Capítulo 3
Todo viaje requiere de cierta preparación, más cuando es sinónimo de hazaña. Por mucha seguridad que Mallaë tuviera en sus sacrilegios, un centenar de hombres lobo seguían siendo muchas bestias a barrer del mapa. Si se agotaba con los pezqueñines cuando llegase al premio gordo estaría demasiado exhausta.
Repuso víveres saqueando la despensa de Judith y tomó prestada una montura. La posada contaba con un establo separado de la casa con decenas de ejemplares únicos, escogió un ciervo de Arelís por ser entre ellos el más rápido, además desde niña fueron su debilidad. Podían aguantar semanas sin apenas comer o beber debido a que poseían cuatro estómagos y un sistema circulatorio capaz de almacenar agua en la sangre, también todo su cuerpo estaba impermeabilizado con una capa de grasa fibrosa que les impedía tener frío y aguantar días enteros bajo cero. Este tipo de cuadrúpedos eran a menudo llevados a la guerra precisamente por su bajo mantenimiento y un aguante casi indestructible. Mallaë se decantó por una hembra y la llamó Tomate por las aureolas rojas que adornaban los párpados hinchados del animal. Se sintió identificada con esas pupilas grandes y oscuras que resultaban hermosas y escalofriantes contra toda lógica. Su pelaje pardo destacaba entre las manchas blancas de los cuartos traseros y el interior de los muslos, no se inmutó cuando cargó todos sus cachivaches y supo que se llevarían bien.
En Judi's dejó sus túnicas y vestidos largos, se encontraba ridícula con unos pantalones de látex y chupa de cuero, no era el tipo de prendas que hoy por hoy le gustase emplear pero eran las únicas que tenía. Antaño solía guardar un fardo de ropa en cada "casa franca" que conocía, cuando se vio obligada a dejar el país veinte años atrás no se imaginaba en esta situación. Eso de que las modas vuelven para quedarse era una auténtica mentira. ¡Sus botines tobilleros eran de leopardo y charol, qué horror! Por suerte, encontró un abrigo con capucha que mayormente la cubría, ocultándola de la vergüenza.
Tomate y ella se desviaron ralentizando la marcha casi medio día, la augur planeaba abastecerse con las suficientes armas mágicas como para que la idea de matar al alfa de los hombres lobo rodeado de los suyos fuese al menos una posibilidad. Aunque le estaba costando centrarse, su padre y ella habían vivido no muy lejos de allí. Recordaba el rostro de cada vecino, amigo o allegado y lo difícil que fue dejarlo todo atrás. Mallaë se decantó por el camino más largo precisamente para no cruzarse con ningún conocido. A pesar de todos esos años en el exilio no le cabía duda de que podrían reconocerla, su casa fue muy famosa por lo insólito que era encontrar a dos augures dentro de una misma familia, especialmente si uno era de energía positiva y el otro de energía negativa; el equivalente a que te toque la lotería dos veces.
Supo que llegaba cuando a sus fosas nasales acudió el olor a orina y carne en descomposición. La vegetación era más frondosa y podía ver asomar las colas de reptiles entre los leños caídos, los olivos moribundos estaban repletos de agujeros y supo sin necesidad de hacerlo que si introducía la mano en ellos, tocaría con los dedos un sinfín de orugas y otros bichejos. Se apeó cuando se supo observada, confiando sus pasos en el trébol de cuatro hojas que llevaba escondido en el interior de sus botas. Se trataba de un pequeño conjuro de la suerte para exploradores atrevidos, no era hechicera pero estos níveos encantamientos eran fáciles de lograr.
La finca de Lacio estaba llena de trampas, en parte porque era un paranoico y en parte porque le resultaba complicado abstenerse de llevar a cabo alguna jugarreta. Los faunos no eran seres demoníacos como los humanos o alquimistas quisieron hacernos creer, pero sí juguetones. Y a éste en particular lo conocía desde su nacimiento, lo mismo que a su padre y al padre de este antes que él. Por desgracia, aunque la suerte guiara sus pasos por el buen camino, a Tomate no le fue tan bien. Lanzó un sacrilegio para impedir que cayera en un agujero pero apenas la depositó en tierra se encabritó y activo una saeta, como no le daba margen a crear una cúpula protectora, su sombra las fue partiendo a medida que se aproximaban.
Cuando creyó que todo había pasado escuchó una risa y percibió, más que vio, como se activaba otra tanda. Logró segarlas todas menos una, que pasó rozando su brazo. La traidora era una rama afilada de mandrágora, brillaba en un tono verdoso poco natural, un dardo tranquilizante. Su sombra podía hacer trizas la carne y sangre, el agua, el fuego, la tierra y el aire, pero no la magia. Un sacrilegio solo podía ser destruido con otro de valor equivalente o superior. Volvió a escuchar el silbido de la ballesta y no descansó para ver si estaban o no hechizadas. Espoleó a su montura para que recorriese los pocos metros que faltaban hasta la finca, Mallaë por la contra fue hacia atrás, saltando a la cuneta para arrancar de cuajo la raíz de un olivo.
-Mira como baila. –Escuchó decir. –Baila, niña, baila.
La piel de sus palmas se levantó, creando llagas de sangre, del mismo modo que un atleta se quemaría las manos si resbalase por una cuerda. Se alzó y volvió a correr, derrapando cuando alguna flecha estaba cerca y escudándose tras los árboles mientras su propia magia trabajaba. No necesitaba decir sus oraciones en voz alta, lo que era una ventaja para no delatar su ubicación, aunque Lacio igualmente la sabría.
Salió de su escondite una vez Tomate estuvo a salvo.
-¿Por qué no me enseñas las pezuñas? –gritó. -¡Aunque qué puedo esperar del sátiro más feo que habita en la humanidad!
