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2. Avance imparable (parte II)



Salió tras ella unos segundos después. Como era mucho más rápido, alcanzó el recibidor encharcado antes y pudo atraparla cuando derrapó al verlo; había recuperado la sonrisa. Hacía falta mucho más para conseguir que James Aryon se ensimismara al punto de dejar de perseguir lo que quería. Siquiera la posibilidad de que alguien más viera su numerito lo detendría.

—¿Necesitas calentarte? —preguntó con una sonrisita irresistible. Nina lo apartó con brusquedad, ocultando el sonrojo en un acto tan banal como quitarse la chaqueta antes de que la humedad llegara hasta la ropa.

Los hombres lobo tienen la temperatura corporal más elevada; en los días más fríos era algo habitual verla acercarse a James para robar un poco de su calor y de paso abrazarlo. Aquel día prefería congelarse hasta los huesos antes que ceder. No obstante, se vio obligada a hablarle cuando entraron y notó los murmullos y las miradas llenas de asombro.  

—¿Qué demonios hicimos en esa fiesta? —preguntó Nina una vez llegaron a su taquilla, mucho más cercana a la puerta que la de él. Recordaba todo el proceso que los llevó hasta la cama, pero estaba tan centrada en lo que ocurría entre ambos que todo a su alrededor se desvaneció en un borrón.

—¿Te refieres a cuando me atacaste?

—Yo no hice eso.

—Claro que sí. Te subiste encima de mí. Eres una mujer peligrosa.

—¡Tú metiste las manos bajo mi vestido!

—¿Una chica buenísima encima de mí y yo con las manos quietas? Dije que me has atacado, no que fuera un imbécil. —Dio un golpe a la puerta de metal con el dorso de la mano cuando ella forcejeó sin éxito con las bisagras envejecidas.

—Otra abolladura. A ver cómo lo explico. Y que me hagas la pelota no va a ayudar —dijo mientras miraba fijamente el interior de la taquilla abierta, como si esperara que algún agujero negro se abriera y la tragara, pero lo único que había allí eran libros, un cambio de ropa y fotos de James y el resto de sus amigos. Volvió a cerrarla sin dejar de suspirar tras sacar todo lo que necesitaba. Al menos aun se cerraba—. Solo vete ¿vale? Lo último que quiero ahora es tenerte zumbando alrededor.

James se quitó la sudadera del equipo y la anudó alrededor de la cintura al ver que ella no dejaba de dedicarle miradas fugaces a la marca, como si no se lo creyera del todo. Dado que estaba deseando que la situación se normalizara cuanto antes, iba a ponerle las cosas en bandeja. El frío no era un problema. Los hombres lobo podían regular su temperatura a voluntad.

Su sonrisa se borró al ver que otro chico se acercaba. James no sabía qué le molestaba más: que Paul Shepard no estuviera lo bastante asustado de él como para evitar acercarse a Nina o que en cierta medida él le recordara lo suficiente a sí mismo como para justificar el interés de la chica. Era alto, también de pelo oscuro y ojos de un gris azulado, una pobre imitación del plateado de su familia. No le había sentado demasiado bien darse cuenta de que había empezado a buscarle un sustituto.

—Nina. —La chica se volteó hacia la nueva voz con una sonrisa dulce que solía reservar para James o sus hermanos—. James.

—Hola, Paul —le saludó Nina, esperando no verse tan torpe como se sentía de pronto al mirarle.

—He venido a devolverte esto. —Paul blandió la libreta que llevaba en una mano antes de entregársela—. Me ayudó mucho. —Le echó una ojeada a James, que se había convertido en una sombra silenciosa y amenazante, recordando todo lo que había oído sobre la fiesta, antes de devolver la atención a la joven—. ¿Lo del sábado sigue en pie?

—Claro, se me apetece mucho ver esa peli.

La cálida sonrisa de Paul relampagueó. Volvió a mirar a James y después, en un fingido acto despreocupado pese a que Nina habría preferido que no lo provocara, se inclinó para darle un beso en la mejilla.

