Danzas - Parte IV
Las vastas edificaciones embelesaban los ojos de Haziel de forma en que no podía dejar de observar su alrededor. Aquel lugar estaba lleno de un aura que la transportaba y la hacía abordar cuanto deseo fluyese por su cuerpo. En el poco tiempo que tenía en Roma había sentido la fuerza y la benevolencia de su pueblo, más no lo más importante para ella: la presencia de los suyos.
Su viaje había sido tan casual como el de cualquier mortal. Agradecía aquello aunque también la irritaba. En antiguas épocas la tranquilidad hubiera sido cosa de instantes, segundos donde la sangre y el sabor de la carne colindasen sus papilas con gran entusiasmo. No creía poder extrañar tal sensación, pero lo hacía. Quizá por el tiempo que estuvo recorriendo los pestilentes callejones de Paris o porque fuera su naturaleza, aquella sensación formaba parte de sus más grandes satisfacciones.
Jhosep se movió hasta ella como un fantasma viéndose al lado de la fémina. El final del día les otorgaba un poco de su luz. Además, Haziel se esmeraba en ocultarse tras un paraguas de tela floreal. Se sentía extraña en aquel traje tan rimbombante, no obstante le daba la completa razón al hombre a su lado cuando se vio en la ciudad.
—¿Has escuchado algo? —preguntó con su mirada en un par de personajes que parecían saber de sus ojos insistentes.
—Poco, relativamente poco —respondió—. Alan no ha hecho de las suyas. Ha de seguir en su largo letargo esperando a ser despertado.
—¿Eso crees? —inquirió en un murmullo.
—Eso parece, Haziel, ¿por qué?
—Tengo la impresión de que ellos saben algo.
Su vista no se apartaba de aquellos dos. Hombres de contextura fuerte y mirada intrigante. El primero portaba un sombrero de copa detrás de la cual ocultaba parte de sus ojos, aun así Haziel notaba la seriedad en su mirada. El segundo era un poco más menudo sin dejar de verse atlético. Portaba guantes de cuero, una cabellera lacia de color rojizo que se ataba a un lazo.
—Vampiros —escupió Jhosep.
—Veamos al mundo a través de los ojos de las cenizas, Jhosep. Frágiles e inocentes, soltaran vocablos cuando vean su sangre en nuestras fauces —señaló sonriente.
Haziel se movía con gracilidad atravesando la distancia que los separaba del par. Aquellos dos intercambiaron miradas.
La menor de los Asselot se caracterizaba por su astucia, inteligencia y por sus propios intereses. Solo le costó un par de minutos poner a prueba los secretos que ocultaba el par. También les costó a ellos pocos segundos darse cuenta de que trataban con un enemigo natural. El pequeño ajetreo entre los tres tomó los angostos callejones con una Haziel recorriendo los adoquines mientras Jhosep asestaba a uno de ellos. Con un movimiento rápido lo lanzó contra la pared. El hombre caía de bruces sin herida alguna, fijó su vista en la de su enemigo. Jhosep ladeó la cabeza contemplándolo con insolencia. Aquel hombre no representaba un verdadero enemigo para él, mucho menos alguien con quien mostrar sus capacidad. Con tan solo un rápido movimiento rodeó el cuerpo del vampiro clavando sus garras en el marmóreo cuello del hombre.
Haziel danzaba alrededor de aquel ser con una sonrisa contagiosa en sus labios y la luminiscencia en sus ojos. No dejaría que se escapara de sus manos, mucho menos que lo hiciera sin dar información alguna. Le era necesario saber qué había sucedido en la ciudad, pero también tener la satisfacción de divertirse por unos pequeños segundos. Instantes en que la mente del vampiro planeaba un asalto poco productivo. Haziel se movió cayendo sobre él. La fuerza de aquel hombre era mínima, poca e insolente. Se regodeaba de lo débil que podía ser cuando había luchado contra otros de fuerza superior.
El hombre intentó defenderse lanzando un golpe al aire que ella supo evitar. Se alejó con velocidad para luego recibir un golpe en su abdomen. Haziel sintió el aire escapar y la malicia removerse en su interior.
Largas garras hicieron del rostro del vampiro una presa fácil. Haziel se movió esquivando cuanto golpe intentaba él. Sus manos tomaron el cráneo de aquel ser ejerciendo la fuerza suficiente como para hacer gritar de desesperación al pobre sujeto.
Debilidad.
Eso veía en sus ojos. Debilidad y miedo. Ellos se habían vuelto miedosos al verse libres sin que alguien pudiera asesinarlos. Eran tan dóciles como sus clanes. Eran perfectos tal cual.
—Alan Asselot —murmuró Haziel sin soltarlo—. Debes saber de quién hablo.
—Lo están buscando —escuchó detrás de ella. '
Notó la mirada horrorizada del hombre, una que le producía deleite. Terminó por desquebrajar cada ápice de su cráneo hasta ver la sangre engullir las comisuras de los adoquines, pisoteó con alegría enfermiza el resto de su cuerpo girando sobre sus talones.
—¿Te ha dicho dónde?
