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Capítulo V: Bräel (III/III)

III

Soriana

Mi respiración era entrecortada, la cabeza me palpitaba violentamente, por un instante la vista se me nubló. Escuché la voz de Aren como si viniera de muy lejos.

Parpadeé varias veces sin recuperar del todo ni mi visión, ni mi oído.

—¡El maldito ha huido! —dije entre dientes cuando Aren me sujetó del brazo—. ¡Él la tiene!

—¿Estás bien? ¡Estás sangrando!

Me llevé las manos al rostro y era cierto, mi nariz sangraba. No era posible que justo en ese momento Morkes eligiera cobrarme el precio por usar su magia. Necesitaba más tiempo, tenía que liberar a mi madre.

—¡Tenemos que encontrarlo! —Giré a ambos lados. No sé qué esperaba, quizás hallar una pista de a donde había escapado el sorcere, pero a nuestro alrededor el paisaje continuaba siendo yermo y oscuro.

—¡No iremos a ninguna parte! —Para mi sorpresa quien hablaba era Keysa—. ¡Mírate, no estás bien! Sangras por la nariz y por los oídos, además, estás temblando.

La observé, incrédula. Ella no podía detenerme. Era mi deber salvar a mi madre, ninguno de los dos lo entendía. Me solté del agarre de Aren, les di la espalda y caminé a tumbos hacia el sendero por el cual habíamos llegado.

—¡¿Qué te ocurre?! —Aren sujetó mi muñeca otra vez—. No es necesario perseguirlo, Keysa está a salvo, todas las hadas lo están.

La desesperación brotó de mi pecho en una oleada fría, me ahogaba. Sentía cómo las lágrimas caían de mis ojos sin control.

—Tiene a mi madre, Aren —le dije sin fuerzas—. ¡El draugr es mi madre!

Mi amigo me soltó y me miró, estupefacto. Ya no lo soportaba más, el terror y la desesperación me asfixiaban, mi cabeza parecía estar a punto de reventar. No pude mantenerme en pie, todo se oscureció a mi alrededor.

Cuando abrí los ojos continuaba siendo de noche y yo estaba tumbada de espaldas sobre una superficie cálida y blanda. A unos pasos de mí escuchaba varias voces discutiendo, una de ellas era la de Aren. Me senté, en lo que resultó ser una estera hecha del savje cerúleo de mi amigo, y presté atención a la conversación.

Cuando escuché sobre qué iba la plática, me levanté de una vez: Keysa quería darme parte de su savje para que yo me recuperara.

—¡No es necesario que hagas nada de eso, Keysa! —Las piernas me temblaban, sentía que caería, aun así me mantuve de pie—. ¡Estoy bien!

Keysa, Aren, Nayla y otras dos hadas giraron a verme, me dio la impresión de que no esperaban que despertara.

—¡No lo estás! —exclamó Keysa sobreponiéndose a la sorpresa—. Con uno de esos hechizos tuyos podrías tomar parte de mi poder y usarlo para recuperarte.

—¡Eres un hada loca! —El rostro de Nayla se crispó con asco—. ¿Acaso serás su esclava?

—¡No seré su esclava! —gritó Keysa entre lágrimas—, ¡pero no permitiré que se muera!

—¡¿Quién te dijo que me voy a morir?! —Avancé hasta el grupo y le dirigí una mirada interrogativa a Aren; él, de inmediato, negó—. ¿Acaso parezco moribunda?

Entonces habló Nayla y supe que había sido ella:

—Los hechiceros oscuros deben robar magia si no desean pagar el precio.

La miré con odio. ¿Cómo podía decirle esas cosas a Keysa luego de que Aren y yo la ayudamos a recuperar a su gente? Keysa sollozó con más fuerza. Quería matar a Nayla.

—Existen otras maneras sin robar magia —le mentí a Keysa, luego me dirigí a la maldita reina de las hadas—: Necesito hablar con tu gente, preciso interrogarlos. Tal vez ellos sepan el paradero del hechicero oscuro o la causa de por qué los secuestró.

Nayla me miró con sus ojos extraños entrecerrados. Podía leer en su expresión que ella sabía que yo mentía, que no existía ninguna otra forma de librarme de mi destino, excepto aquella que implicaba tomar el savje de alguna criatura mágica. La miré fijamente, si era tan intuitiva se daría cuenta de que no me interesaba sobrevivir, cuanto quería era encontrar al morkenes y liberar a mi madre.

Finalmente, la odiosa reina de las hadas se apartó.

Aren caminó hasta pararse a mi lado y juntos fuimos a interrogar a las ex cautivas que se agolpaban sentadas en el suelo arenoso, todavía estábamos en el cañón.

El estado de las hadas era deprimente. Muchas de ellas evitaban mirarnos. Iguales a animalitos asustados, trataban de esconderse una detrás de otra.

—Sé cuánto habéis sufrido. —Bajé el tono de mi voz, suavicé mi expresión para no alarmarlas—. Lo que habéis padecido no lo merece ninguna criatura. Quiero atrapar a quien os ha hecho esto, pero para eso necesito vuestra ayuda.