—Genial. Mis padres van a visitar a mis abuelos, así que estaremos solos y tranquilos. Nos vemos después.

—¿El sábado? —preguntó James con voz peligrosa una vez se fue.

—No empieces.

Nina le dedicó una mirada furibunda. Todos los chicos que se habían atrevido a acercarse a ella terminaron huyendo con el rabo entre las piernas por su culpa. Todos salvo Paul. Hasta él no había tenido una cita —había llegado a la conclusión de que las salidas con James no contaban como tal—; esperaba que la segunda fuera tan maravillosa como la primera. Y no iba a permitirle a James quitarle eso.

—¿Crees que él seguiría tan interesado en ti si supiera lo que puedo hacerle?

—Si la gente supiera lo que puedes hacerles huirían de ti —murmuró mirando la abolladura en su taquilla, segura de que él apenas habría sentido el impacto. Ningún humano sin magia sería rival—. Y hay una bonita ley que impide a los humanos de este mundo saber la verdad, salvo algunas excepciones, así que no puedes amenazarlo. No vaya a ser que los dioses os castiguen.

Nina era una de esas excepciones. Era uno de los seres humanos sin magia que conocía la existencia de tres mundos gemelos, sus dioses de vastos poderes y de los extraordinarios hijos que podían engendrar.

—No vas a ir a la casa de ese tipo. Y menos sin alguien alrededor. Venga, si es la jugada más vieja del mundo —gruñó—. Es tan obvio que quiere meterte mano.

—Lo dices por tu amplia experiencia, ¿verdad? —siseó, odiando pensar en ello. Alzó la barbilla—. Y bueno, si lo hace estaré encantada. Lo espero con ansias.

James la miró con fijeza; sus iris se oscurecieron hasta casi rozar el negro y su rostro era tan fiero que alguien más sensato —y menos acostumbrado a lidiar con un Aryon— se habría achantado. Ella, sin embargo, estaba más que preparada para tratar con lobos feroces.

—¿Lo estás diciendo en serio?

—Claro que lo estoy. Soy una chica, por si no te has dado cuenta. También quiero divertirme y enamorarme. —Y olvidarte, quería añadir, pero se mordió la lengua.

—Yo no te veo como una chica cualquiera a la que meterle mano un sábado en la noche aprovechando que mis padres no están. Si voy y lo hago cuando quiero es porque puedo, él no —añadió, adelantándose a sus palabras. Su mirada se volvió más intensa y ella tembló, de furia y algo más—. Si lo que quieres es mimos estaré encantado de dártelos. No vas a ir.

—Intenta impedírmelo —espetó—. Inténtalo y verás. Que lleve una marca no cambia nada.

La forma sutil en que la estructura del rostro masculino onduló, amenazando con cambiar a su cuerpo lobuno, solía ser suficiente para intimidar a los demás, sin embargo, eso no funcionaba con ella. Nina arrugó la nariz y le dirigió la mirada severa que Karen había usado durante años con todos ellos.

—Ni. Se. Te. Ocurra. Hacerle. Nada. ¿Me has oído? —espetó, clavándole un dedo en el pecho musculoso para remarcar cada palabra.

—No habrá oído sobre la fiesta aun —dijo James con toda la malicia del mundo—. En cuanto lo sepa lo dejará.

—Aun no estamos saliendo, no tiene derecho a reclamarme nada. Besos en fiestas no cuentan. Y no sabe de lo otro.

—¿Lo otro? ¿Así es como vas a llamar al momento en que nos entregamos? —Nina titubeó ante su tono herido, pero no flaqueó.

—Te has entregado a unas cuantas antes ¿qué importa una más?

Se distrajo cuando vio a sus amigas entrar, deseando hablar con ellas. James aprovechó para atraparla con su cuerpo contra la taquilla y la besó, insistiendo hasta que ella aferró las manos pequeñas a su camisa, buscando sus labios. James sonrió pese a lo tenso que se sentía, adorando la rojez en sus mejillas y la aterciopelada cadencia de los jadeos que se esforzaba por contener. Esperaba arreglar pronto las cosas. Odiaba que ella lo mirara de esa forma. Que lo acusara de esa manera.