Jhosep levantó la comisura de su labio asintiendo. Haziel se alejó del estrecho callejón con un Jhosep observando por última vez la imagen del vampiro destrozado sobre los pálidos adoquines.
Clarisse observaba la poca luz que brindaba la noche desde un edificio antiguo, de líneas en espiral y belleza redundante; sus ojos se fijaban en cuanto hombre pasaba por las calles vivaces de la ciudad. Aun cuando su vista se iba en detallar a las personas, su mente se había quedado hacía varios días en América. En palabras mal sonantes, sensaciones de soledad y finales triviales. Había amado con fervor y lujuria, había asesinado con la misma intensidad solo por él; era capaz de todo cuanto se le pidiese solo por una persona. Alguien que había decidido sin ella poder protestar.
Rozó sus labios con la yema de sus dedos al sentir el aroma de la sangre agitarse a su alrededor más los pasos de alguien hizo que se detuviera. Vincent caminaba hacia ella dando pequeños pasos con una copa entre sus manos. A su lado, la ofreció. Clarisse hizo el ademán de tomarlo y girarse en torno a él.
—¿Cuánto tiempo más estaremos aquí? —preguntó ahogándose con el aroma del viscoso líquido.
—Cuanto sea necesario —respondió Vincent observando la inmensidad frente a él.
Su panorámica se llenaba de torres de paredes fuertes, grandes ventanales e historia. Podía respirarla como si estuviese en el aire.
—Te insto a que lo olvides —susurró Vincent en un tono consolador—. No solo tú has perdido a una pareja, posiblemente yo he perdido a un amigo.
—¿Cómo? —farfulló la mujer cerrando la copa en su puño.
—Él puede... llegar a aferrarse a algo con facilidad.
La copa resonó cuando cayó al suelo.
—Nos reuniremos en unas horas con Mikail. —Finalizó obviando lo sucedido—. Por favor, no digas nada imprudente.
La mirada de Clarisse traspasó al hombre.
—No pareces conocerme.
—Creo hacerlo, sin embargo esta versión de ti es diferente a quien creía conocer —resopló negando—. No sé de lo que eres capaz ahora, Clarisse, por eso debo atreverme a pedirte esto. Sé que te sientes ofendida. No necesito más problemas, con Gabriel es más que suficiente —apuntó.
—¿Nos hemos convertido en un problema para ti?
Vincent hizo de sus labios una mueca. Se acercó a la mujer tomando su rostro entre sus manos con suavidad.
—No puedo negar que siempre lo fueron.
Ella lucía un elegante traje blanco con hilos dorados y pedrería incrustada que realzaban la notable belleza la rubia. Veía la gran falda que rodeaba sus caderas además de sus manos llenas de cuanto accesorio era necesario. Una parte de ella se iba en preguntarse dónde había estado su error ¿Qué parte de ella resultaba desagradable a la vista de Grasso? Pero no la encontraba, probablemente porque no se trataba de su exterior. Resopló con una sonrisa suficiente colindando en sus labios, pues empezaba a compararse y bien era sabido por ella que no había necesidades de aquello. Jamás podría compararse a sí misma con cualquier otro ser, mucho menos si era tan frágil como siempre le había parecido, ¿entonces por qué perderse entre sentimientos de desolación? Preferir la muerte se volvía parte de sus pensamientos y deseos, algo que empezaba a desagradarle.
La Clarisse que ella conocía, como también lo hacía Vincent, no era tan débil.
Abarcó en pocos pasos el pasillo que iba directo a una puerta de tono cobrizo. La abrió con lentitud siendo embestida por el aroma fugaz que se regodeaba por cada rincón del lugar. Caminó hasta dar con las escaleras y toparse con cuanto ser podía reconocer. Versátiles, sanguinarios e inteligentes. Cada una de las personas que se movían a su alrededor compartían con ella un secreto guardado por años a los ojos de la humanidad. Era curioso verlos a todos reunidos, pues la realidad era que no hacía falta. Había pasado tanto siglos en los que encontrarse con cada uno de sus iguales era por el mero placer o coincidencias del destino, mas no porque fuera necesario como esa ocasión.
Se movió con pasos gráciles hasta dar con Vincent quien no dejaba de perder la vista en dos sujetos altos y sombríos. Clarisse contempló la línea hacia donde se perdía la vista de su compañero encontrándolo a ellos.
—Mariom y Lessandro —susurró la mujer.
Vincent asintió simplemente.
—Tendré una pequeña reunión con ellos y Mikail antes de dar por enterado a todos lo sucedido en Nueva Orleáns —aclaró el hombre.
—Si pidieras mi opinión, me parece que está demás anunciarlo —comentó Clarisse observando a cada uno a su alrededor—. Ellos ya deben estar enterados.
—Es lo más probable, sin embargo hay otros hechos de los que me pondré al tanto y que también serán anunciados.
—Han pasado muchas cosas —murmuró ensombreciendo su voz.
Vincent enfocó su mirada en la fémina a su lado advirtiendo las razones tras sus afirmaciones, la tristeza y el sentimiento que parecía consumirla.
—Clarisse...
—Solo ha sido un momento de debilidad. —Aclaró ella—. Gracias por todo, Vincent, has sido más de lo que imaginaba
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