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Capítulo 3

Travis

Leía el periódico y con frecuencia desviaba la vista para observar con disimulo a la gente que pasaba por mí alrededor. Parecían despistados, como si quisieran hacer algo pero mi presencia se lo impidiera.

Acerqué la taza de café a mis labios y bebí un poco de ese líquido. Lo dejé sobre la mesa y volví a mirarlos; esa vez Ellen estaba apoyada en la barra mirándome, de manera verdaderamente indiscreta. Hara hacía que barría pero ya lo había hecho tres veces en ese mismo rincón. Aquel día la más normal parecía ser Sarah –la limpiadora sorda–, que limpiaba el recibidor como siempre.

Suspiré buscando la tranquilidad, aunque de primeras ya sabía que era inútil. Me sacaban de mis casillas, eso era un hecho, pero en ese instante, aún más.

James entró a la cocina –donde estábamos– y mostró con lo que pretendía ser disimulo una pequeña bolsa blanca opaca a Ellen. Cuando ella se percató de eso, le hizo un ademán para que la escondiera.

Para que la escondiera de mí.

Tosí con disgusto y me levanté. Ellos se quedaron parados. Lo agradecí.

Me coloqué frente a James y alargué el brazo para que me mostrara esa bolsa.

—A ver, dame lo que escondes, hombre. Creo que hoy estoy siendo demasiado paciente para la bienvenida que me habéis ofrecido. ¿Qué mierda habéis hecho en mi ausencia?

—No es nada, mira, no es nada —balbuceó él mostrándome la bolsa por microsegundos y la volvió a meter entre su chaqueta.

Bufé e insistí en que me la diera. Por fin lo hizo. Una vez en mi posesión, la abrí y hurgué en ella: había pastillas, dos cajas de pastillas para ser exactos y algunos sobres. Levanté la mirada y de pronto supe lo que estaba sucediendo.

Miré a mis espaldas y observé la taza de café.

Me habían echado algo.

—¡Maldita sea! ¿Qué me habéis echado? —bramé tirando las pastillas al suelo—. ¡Me cago en la puta, joder!

Me encaminé con rabia hacia la taza de café y la tiré al suelo. Todos me miraban temblorosos desde sus sitios. No se habían movido, ni si quiera habían pestañeado.

—¿Qué mierda le habéis echado? —añadí braceando con violencia.

Estaba enfadado y ofendido. Traicionado. Otra vez. Pero, ¿qué esperaba?

¡Todos eran unos traidores!

—¡Travis, por favor, cálmate! ¡No es lo que te imaginas! —pidió sollozando Ellen.

La fulminé con la mirada y extendí uno de mis brazos para tirar todo lo que había sobre la mesa al suelo. Ellen se acercó a mí y me agarró el brazo, aunque no conseguía impedir su movilidad. Yo me intentaba zafar pero ella más se amarraba.

—¡Travis esas pastillas no son para ti! —sollozó esa vez Hara.

—¡No quiero veros! ¡No quiero ver a nadie en lo que queda de día, joder! ¡Maldita sea! ¡Meteos las pastillas por el culo! —vociferé y cuando al fin me deshice del agarre de Ellen, ésta cayó al suelo y yo me encaminé a la puerta de la cocina—. ¡Mañana os quiero a todos en la puta calle! ¿Me habéis oído? ¡En la puta calle!

Dejé atrás los lloriqueos fingidos de Ellen, no me conmovían en absoluto porque ella se había portado tan mal, había menospreciado tanto mi confianza, que ella merecía estar en el suelo. Así, llorando. Ella se lo merecía.

Era yo el que no me merecía esas malas jugadas que ellos intentaban hacerme.

Entonces lo recordé; el maldito coche. Más les valía que ese coche no siguiera donde lo había visto, porque lo quemaba con mis propias manos. Joder que si era capaz de hacerlo.

Corrí como pude –me dolían los pies aún, joder– y salí del hotel. Entonces vi el coche ahí, en el mismo sitio. Intenté destensar mis brazos en busca de relajación pero, para ser francos, no sirvió de nada. La lluvia ya había humedecido mi ropa y mi cabello. El pelo se me había adherido a la frente y me resultaba molesto. Enfoqué mi rabia en ese aparato; tenía que enfocar la rabia en él si no quería enfocarla en alguien y luego, arrepentirme. Aunque lo hubiera hecho con razón, y mucha.

