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Prólogo

🌙Aullidos de Amor🌙

Prólogo

—Hinata, Hanabi, ya basta. Es hora de dormir.

Ambas niñas rieron mientras se mantenían bajo las sábanas. Habían escuchado a su madre subir las escaleras mientras jugaban a la lucha de almohadas. A penas se dieron cuenta que ella iba para allí, ambas hermanas se habían escondido bajo las sábanas, quedándose quietas y esperando que no la escucharán. 

—Shh—, le murmuró Hinata, la mayor, a Hanabi. 

Su hermana menor se rió mientras se tapaba la boca. Su madre no entró a la habitación, después de unos segundos volvió a cerrar la puerta y ambas niñas, de nueve y siete, esperaron hasta que escucharon que bajaba por las escaleras de nuevo. Se sacaron las sábanas de las cabezas y se miraron para luego volver a reír. No tenían sueño, estaban emocionadas de estar en la casa de su abuelo materno mientras su padre estaba de viaje. Su madre había insistido en llevarlas por las vacaciones de verano y ellas estaban muy contentas de ver a sus abuelitos y disfrutar del enorme bosque que los rodeaban. 

La noche estaba algo calurosa, pero mantenían las ventanas abiertas para que entrara una ventisca fresca de la noche. Los camisones de las niñas eran largos pero frescos y ellas no sentían mucho el calor. 

Hanabi no esperó mucho y volvió a tomar la almohada y le dió de lleno en la cara de su hermana mayor. 

—¡Oye!— murmuró Hinata para tomar su almohada y devolverle el golpe, aunque no lo hizo con mucha fuerza, ya que al ser la mayor sabía que tenía más fuerza que su hermanita. 

Hanabi rió ya que pudo esquivar la almohada y volvió a darle de lleno, esta vez en la mollera. Hinata volvió a quejarse y cuando levantó los brazos con la almohada para golpear a su hermana, ambas se congelaron al escuchar un fuerte grito. Pero no era un grito de su madre, o de sus abuelos, era de un hombre. Ambas se asustaron mucho, aterradas se miraron unos segundos.

—¿Qué fue eso?— preguntó Hanabi abrazando la almohada a su pecho. 

—No lo sé —, murmuró Hinata mientras se acercaba a la ventana que daba a la cabecera de su cama. 

Hinata sentía que su corazón saldría por su boca y no sabía porqué lo hizo, pero corrió la cortina blanca y observó hacia el patio trasero. La noche tenía una enorme luna llena y las estrellas titilaban en el cielo oscuro. El bosque empezaba a unos cuantos metros del patio trasero de sus abuelos y ella podía observar luciérnagas prenderse y apagarse por la oscuridad entre los árboles pero nada más. 

Ambas gritaron por su madre cuando esta vez se escuchó un fuerte gruñido que venía de todos lados. La puerta fue abierta, su madre entrando con los ojos enormes y su rostro, ya de por si blanco, pálido como la nieve. 

— Vengan aquí, niñas—, las llamó desde la puerta sin levantar la voz.

Ambas niñas bajaron de la cama y corrieron con su madre.

—¿Qué fue eso mamá?— preguntó una asustada Hinata mientras se abrazaba a su cintura, Hanabi abrazando la cadera del otro lado.

— No lo sé, bajemos con los abuelos—, les murmuró ella.

Hinata tomó la mano de su madre después de que ella levantara a Hanabi en brazos. Las tres bajaron por las escaleras oscuras, Hinata estaba muy asustada, pero también se dió cuenta que aunque su madre parecía estar tranquila apretó sus dedos con fuerza. Ella las llevó a la sala, donde encontró a su abuela cerca de una de una de las ventanas y su abuelo entraba desde la cocina con una enorme escopeta. 

— Siéntense aquí y no hagan ruido—, les murmuró su madre dejándolas en medio de la sala, entre los grandes sillones.

Hinata observó a su madre caminar hacia la ventana, al lado de su abuela y decir unas palabras muy bajas para que ella la escuchará. Luego su mirada fue a su abuelo mientras esté empezaba a sacar municiones y ponerlas en la escopeta. Bajó la mirada cuando unos pequeños brazos rodearon su torso y encontró a su hernama menor con los enormes ojos perlas llenos de terror.