—Los besos en el instituto siguen contando ¿no? —Ella no podía contestar, estaba sin aliento—. Por cierto, ¿te dije que hoy estás preciosa? —Sonrió con suficiencia cuando Nina se ruborizó más, después de todo llevaba los pantalones ajustados y el jersey verde que le resaltaba los ojos, los mismos que él había dicho en más de una ocasión que le quedaban de muerte. Quería darse de bofetadas.

James frunció el ceño al fijarse en las expresiones pérfidas de los otros dos componentes femeninos de su grupo, que de paso también eran las mejores amigas de Nina.

—Trata de no hablar muy mal de mí con ellas —pidió vanamente antes de que llegaran, aun sin apartarse. Su mano se deslizó del rostro a su cuello, sobre la runa—. Y sobre lo otro... lo digo en serio.

—Ya hemos hablado de que uses ese tono. Te daré un puñetazo en ese hocico de ''gran'' cazador como le hagas algo.

—Si me das un puñetazo te romperás la mano —le recordó él y Nina sintió verdaderas ganas de hacerlo.

—Se lo pediré a uno de tus hermanos entonces. —James hizo una mueca, porque esa amenaza sí podía cumplirse. Había aprendido bien de situaciones pasadas, cuando ella les mencionó de pasada cualquier cosa; sus hermanos no necesitaban demasiadas excusas para darle una buena.

—Pero si son la parejita caliente del instituto. —Avril sonreía como el gato que se ha comido el ratón; enfundada en su uniforme de animadora y con la coletita rebotando sobre sus hombros, Nina pensó por primera vez que su amiga podía verse como la rubia malvada de las películas.

—¿Por qué me estás mirando así? —preguntó recelosa, y se erizó incluso más cuando notó sus miradas sobre ella: la de Avril llena de malicia, la de los tres hermanos Duhamel expectantes, la de Sterling algo interesada y la de James evidentemente nerviosa. Lo entendió cuando Avril alzó el móvil para enseñarle un vídeo.

—¿Qué demon...? —La chica agarró el teléfono para acercarlo más a su rostro porque, o estaba alucinando, o las dos personas que se besuqueaban eran ella y James—. Oh, por Eelil.

Sus mejillas se encendieron como dos ascuas calientes en el momento en que fue consciente de que todos habían presenciado el arrebato de pasión entre ambos. Y que lo habían grabado para posterioridad.

—¿Eso está en todas partes? —preguntó.

—Desde varios ángulos —informó Chanel, su otra mejor amiga y la menor de los Duhamel. Ella sí era malvada.

Nina miró a James, al menos se había dignado a parecer molesto, aunque dudaba que fuera por el mismo motivo que ella. Le devolvió el móvil a Avril y se giró para irse pisando fuerte. Avril y Chanel la siguieron, cada una enganchando un brazo al de la chica cuando la alcanzaron.

—¿Tan malo ha sido? —preguntó Avril—. Seguro que sí. ¿Qué se puede esperar de alguien que alardea tanto?

—Bueno, malo no fue. Lo... disfruté aunque dolió al principio —respondió en voz baja. Sus amigas la miraron—. Vale, lo disfruté mucho.

Estallaron entre risas y preguntas indecentes que Nina se negó a contestar.

—¿Seguro que fue bueno? No te ofendas, pero tu cara no es la de alguien que ha echado un buen polvo con un tío bueno. Más aun, no es la cara de alguien que ha echado un polvo con el chico que le gusta —señaló Avril. Nina suspiró.

—Me ha marcado... le dejé que me manoseara frente a todo el mundo.

—Y no olvides que los vídeos y las fotos están por internet, desde todos los ángulos. Te etiqueté en varias —le dijo Chanel.