Deshice mis pasos y cogí el pico que estaba apoyado en una esquina del hotel. Volví a donde se encontraba el coche y cuando alcé mi brazo dispuesto a clavarlo en el capó, una voz me detuvo por segundos:

—¡Deténgase, señor! ¡De verdad, usted está equivocado! —exclamó James a mi espalda.

Se tomó el atrevimiento incluso de agarrarme del hombro. Giré mi rostro y vinculé ferozmente mi mirada en la suya, intimidándolo. Él cesó su agarre y entonces clavé el pico en el capó. Luego en el cristal delantero, después en los de los costados y terminé por clavarlo en el sitio que me apetecía, sin fijarme cual era. Era liberador. Sentía descanso y desfogue.

Yo se lo había avisado.

* * *

Hollie

—Toma..., niña..., toma —dijo Ellen ofreciéndome dos pastillas y un sobre junto a un vaso de agua.

Me incorporé mientras aceptaba lo que me daba y la miré detenidamente: ella parecía preocupada y triste. Sus ojos estaban rojos, aunque no había ningún indicio más de que podía haber estado llorando.

—¿Qué te pasa? —pregunté cuando ya había tragado todo el medicamento.

Ella me retiró el vaso de agua de las manos y las suyas temblaban. Tanto que pensé que iba a tirar lo que restaba de líquido en el vaso sobre mí.

—¿A mí? Nada..., nada. ¿Tú cómo te encuentras? —cuestionó ella levantándose y dejando el vaso sobre la mesa que se encontraba frente a la cama.

Yo me incorporé mejor y le ofrecí una tenue sonrisa.

—Mejor, mucho mejor. Lo que sea que me disteis ayer me ha hecho mejorar —comenté y ella asintió con cierto desinterés. Parecía estar en otra cosa—. ¿En serio que estás bien? ¿Ha pasado algo? ¿Os he creado un problema? ¿Él... él está aquí? He escuchado ruidos antes. ¿Es eso? Puedo interceder por vosotros.

—No, no..., no.

—Puedo hacerlo. Quizá si le cuento mi situación... quizá él también lo entiende...

—¡Que no! —bramó ella y provocó que pegara un brinco.

Me quedé quieta, sentada aún en la cama aunque con mis pies ya enfundados en las zapatillas.

—¿Puedes decirme, por favor, qué es lo que está pasando? —pregunté algo más calmada—. ¿Un ladrón? ¿Nos están robando? ¡Sé taekwondo! Bueno, algo. Un poquito. He visto programas sobre eso. ¡Sé aprender rápido!

—¡Me podéis dejar vivir jodidamente tranquilo? ¿¡Tanto pido!? ¿¡En serio?!

Esos gritos masculinos venían de fuera. Estaban colmados de rabia y me hicieron girar la cabeza para escuchar mejor. No era una voz conocida, al menos no para mí.

La teoría de que el dueño del hotel ya había llegado tomó el pleno sentido. Sentí ganas de levantarme y hablar con él pero como si Ellen me hubiera leído los pensamientos, fue más rápida que yo y salió de la habitación corriendo, cerrando la puerta a su paso. Una vez sola en la habitación pegué mi oreja a la puerta e intenté escuchar más, aunque fue imposible. Se oían murmullos pero parecía que eran a propósito para no ser escuchados. Me debatí sobre salir o no, de nuevo. Por una parte, les debía a ellos interceder a su favor; me habían hospedado a pesar de tenerlo terminantemente prohibido, y, además, me habían cuidado esa tan mala noche que había pasado y lo que llevábamos de día. Pero por otra parte ellos me habían repetido hasta la saciedad y más que pasara lo que pasara, si él estaba por ahí fuera, no debía salir. Por su bien y por el mío propio. Yo me preguntaba, ¿tan déspota era ese dueño? Y si lo era, ¿por qué aguantaban? ¿Por qué trabajaban en un hotel que no era tan hotel? Porque ese hotel como tenía entendido llevaba bastante tiempo cerrado, ellos ya no estaban ahí trabajando para lo que un día se ofrecieron, ellos ya trabajaban para una persona únicamente y ésta resultaba ser un jodido capullo.

El ascensor sonó y entonces tuve el impulso de salir. Al menos para saber qué estaba ocurriendo. Y si lo que estaba ocurriendo era que el señor había llegado, les volvería a repetir que yo intercedería por ellos. Es más, me marcharía por ellos. Agarraría mis maletas y me iría en mi coche, tal como había llegado.

