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3. Prodigio

Al distinguir el cálido fulgor que templaba las ventanas de la mansión a lo lejos, James suspiró aliviado. Pisó el acelerador sin poder contenerse pese a no estar solo. Tenía unos reflejos excelentes, así como unos ojos tan aptos para la noche como lo eran para el día, pero él prefería ir despacio cuando Nina estaba con él en el coche. De todas formas, no había peligro de encontrar tráfico en la oscura carretera secundaria que cruzaba el bosque, visible solo para quien supiera que estaba allí, pues conducía directamente a su casa.

Miró a su compañera de reojo, notando su cuerpo encogido en el asiento de al lado. Se había refugiado dentro de su sudadera, demasiado grande para el cuerpo femenino, abrazada a si misma y con la capucha puesta. Como la calefacción estaba encendida y no notaba vibración causada por temblores, asumió con amargura que lo hacía para ocultarse de él.

Se estaba esforzando para aprender a descifrar el lenguaje de la runa; había escuchado con cuidado a lo largo de todo el día y seguía haciéndolo. Como era reciente y aun se estaba formando, la conexión estaba llena de interferencias, con estallidos tan repentinos que cuando intentaba interpretarlos sentía como si estuviera tratando de atrapar un pensamiento antes de que la idea se formara. Eso no era tan malo, porque lo prefería antes que al silencio frío e inquietante de la runa durmiente. Con el paso de los días el vínculo se haría más fuerte (cuando Nina dejara de entorpecerlo con su cabezonería) hasta que la runa se asentara del todo.

En aquel momento la runa estaba despierta, hundida en un torbellino de emociones. Y también inquietud. La misma que lo embargaba a él.

La fragilidad de su cuerpo era algo que le atormentaba desde hacía años. Una década, para ser más exactos, cuando un sangriento atardecer en la playa casi se la llevó para siempre sin que pudiera hacer nada. En aquel momento, siendo consciente de la delicadeza de su situación, lo que más deseaba era encerrarla en una cajita... no de cristal, sino del acero más grueso e impenetrable que existiera entre todos los mundos. Pero ¿qué podía hacer cuando el peligro venía de su interior?

Apretó los dientes. Lo cierto era que tenía miedo. Miedo por lo desconocido. Destrozaría a cualquier criatura que se dispusiera a hacerle daño, se enfrentaría con valor a cualquier monstruo que la mente hiperactiva de la chica creara para interponerse entre ambos, pero ¿ver luces y sombras alrededor de las personas? ¿Venas de luz? No, eso no era algo que pudiera partir en dos con sus garras.

Alzó la mano femenina que había estado sosteniendo durante todo el camino (una amable concesión por su parte al notar lo perturbado que se sentía, después de todo ni siquiera peleados se deseaban el mal) y la besó, mientras fragmentos borrosos de aquel fatídico día punzaban hacia la superficie, aunque se concentró solo en uno de ellos. Creía en Nina no porque notara algo distinto en ella, sino porque ya la había visto hacer algo inexplicable antes.

Para él, ella era un ser extraordinario que poseía su corazón, sin embargo, para los demás solo era una mortal entre inmortales; una sobresaliente, sí, pero nada más allá de eso. Nunca le había molestado que fuera humana (después de todo solo tenía que convertirla), y si resultaba no serlo tampoco le importaría... siempre y cuando eso no la dañara.

—Ya llegamos —dijo tras aparcar de forma descuidada frente a la casa. No detectó movimientos; quizá sí se había dormido—. ¿Nils?

Al ver que realmente estaban allí, Nina se apresuró en soltarlo y bajarse del coche. James la siguió un momento después, suspirando. Inhaló el aire fresco de la noche, con el regusto dulzón que desprendía la tierra tras la llovizna reciente. Pronto llovería otra vez, pero en aquel momento la mansión se alzaba bajo un claro atiborrado de estrellas, acechadas por las nubes que formaban un círculo a su alrededor. En el centro estaba ella, la reina de la noche. La luna pendía más brillante que de costumbre en el cielo extraño y James sintió que Eelil, la diosa primordial del Caos madre de todos los Dhem, los observaba.

