Capítulo 6
Como era de esperar las primeras en dar con Mallaë fueron las lobas. El lamento de sus voces produjo un horripilante eco dentro de la caverna mientras su séquito, a la espera, salivaban. Sabía lo que pensaban porque era lo mismo que la augur se preguntaba; ¿cómo demonios iban a sortear los metros que las separaban? La grieta por la que transitaba era demasiado estrecha para sus cuerpos transfigurados y si adoptaban forma humana perderían inmediatamente la ventaja.
Los ojos de los licántropos la escrutaban, sentía su odio y estupor por haber llegado tan lejos, resultaba un tanto perturbador saber que pensaban en ella como la comida. Se ladraron órdenes y no queriendo perder más tiempo aprovechó la situación para sacarse un as de la manga.
Reunió toda la energía oscura que le quedaba y la proyectó fuera de sí misma, expulsándola a través de un suspiro. La acción la obligó a echar la cabeza hacia atrás, recordándole que no estaba ilesa. Cada uno de los zarpazos recibidos escocía, era como si un libro la hubiese atacado, provocándole cuchilladas una y mil veces con cada una de sus páginas. Los cortes empaparon de sangre la tela de su capa, como cualquier pequeña incisión aparentaba ser más seria de lo que era, pero no invalidaba la tirantez y entumecimiento que regaba la zona.
Lentamente el vaho de su boca formó una nube negra, resultaba inestable, se retorcía sobre sí misma como un pulpo que no supiera nadar. Los licántropos tampoco estuvieron quietos, dos de los más jóvenes cargaban en brazos una pira de estacas de venenosa, ingerida era veinte veces más letal que un litro de mercurio, por la contra, el tallo en forma de flecha provocaba parálisis, alucinaciones, temblor en los párpados y tartamudez. Lo último solía ser lo más importante, dado que desarmaban a todos los sobrenaturales que requerían hablar para utilizar sacrilegios (que no eran pocos), tales como las brujas, chamanes, demonios de arena, exorcistas, hechiceros, lamas, magos...Algo que no afectaba a los augures que podían materializar la magia con su solo pensamiento.
La niebla oscura adoptó forma humanoide, sin cara, sin lengua, un aire condensado que parecía que fuese a desaparecer en cualquier instante. Un esqueleto raquítico bañado en alquitrán. Liberarlo implicaba quedarse sin protección, pero constituía en sí un arma más aconsejable en su situación.
-Ve. –Ordenó.
La Sombra se encorvó, como si fueran a nacerle alas, levitó hasta el centro mismo de la manada prodigando el ataque punzante que instantes antes llegó a realizar como su armadura. Solo había una diferencia, ahora no había nada vivo en su interior.
Mallaë apoyó las manos justo en el umbral de la cortina de polvo que minutos antes desintegró a las luciérnagas. Dio por hecho que muchos otros seres habrían caído en la trampa, convirtiendo el entorno en un cementerio. Como de costumbre, la absorción de energía negativa la cargaba de adrenalina, la sensación era entre dulce y ácida, le cosquilleaban los brazos y tenía un revoltijo en el estómago, como si acabase de atracar una tienda de golosinas. Sonrió por ello y sonrió aún más cuando vio que su Sombra había noqueado a más de uno.
Los licántropos, aunque no se regeneraban con su rapidez habitual tampoco parecían dar síntomas de agotamiento. No sabían cómo matar lo que ya estaba muerto. Tampoco lograban alcanzar la fuente, pues las estacas de venenosa que lanzaban eran interceptadas por la aberración, bloqueando además su vista. Seguían contando con la superioridad numérica pese a que un tercio de los suyos fue noqueado por adormidera, por ello las lobas decidieron jugársela, uno de ellos actuó como escudo para que un par de ellas en su forma humana pudieran colarse por el hueco. La jauría atacó al ser sin piedad para que no pudiese alejarse y en caso de hacerlo, ser escudo implicaba dotar su cuerpo del soporte necesario para todas las torturas que el espectro infernal quisiera propinarle. Un mártir en la empresa de compromiso ciego que es el objetivo de la manada, su no intromisión en la ejecución de la intrusa.
Las metamorfas se acercaron despacio, desnudas, estudiándola en la penumbra, pensando en cuál sería su siguiente paso. Ambas tenían el cabello cortado a ras de oreja, Mallaë no podía distinguir el tono pero sí que resultaba encrespado, lo mismo que el que cubría otras zonas más íntimas de su anatomía. Caminaban a dos alturas, una de pie y la otra a gachas evitando anular sendos campos de visión, en lugar de palabras reservaron para ella un símil de gruñido, un gorjeo seco al principio de la garganta que ponía los pelos de punta.
-Sería más fácil para todos si os hubierais quedado allí.
La primera de las licántopas se tiró al pescuezo de la augur, logró morderla pero no desgarrarla. Hubo un forcejo, la loba encima de su presa no estaba motivada a soltarla, con su fuerza sobrehumana dislocó uno de los hombros de la intrusa y se relamió pensando en todas las atrocidades que merecía que le hicieran, sabiendo en el fondo que carecía del tiempo para ellas.
-Muere perra.
El aire de la zanja se enturbió, creando una ventisca artificial que empujó a la devoradora de hombres contra el telón de polvo.
-¡NO! –gritó la voz lastimera de su compañera ante el sacrilegio. Un segundo veía como Chiara daba una paliza a la asaltante y al otro como su amiga se diluía en el aire. La furia la cegó, careciendo de la capacidad para poder asimilar lo que acababa de suceder. Con la mirada perdida se precipitó al ataque.