—Con eso no ayudas, Nel —murmuró Nina, avergonzada hasta rozar la muerte—. No me puedo creer que eso esté pasando. James es... es un mujeriego. Nunca ha durado siquiera una semana con ninguna chica y con esta cosa en el cuello...

—Para. No es como si él fuera a ser tan imbécil como para estropearlo así. —Avril le dio un pequeño empujoncito con el hombro—. Lleváis una runa. Ningún Dhemaryon deshonraría eso. Y creo que James te quiere demasiado como para hacerte daño de esa forma.

Chanel y Avril miraron la runa en su cuello, totalmente convencidas de ello.

—¿Quieres decir otra vez?

Durante quince años, Nina había creído que era la compañera de vida de James. Su infancia junto a él se resumía en una maravillosa amistad, que al crecer se transformó en un noviazgo durante una transición tan natural que nadie lo cuestionó. No le sorprendió cuando se inclinó por primera vez para besarla, o que las caricias inocentes evolucionaran ante los impulsos que despertaban en ambos. A los quince Nina tenía dos cosas muy claras. Lo primero: que era su pareja, pero que él no podía marcarla hasta que cumpliera los dieciséis y superara uno de los ritos más importantes de la manada, porque así lo había indicado Eelil, la madre loba; y lo segundo, que en algún momento tras terminar el instituto, la mordería para convertirla en una de ellos. Sería al fin un miembro de la manada y estarían juntos para siempre.

Un buen día se enteró de que, al parecer, el rito no era tan importante para él, porque se había acostado con una compañera de clase. Recordaba con claridad entrar al instituto y sentir el peso de varias miradas sobre ella, así como el de los cuernos imaginarios que visualizaban sobre su cabeza. Había llorado durante semanas. No tanto por la traición porque —al menos de forma literal— jamás habían hablado de ser novios. Simplemente estaban juntos. Sin más. Sintiendo que todo era tan correcto que las palabras carecían de lugar. No, lo que dolió fue darse cuenta de que había vivido en un engaño, porque un Dhem jamás traicionaría a su pareja tras encontrarla, incluso sin el vínculo de la Annyel. Y se quedó, porque la misma parte de sí que odiaba con todas sus fuerzas lo que había hecho, también odiaba la idea de alejarse de él. Se contentó con su amistad, y después —cuando alcanzaron una nueva normalidad—, con los besos que le regalaba. Se quedó por el diminuto consuelo de que siendo solo su amiga no la apartaría de su lado, sin importar la cantidad de faldas que persiguiera, porque esas eran distracciones pasajeras.

Por eso estaba furiosa. Le había costado dos años hacerse a la idea. Dos años en olvidarse del sueño de ser una mujer loba para estar juntos y seguir con su vida más allá de la manada. Había estado a punto de caer el verano anterior cuando él centró toda su atención en ella, derritiéndose en sus brazos y dispuesta a una oportunidad más hasta que la realidad volvió a estallarle en la cara.

—No me miréis así. Llevo la razón. Ya he acabado con esto —declaró y su rostro volvió a llenarse de carmín al detectar las miradas de las chicas: no la creían ni un poco.

—Nosotras deberíamos estar hablando de cada detalle de tu primera vez, pero está bien, esperaré hasta que termines la pataleta. Entonces ¿qué vas a hacer mientras tanto? –preguntó Avril. Los ojos castaños, con diminutas pinceladas de sol alrededor de las pupilas, eran el reflejo de la paciencia. Necesitaba mucha para lidiar con Nina durante sus crisis y a diario con Chanel siendo Chanel.

—Hablar con Karen y Gary. Con un poco de suerte uno de los dos puede resolver esto. —La chica asintió para sí misma. Sonaba como un plan.

—O puedes disfrutarlo y averiguar cómo acaba —sugirió Chanel—. No es como si James fuera a soltar su huesecillo masticable.

«¿Huesecillo masticable?»

Chanel sonrió ante su mirada ofendida.

—Relájate, pelirroja. Podría ser mucho peor. Podría ser otra chica quien llevara su marca.