James le suplicó en silencio, esperando que le retribuyera toda la obediencia que le ofrecía; deseando que, fuera lo que fuera lo que le ocurría a su pareja, no resultara peligroso. Tenso, siguió la estela de Nina hacia la casa, aunque «casa» o «mansión» se quedaba corto. Se asemejaba más a un pequeño palacio en tamaño, una fortaleza que podría albergar a toda la manada de su padre en caso de necesidad, pues así debía ser el hogar de la familia alpha: siempre abierto a cualquier lobo que acudiera por ayuda.

Cuando su madre salió a recibirlos con una sonrisa estirando sus labios, James no se la devolvió. Nina sí, y su risa hizo eco, quebrando la quietud cuando se vio asaltada por los lobos que habían perseguido a Karen. Permitió que la saludaran entre meneos de colas esponjosas y suaves mordiscos, sin intervenir hasta que varios a la vez se izaron sobre las patas traseras para darle lametones en el rostro, apoyándose en ella.

Eran lo bastante altos y fuertes como para tumbarla en medio de sus juegos. Si verla caerse lo preocupaba en días normales, en aquel momento era algo que no podía permitir. La mirada masculina, llena de destellos tan blanquecinos como la luna que los vigilaba, descendió hasta centrarse en el vientre aun plano de la chica; saber que en su interior albergaba a sus primeros cachorros lo llenaba de la más pura dicha... y del más absoluto terror.

Le sonrió a Nina cuando ella se volteó a mirarlo con un ceño fruncido por el escrutinio, inconsciente de todo. La suya era una raza de inmortales de escasa fertilidad. Algunas parejas lo intentaban durante siglos sin éxito, y ellos habían obrado el milagro en la primera vez. Más que un castigo o un escollo en sus vidas, James había decidido ver a sus hijos como un regalo de Eelil.

Se sobresaltó cuando una increíble mezcla de miel pimentada con el mordisco del fuego inundó su mente. Un aroma que hablaba de seguridad y abrazos amorosos, de cuentos a medianoche cuando era incapaz de dormir. Su madre. Dejó una abertura en sus escudos mentales para que sus pensamientos se rozaran.

¿Todo bien?

No. Debo hablar contigo y con papá.

James atrapó la mirada curiosa de Nina alternándose entre ambos. Tal vez no pudiera oír la conversación mental que compartían, pero siempre se daba cuenta cuando había algo cociéndose en privado, detectando los más mínimos indicios que sus rostros dejaban relucir, quizá como consecuencia inevitable de crecer en el seno de aquella familia.

En deferencia a ella, James solía responder en voz alta a menos que el asunto ameritara cierta discreción. Pronto también podría participar. Hablar a través de la mente en forma humana era una habilidad única de la familia alpha y Nina la desarrollaría por ser la poseedora de su runa. Así era como su madre, una Aryon por matrimonio, lo consiguió.

¿Se lo has contado? Cuanto más tardes, más se enfadará.

Iba a decírselo hoy, pero surgió esto.

James titubeó.

Tal vez sea mejor que lo descubra por si misma, que tenga al menos unas semanas de tranquilidad.

Después de todo, Nina se enfrentaba a los problemas solo cuando no le quedaba más alternativa.

Karen meneó la cabeza mientras subían los escalones, sus ojos azules estaban llenos de reproche.

—Tengo hambre —anunció Nina tan pronto como cruzaron la puerta de entrada. Sus mejillas se calentaron al ver los dos pares de ojos clavados en ella—. No hace falta que me digáis que estoy comiendo mucho ¿vale? —farfulló antes de arrastrar los pies con una dirección clara: la cocina.

James la dejó ir, si las respuestas eran malas prefería ser él mismo quien las suavizara para ella.

—¿Estás seguro de que esperar es lo mejor? —preguntó Karen una vez la chica estuvo lo bastante lejos—. Es una humana embarazada de un hombre lobo. Su cuerpo lo sentirá el doble. Se volverá loca al no entender las nuevas necesidades que eso acarrea, ni los efectos. Seguro que ya nota algo más allá del hambre.

—¿Y qué quieres que haga, mamá? —preguntó mientras empezaba a caminar—. Está obsesionada con que le voy a hacer daño. No importa cuantas veces le repita que es mi compañera de vida, no me cree. Si digo que la dejé embarazada pensará que lo hice a propósito.

Y eso no era verdad. James había sido advertido de que algo ocurriría si la tocaba antes de tiempo, pero él no esperaba que ese algo viniera en forma de cachorros.

Como su madre no dijo más, James avanzó en silencio. Se dirigió al salón, donde supuso que los esperaban. La naturaleza de lo que Nina le había descrito era mágica y dentro de la manada solo un pequeño grupo tendría respuestas a algo así.

