Caminos
Gabriel lanzó una mirada consternada al cielo nocturno entre que sus dedos se movían al son de una moneda de cobre. Bajó la mirada cuando los ojos de Nathaniel se fijaron en él. Un sabor amargo recorrió su paladar, había esperado que todos y cada uno de los hombres de Mikail no estuvieran en Nueva Orleáns, creía que solo él y los clanes estarían allí, pero la presencia de aquel sujeto dictaba lo contrario. Notó una sonrisa socarrona en sus labios haciéndolo bufar.
—¿De cacería? —preguntó el hombre divertido.
—No, a diferencia de ti. No podemos llamar a eso una cacería.
El sujeto se sentó al lado de Gabriel.
—He conocido a alguien interesante —murmuró—. Se puede decir que es uno de ellos, pero me parece increíble que haya reprimido su necesidad.
—¡Oh! —bufó—. Caroline Salvier.
—¿Por qué sigue viva, Grasso?
—Lo viste —lanzó—. Salvier no haría nada para transformarse, odia su especie, se odia a sí misma, ¿vale la pena quitarle la vida? No, al contrario, le estaríamos haciendo un favor.
Nathaniel sonrió benevolente. Le agradaba Grasso, jamás lo había dicho ni demostrado, pero lo sentía cada vez que lo escuchaba y lo observaba a pesar de sus errores.
—Muy inteligente —esbozó—. Puedo preguntar qué hace aquí.
—Admiro el paisaje. Algunos del clan irán de cacería, quizá quiera acompañarles —murmuró con malicia.
—Déjeme ver cómo funciona para ustedes —rememoró—. Los clanes cazan mientras ustedes... esperan, ¿no es así?
—No —refutó—, no es necesario esperar, ellos saben a dónde deben llegar. Yo solo observo, Nathaniel, observo hasta que el aroma de la sangre se filtre con la del aire.
—No parece inteligente eso.
—Eso parece.
—Puedo hacer otra pregunta —sonrió—. ¿Dónde está su mascota?
Gabriel palideció —si es que podía hacerlo— y apretó los puños.
—¿Importa? —preguntó.
—Sí, pues mientras usted "admira el paisaje", qué hay de ella —susurra—. Señor Grasso, también soy un observador y es obvio que usted está muy aferrado a una simple humana.
—Está en un lugar al que todavía no me puedo acercar.
Nathaniel abrió los ojos con burla.
—La ha encontrado.
Gabriel asintió.
Sí, su aroma se había inmiscuido entre sus pensamientos y revuelto su universo cuando estuvo tan cerca de él. Solo debía hacer un ligero ademán, un movimiento insignificante para traerla de vuelta, sin embargo había preferido esperar. Nueva Orleáns ya no sería un lugar seguro ni para ella ni para él. Tenía muchas cosas que hacer antes de poder buscarla y partir del país; el solo hecho de terminar con sus deberes primero ocasionaría todo tipo de problemas.
Domar a los clanes nunca había sido fácil, seres de poca inteligencia, se dejaban llevar por la sangre y la muerte. Hacer que cualquiera de ellos saliera a las calles y se expusiera era tan similar a exponerse ellos mismos, por lo que eran mantenidos en grandes edificaciones encerrados de manera en que no pudieran escapar de tales sitios. El que Berckell haya encontrado a uno de ellos, le hacía ver lo fácil que se volvía para ellos escapar. Siendo así, uno de sus tantas labores sería asesinarlos. Siempre había encontrado que la muerte de tal banda de seres repugnantes era lo mejor para el resto de los suyos, sin embargo la mayoría había llegado a un acuerdo y su oposición no valió de nada.
Cuando el aroma férreo se mezcló con el aire gélido, Gabriel supo que los clanes habían estado haciendo su labor. Aquel aroma era una trampa, una en la que esperaba cayera la persona que se había tomado el atrevimiento de quemar uno de los tantos sitios donde los clanes se ocultaban. Tenía el pálpito de saber quién era y, si lo era, sabía que tarde o temprano llegaría a él. Siendo así esperaría el tiempo necesario a que él llegase.