La voz de Chanel siguió en su mente durante las clases y su cerebro solo pudo concentrarse en eso y en James haciendo todo lo posible para alterarla mientras jugaba a enrollar los dedos en los largos mechones rojizos de su pelo, sonriendo cada vez que la chica se giraba en la silla para darle una mirada fulminante. Chanel tenía un punto. Estaba enfadada por llevar su marca, aunque la posibilidad de ver a otra hacerlo... Nina se estremeció. Llevaba dos años temiendo algo así.

Sentada sola en una mesa del rincón de la cafetería, lejos de la atiborrada mesa que solía ocupar junto a sus amigos durante el receso, la expresión aturdida seguía dibujada en su rostro. Tenía un libro abierto en las manos, pero sus ojos no habían recorrido siquiera la primera frase. Se tocó los labios mientras recordaba el beso de James, odiando la pequeñita parte de sí que se resistía a enfadarse. Era el nido de toda la esperanza que se había esforzado en aplastar. Y sentir el sabor de la adrenalina que impregnaba sus venas la aterraba. Esto es malo, pensó.

No pudo seguir hundiéndose en una espiral de lamentación porque el sonido estridente de una silla al ser arrastrada la distrajo.

—Bueno, ¿a qué se debe nuestro cambio de mesa? —preguntó James con completa tranquilidad.

Atrajo la bandeja frente a ella tras sentarse a su lado y empezó a devorar la pizza. Nina se maldijo mientras lo miraba. Su subconsciente la había traicionado y terminó cogiendo comida de más, la suficiente para los dos porque los lunes le tocaba a ella. Al ver la completa pasividad con la que masticaba no pudo contenerse: cerró el libro y lo usó como arma para darle con fuerza en el brazo. James soltó un quejido.

—¿Otra vez? —Hizo un mohín—. Me gustaría que todas esas personas que te dicen dulce y tranquila te vieran ahora. Ya es hora de que se enteren de que eres una mujer violenta.

—Eres tú, sacas lo peor de mí —gruñó. Y también lo mejor, pero eso no le interesaba en aquel momento—. Y es mi mesa. Hazme el favor y lárgate.

—¿Por qué? —Lucía realmente sorprendido. Su mano se detuvo en el aire mientras la miraba sin dejar de parpadear y el queso empezó a deslizarse hacia sus dedos. Volvió a dejar la rebanada en el plato y después se relamió las yemas, sonriendo al ver que ella seguía el movimiento de su lengua.

—¿Por qué? —Nina dejó el libro con suavidad sobre la mesa. Bajó la voz—. Quiero que sigamos siendo amigos después de que toda esta tontería de la runa se resuelva. Los amigos no se dan besos en el pasillo frente a todos...

—Yo siempre te he besado frente a todos —se defendió James.

—...sus compañeros —siguió, como si no lo hubiera oído—, menos cuando todos murmuran sobre una relación inexistente. Los amigos no protagonizan vídeos virales. Ni se ponen marcas de posesión.

—¿En serio? Cambiemos eso.

James agarró el borde de su silla con una mano y tiró de ella para que estuviera más cerca sin el más mínimo esfuerzo. Lo bastante cercanos como para que una de las piernas femeninas se encajara entre las suyas. Se inclinó como si fuera a besarla, aunque al final se dirigió a su cuello. Nina sintió el calor de sus labios incluso a través de la bufanda y como si pudiera reaccionar a su roce, la runa estalló en llamas. Oyó un jadeo, y después de un momento se dio cuenta de que era ella quien hacía ese ruido.

Con lentitud, la chica desprendió el agarre de sus manos sobre la camisa de James, sin saber cuando había intentado atraerlo hacia sí. En lugar de apartarse terminó escondiendo el rostro en su pecho, consciente de que eran la atracción del día y con la piel tratando de alcanzar un rojo tan profundo como su pelo.