Toda la población de hombres lobo de aquel mundo estaba gobernada por su familia, al igual que en su mundo de origen. Los Aryon en conjunto estaban por encima de cualquier otro miembro de la manada, pero hasta entre ellos había cierta jerarquía. En teoría, los Dhemaryon solo tenían dos líderes: los alphas lunares. Esos serían Basilio y Galatea Aryon, los abuelos de James. Como no podían controlarlo todo en solitario, el territorio estaba dividido entre sus hijos y cónyuges, pues el compañero de un Aryon era su equivalente y no un simple adorno. Los padres de James controlaban el continente americano y Oceanía. El hermano gemelo de su padre cuidaba de Asia junto a su pareja, así que al final los Alphas Lunares solo gobernaban sobre la manada de Europa y África, sin interferir la mayor parte del tiempo en los asuntos de sus vástagos. Bajo los alphas se encontraba el resto de la familia, con múltiples funciones. Después venían los betas, la mano derecha de los alphas. El cuarto escalón, antes de que todo se descompusiera en cadenas de mando menores y lobos comunes, era ocupado por los Cazadores, los guerreros de élite de su raza y por los Illarghir.

Ellos eran los guías espirituales de la manada, un puente que conectaba a la madre loba y sus creaciones, arúspices que se encargaban de conservar las tradiciones de su pueblo. Eruditos que desempeñaban también el papel de consejeros para los alphas, pues cada pareja contaba siempre con los tres Illarghir más poderosos de su manada para aconsejarles. Eran intocables a menos que un Aryon dictara sentencia. Y era con ellos donde James esperaba obtener una respuesta. Su magia era distinta a la del resto de los lobos, que se manifestaba de forma mucho más física. La manera en que la manejaban se asemejaba más a la de los Dhemvyre, enemigos acérrimos de su raza.

James no los veía a menudo. Pese a tener un sector en la mansión solo para ellos, preferían vivir junto a sus familiares y aprendices en un caserón situado a medio camino entre la mansión y el santuario principal, escondido en lo más profundo del bosque, donde ningún mortal se atrevía a llegar sin que sus instintos les hicieran correr en dirección contraria.

Su suposición era correcta: los Illarghir lo esperaban allí junto a su padre y a uno de sus hermanos, Darren.

—¿Qué es tan urgente? —preguntó Gary.

James ignoró su ceño fruncido, registrándolo como una molestia menor, un escozor en el fondo de su cerebro. Lo cierto era que su padre no estaba demasiado feliz con su pronta paternidad. No por preocupación por su hijo, no por convertirse en abuelo: por Nina.

Ella era lo más cercano a una hija que sus padres tenían. Su única niña, la melliza de James, nació muerta. Un año después Nina entró en sus vidas cuando James intentó morderla una y otra vez en la zona de juegos del hospital al que ambos habían sido llevados, enloquecido por su olor; los mayores identificaron enseguida la razón e hicieron todo lo posible para que crecieran juntos. Consciente de que había lobos que no encontraban a sus compañeros siquiera tras milenios de soledad, se sabía afortunado. Muy afortunado. Y al estar juntos desde una edad tan temprana, ella se había convertido en parte de la familia por derecho propio.

—Le pasa algo a Nina —respondió James a la anterior pregunta. Negó con la cabeza, adelantándose—. No son los bebés, pero no es natural. Parece magia.

—¿Magia? —La voz acartonada era de Andreus, el único de los tres consejeros Illarghir que había sobrevivido a una purga organizada por los Alphas cuando la corrupción entre ellos se hizo latente unos años atrás. Era más esquivo que sus dos jóvenes compañeras, y la brecha entre los tres se hacía notar bajo la sombra de la capucha que cubría el rostro del hombre, que acostumbraba a usar túnicas de un blanco perlado impoluto y nada prácticas.

No se le podía culpar por ocultarse, incluso si era innecesario entre los suyos. Lo cierto era que ellos sobresalían en cualquier lugar. Ser tocados por Eelil, escogidos como sus traductores, era un honor grabado en la piel. La llamada de la madre loba se manifestaba a una edad temprana de forma dolorosa; las marcas plateadas que adornaban sus cuerpos se imprimían en sus pieles como la más espectacular quemadura.