Elio escuchaba desde la planta baja los gritos de horror emanados de la boca de Caroline y la sangre que recorría la madera hasta los peldaños para luego desaparecer. Se encontró con un Caesar malherido al que las vendas parecían poco para hacer que la sangre dejase de brotar por las heridas. El ayudante de Caroline fijó sus ojos en él sin cambiar un ápice la seriedad en su rostro.
—¿Quién fue?
—Un vampiro.
—¿Lo habían visto antes?
—No.
—¿Cómo era?
Caesar sonrió.
—Blanco.
Elio resopló saliendo de la habitación.
Acortó el camino por las escaleras hasta verse en la habitación principal de Caroline donde los gritos y la ira parecían ser más fuerte. El eco consumía su voz escapando a cada rincón de la habitación. Elio abrió la puerta encontrándose con la mujer en el suelo, de rodillas y con las manos llevadas al pecho, se mecían sobre si misma con la mirada atada al suelo. Caminó hasta ella levantándola. Observó sus ojos, rojos de ira carmesí al igual que su boca, mostraba el horror de su propia furia contra ella y su incapacidad.
—¿Qué te has hecho? —siseó.
—Matadme, Elio, hacedlo de una vez porque no podré seguir caminando por este valle sin sentir el deseo de odiarme.
Elio suspiró soltándola.
—Nathaniel —murmuró—. Así se llama el vampiro con el que te enfrentaste.
Caroline postró sus ojos en él ladeando la cabeza. Extrañada y poco convencida se arrastró hacia él.
—¿Has escuchado lo que he dicho?
Elio tomó el mentón de la mujer con suavidad.
—Déjalo salir la próxima vez, Caroline, o de lo contrario morirás. Caesar no te salvará todas las veces que estés en problemas.
—No puedo...
—Tienes que hacerlo —murmuró alejándose de ella.
—¿Qué sucedió?
Elio no respondió, tampoco lo haría. Sabía bien que quería saber Caroline, pero no se daría gusto de responder a algo del que no deseaba hablar. En lo que llevaba de la noche había estado en la consecuente búsqueda de las criptas, encontrándose con un almacén destruido y un hombre que poco o más bien nada le concedió. Lo único provechoso que podía sacar del día era haberse encontrado con Mathias, el chico había estado entre la manada de Zen, un hombre al cual era necesario temer, pero que siempre había tenido buenas relaciones con él.
Por otro lado empezaba a dudar de la existencia de las criptas. Quizá, había sido un rumor de aquellos con el único fin de atraer a los lobos que quedaban por todo el país. Una idea tentadora e idílica que podía atraer a inocentes a trampas mortales donde sufrirían el mismo destino. Podía ser así, podía estar perdiendo su tiempo buscando criptas fantasmas en vez de hacer lo propio y reunirse con el resto de los suyos, sin embargo el solo hecho de querer era muy poco. No sabía del paradero de nadie y enviar un telegrama a una dirección donde posiblemente no obtendría respuesta alguna no era la mejor de las ideas. Ellos podrían tener el control de todo, así como lo tenían de su hogar.
—¿Elio?
Caroline salía de la habitación arrastrando sus pies y goteando sangre sobre la madera.
—Debes ser capaz de moverte por ti misma —bufó bajando las escaleras.
La mujer cerró los labios con aprehensión restregándose las lágrimas. Debía dejar de parecer una chiquilla y comportarse, pero el miedo la hacía temblar más de lo que ella misma imaginó.
Siguió los pasos de Elio hasta verse frente a frente en el estudio. Él se dejó caer sobre una de las sillas con la vista puesta en la lámpara que adornaba el techo del lugar. Se reprimía sus instintos y deseos; aquel que le incitaba a ir tras una imagen.
—¿Es ella? —murmuró Caroline desde la puerta. Se tomaba de brazos observándolo con recelo.
—Ve a curar tus heridas —resopló deseando que su imagen se evaporara.
—Debe irse, Elio, ella debe salir —insistió.
—No sé de qué hablas —lanzó contemplándola.
—Lo sabes y sabes que tengo la razón —dijo en un murmullo—. Yo...