—¿Quieres dejarlo ya? –espetó. Podía sentir algo en la runa, un despertar que estaba enviando inoportunas palpitaciones a las partes más femeninas de su cuerpo. Cada latido estaba impregnado de James, una esencia única dispuesta a adueñarse de ella por completo. Se estremeció. Si empezaba a sentirlo eso solo podía significar una cosa: que la marca se estaba afianzando.

—No me apetece.

Nina se quedó en blanco al incorporarse y ver la sonrisa intransigente que curvaba sus labios. Esa sonrisa siempre le hacía perder el norte; James se había escaqueado durante años de los problemas cada vez que la veía, porque lo único que podía hacer era derretirse como una estúpida.

—Quiero seguir siendo tu mejor amigo, pero también quiero lo demás. —Posó los labios sobre los de ella durante un segundo—. Me da igual lo que piense el resto del mundo. Grita y después arreglemos las cosas, por favor.

Supo que se había equivocado cuando sus hombros se tensaron y ella alzó la barbilla. Nina empezó a recoger sus cosas.

—¿Adónde vas?

—Lejos de ti.

—No, quédate y come. Tienes que alimentarte —dijo con una firmeza que la desconcertó. Extendió una mano para atrapar la de ella—. Me comportaré de momento, lo prometo, solo quédate.

Nina se llevó una mano al cuello, sobre la marca y lo miró con gesto ausente.

—Realmente puedo sentirte. Es... Es extraño. Solo sé que eres tú, justo aquí –murmuró.

—Eres mi pareja, siempre vas a reconocer mi esencia –dijo James con suavidad, complacido. Se llevó su mano a los labios para darle un beso mientras ella lo miraba aturullada por la felicidad en la runa—. ¿No ves que soy sincero?

—Lo que veo es que esta cosa puede influir bastante en mis decisiones. —Nina apretó los dientes, como cada vez que la llamaba ''pareja'' y esa vez fue James quien sintió el dolor manar de ella. Se removió incómodo. Siempre podía intuir lo que pensaba por lo bien que la conocía y también por los cambios en su olor, pero aquello era distinto y también nuevo para él.

—Ven a verme después del entrenamiento —pidió, aún sin soltarle la mano—. Por favor, tengamos una... una cita. Hablemos con calma donde nadie pueda vernos.

Esa vez cuando ella se levantó para irse, James no la detuvo. 

«Soy estúpida —pensó Nina—. Estúpida y débil».

Acababa de dejar todos los trabajos de sus compañeros sobre la mesa de la señora Galloway, la profesora de lengua y tras cumplir sus deberes como presidenta del club de lectura, lo único que debía hacer era regresar a casa. Y en cambio allí estaba, caminando en dirección al campo de fútbol para encontrarse con James temblorosa de frío, empujada por aquella parte de si que no quería vivir con la duda sobre qué habría pasado de haber accedido. Y los mensajes que llenaban su buzón dejaba bien claro que él esperaba que fuera.

Cuando llegó allí su ceño se frunció. Las animadoras estaban en su rincón de siempre, junto a las gradas, su sorpresa fue ver a los jugadores no muy lejos de ellas, reunidos en un círculo mientras estiraban. Esa fue la razón por la que James pudo salir corriendo hacia ella. Si la enorme sonrisa aliviada que adornaba sus labios no la hubiera aturdido, habría esquivado el abrazo de oso que le dio y también el beso que hizo que hasta los dedos de los pies se le encogieran. Nina oyó silbidos masculinos junto a un montón de exclamaciones obscenas y también punzantes miradas femeninas.

—Empezaba a pensar que no vendrías —dijo James. Se le marcó un hoyuelo al ver cómo ella lo miraba, enfadada por el beso y erizada por las manos que habían reptado hasta su trasero y que no tardó en apartar.

—Tenía que entregar los trabajos. ¿Por qué aún estáis calentando? —preguntó. Él no lucía como alguien que había estado ejercitándose.