Eran trazos cambiantes, brillantes y vivos, como si entre sus bordes contuvieran densos ríos de plata derretida que podían ondularse, enaltecerse y cambiar de color. Los Illarghir lo llamaban el «Dízar»; un eco, el susurro del aliento de Eelil. Era eso lo que les otorgaba la capacidad de entender los mensajes de su diosa y de manejar la magia de una forma en que los suyos no podían, y era gracias a ella que lograban vivir en sociedad, o no podrían ocultar a los humanos la huella sobrenatural que les adornaba la cara y se enroscaban alrededor del cuello hasta descender por la espalda.

Surgía como un sencillo punto en el rostro, que crecía y crecía conforme el Illarghir maduraba y adquiría conocimientos; lo intricado de esos diseños decía mucho sobre la capacidad, también su forma. Los dibujos eran únicos para cada individuo, trazos de una elegancia salvaje, de curvas tribales vertiginosas, como su pueblo. Se asemejaban bastante a las runas talladas en los huesos lobunos que usaban en sus rituales.

—Nina es humana —dijo Karen, después de que James les pusiera al corriente de lo que su compañera había revelado—. Lo sabríamos si no fuera así.

James asintió, al igual que su padre. El olfato de un hombre lobo era insuperable.

—Venga ya ¿estáis de broma? —espetó Darren—. ¿Le habéis echado un vistazo últimamente? ¿O me vais a decir que nunca hemos comentado lo de su aspecto?

Frunció el ceño al ver que lo miraban sin entender.

—Desde que era una cría decíamos lo guapa que era, que era más ágil, más fuerte que un humano, incluso cuando es una perezosa que se pasa el día leyendo tirada en la cama. Destacaba incluso entre nosotros. ¿Cuándo habéis visto a un humano sin magia superarnos en algo estéticamente? La pones junto a todas nuestras chicas, todas creaciones de Eelil y aún así terminarías señalándola con el dedo. —Darren se encogió de hombros—. Está buenísima en términos sobrenaturales, y si antes ya impresionaba, estos meses pegó un salto. Me he dedicado el final del verano pasado a admirar ese cuerpecito en bañador y sacarle fotos, así que sé de lo que hablo.

Como ya lo esperaba, Darren se apartó con rapidez cuando James intentó alcanzarlo. En menos de una fracción de segundo había abandonado su lugar en el sofá para apoyar un brazo sobre la repisa de la chimenea, sonriendo de forma socarrona. La fuerte ráfaga de aire que se elevó en el salón fue el único testigo del cambio.

—¿Quieres que determinemos si está o no usando magia en base a lo guapa que es? —preguntó James. Su voz fue un sonido bajo y amenazante. Quería a sus hermanos, pero en lo que a Nina concernía y sus bromas, solían andar muy al filo de lo aceptable. Y Darren, con su absurda manía de decir lo primero que se le pasaba por la mente, también era quien más disfrutaba atormentarlo.

—Tú no eres objetivo en esto, cachorro. —Darren sonrió con petulancia—. Te parecería la mujer más hermosa y maravillosa del mundo incluso si tuviera el trasero de un trol como rostro y una personalidad de arpía. Incluso siendo una humana muy guapa, ella no debería poder eclipsar a nadie de los nuestros.

—Darren tiene un punto. —Gary alzó ambas manos cuando su hijo pequeño le lanzó una mirada furibunda—. Calma. Recuerda que en muchas ocasiones la gente no se da cuenta de que ella es humana. Hasta entre Dhemaryon hay quien solo lo descubre al acercarse y olerla.

—Pero eso puede ser porque ha crecido aquí —señaló Karen—. Eso explica que, al menos en parte, se comporte como nosotros.

—Sin embargo, no explica porqué está viendo esas cosas o sintiendo dolor. Tal vez sí que haya tocado algo que no debía, y tuvo que ser aquí en la mansión. Hace tiempo que no tenemos visitante alguno de otra raza —replicó su marido.

-—Es ella —dijo James indeciso. Había algo pulsando en su interior, indicándole que varias cosas empezaban a encajar en su sitio y prefería escuchar su instinto—. Yo la he visto hacer algo extraño hace tiempo. Solo que pensé que lo había imaginado y... bueno, se me olvidó con todo.

—¿Cuándo? —preguntó Gary, sorprendido. James se lamió el labio inferior, bastante incómodo. En su casa nadie sacaba ese tema a la ligera.

—Hace diez años —dijo y el cambio se operó al instante.