Ninguna de aquellas maltratadas criaturas parecía dispuesta a colaborar, no se atrevían a hablar.

—No os hará daño.

Me giré y me encontré a Keysa detrás de nosotros. Sus ojos dorados irradiaban calidez y seguridad. En ese momento me di cuenta de que el cautiverio la había cambiado, lucía más madura. Esbocé una pequeña sonrisa y afirmé. Las hadas la contemplaron con algo de duda; sin embargo, un hada masculina se adelantó un poco al resto:

—¿Qué tipo de ayuda requerís? Sois una morkenes. Los que nos hicieron esto también querían primero nuestra ayuda y no eran oscuros como vos sois.

Suspiré agotada, era difícil ganar su confianza y más siendo quien yo era.

—Ella os acaba de salvar. —La voz de Aren temblaba ligeramente, mantenía la mano derecha, empuñada, estaba molesto—. Necesitamos atrapar a ese morkenes para que nunca más vuelva a hacer a otros lo que os hizo. Luego de que contestéis algunas preguntas nos iremos de este bosque, nunca más volveremos a encontrarnos.

Las cejas del hada masculina continuaban fruncidas cuando habló:

—¿Qué queréis saber?

Aren me miró alentándome a iniciar el interrogatorio.

—¿Sabéis que querían de vosotras?

—Lo que quieren todos los sorceres —habló un hada de voz chillona—, robar nuestro poder.

Eso era cierto y más que obvio, así que reformulé la pregunta:

—Sí, pero ¿por qué necesitaba a tantas de vosotras?, raptó a un pueblo entero. ¿Las vendía? ¿Tenía socios que lo hacían?

—No —dijo el hada masculina—. No era para vendernos. Una vez escuché una conversación, querían hacer un poderoso hechizo, pero no encontraban la manera de realizarlo. —Su voz tembló en ese momento—. Las hadas y las criaturas que usaban morían, por lo que necesitaban reemplazos.

El sorcere oscuro experimentaba con ellas. Recordé la casucha en el paso de Geirgs, las herramientas que allí había, ese también era un sitio de experimentación.

—¿Para qué era el hechizo? —Aren se me adelantó.

El hada negó.

Luego, otra, mucho más enjuta que todas, habló con una voz que parecía tener tiempo sin usar:

—Cuando se llevaron a Max mencionaron un sitio: Ausvenia, escuché que hablaban de los alferis.

—¿Los alferis? —Aren me miró extrañado— ¿Esto tiene que ver con Augsvert y los alferis? ¿Es ese hechicero el que está detrás del empuje de los alferis?

Estaba casi segura de que sí. Un escalofrío me recorrió, una idea horrible empezaba a cobrar forma en mi mente.

—¿En algún momento escuchasteis mencionar algún nombre? ¿Visteis algún rostro? —pregunté.

—Solo veíamos a los guardias —dijo el hada de voz chillona—. Ese hechicero poderoso que vino hoy, únicamente lo vimos cuando todo comenzó, cuando nos apresaron. —La criatura se estremeció, después se abrazó a sí misma—. Ese día usaba esa misma capa, jamás lo olvidaré.

Me alejé un poco del grupo de hadas y les di la espalda. Miré a mi alrededor buscando al guardia que había dejado con vida, quería interrogarlo y ver si podía aportar más de lo que dijeron las hadas, pero no veía a ninguno de los vigías.

—¿Dónde están los guardias? —le pregunté a Aren que se me había acercado.

Mi amigo negó.

—Inmediatamente, luego de que te desmayaste y el hechicero desapareció, a cada uno de los guardias los envolvió esa bruma negra y desaparecieron en medio de ella, eran sus bräel.

Me llevé la mano al rostro y me lo froté, me sentía agotada. Tenía una idea vaga de lo que ocurría, pero no estaba muy segura.

—Las hadas no saben nada más— me dijo Keysa, después de acercarse a nosotros—. Allí, en ese agujero, nadie nos visitaba. De vez en cuando nos daban comida y alimento, el imprescindible para mantenernos vivos, pero tan poco como para que nos mantuviéramos débiles y evitar que alguno pudiera escapar. —Ella frunció el ceño, pareció buscar muy lejos en sus recuerdos—. El día que me apresaron el guardia de la liga dijo algo que no entendí del todo y que por el miedo había olvidado, pero ahora que han mencionado a los alferis lo recordé. Él dijo: «Serás honrada, contribuirás al glorioso retorno de los alferis. Él tiene grandes planes para ti» . Me parecieron palabras extrañas. Yo había creído que me llevarían a un refugio, lo que él dijo me desconcertó, pero después el miedo me hizo olvidarlo. Y cuando llegué a aquí, en lo único que podía pensar era en sobrevivir.

A sus palabras las siguieron las lágrimas. Aren la abrazó con ternura y le acarició el cabello sucio. La miré y en cierta forma me sentí culpable. No fui lo suficientemente fuerte como para protegerla. El mundo era una mierda y en él, fuera a donde fuera, Keysa siempre correría peligro. ¿Qué podía hacer? ¿Recluirnos en nuestra cueva de Northsevia y nunca más salir de allí? O, ¿luchar para hacer del mundo un mejor lugar?