Abrí la puerta con cuidado y estaba todo despejado. Al menos la primera planta, que era donde yo me encontraba. Dejé la puerta cerrada a mi paso y anduve sin hacer ruido hacia las escaleras. Cuando estuve al filo vi a James y a su mujer hablando. Ella estaba afectada. Él también, aunque parecía exteriorizarlo algo menos. Él la sujetaba de los brazos para calmarla y ella parecía al borde de un ataque de nervios.

—¿Y ahora la pobre, qué va a hacer? —cuestionó entre lloriqueos ella.

Él chasqueó su lengua y pasó su mano tras la nuca de su mujer para dirigirla a su hombro y abrazarla.

—No debimos permitir que se quedara —musitó él, aunque el eco, supongo, hizo que se hiciera audible para mí. Aunque solo fuera un poco—. No por ella, ella es maravillosa. Pero ahora le hemos causado un problema más.

—¿A quién os referís? —preguntó un hombre que acababa de salir de la cocina y se había incorporado en el recibidor.

Desde mi punto de visión era bastante alto y su cabello parecía ser largo ya que, pese a estar amarrado en un coletero, unos mechones rebeldes le caían por ambos costados de su rostro y llegaban hasta algo más de su barbilla. Su cabello parecía pelirrojo y daba la sensación de estar plagado de pecas. Iba comiendo una especie de donut con crema rosa que me abrió el apetito, pero no era momento de pedir comida.

James y su mujer comenzaron a hablar con él dándome la espalda. Segundos después, cuando el hombre de cabello largo se percató de mi presencia, comenzó a señalarme con la cabeza y la pareja giró sobre sus talones para verme.

—¡Entra a la habitación! —ordenó James con un tono áspero.

Yo, muy obediente, opté por bajar las escaleras corriendo y me reuní junto a ellos. Fue el momento en el que confirmé la altura de ese hombre; era demasiado alto.

—¿Esto qué es, un minion? ¿Tanto misterio para esto? —cuestionó él.

Achiné mis ojos y solté un bufido, aunque preferí dejarlo pasar y centrarme en James y Sengua.

—¿Ha llegado? ¿Ha llegado él? De verdad, puedo hablar con él, hacerle saber que esto es mi culpa si es que está molesto por haber incumplido sus órdenes...

El bigardo soltó una carcajada llena de malicia.

—Ajá, molesto es poco —añadió con desdén mientras seguía masticando el donut.

—Yo voy a marcharme ya —dije entonces. Si yo era el problema, yo me marcharía. En demasiados líos les había metido entonces—. Yo cojo mis cosas y ya encontraré otro sitio. Mientras dormiré en el coche, como... como he estado haciendo estos días atrás. Cuando consiga algo más de dinero os lo voy a recompensar.

—¿Coche? —cuestionó tras mini atragantarse con el donut. James y Sengua lo miraron y negaron levemente con la cabeza. Él arrugó su frente y prosiguió—. ¿El mismo coche que Travis se ha encargado de hacer picadillo?

—¿¡Qué?!

James negó con la cabeza, pero la certeza de las palabras de ese hombre y el nerviosismo que había infundado en ambos me hicieron pensar lo peor. Entonces corrí hacia la puerta, a pesar de que eso provocó que me mareara levemente y me tambaleara. Abrí con ímpetu las puertas y descubrí el panorama: mi coche destrozado, hecho picadillo como perfectamente había dicho anteriormente él. Tapé mi boca cuando salió de mi garganta un gritito histérico. Entonces, comencé a reírme. A reírme con verdadera agitación.

—Esto es broma, ¿no? Decidme que esto es una puta broma —pedí nerviosa. Los miré a los tres, que optaron por el silencio. Un silencio otorgador—. Joder, joder... ¡joder! ¿Qué se supone que voy a hacer ahora? ¡Sabíais que apenas tengo dinero, y ahora tampoco coche! ¿Cómo esperáis que me marche de aquí? ¿¡Volando!?

—Niña nosotros no hemos querido esto —lloriqueó Sengua con aflicción.

La miré por segundos y me eché a llorar. Tapé mi rostro y solté gruñidos de desolación. ¿Qué se supone que haría? ¿Prostituirme para poder irme de ese asqueroso hotel?

—Puedes prostituirte —opinó el hombre de cabello largo con desaire y me dieron tantas ganas de matarlo. Fue casi milagroso que ni si quiera lo intentara.

—Vamos a solucionarlo, pero ahora tienes que irte a la habitación. Todo empeorará aún más si se entera de que tú estás aquí —dijo James.

Tras dudar finalmente le hice caso. Al fin y al cabo, todo lo tenía perdido. Solo tenía que esperar a un poco de misericordia por parte de ellos.

