Capítulo 5
Son siempre los más valientes los primeros en sacrificarse. La mayoría de los sobrenaturales asocian la expiación con el dolor, en su fuero interno sacrificio es sinónimo de honor, de orgullo hacia sí mismos, inmortalizándose en el recuerdo. Los licántropos ven las cosas un poco distintas, para ellos morir por el grupo es su deber, la obligación última con la manada. Matan para comer, para defender su territorio, su familia, su posición...experimentan la crueldad de la vida en cada pestañeo, por eso no comulgan con el dolor.
Los cinco metamorfos que estaban a punto de perder la conciencia por la esencia de adormidera se precipitaron a por Mallaë, a sabiendas de que su sombra oscura que actuaba de escudo dañaría sus cuerpos. El particular traje negro adoptaba la apariencia de una nube de púas en constante movimiento, se distendían como notas en una partitura sin fin, cada cual más afilada. El choque que sobrevino provocó un sonido estridente bastante peor que el de mil uñas contra un cristal, la augur torció el gesto recordando vagamente uno de los motivos por el que no le gustaba enfrentarse a este tipo de sobrenaturales.
Las salpicaduras de sangre regaron sus pies, Mallaë no sentía nada mientras mantenía su sombra perforando gargantas, ojos, sesos, intestinos...algunos morirían y otros tardarían en regenerarse, ya que la fuente de su poder partía de la materia arcana. El resto de la manada utilizó a los caídos como parapeto para llegar hasta ella. La afilada armadura si bien no dejaba resquicios libres, entre el brote de una púa y la siguiente apuntaron dos segundos, suficientes para sortearla.
-¡Aaaaah! –Gritó cuando decenas de zarpazos arrancaron la piel de sus hombros, junto a la yugular. La herida no era profunda, no porque no fuera esa su intención, sino porque dentro de la nube de espino un segundo sacrilegio la protegía. Esta barrera suplementaria que servía de repelente no era tan potente como la primera y era de un solo uso. Por suerte los demás lo desconocían. –Buen intento cachorros.
Aullaron en respuesta mientras se reponían de la onda expansiva.
-¿Dónde está vuestro alfa? –Los había observado lo suficiente para asegurar que no se encontraba presente. -¿Qué clase de cobarde tenéis por líder que no da la cara por vosotros? –La pregunta se realizó en tono de fingida ofensa, sin pretender herir o ironizar.
Lo lobos gruñeron mientras cerraban de golpe sus mandíbulas, el chasquido silenció la noche, marcando un antes y un después. Las lobas, una minoría, duplicaron la longitud de sus incisivos y se pusieron al frente del grupo, Mallaë fue testigo de cómo se les encogía el plexo para emerger de él dos nuevas garras antes camufladas entre el pelaje. Éstas eran más pequeñas que las zarpas que sustituían los brazos, pero estaban más serradas, como tijeretas. Se les marcaban las costillas y les colgaba una membrana de piel tras las rodillas así como en la parte interna del codo. Si averiguó que estaba ante hembras no fue por su estatura sino por el color de su pelaje, varios tonos más claros y por la forma y tamaño de sus ojos, más grandes y achatados que el resto. Nunca había oído hablar de esta especie en concreto, que parecía un híbrido entre la casta de Colmillo blanco y los Aulladores. Ello propició que sintiera cierto desasosiego, sobre todo cuando corrieron enfurecidas en su dirección.
Mallaë liberó en el aire todas las esferas que le quedaban de adormidera, también dos ecos de enebro, la bomba acústica los atontó el tiempo suficiente para abrirse un camino hasta el hueco en la pared de roca. Llegó a duras penas, bastante agotada, consciente de que si no fuese por las pócimas de Lacio la resiliencia la tendría en el borde. Cerró la apertura con un sacrilegio de contención y destapó el tarro que ató a su cintura con las luciérnagas de hador. La cripta se llenó de luces blancoazuladas, revoloteaban en zigzag proyectando prismas en el techo, en cuanto ajustó la vista al nuevo entorno oteó una escalinata subterránea a su izquierda.
Pum pum.
No hizo nada para ocultar el sonido de sus pasos, pero estuvo atenta a las trampas que el lugar pudiera esconder, las flechas y estacas de venenosa atascadas en esqueletos de paredes y suelo advertían de ello. El corredor estaba asimismo bien flanqueado por estatuas de distintos sobrenaturales que transmitían angustia y horror. Se mimetizaban en los paneles de roca, cuadros del terror esculpidos que resultaban más inquietantes que los propios cadáveres.
Pum pum.
La pelinegra se dio prisa por descender los treinta metros de desnivel impostado, sabiendo que su conjuro no aguantaría mucho. El pasadizo empezó a estrecharse cada vez más, hasta que tuvo que caminar de lado. Se preguntó si su intuición esta vez no se habría equivocado cuando lo único que hacía era arrastrarse por este castillo de ácaros. Al girar la cabeza para toser presenció cómo sus inocentes luciérnagas-guía se desintegraban en el aire. Justo a media palma alguien colocó un sacrilegio de tierra, el telón de polvo ensució sus botas y le entumeció el paladar. La cortina ondeó, reclamando las partículas que conformaban la esencia mágica de los insectos.
Pum pum
-Eso no es bueno...
Una parte de Mallaë se maravilló por el magnífico trabajo que había detrás, de no ser porque al andar necesitaba la luz, hubiese sucumbido también a la artimaña. La otra mitad de la augur no estaba tan contenta, carecía del tiempo necesario para modificarlo y anularlo requeriría de mucha de su energía.
-¡Auuuuuuh!
-Mierda. –Los licántropos habían derribado el sacrilegio de contención. Estaban de caza. –Supongo que un mendigo no puede escoger.
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