—Estábamos con el libro de tácticas. Solo vamos a hacer algunos pases, en treinta minutos podré irme —explicó él, sin dejar de mirarla—. ¿Estás bien? ¿Has comido correctamente? Deberías haber ido a casa conmigo.

—La comida de mi casa es igual de buena, aunque no me quejaré si nos prestáis a Marc. ¿Por qué esa obsesión con mi dieta de repente?

James la miró con intensidad, queriendo decírselo, pero se contuvo. Terminó sonriendo despreocupado ante todo el recelo que punzaba desde la runa. Nina chasqueó la lengua.

—Voy a sentarme ahí y me pondré a leer. O puede que me vaya.

—Estás helada —murmuró James, ignorándola. Se sacó la sudadera del equipo y se la dio—. Póntela.

Nina no protestó. Él no pasaría frío si no lo deseaba, además de que pronto estaría corriendo y saltando por todo el campo, y que ella no era tan ingenua como para creer que el entrenador Collins —también conocido como el hombre lobo espartano— los dejaría irse en tan solo media hora. James le dio un beso en la mejilla y después regresó junto a su equipo mientras ella se dirigía a las gradas.

Se sentó en la parte más alta, absorbiendo la suavidad de aquel sol de otoño con alegría. Por alguna razón un baño de luz y calor siempre conseguía hacerla sentir mejor, y ni siquiera las miradas fulminantes de las animadoras podían estropearlo. Conocía la razón de su ira, por supuesto: la sudadera. Era costumbre que los jugadores les dieran una de sus camisetas del equipo a su novia después de unos partidos. James apenas esperó tres antes de darle a Nina la suya cuando fue titular en su primer año. Y era la única a quien se la había dado.

Nina intentaba asistir a cada partido que podía y siempre llevaba puesta su camisa. Jamás lo admitiría, pero disfrutaba en secreto cuando su novia del momento se peleaba con él por eso. James prefería alejarlas de si antes que pedirle que dejara de usarla. También tenían otra tradición. Se sentaba en la fila más baja para que él corriera a darle un beso en la frente a cada touchdown marcado (lo que enfadaba aún más a las otras). Ver que le daba la sudadera, sumado a los rumores de un noviazgo que James no dejaba de alentar, debía escocer.

Pese al revuelo emocional que la embargaba, Nina le sonrió a Avril, que la saludaba desde su lugar junto a las animadoras. Por la sonrisa pícara de su amiga supo que no era la única disfrutando del celo de las demás.

Nina intentó leer durante el tiempo en que estuvo allí sentada, aunque al final fue incapaz de apartar la mirada de James. Su cuerpo era puro músculo, fuerza y ferocidad. Cada uno de sus gestos contenía una elegancia salvaje que atrapaba toda la atención. Y cuando corría era como ver a un animal grande y peligroso al acecho, un lobo siempre hambriento de más. Él disfrutaba del ejercicio físico, como la mayoría de los hombres lobo. La sonrisa en su rostro, junto a la camisa ridículamente ajustada, componían un digno incentivo para guardar el libro y babear mientras fingía estar aburrida. Solo lo miró sin pensar en cosas innecesarias, como si nada hubiera cambiado.

Una hora y media después se dirigieron a la prometida cita. James la arrastró a un día tan perfecto que la chica enamorada que era olvidó todo los problemas y de que debían hablar, para solo divertirse junto a él. Fueron al cine, a cenar y luego terminaron en Harry's Park después de comprar yogurt helado. Hacía demasiado frío para ello, pero sus labios lo pedían a gritos. Estaban hinchados y algo adoloridos después de una tarde llena de besos.

Nina se lamió el labio inferior. Ni el yogurt ni la fría brisa nocturna conseguían calmar la rojez en su piel. Los besos habían dejado de ser apresurados conforme pasaba el día, mientras ella se enredaba más y más en la red que tejía con habilidad a su alrededor, incapaz de huir. Era fácil ansiar eso pese a los riesgos.