El aire se enrareció, como si un chasquido hubiera desatado una tensión palpable en el ambiente. Las feromonas se mezclaron en un miasma de tristeza, impotencia e ira. Después de todo, diez años atrás habían perdido a dos miembros de su familia.

—La vi resplandecer de los pies a la cabeza cuando uno de los dhemvyre estuvo a punto de morderme también a mí—se apresuró en añadir para que dejaran de hablar del tema y romper el silencio.

—Los vyre quemados de aquella vez —dijo Gary de pronto, con una mirada desencajada—. Nunca supimos qué pasó.

—Fue ella. Yo... no lo recordé hasta hace una hora —dijo James. Como todos en su familia, tampoco él pensaba demasiado en aquel día, en la vieja cabaña a orillas de la playa que nadie había vuelto a pisar y en la que aun se apreciaban los rastros rojizos en la pared, la huella del horror que había presenciado.

Si debía recordar a dos de sus hermanos mayores prefería evocar los recuerdos en los que respiraban.

—Si era un poder latente pudo manifestarse por autodefensa y podría estar pasando ahora otra vez... ¿quizá por los niños?

James negó con la cabeza.

—Empezó unos días antes de que nos acostáramos, ella quería hablarme de eso en la fiesta.

James rehuyó la penetrante mirada azulina de Andreus. Había sido él quien le aconsejó esperar para tocar a su compañera y seguir las órdenes de Eelil, y lo había estado evitando desde el jueves anterior.

—¿Y dónde está? No veo qué sentido tiene hablar de lo que le ocurre si no está aquí.

—Tenía hambre y huyó a la cocina. Esperaba contárselo yo mismo si es algo malo. —James frunció el ceño—. ¿No lo sabéis?

—No somos adivinos, James. Tal vez ni siquiera se trate realmente de ella. Ve y tráela —le dijo su padre con una sonrisa afable. El gesto en sus ojos, sin embargo, era mucho más serio.

Con el ceño aún más fruncido, James asintió y se dio la vuelta. Salvo por él y Darren, los demás llevaban unos cuantos siglos respirando. Los suficientes como para haber visto de casi todo. Sintió como su piel se erizaba.  

Su primera parada fue la cocina, pero solo vio a los sirvientes limpiando la montaña de platos de la cena. Iba a echar un vistazo en su habitación, no obstante, su instinto lo guió a otra zona de la mansión. La runa aun era demasiado reciente, demasiado frágil y por ello no podía seguir su rastro débil, pero confiaba en su olfato y también en lo mucho que la conocía.

La encontró en el santuario, el corazón de la casa. James esbozó una sonrisa diminuta mientras avanzaba, aspirando el dulce aroma de las flores y el agua mezclado con la tibieza del olor de su compañera. Aquel lugar había obrado el milagro de siempre. Sentía mucha más calma a través de la runa.

Nina empezó a masticar con mayor lentitud al ver su silueta y no habló hasta que la pasta azucarada descendió por su garganta.

—¿Y bien? ¿Debo asustarme? —preguntó.

James no respondió a eso, porque incluso si ella no se asustaba, él lo haría por ella.

—¿No te aburres de venir siempre aquí? —le preguntó en cambio.

El joven hombre lobo miró a su alrededor, tratando de descubrir qué encontraba ella de tan fascinante en aquel rincón de piedra. El santuario de la mansión era, con toda seguridad, el mejor de los santuarios particulares de la manada; tradicional en todas sus líneas, pero con la calidad de aquellos que podían traer escultores provenientes de su mundo de origen para rendir culto a los dioses.

Era una estancia circular y grande, cuyos bordes permanecían siempre en una semi penumbra. Era, en cierta forma, un jardín interior. Un hermoso lugar cuajado de flores luminiscentes, que titilaban como centenares de rubíes y diamantes agitados por las corrientes de aire que se colaban por discretas ventanas laterales. Solo el anillo de mármol negro en el centro, rodeado de columnas, escapaba del dominio de las flores. La luz de la luna atravesaba la enorme cúpula de cristal situada justo sobre él, y convertía las cortinas de gasa sedosa que colgaban entre las columnas en una invitación sensual.

