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Enfrentamientos


—Hay un lugar al que debo ir —musitó Isabel con la frente en alto tratando de que el miedo se ahogara en su garganta para no emerger.

Anne Marie ladeó la cabeza con la sorpresa en sus ojos y sus labios entreabiertos, más no sucedía lo mismo con Blake. En algún momento llegó a creer que eso pasaría, no lo había pensado mucho tampoco comentado ni dejado salir a la luz, pero sabía mejor que nadie que el hospedaje de Isabel terminaría pronto. Quería creer que sería para volver con Grasso tal como Anne Marie suponía, más no era así. Lo veía en sus ojos, en su posición y su respiración. El asintió y Anne no pudo hacer más que despedirla con un cálido abrazo.

—Iré contigo. Quiero asegurarme que llegues a tu destino —murmuró.

Isabel asintió con una dolorosa sonrisa en sus labios. Extrañaría a los Blake, las paredes que la acogieron, la humildad y la calidez con la que la protegieron.


Caesar giró sobre sus talones escuchando el rugido del viento al ser cortado por un sonoro silbido. Lo había sentido incluso antes de acercarse a él. Olió su aroma entre los tantos que se paseaban en aquella zona de la ciudad y, finalmente, lo vio delante de él. Tenía una sonrisa segura en sus labios más sus ojos brillaban de emoción. Nathaniel sentía la emoción correr por su sangre incluso antes de acercarse a aquel hombre al que ya una vez enfrentó. En aquella ocasión, Caesar había recibido heridas profundas, pero no lo suficiente para matarlo. Nathaniel igual, pero como todo inmortal, se recuperó tan rápido como le fue posible.

Caroline podía entrever lo que sucedía fuera del recinto. El ambiente estaba cargado de sensaciones, momentos, aromas y por sobre todo: sed. Un vampiro avanzó con rapidez hacia ella. Giró sobre sí clavando sus garras diagonalmente desde su abdomen hasta el pecho del individuo. Sintió la sangre del extraño correr por su brazo. Sangre negra, muerta. Sacó sus garras al tiempo en que otros se abalanzaban a ella y su corazón se desbocaba con gracia en esos minutos. Precisos minutos en que debía dejar salir lo que siempre había ocultado. Y lo odiaba. Resultaba detestable para ella ver como su carne se expandía y su cuerpo cambiaba relativamente, era austero y una imagen soez que no quería mostrar, pero que en todo caso debía hacerlo.



Isabel se movía al son del carruaje por cuanto bache pasaba sus llantas. Con Blake frente a ella, el hombre solo la observaba como escudriñando en aquellos ojos del color de un agujero. Se sonrió al tiempo en que ella lo notaba, aún más cuando notó el estremecimiento de su cuerpo. Hacía frío, pero no el suficiente como para hacerla temblar. Tenía miedo. William esperaba que su temor fuera por el lugar al que había pedido ir y no por él. Aunque sus miradas, alejada de él y envuelta en los ventanales cubiertos del carruaje y sus manos sostenidas una sobre la otra, le daban otra sensación.

—¿Hay algo que quieras decir, Isabel? —preguntó.

Ella lo miró por un segundo y negó.

—Anne Marie te extrañará, por favor visítala.

—Lo haré —contestó ella segura pero miedosa.

—¿Cómo fue? —inquirió él relajándose en el asiento haciendo uso de una voz melodiosa pero venenosa.

—¿Cómo fue qué? —susurró indagando con los ojos abiertos. Acusadores y temerosos.

Él suspiró.

—Creo que nunca te conté cómo llegue a ser William Blake.

—No...

—No soy noble de cuna, Isabel —confesó.

Había notado las dudas en su mirada. Sus ojos inquisitivos ahora sorprendidos por él

—Yo vengo del lado más profundo, horrendo y tosco de la ciudad. Del lugar donde la muerte es tú amiga y te acuestas con ella esperando que no te lleve así como a los demás. Todos los días eran de temor, todos los días esperando que sucediera algo —susurró recordando. Resopló negando—. Reconozco cuando alguien ha pisado el charco de estiércol que dejan los carruajes de los altos señores o cuando han visto la muerte porque la han tenido a su lado, durmiendo placenteramente.