James la miró de reojo cuando la alegría en que se había sumergido la runa de enlace empezó a menguar y el gesto de la chica se ensombreció. Dejó de hablar cuando la conversa se volvió unilateral, él mismo sintiendo el gélido toque de la sombra de la duda que había conseguido mantener a raya durante las horas pasadas. Apretó con suavidad la mano femenina abrigada dentro de la suya, más grande y algo áspera por el constante uso de una espada incluso con su capacidad de regeneración, conduciéndola hacia uno de los bancos junto al lago.

—Tardes como las de hoy serán nuestra normalidad en cuanto dejes de enfurruñarte ¿sabes? —dijo en lugar de abordar el asunto.

Nina miró más allá de él, al manto de satén líquido en el que se había convertido el lago, apenas visible por los destellos de luz que la luna arrancaba a la superficie sedosa, y luego a los árboles iluminados por las farolas. Aún estaban mudando y los vestigios del otoño se manifestaban en solitarias hojas color ocre que se agitaban con el viento, tan vulnerables como ella.

Se alegró de que estuvieran en una parte tan recóndita del enorme parque, así nadie tendría que presenciar algo que podría convertirse en una discusión acalorada. A esas horas la gente no solía adentrarse tanto como lo habían hecho ellos, menos en noches tan oscuras como aquella. El parque lindaba con la punta del bosque y de vez en cuando algún animal curioso aprovechaba la oscuridad para explorar; por supuesto, no era como si ninguno de los dos temiera el ataque de un lobo.

James suspiró.

—Tengo una cosa de la que hablarte —dijo, justo cuando ella abrió la boca para enumerarle las razones por las que no podían estar juntos—. Es importante.

—Si vas a decirme otra vez que es correcto que estemos juntos, ahórratelo.

—No, no es eso. —Se mordió el labio inferior, con la tensión adueñándose de sus rasgos porque no estaba seguro de cómo se lo tomaría, después de todo era un regalo inesperado que cambiaría sus vidas para siempre. Solo esperaba que no se enfadara más—. Creo que... seguro que te estás sintiendo distinta ¿verdad? Que hay cosas extrañas ocurriendo con tu cuerpo.

Nina volvió a cerrar la boca. Pensaba que la había llevado allí para que hablaran de su relación. Su expresión se aligeró, después de todo aquello también era importante.

—Oh, vale. Así que lo sabes. Y yo que pensaba hablarte sobre ello en la fiesta hasta que... bueno, eso. ¿Qué fue? Podrías haberme avisado ¿sabes? Estuve a punto de preocuparme. ¿Tardará mucho en pasar?

—¿Qué? —James la miró confuso, después de todo quería hablarle de algo que había pasado después de la fiesta—. ¿De qué estás hablando?

—¿De las sombras que me causan dolor de cabeza y las luces...? —Al ver que la miraba perdido, Nina frunció los labios—. ¿De qué estás hablando tú?

—No de eso. —La miró fijamente, alerta—. ¿Sombras que te causan dolor de cabeza?

—Sí, no parece natural así que pensé que podría haber tocado algo en la mansión e iba a preguntarte sobre ello en la fiesta, solo no encontré el momento. ¿Entonces de qué querías hablar?

—Eso puede esperar. Dime qué ocurre y cuando empezó —exigió.

Aun con una mirada confusa en el rostro, Nina empezó a hablar, contándole sobre el momento en que comenzó a ver esas cosas, lo que ocurría en cada ocasión y sobre cómo había despertado un día con las venas encendidas bajo la piel, formando una telaraña hecha de luz. Para cuando terminó de hablar el rostro de James era muy serio.

—No tienes idea de lo que estoy hablando ¿verdad? —preguntó, empezando a preocuparse.

—No. —James se levantó, tirando de ella para que se pusieran en marcha—. Vamos. Será mejor que hablemos con mis padres.

—¿Debo asustarme? —Lo vio sacar el teléfono móvil del bolsillo y teclear a toda velocidad con la mano libre.

James no la miró, pero a Nina no le hacía falta que lo hiciera. Sentía el temor naciendo desde la runa. 



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