La cúpula en sí era toda una obra de arte. Al igual que en el resto de vitrales desperdigados por la mansión, las imágenes que se apreciaban en lo alto se movían, contando diminutos fragmentos de la historia de su pueblo. De niños, Nina y James se habían pasado horas acostados sobre el altar, descubriendo los pequeños detalles, aventurando sobre los nombres de los protagonistas. Sin embargo, no era eso lo que importaba allí, sino las estatuas de todos los dioses dispuestas en círculo. Eran nueve en total, siendo la de la madre loba la más grande. En un santuario particular se permitían los favoritismos. Se alzaba imponente enfundada en su armadura de batalla, con dos lobos flanqueándole las piernas de forma amenazante y unas enormes alas negras plumíferas naciendo en sus omóplatos, esculpidas con tanto detalle que cada filamento de sus plumas reflejaba un centenar de colores, tan iridiscentes como las diminutas escamas que le cubrían la piel. Todos los símbolos de poder de Eelil, incluso las alas otorgadas a sus enemigos.

En el centro de todo, resplandeciendo como una gema preciosa, se alzaba el asombroso altar en el que cada luna llena depositaban ofrendas a los dioses. Al día siguiente siempre desaparecían.

James apartó una de las finas telas plateadas y se adentró sin fijarse en nada más que su pareja, sentada a los pies de la estatua del dios del Orden. y con un plato lleno de tarta reposando sobre sus rodillas. Se inclinó contra el altar, apoyando las manos sobre dos de las diminutas tallas de cabeza de lobo que lo elevaban a metro y medio del suelo.

—¿Por qué iba a aburrirme? Hace que me sienta muy... a gusto —replicó mientras jugueteaba con la cuchara, creando dibujos en lo que sobraba del glaseado.

James miró otra vez a su alrededor. A él le gustaba mucho más el gigantesco santuario principal, escondido en medio del bosque al aire libre. Sobre todo en épocas festivas, donde el límite entre los mundos se difuminaba. Ya había llevado a Nina allí antes, pero nunca durante una reunión de la manada, por su seguridad.

—Además, puede que hoy aparezca.

—¿El destello que solo tú puedes ver?

James ocultó una sonrisa. Desde pequeña, Nina aseguraba que algo vivía en el santuario. Los mayores siempre se reían y respondían que eran los dioses reconociendo su presencia. Nina no pensaba lo mismo y seguía manteniéndose en sus trece pese a haber dejado de mencionarlo con los años.

—Le gustan los dulces. —Y como toda una declaración de intenciones, dejó el plato con restos de tarta en el suelo antes de levantarse y acercarse a él—. ¿Y bien?

—Quieren hablar contigo.

—Lo suponía... —Los ojos verdes siguieron con cautela la mano masculina que se acercaba a su rostro.

James aplastó con el pulgar la gota de nata que colgaba en una esquina de su boca... solo para extenderla por su labios un segundo después. Sin poder resistirse, se inclinó para retirar cada gramo de azúcar con caricias calientes y provocadoras de su lengua.

—James...

Nina suspiró, sintiéndose demasiado cansada como pararse a recordar en qué momento se había movido él para sentarla sobre el altar e introducirse entre sus piernas. Luchó un momento, pero logró reunir cada ápice de fuerza de voluntad para romper el beso.

—Para eso. Ya. —Le dio su mirada más severa, que solo consiguió otra sonrisa petulante en respuesta, aunque no sentía algo tan ligero pulsando en la runa; había notas sensuales... junto al mordisco de algo más siniestro—. Decías que querían hablar conmigo.

—Sí, Andreus quiere verte.

Nina hizo una mueca.

—¿Está él aquí?

James no le permitió amedrentarse por la mención del Illarghir que tanto la intimidaba, porque las manos que había posado sobre sus rodillas se deslizaron en ascenso por los muslos femeninos para introducirse bajo su falda.

—Hueles a flores —ronroneó, hundiendo el rostro en la delicada curva de su cuello.

—Solo hueles el santuario —repuso Nina, señalando a su alrededor, a las flores que bañaban su piel con tenues luces rojizas y plateadas, mientras trataba de concentrarse y no ceder incluso si cada estremecimiento que azotaba su cuerpo la dejaba expuesta y vulnerable ante él. Carraspeó mientras los dedos de los pies se le encogían—. ¿Andreus?

