xii. castigo.
"El que limpie el lavabo más sucio se gana una rana de chocolate."
Fue algo impresionante darse cuenta que en un respiro, Navidad ya había llegado. Cada semana las clases se hacían más llevaderas, Olive había implementado un horario de trabajo para cada tarde avanzar con sus estudios y deberes; le gustaba ser organizada y ayudar a sus amigos a serlo. A pesar de que no todos sus amigos eran igual de estudiosos que ella (James odiaba estudiar, pero aún así era de los mejores de su clase, que envidia.), sí se hacían el tiempo para juntarse de vez en cuando, salir los fines de semana al pueblo de Hogsmeade y pasar un buen rato. Frank era el que más se parecía a Olive en cuanto a la organización, por lo general pasaban muchas tardes de la semana en la biblioteca haciendo los deberes en un cómodo silencio.
Muchos estudiantes habían decidido irse a sus hogares para las vacaciones, era lo normal, querer pasar tiempo con sus familias y descansar del aura escolar de Hogwarts. Sin embargo, no era el caso de Olive. A pesar de que nunca pasó por su mente irse a la mansión para navidad, sus padres le dejaron claro en una carta que no la esperaban, viajarían a algunos países de America por temas de trabajo y llevarían a Altair para que conociera bellos lugares y aumentara sus increíbles conocimientos en magia.
Papanatas, como diría el cuadro de Albus Dumbledore. Tuvo el placer de conocer más a profundidad al difunto director un día cercano a navidad, que fuera de ser un día bonito con nieve y lleno de alegría, fue un poco lo contrario.
Sus amigos y compañeras de habitación habían decidido quedarse con ella para las vacaciones, lo cual agradeció infinitamente. Solo Lorcan había viajado a su hogar debido a que su padre estaba de cumpleaños por aquellas fechas y lo celebrarían yendo a una de las cuantas reservas de animales que habían en Europa.
—¿Prometes enviarme muchas, muchas, muchas fotos de animales adorables?
—Sí, Lilu. Prometo enviarte muchísimas fotos y cartas.
James miraba con una ceja enarcada como su hermana menor despedía con mucho afecto al rubio, mientras sus compañeras de curso sonreían con ternura imaginando un sinfín de situaciones en donde la pelirroja y el Scamander mayor estuvieran juntos. Olive recordaba claramente las palabras que Lily le había confesado en la primera fiesta organizada por el profesor Slughorn, provocando que rápidamente se formaran teorías en su mente.
Se despidieron por última vez de los que se iban a casa, entre ellos los gemelos Scamander y Albus quien pasaría la navidad con Scorpius en la mansión Malfoy.
—¿Qué haremos hoy? No tenemos deberes, Olive, olvídate de esa excusa.
—¡No es excusa! —la peliazul, ofendida, le mostró su lengua a Madeleine—. Pero tienes razón, ya hice todas las tareas.
James pasó un brazo por los hombros de Devaulx sonriendo con orgullo.
—Ahora sabemos que podemos pedirte lo que sea, bonita.
—Quita, baboso. ¿Por qué siempre quieren copiarme a mi y no a Frank?
—¿Será porque mi letra es horrible? —el comentario de Longbottom hizo reír a todos dándole la razón.
Ingresaron al castillo y se mantuvieron quietos en la puerta del gran comedor, ya habían desayunado, por lo que sus estómagos estaban rebosantes de comida, en especial el de Fred. Los seis se miraron interrogando con la mirada que podían hacer.
—¿Pelea de bolas de nieve? —sugirió Nique.
Rápidamente todos aceptaron, aunque debieron ir antes a la sala común para ponerse guantes; no querían heridas de quemadura en sus manos. Cuando estuvieron listos, bajaron juntos al patio cerca de la cabaña de Hagrid, rodeados de una planicie totalmente blanca con nieve.
Olive inspiró el frío aire que inundó con rapidez sus fosas nasales. Se sentía libre, no simplemente por el tema de estar de vacaciones sino más por estar rodeada de sus amigos, lejos de su familia. Esperaba que Altair pasara unas buenas semanas recorriendo el mundo, conociendo posibles prometidas y siendo guiado hacia un excelente futuro prometedor, o que por lo menos se hubiera notado el sarcasmo en aquella frase.