—¿Cómo... fue que...? —preguntó ella.

—Mi madre murió de tuberculosis y mi padre... —sonrió cabizbajo—. Quién sabe de qué murió mi padre —comentó observándola—. Tuve la dicha de tener tíos, pero hubiera preferido seguir los pasos de mi madre. Rogaba todos los días porque la muerte me llevara. Si ya dormía a mi lado, el siguiente paso no me iba a molestar. Sin embargo ella no lo hacía —rezongó—. Me temo que prefería verme sufrir. Dormía en las caballerizas de mi tío. Hacia los quehaceres del hogar, hacía lo que mis primas debían hacer, incluso hacía lo que mi tía debía hacer —comentó con ojos perversos—. Hasta que un día, luego de muchos años de maltrato y abuso, fui recompensando. Mis tíos y primas murieron. No precisamente de tuberculosis. Ellos me acogieron. Ellos me dieron un hogar nuevo. Al principio fui el juguete, la nueva adquisición, luego me convertí en su hijo, en su hermano y al final, me convertí en su única familia. Me apoderé de su apellido, de sus riquezas, me dieron su confianza y sus secretos.

Isabel contemplaba la mirada de William Blake como la de un hombre diferente. Notaba en ellos lo que siempre había visto en Vincent, una mezcla peligrosa que la hacían desear correr pero que inevitablemente jamás intentaba.

—Sé quién es Gabriel Grasso, sé bien que es igual a quienes estuvieron a mi lado.

—¿Qué pasó con ellos? —preguntó mordiéndose los labios después de haberlo hecho.

—No lo sé. Solo se fueron...

—¿Jamás...?¿Por qué te dejaron vivo?

—¿Por qué te dejaron vivir a ti?

Isabel cerró los labios frotándose las manos

—No sé qué planes tienen ellos, Isabel. Estoy seguro que mi vida les pertenece aun cuando hayan marchado hace mucho tiempo. Ellos volverán. —William respiró hondo contemplando el cabello de Isabel, sus ojos profundos, su mirada enternecedora. Sonrió benevolente, pero ocultando sus pensamientos de sus propios ojos—. Aunque sé bien qué clase de persona es Grasso, no puedo distinguir a Elio Graham —musitó en un tono bajo pero preciso—, estoy seguro que no es nada igual a lo que alguna vez conocí.

Se acercó a ella tomando su mano. Observando la fragilidad desbordante de Isabel y también mostrando confianza. Lo mínimo necesario para que ella creyera en él.

—Confía en mí. No te desprotegeré, no permitiré que nadie te toque ni que quieran tomarte. Por favor, dime: ¿Quién es Elio Graham, Isabel? ¿Realmente es tu hermanastro?

Isabel se alegró cuando el carruaje se detuvo, cuando supo que se encontraba en el lugar que Elio había indicado y no sabía por qué. Blake le había mostrado la amabilidad de la nobleza, su confianza y su alegría. Era una de las personas más sorprendentes y atentos que había conocido, pero los minutos dentro del vehículo, sus palabras y el aura que emanaba la hacían dudar. Quizás frente a ella se encontrase una salida. Una forma de alejarse de todo cuanto representase Grasso y Graham, la manera correcta de alejarse de ambos seres ¿Qué podría detenerla de tan esplendida oportunidad? Qué podría hacerlo a no ser que aquel sentimiento viejo y olvidado se estuviese removiendo en su interior nuevamente. La curiosidad, la intriga, la sensación de familiaridad.

—Es mi hermanastro, señor Blake —comentó con seguridad.

Aspiró profundo peleando con su fuero interno, escuchando las palabras que habían salido de su boca una y otra vez hasta ser creídas.

—Entiendo —respondió él. 



Gabriel era una sombra rotunda y jovial que se movía por el lugar aludiendo a una danza. Sentía la emoción del momento, la conmoción arraigada de tener a tal personaje finalmente frente a él y como si fuese un regalo, una casualidad o simples deseos caprichosos, había llegado hasta él de la manera más inocente y absurda. Pero allí estaba.