-¡Basta! Escúchame. –increíblemente así lo hizo, la loba enfrente suya no podía ocultar transmitir el estado de aturdimiento en el que se hallaba, tanto como no pudo evitar mirarla con los ojos completamente perdidos, propio de quien acostumbra a recibir órdenes.
-Serás muy fuerte y muy lista, pero ninguno de vosotros tiene idea de lo que soy capaz. He matado a más sobrenaturales de los que puedo recordar, tu amiga no significó nada y tú tampoco lo serás. Idos y no habrán más bajas.
- A mí eso me suena a que tienes miedo. –Casi lo ladró.- Además, no solo estás herida sino que somos muchos más. -Se acercó tanto que estaban apenas a un metro de la otra. -No está en nuestra naturaleza el retirarse, menos cuando ante nuestros ojos está la asesina de un miembro de la manada.
-¿No es tarea del alfa precisamente velar por vosotros? –La loba no pudo evitar mirar al frente, apenas un parpadeo. –Lo que pensaba.
La metamorfa golpeó a Mallaë en las rodillas, haciéndola caer de espaldas directamente contra la cortina de polvo, sin embargo ésta apoyó en ella la palma de sus manos. Toda la energía negativa almacenada anteriormente se liberó en una única explosión mágica que machacó los tímpanos de todos los presentes y derribó el muro. Los augures eran capaces de dar forma a la materia oscura o arcana para convertirla en una especie de agujero negro que devora objetivos concretos puestos a orden de su hacedor. Tal característica impidió que la cortina que se alimentaba y fortalecía con la magia de sus presas también la engullera a ella.
El impacto diluyó a la Sombra, impidiendo que esa energía volviera a Mallaë. Aun así, a pesar del desgaste físico y mental no se sentía débil, aprovechó el estado semi ido de los demás para crear un triple sacrilegio de contención. Esta vez les costaría mucho más sortearlo.
Se desprendió de la capa hecha jirones y extrajo del interior de su bota un elixir de doris muta, el analgésico rápidamente surtió efecto, recomponiéndola. Prácticamente no sentía el dolor que por todas partes la embargaba si bien se mantenía empapada en sudor y con la respiración acelerada. Nada podía hacerse por su hombro dislocado pero era un tema que trataría en cuanto saliese de aquí.
En el nuevo sector oteó una segunda escalinata subterránea, de madera y en forma de caracol. Una vez abajo la oscuridad era absoluta, liberó nuevamente las luciérnagas de hador y se desconcertó cuando no encontró una salida, solo una especie de andamio repleto de queso madurando.
-¿Es una broma?
Palpó cuanta superficie quedase a la vista con su mano buena sin hallar paneles ocultos, palancas secretas o pasadizos escondidos. No obstante los licántropos se tomaron muchas molestias para custodiar la gruta, sin contar las múltiples trampas impostadas, Mallaë sentía que debía haber algo que se le escapaba porque descartaba la posibilidad de que todo fuese para nada.
-Tiene que haber una salida. Si este tugurio fuese un señuelo hubiese bastado con que me aguardasen en la entrada, a la espera de que la sed o el hambre me obligaran a claudicar.
Le costaba pensar en algo que no fuera el olor del moho y del cuajo en descomposición, la distraían, sus ojos volvían una y otra vez a las estanterías de alimentos que inundaban la sala como un visitante indeseado. Quiso la suerte que mirase el techo en un suspiro de exasperación, las luciérnagas sobrevolaban su cabeza sin asentarse en superficie alguna, cosa rara porque su naturaleza juguetona las impulsaba a explorar recovecos o a aterrizar en las copas de los árboles para evitar los depredadores; en este caso la cima del mueble era el equivalente de la rama más alta, pero seguían dando vueltas cerca del techo sin posarse.
La augur cerró los ojos concentrada, buscó en su interior el remanente de la energía liberada durante la onda expansiva, todo ser sobrenatural dejaba una firma mágica que en general de poco importaba y de poco servía, pero que encerraba cierta información. La distinguió fácilmente de la suya, se condensaba en la punta de sus dedos en una fina película, resultaba cálida y arenosa al mismo tiempo.
Trepó por la estantería hasta quedar a un palmo del techo, cuando acercó las manos sintió esa misma sensación de lengüetazo cálido. Alguien se había tomado la molestia de colocar un sacrilegio de contención opaco, se distinguía de los convencionales por su efecto espejo e indudablemente su hacedor era el mismo que el de la cortina de polvo. La pelinegra no planeaba destruirlo sino transformarlo en su beneficio. Insufló una y otra vez su energía oscura al muro mágico hasta que éste ondeó, capitulando.
Se escabulló por el pasadizo que apareció ante sus ojos, no tardó en mostrar ramificaciones y no queriendo perderse fio su vida a la estela incandescente de las luciérnagas, quienes rara vez volvían sobre sus pasos. Diez minutos después atravesó una portilla que daba a una habitación. La sala no era distinta a la que podría encontrarse en una guardería humana cualquiera: paredes empapeladas con dibujos estridentes, partes tiradas de juguetes, una pequeña piscina de bolas y cunas de pino adosadas a la pared.
Sus ocupantes, sin embargo, distaban de serlo.
Media docena de cachorros gruñían en su dirección, la situación la desconcertó ya que era lo último que esperaba encontrar. Los más audaces fueron a por sus pantorrillas y aunque su sombra oscura los mantenía a raya, no dejaban de intentarlo, demostrando la misma osadía que los adultos.
-¿Cómo me he podido equivocar tanto? Esto no es la guarida del Alfa, es el nido de la manada.
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