* * *

Apenas quedaba rastro de la uña de mis pulgares. De la histeria había acabado con ellas y solo faltaba que comenzara con la piel. Me consumían los nervios y la espera de que alguien viniera a la habitación y me explicara, aunque fuera solo un poco, la situación.

Caminaba por la habitación, paseando en círculos por ella. El dolor de cabeza, el mareo, parecían haber desaparecido. Eso ya no importaba. Lo que importaba era que me había metido en un hotel –con gente majísima, sí– pero con un dueño que había destrozado mi coche así porque sí. Era lo único que me permitía marcharme –como él quería, o como era debido porque él no quería visita allí–. Me imaginaba al típico viejo gruñón amargado que no quería vivir más porque su mujerzuela le había dejado por alguien más joven y rico que él.

Eran alrededor de las doce de la noche. Llevaba horas y horas esperando cuando la puerta fue tocada. Dos veces, dos lentas veces, y corrí a ella para abrirla. Ahí estaban todos: Ellen, James, Sengua, y ese tío.

—¿Estás mejor? —preguntó ésta primera a la vez que todos entraban a la habitación y cerraban la puerta. Asentí con delicadeza mientras mordía mi labio inferior, y ella cogió mis manos con afecto—. Lo siento Hope, yo solo quise ayudarte y parece que te hemos perjudicado aún más.

—Es que... es que simplemente no sé qué voy a hacer ahora —murmuré apartándome de ella y continuando con el paseo sin sentido por la habitación. El chico puedes–prostituirte se sentó en el sillón y enarcó una ceja mirando mi especie de desfile—. ¿Me lo podéis explicar? No puedo irme andando. ¿Es lógico, no? ¿O pensáis echarme y que me busque la maldita vida?

—Podríamos, porque no eres problema nuestro.

—¡Charles, no intervengas! —exclamó James algo exasperado—. Hope, sigue en pie lo de arreglarte el coche.

«Como si ahora solo tuviera que arreglar la ventanilla» pensé.

—Me llevará unos cuantos días, pero con la ayuda de Charles podemos hacerlo más rápido —añadió.

Charles frunció el ceño.

—¿Estás insinuando que...?

—Sí, Sengougahara. No podemos dejarla ir sin rumbo, sin dinero, y sin vehículo. Más cuando esto último es culpa nuestra. ¿Estáis de acuerdo?

Todos se miraron entre sí y yo me quedé casi sin aliento. Estaban haciendo una especie de referéndum delante de mí y era incómodo, más cuando todos estaban debatiéndose interiormente si dejarme desvalida en la calle o ayudarme.

Se tomaron muchos minutos, cosa que hizo acrecentar mis nervios. Opté por volver a ingresar el pulgar en la boca y a mordisquear las uñas de nuevo.

—Vale. —Rompió el silencio su mujer.

James esbozó una sonrisa mirándola. Ella estaba nerviosa y para nada segura de lo que acababa de decir, pero tenía moral, cosa que parecía no tener ese tipejo a quien nombraban señor.

—Por mí, también. Pero cuando todo esto se descubra, porque se descubrirá, ¿eh? Travis no es ningún gilipollas, todos los sabemos, quiero que dejéis bien claro que cuando yo participé en esto a sus espaldas el bizcocho ya estaba cocinado —dijo Charles irguiéndose en el sillón y señalando a todos con uno de sus lánguidos dedos, incluso a mí.

—¿Y tú, Ellen? ¿Tú qué opinas? —preguntó James.

Ellen estaba seria. También era perceptible su tristeza. Ella me miró formando de nuevo una fina línea con sus labios, pero que en ese momento no estaban pintados. Yo me puse más nerviosa, por lo que continué mordiéndome las uñas.

—No te muerdas las uñas, no es saludable, cariño. —Cuando terminó de formular la frase un ápice de aflicción se notó en su rostro.

Fijó su vista en Sengua, que se estremeció. Yo obedecí y la miré, expectante de su respuesta. Los demás estaban de igual manera.

—Está bien... —añadió tras suspirar y una sonrisa afloró de mis labios.

Entrelacé mis dedos con esperanza.

Desbordaba emoción.

Me ayudarían.

Ellos me iban a ayudar.

—Pero debes seguir unas reglas, Hope —agregó de nuevo ella—. Ya te has dado cuenta de que el señor no es una persona fácil...


¡HOLAA! ¿Empezáis a notar los cambios? Espero que os gusten :)

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