—Tengo miedo—, murmuró.

—Yo también —, se sinceró ella, abrazando a su pequeña hermana.

Ambas se abrazaron con fuerza y gritaron cuando el gruñido volvió a escucharse. Hinata jamás había escuchado eso, nunca en su corta vida, pero parecía un enorme animal queriendo comerlos. Ella levantó la mirada cuando su abuelo se movió a dónde estaban su abuela y su madre.

— Apagen todas las luces—, dijo mientras él mismo apagaba el velador que estaba cerca.

Su madre salió corriendo hacia la cocina y apagó todo. Hinata estaba aterrada, su pequeño cuerpo temblaba igual que el de su hermana. Ambas no pudieron evitar gritar de nuevo cuando él gruñido volvió a escucharse, y esta vez, hubo un golpe fuerte en la pared de la cocina.

—¡Mamá!— gritaron ambas cuando escucharon el ruido de algo de vidrio romperse en la cocina.

Ambas niñas estaban llorando cuando su madre volvió a la sala con rapidez. Su abuela llegó junto a su madre y ambas las rodearon mientras su abuelo apuntaba su escopeta a la ventana. Hinata apretó los dedos en su boca, aguantando los gritos cuando los golpes empezaron a ser constantes. El monstruo que estaba afuera empezó a hacer ruidos raros y tenebrosos, y Hinata arrugó la nariz cuando un olor nauseabundo llegó a sus fosas nasales.

—¿Qué es ese olor?— ella no necesitó hacer la pregunta, ya que lo había hecho su madre en un susurró.

— Es él..—, sólo dijo su abuela mirando hacia donde estaba su abuelo.

Hinata levantó la mirada justo cuando una sombra enorme pasaba por la ventana. Su abuelo dió un paso hacia atrás, la escopeta apuntando, pero no disparó. Hinata temblaba como si tuviera frío, pero estaba totalmente mojada de sudor, su fino camisón estaba pegado a su espalda y piernas. Sus manos volaron para cerrar los dedos en los brazos de su madre, apretando sus pequeñas y cortas uñas en la tierna carne. Abrió la boca pero nada salió de allí cuando vió lo que parecía un enorme hocico abrirse, dientes puntiagudos, y un fuerte gruñido. Una enorme mano se abrió cerca de la ventana, grandes y largos dedos, con puntiagudas garras rasparon el vidrio. De repente, el monstruo, tiró la cabeza hacia atrás y lanzó un lastimero aullido que perforó los tímpanos de Hinata. El gritó que había estado conteniendo salió de sus labios mientras se tapaba los oídos por el fuerte ruido.

—¡Vete de aquí!— gritó su abuelo cuando él aullido terminó—. ¡Estás en mí territorio! ¡Te mataré!

Hinata se mantuvo agachada, su cabeza metida en las piernas de su abuela, con sus manos en sus oídos, pero supo que algo pasó. Se escuchó un aullido más lejos y de repente el olor asqueroso se evaporó. Todo el escándalo, todo el ruido, había cesado.

—¿Se fue cariño?— preguntó su abuela.

— Lleva a las niñas arriba. Creo que se ha ido.

Hinata no se podía mover, así que su madre la cargó y su abuela cargo a una llorosa Hanabi. Ambas niñas se abrazaron cuando las dejaron en la cama, pero las adultas la dejaron con la promesa que ya estaban seguras.

Aún así, ni Hanabi ni Hinata pudieron dormir bien esa noche. Cada vez que Hinata cerraba los ojos, recordaba esa enorme mandíbula abrirse. Cada vez que las cortinas en su cabeza se movían con el viento, sentía que esa enorme mano con garras se metería por la ventana para llevarla.

Pero lo que más le perturbaba, fue el silencio. Ella estaba acostumbrada a escuchar ruidos en la noche, más con el bosque tan cerca de la casa de sus abuelos. Pero eso noche no se escuchó nada, como si los animales se hubieran ido lejos de allí.

Hinata no los culpaba.

Ella también quería irse lejos...

Continuará...

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