Madeleine le dio un codazo sacándola de su ensimismamiento, lo que hizo que prestara atención a lo que hablaban sus amigos.
—Bien, chicos contra chicas, ¿o hay alguna queja?
—Solo aclarar que está prohibido lanzarle bolas de nieve a sus propios compañeros de equipo, gracias. —murmuró Fred observando a Frank con una mirada molesta.
—¡Ya te dije que esa vez me tropecé! No esas imbécil, ¿por qué golpearía a mi equipo?
—¡Respóndeme tu eso!
Con un poco de nieve en el cuello del pelirrojo, James Sirius lo hizo callar, dando inicio al combate blanquecino.
Bolas de nieve volaban de un lado para otro, se había acordado que nada de magia podría ser usada, por lo que los lanzamientos eran más lentos de lo que podrían ser y los participantes se cansaban más rápido, pero valía la pena al ver como los rostros y ropas de cada uno se llenaba de nieve.
¿Hubieron tropiezos? Muchos. Por parte de Frank, sus dos pies izquierdos lo mantenían en el suelo, dejando a conclusión que si alguna vez quisiera aprender a patinar en hielo, le costaría muchísimo.
Los seis ya tenían el cabello lleno de nieve y barro mezclado, eran un lío, pero lo estaban pasando de maravillas. Todo estaba yendo bien, nada podía arruinar el ambiente que habían formado, ni siquiera el sonido que provocaban las ramas del sauce boxeador tratando de eliminar la escarcha en su cuerpo.
El juego continuo con alta tasa de movimiento y actividad, hasta que todos llegaron a un límite, en especial Madeleine, quien rápidamente se lanzó al suelo cansada. Tuvo que levantarse cuando la derrota quedó en el bando de las chicas.
—Entonces... perdedoras, ¿cuántos deberes nos harán al término de las vacaciones?
Las tres chicas observaron molestas al trío de muchachos que se regocijaban por su victoria. Había sido una pérdida injusta, de eso sí estaban seguras. Cualquier podría haberse cansado de estar casi una hora lanzando bolas, los brazos no eran resistentes. De seguro se debía a que los tres chicos participan en el equipo de Quidditch y estaban acostumbrados al ejercicio.
Mientras James, Fred y Frank se abrazaban lanzando gritos de júbilo, las chicas se agruparon llegando a una conclusión en silencio.
Con cuidado de no ser vistas, juntaron nieve para formar una gran bola, lo suficientemente grande para sobrepasar el tamaño de la cabeza de Fred. Una vez lista la bola, la lanzaron contra el pelirrojo, quien, al escuchar el sonido del aire, se dio vuelta y levantó su varita para protegerse, lanzando un hechizo inaudible contra la bola. Los seis observaron aterrorizados como la nieve acumulada se dirigía directamente a una ventana de gran altura en una de las torres y la atravesaba rompiéndola en mil pedazos.
—Mierda. —soltó James.
—Ahora sí la jodimos. —murmuró Dom.
—Volvamos a la sala común, rápido. —alentó Olive al quinteto.
La siguieron, olvidándose de los pies sucios y mojados, adentrándose al castillo para ir directo a cualquier lugar lejos de la zona del crimen. Sin embargo, sus planes rápidamente se fueron por el escusado cuando vieron a la directora parada frente a ellos, como si estuviera esperándolos, con sus brazos cruzados y una mirada molesta.
—A mi oficina, ahora.
—Así no es como planeaba pasar el primer día de vacaciones.
A pesar de todo, la situación le causaba mucha risa a Olive. La directora McGonagall los observaba con molestia sentada tras su escritorio, con los brazos apoyados en la mesa. Estaba completamente segura que aquel grupo de Gryffindor sería el causante de su jubilación.
—Es... bueno, era, una ventana del último piso de la torre, ¿pueden explicarme como una bola de nieve logró llegar allí y romperla?
Las miradas de los seis alumnos se dirigieron con rapidez a Fred, quien mantenía sus ojos fijos en uno de los cuadros. La peliazul siguió su mirada y se encontró con un hombre de mayor edad, sentado en una silla de terciopelo, observándolos con una sonrisa algo bonachona. Leyó el nombre bajo el cuadro y ahogó una exclamación cayendo en la realidad de que el mismísimo Albus Dumbledore le sonreía.