Si hay algo que moleste a un fauno es que lo tilden de sátiro.
-¡Mi estirpe no tiene nada que ver con esos piojosos!
Terminó de localizar su posición por la voz y la dirección de las flechas, varias se clavaron en la raíz, ahora con forma de daga, el sacrilegio que había imbuido en la pieza consiguió por extensión que le pertenecieran. Las propulsó con su energía en contraataque, obligando a Lacio a decidir entre caer en sus propias trampas para esquivarlas o dejar que le alcanzaran. El sobrenatural era cobarde hasta para eso. Caminó siguiendo la estela de desastres hasta darle alcance. Si no le resultase útil lo hubiese liquidado ya.
Vestía un chaleco naranja y un cinturón de cuentas redondas similares a pequeños espejos. Su denso pelaje gris se hacía cargo del resto. A diferencia de los Sátiros que eran hombres de atractivo o al menos de cierto morbo, los faunos contaban con un rostro transfigurado, similar al de un cabrío. Tampoco podían modificar las pezuñas por pies y junto a su nariz achatada y cuernos en forma de asa, no eran mínimamente interesantes, mucho menos seductores. Las personas se apartaban de ellos como la peste, tildándolos de demonios u orcos, y los faunos en respuesta decoraban funestamente todo el entorno que rodease a sus tierras para ahuyentarlos. Lo típico de si tú no me quieres yo tampoco. Tenía la cola y las patas dobladas sobre sí mismo como lo haría un potro recién nacido, murmuraba incoherencias y se mecía.
-Mala, mala....muy mala. –decía.
Mallaë acercó la daga a su cola y le cortó el extremo, lo mismo que el flequillo y parte del pelaje erizado sobre el ombligo.
-Basta, mala...-lloró.- Mala Mallaë.
La augur se apiadó auspiciada por un momento de compasión. A sus ojos no era más que un niño, uno travieso con el que nadie quería jugar. Le tendió la mano, perdonándose mutuamente con la mirada.
-Lo has hecho bien. –palmeó su cabeza, no sintiéndose cómoda con un abrazo. – Pero sigue siendo fácil provocarte.
-Diría que me alegro de verte, pero no es verdad. ¡Mira lo que me has hecho! ¿Cómo voy a salir de casa? ¿Qué ninfa me tomará ahora en serio? ¡Esta noche había fiesta en la ciénaga, ¿sabes?! ¡Eres mala!
-Déjalo, no estoy para fiestas. Enséñame el huerto.
-¿Encima de agredirme quieres desvalijarme? Mallaë Mallum Malleficarum Ewërent, haces honor a tu nombre.
Siguió mascullando un rato más, pero la acompañó a sus dominios. Lacio poseía uno de los mejores jardines de Escocia, coleccionaba plantas mágicas como el que guarda sellos, una afición que venía de familia. Los faunos son buenos agricultores por naturaleza y la energía positiva de un augur la potencia, Mallaë recordaba ser traída aquí por su padre para aleccionarla sobre las virtudes de las flores y la forma correcta de prepararlas. Aun mientras trabajaba, Horace no perdía la oportunidad de educarla en lo que consideraba los "indispensables de la vida". Y debía reconocer que todas aquellas tardes al Sol sí le resultaron útiles como adulta.
Recolectaron: serbal, ruda, fresno, junco, muérdago y alcanfor. La hiedra y el musgo los podía conseguir casi en cualquier sitio y aunque resultaba tentador arrancar algunas flores, los efectos serían etéreos, por lo que Lacio con mucho mimo y cuidado desprendió algunos estambres y en su palma depositó algunas semillas. Lo excepcional de estos ejemplares es que el fauno experimentaba con ellos, los modificaba genéticamente para potenciar alguna o varias de sus propiedades innatas.
-Aunque ingerir muérdago en pequeñas cantidades es saludable y en muchas letal, éste que has cogido es venenoso en un solo bocado mientras está verde, las semillas por la contra, son diez veces más pegajosas de lo habitual cuando están maduras.
Mallaë puso atención en cada una de las explicaciones del recorrido, la magia era muy parecida a un deporte; requiere destreza, voluntad y una mente fuerte. Si la practicas un poco todos los días tu cuerpo se habituará y se convertirá en una acción saludable, pero como te acomodes y pases largas temporadas sin utilizarla el día que lo requieras terminarás dolorido y cansado. El vigor desaparece con los estallidos rápidos y como debía ponerse en lo peor, no le importaba perder este medio día para crear las pociones que le permitiesen disminuir o camuflar la resilencia que la energía oscura causaría en su metabolismo. Hasta un corredor veterano terminaría agotado tras una maratón.
Utilizar sacrilegios tenían también un componente de estrategia, cuantos más potentes fuesen al principio más se agotaría y adolorido quedaría su cuerpo, por tanto, más débiles serían el resto. Si esperaba al final para sorprender corría el riesgo de parecer débil y que se la atacase en masa; y si decidía mantener un nivel constante de energía, puede que no fuese suficiente para afrontar al líder de la manada de licántropos.
El recorrido se amplió al invernadero y la despensa personal del fauno. Contrariamente a lo que muchos pensasen, las propiedades mágicas de una planta se acumulaban principalmente en el tallo y las raíces, las hojas eran con suerte un ornamento saludable y tampoco necesitaba que siguiese aún con vida para dotarla de mayor efecto, si bien cuanto más fresco el espécimen mayor el tiempo que prolongaba sus efectos.
Aun después de estos años en el extranjero, pasear por la cocina del sobrenatural se sentía como en casa. Pero Mallaë no podía permitirse perder más tiempo.
- Ahora enséñame la caja fuerte. Veamos qué más juguetes tienes.
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