—No... su aroma se mezcla con tu esencia cada vez, como si de alguna forma perteneciera a ella. Es como paladear ambrosía —respondió. Alzó una mano hasta su cabeza, para quitar la goma que mantenía su pelo atado en un moño apretado. Las ondas rojizas destellaron de forma seductora bajo la luz plateada cuando cayeron más allá de la cintura—. No puede saber lo que te pasa sin verte antes. Está tan mal humorado como siempre. ¿Recuerdas esa vez cuando entramos a su laboratorio para robarle las túnicas y disfrazarnos como fantasmas en Halloween, y terminamos usando sus talismanes como munición para los tirachinas?

Un trémulo espasmo recorrió los labios de Nina, queriendo curvarlos hacia arriba ante el cálido recuerdo de una de las tantas travesuras que había hecho junto a James durante la infancia, mientras se creían ninjas sigilosos. Tuvo que apretarlos para contener la risa que se apreciaba en sus ojos.

Estampó la palma de una mano contra su brazo musculoso y la carcajada masculina no se hizo esperar, haciéndole más difícil la tarea de parecer seria.

—No me hagas reír. Estoy enfadada contigo —espetó, forzándose a fruncirle el ceño, pero una sonrisa involuntaria terminó por iluminarle el rostro ante las risitas de James. Durante un momento, el enfado y el recelo fueron sustituidos por la picardía que muy pocos llegaban a presenciar—. Nunca lo vi tan enfadado como en ese día.

James le mordió la mejilla antes de arrastrarse hasta sus labios, también sonriendo. Andreus los había echado de allí al golpe de chispazos de magia que les azotó el trasero y arrancó risas infantiles histéricas mientras corrían prudentemente a esconderse junto a los mayores... con las túnicas enormes del Illarghir ondeando alrededor de ellos en plena carrera. Al final, Andreus había encontrado el asunto gracioso, pero ellos no habían vuelto a hacerle jugarretas.

—Puedo hacerte recordar otras cosas —sugirió James, con una diversión mucho más intensa en su voz—. Este lugar tiene algo especial.

Cuando lo miró, James supo que recordaba. Unos meses atrás había empezado a cortejarla, intentando acostumbrarse a tocarla sin volverse loco. Empezó con cosas pequeñas, atreviéndose cada vez más con el tiempo hasta rozar las caricias íntimas que tanto deseaba regalarle. La había convencido para que le permitiera bajarle el vestido hasta la cintura, pero en lugar de mordisquear los exuberantes pechos de la forma en que tanto había soñado, terminó bajando un poco más para saborear con la lengua el dulce calor entre sus piernas. Era uno de sus mejores recuerdos.

Al sentir como ella intentaba cerrar los muslos, terminando por encerrarlo aún más entre ellos, James sonrió con satisfacción, incluso si aquella había sido la única ocasión en que hizo algo así. El orgullo brotaba en su pecho cada vez que rememoraba su expresión ruborizada; su cuerpo arqueado, rendido; los dulces tirones de gatito en su pelo y la abrumadora sensación de verse envuelto por el olor de su éxtasis. Casi la había devorado ese día. Y estaba más que listo para practicar hasta superar la torpeza de la primera vez.

—Eres mi mejor amigo. Solo mi mejor amigo —dijo Nina, pronunciando con énfasis cada palabra—. Los mejores amigos no hacen esas cosas.

—Soy tu mejor amigo —respondió James con serenidad. Era parte de ser compañeros de vida. La amistad más incondicional que podrían tener—, pero también soy todo lo demás.

Nina lo miró con fijeza, odiando la parte de sí que rebosaba de alegría por sus palabras y que él pudiera sentir eso.

—No vamos a seguir con esa tontería. Nos están esperando —espetó. Lo empujó para bajarse y él retrocedió unos pasos.

—Tienes razón, este asunto de momento tiene mas importancia, pero lo otro no terminará hasta que dejes de ser cabezona.

—¡Eres imposible!

Con ademanes exasperados, Nina se bajó del altar, correteando enseguida para escaquearse del lobo travieso y con ganas de molestarla que la seguía de cerca, listo para devorarla ante la más mínima muestra de debilidad.     

__________
Subiré la segunda parte del capítulo el fin de semana. Como siempre, es muy difícil saber dónde cortarlo. 

¿Qué os ha parecido ver las cosas desde el punto de vista de James? Es un capítulo totalmente nuevo, después de todo. El tema de los Illarghir era algo que no pensaba tocar hasta el segundo libro, ¡pero aquí queda mucho mejor! Y con ello vinieron varios cambios. Aquellos que sois lectores antiguos ojo con los spoilers en comentarios ;)

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