¡Había muchos!

Opté por escoger una antología griega, me serviría para estar entretenida un buen rato.

Subí un poco mi jersey para esconder el libro con la cinturilla del pantalón y entonces, el mismo ruido que yo había provocado al abrir la puerta, se volvió a producir.

Fue áspero, atronador, con vigor.

Alguien estaba abriendo la puerta y, al contrario de mí... ese alguien no tenía miedo de ser descubierto. 

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