La razón por la cual se movió veloz sin mediar palabras.

Grasso fue tajante y desconcertante aunque Elio pudo esquivarlo y en cambio él asestó en el acompañante del lobo. Mathias fue capaz de interceptar el golpe de Gabriel aun recibiendo el filo de un cuchillo que portaba. La herida no era severa, la mirada de Mathias mostraba su capacidad. Tomó por el cuello al hombre quien sonreía viendo los filosos ojos del acompañante mientas Elio fijaba la vista en la escena. Habría querido desgarrar cada parte del cuerpo de Grasso con sus propias manos, deseaba el momento para hacerlo y no dudaría en tomar aquella oportunidad.

Pero cuando menos lo pensó, todo dio un giro distinto.

Grasso se zafó del agarre de Mathias en un movimiento rápido. Tomó del brazo del chico haciendo que se retorciera entre que sus ojos, violentos y sagaces, se fijaban en Elio. En aquella única persona a la que deseaba desagarra y echar a una hoguera. El hombre que le alejó del delicado ser que mantuvo a su lado por días. Su error, probablemente, fue el no hacer caso de las palabras de Vincent. Intentar conseguir algo que sabía bien no lograría si él volvía a aparecer, pues como dos polos, ambos se atraían demasiado para poder evitarlo.

—¿Dejarás que muera? —investigó—. ¿Dejarás que se desangre en mis manos como dejaste que el resto de los tuyos lo hicieron?

Sonrió ampliamente venciendo la templanza con la que Elio observaba la escena, rompiendo su tranquilidad y haciendo que el hombre caminase dando grandes zancadas hacia él. Gabriel soltó al joven lanzándolo lejos, esperando el momento en que Elio lo atacase.

Esperando el instante de asesinarlo.


A pesar de su tamaño, Caesar era un hombre ágil, pero Nathaniel lo era aún más. El ayudante daba golpes certeros capaces de levantar grandes capas de tierra por cuanto su arma se estrellaba contra el suelo, pero Nathaniel era una pluma en el aire que levitaba ante el ataque inminente. Cuando el flanco de Caesar se vio desprotegido, él aprovechó la oportunidad. De sus mangas emergieron dos dagas que fueron a dar justo a su cuello, aunque Caesar se había movido para enfrentarlo, no pudo evitar el asesto de tal golpe.

Nathaniel recibió una profusa herida en su costado izquierdo. Notaba la sangre del color de las sombras emerger de su abdomen más el dolor no lo sentía. No como quizás lo haya sentido su oponente.

La sangre era un aroma que Caroline no se había dado a la tarea de disfrutar, siempre trató de ocultar aquel placer tan visceral, sin embargo en ese entonces solo podía hacer eso. Disfrutarlo. El líquido se movía por sus garras con total lentitud mientras los cuerpos yacían dispersos por los suelos con sus extremidades lejos unas de otras y el aire viciado ocupando sus pulmones.

El último de los vampiros que quedaban en el lugar bajó los peldaños uno por uno. No sostenía su herida, mucho menos reflejaba dolor. Solo sentía la vana sensación que le provocaba enfrentarse a uno de ellos. Caroline contempló al hombre frente a sí. Sus ojos tan dorados como la luz de las velas se incrustaron en el delgado cuerpo del sujeto.



—Parece que no hay nadie, ¿te quedarás aquí? —preguntó William observando a su acompañante. Isabel habló sin temor al cubrir a Elio y esa misma confianza empezaba a apoderarse de ella ¿Qué había cambiado?

—Si —contestó.

—No puedo dejarte aquí a solas, Isabel, ven de regreso. Volveremos más tarde. —Se acercó a ella extendiendo su mano. Ella tragó rechazándolo.

—Lo ha dejado muy claro, señor Blake —musitó—, vengo de un lugar distinto a este. No puedo cambiar eso, así que bien puedo sobrevivir a unas horas en la calle. —Blake sonrió complacido se posó frente a ella sin vacilación.

—No esperaba menos de ti —comentó finalmente. Tomó su mano en una breve reverencia—. Si algún día llegases a necesitarme, Isabel Wright, ven. Puedes confiar en mí.

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