—En mi defensa, me tropecé.
Madeleine soltó una pequeña carcajada al notar que había dado la misma excusa que Longbottom, pero calló cuando Nique le pisoteó el pie.
—Minerva, no es tan grave, los jóvenes solo se divertían, no seas tan severa con ellos. —dijo el anterior director con una voz suave. Los alumnos se vieron aliviados al ver como McGonagall suspiraba y asentía—. Además, de seguro era una ventana de un aula sin uso.
—Tienes razón, Albus. Luego de la batalla de Hogwarts hay muchos lugares inhabitados, me temo que muchos quedarán así para siempre. —por los ojos de la directora pasó un halo de melancolía casi imperceptible—. Está todo listo entonces, tendrán castigo por dos días, deberán limpiar el baño de prefectos sin magia.
—¿Sin magia? ¡Deben oler horrible! —murmuró James haciendo arcadas.
—No es tanto, el año pasado por lo menos pasaban limpios. —respondió Frank, haciendo recordar a Olive que le habían mencionado alguna vez que el castaño había sido prefecto.
—No esté tan seguro, señor Longbottom, he pasado algunas veces por fuera y me temo que preferirían viajar en el tiempo y no haber roto esa ventana.
—Gracias por el ánimo, Minnie. En verdad se agradece. —era claro el sarcasmo en la voz de James.
—En marcha, los guiaré para estar pendiente que no se salgan de su camino, además de requisarle las varitas.
No se había molestado en reprender al muchacho por el apodo, lo que llevó a pensar a Olive en que no era la primera vez que la llamaba de tal forma.
La directora McGonagall les indicó la puerta con su dedo índice antes de suspirar y caminar con los jóvenes. Próximos a salir de la oficina, una voz los interrumpió.
—Señorita Devaulx, me gustaría intercambiar algunas palabras con usted, si no le molesta.
Tratando de evitar entrar en pánico, Olive asintió al cuadro del profesor. Se despidió de sus amigos, con un rostro que denotaba extrañeza y algo de miedo, antes de quedar a solas con el hombre. La directora McGonagall se encargó de dirigir al resto al lugar donde debían cumplir su castigo, ya luego la peliazul los alcanzaría.
—He oído excelentes cosas de usted, señorita.
—Gracias, señor... Dumbledore. Es realmente un honor poder conocerlo, he leído algunas de las increíbles hazañas que hizo en la segunda guerra. —posó tras su espalda sus manos, tratando de verse en una posición formal, cuando por dentro se moría de ansiedad por saber como sabía el señor de ella.
—Me halaga, todo fue hecho por el bien de la comunidad mágica. —el anciano hombre hizo una pausa antes de continuar—. ¿Cómo va el año escolar? ¿Adaptándose aún?
—Creo que ya me acostumbré, es todo muy distinto a Beauxbatons, pero de buena manera. Hogwarts me gusta más, aquí estoy más cómoda, a pesar de algunas cosas. —lo último lo mencionó pensando en su molesto hermano.
—Espero continúe así, puede retirarse, señorita. Cuídese, manténgase junto a quienes confía.
Decir que la mente de Olive quedó confundida era poco. Se despidió extrañada de Albus Dumbledore, no logró explicarle el porqué de la conversación, simplemente la dejó más en blanco.
Caminó lejos de la oficina, dirigiéndose a donde creía recordar que estaba el baño de prefectos, preparándose mentalmente para limpiar unos bonitos retretes.
—Mierda, ¿quién ha sido? —la pregunta salió de sus labios cuando ingresó al baño y un horrible olor inundó sus fosas nasales.
—No hay ni un solo retrete vacío, si no terminamos desmayados, yo misma me lanzo un obliviate.
Madeleine le respondió con un rostro de asco antes de lanzarle un par de instrumentos de limpieza. Cerró sus ojos preparándose y comenzó a limpiar.
Definitivamente aquel día no lo olvidarían nunca, tanto así que ni siquiera Fred tenía apetito para la hora de la cena.
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