La observó esperando a que siguiera con la retahíla de ideas que llevaba, pero no lo hizo. Caroline se había quedado prendida en una vasta sensación que se removía por el aire. Notó una de las ventanas abiertas y corrió hacia ella, inspiró el air de las afueras de su hogar y cerró rápidamente sorprendiendo a Elio. El hombre se acomodó sobre sus rodillas y notó el acelerado golpeteo del corazón de la mujer.
—¿Caroline?
Giró asustadas, abnegada a decir algo por el simple hecho de que sus labios no querían moverse.
—No es nada —musitó—. Iré a limpiarme
Elio la siguió con la vista frunciendo el ceño. Olía el aroma de la mentira como si se tratase de algún vino.
París se había llenado de vastos rumores de muertes extrañas, aterradoras y dignas de una serie de novelas. El alboroto que estaba causando las muertes era un dulce que se meneaba en la sonrisa de Haziel. La mujer no podía evitar sentirse a gusto con las teorías que habían escuchado en boca de los franceses, sin embargo había algo que empezaba a molestarla y era Antoine. El hombre se había tomado el atrevimiento de hacer y deshacer según lo que creía correcto e incluso ella había salido mal parada luego de saber sobre el edificio quemado y, aunque deseaba adjuntarse los muertos de París, en ese caso la obra no le pertenecía.
Los clanes empezaban a buscarlos. Habían comenzado poco a poco, sin causar alboroto alguno que pudiera ponerlos en la vista de todo, pero tal parecía que ese hecho cambió con rapidez. Tanto como para hacer que, quienes estaban a cargo de ellos, se movieran por toda la ciudad. Los clanes eran un arma de doble filo que debía ser cuidado.
Haziel caminó hasta el edificio donde el resto de los suyos pasaba la noche sintiendo el irremediable deseo de salir de allí. Agradecía la benevolencia de Antoine y entendía que, a pesar de lo que ella quisiera, los pasos que daba aquel hombre eran los correctos, pero demasiado lentos en su opinión. Con ello presente mantenía una idea rondando su cabeza que empezaba a taladrarla hasta que finalmente se había decidido.
—El mundo arderá muy pronto —murmuró un hombre canoso a su lado. Sus ojos pequeños pero sabios la veían como quien pudiera mirar a través de su cuerpo.
—Ha debido hacerlo hace tiempo atrás —esbozó ella convincente.
—Nos confiamos, mi señora, tanto que ahora pagamos nuestro precio —dijo resignado.
—Jean ¿no? —El hombre asintió sonriente—. ¿A quién seguía?
El hombre amplió su sonrisa y dio varios pasos hacia ella.
—Elio Graham —contestó. Haziel observó al hombre escudriñando sus expresiones.
—Está un poco lejos de él.
—Pero vendrá.
—¿Cómo?
—Cuando sepa que estamos aquí.
Haziel sonrió brevemente.
—Cuando venga, dígale que lo esperaré al lado de mi hermano.
—¡Ah! Finalmente ha decidido marcharse.
La fémina frunció el entrecejo ofendida.
—No se moleste, mi señora, pero francamente sabíamos que no tardaría mucho en marcharse.
—Es usted un hombre sabio.
—El tiempo otorga sabiduría —asintió— y si me permite, lleve a Jhosep con usted. Él le será de ayuda.
Haziel se acomodaba el saco que llevaba puesto contemplando los rieles de su transporte. Había mucho camino que recorrer, no esperaba tener que acortar las distancias de aquella manera, pero Jhosep había sido convincente en ello. Tal como el viejo Jean, el hombre empezaba a mostrar su valía como guía. A pesar de que Haziel conocía los caminos que unían a Italia con Francia, hacía relativamente poco que había pisado esa nueva época, por lo que desconocía en parte los avances que habían hecho los hombres. Jhosep en cambio no, el hombre se había convertido en un viajero errante y había recorrido gran parte de Europa.
—Creí que seguías el plan de Antoine.
El hombre ladeó la cabeza sin perder de vista a la fémina.
—En cierto modo, aún lo hago, Antoine cree que en primera instancia debemos localizar a Elio...
—Y luego a mi hermano.
—Pero si nos dividimos acortamos tiempo y tiempo, mi querida Haziel, es lo más preciado por estos días.
Ella asintió convencida de las palabras de Jhosep y abordó.
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