El último pensamiento me hizo reír internamente. El mundo nunca sería un lugar mejor, la prueba eran las pobres hadas frente a mí. Hacía cientos de años se suponía que la luz había vencido a la oscuridad, al menos eso contaban los libros de historia. Un grupo de nobles sorceres por fin se dieron cuenta de que era horrible esclavizar criaturas mágicas, usar su poder para acrecentar el propio. Entonces, se opusieron contra los morkenes y todos los sorceres esclavistas.

Se necesitaron muchas reuniones, muchos acuerdos, muchas peleas para que el resto del mundo aceptara que estaba mal esclavizar a otros. Hasta que, finalmente, se prohibió la esclavitud en casi todo el continente. Se firmó el Tratado de Los tres picos y se creó la Liga de Heirr, que velaba porque esas prácticas salvajes no volvieran a prosperar.

Era tan irrisorio pensar que justamente era la Liga de Heirr la organización corrupta que esclavizaba criaturas mágicas y estaban desatando el caos en Olhoinnalia.

¿Se podía creer en el mundo?

No. El mundo siempre sería una mierda.

—Soriana —me llamó Aren, todavía abrazando a Keysa—. Ese hechicero oscuro está bajo el control de alguien.

Fruncí el ceño. Yo no creía que estuviera bajo el control de nadie, por el contrario, estaba convencida de que él era el titiritero.

—¿A qué te refieres? —Llamé a Keysa para que viniera a mi lado, con la manga de mi túnica le limpie las lágrimas del rostro que le habían dejado caminos claros en el rostro sucio.

—Mientras peleaba con él, la manga de la túnica se le resbaló hacia atrás en el brazo. En la muñeca derecha llevaba un brazalete rojo.

Fruncí el ceño, desconcertada.

—¿El gefa grio?

Mi amigo asintió.

—Así es.

Más interrogantes. ¿A quién le debía lealtad ese morkenes? ¿No era él quien manejaba los hilos? ¿Había alguien más detrás de él? Sentí que un solo lugar podía darnos las respuestas que buscaba.

—Iré a Ausvenia —le dije a Aren—. Necesito que protejas a Keysa.

—¿Qué? —Keysa se separó de mi abrazo y me miró extrañada—. ¡No pienso alejarme de ti!

—Tampoco yo. —La secundó Aren.

Resoplé, fastidiada. ¿Qué se proponía ese par? Tanto Aren como Keysa habían estado en peligro por mi culpa. El rescatar a mi madre de manos del morkenes no era asunto de ellos, no tenía sentido arriesgarlos de nuevo.

A nuestro alrededor las famélicas hadas se ponían en marcha. Nayla se acercó a nosotros interrumpiendo la conversación y se inclinó. Las hadas eran seres orgullosos y despreciaban profundamente a los sorceres, así que verla hacer una reverencia me sorprendió.

—Gracias por vuestra ayuda. Me habéis devuelto la vida.

Ella extendió su mano de filosas uñas y me entregó un talego, el contenido tintineó cuando lo tomé.

—Necesitaréis más que eso para vivir, pero al menos os comprará tiempo. Espero que logréis cumplir vuestro objetivo. —Ella hizo una pausa y yo abrí la bolsita. Adentro refulgían varios cristales que reconocí al instante: eran sus lágrimas impregnadas de su savje. Nayla extendió la mano y me tocó el pecho—. Dentro vuestro hay algo, una gran magia. Creo que lo sabéis, pero tenéis miedo de dejarla fluir. Llegará el momento en que no te quedara más alternativa que usarla. No temáis.

Ella giró y entonces se dirigió a Keysa.

—Sois muy valiente, pequeña —le dijo—. Aunque jamás entenderé cómo podéis vivir entre sorceres y comunes. Si algún día necesitáis refugio, seréis bienvenida en mi corro.

Después fue el turno de Aren, a él ella también le señaló el pecho:

—Tu amor es grande, pero el miedo lo opaca. No entiendo por qué temes tanto. Los humanos siempre tienen miedo y en lugar de alejarse de lo que les hace daño, continúan allí, perpetrando el ciclo. Solamente tú puedes romperlo cuando te atrevas a hacerlo.

El mensaje que la reina Nayla le daba a Aren me llenaba de profunda tristeza. ¿Se refería a mí? Aren me temía, eso era más que obvio y ella le aconsejaba que se alejara. También yo estaba segura de que era lo mejor. Yo lo destruía todo y si él permanecía conmigo, en recuerdo de aquella amistad adolescente, lo único que le traería sería desgracia. Tanto él como Keysa tenían que apartarse de mi lado.

De todas formas no debería importarme mucho continuar sola, no iba a sobrevivir. Atesoraría los instantes de felicidad que ambos me brindaron y me iría con ellos cuando el Geirgs me reclamara. Lo único que deseaba era contar con el tiempo suficiente para rescatar a mi madre.

Nayla se dio la vuelta y se marchó junto a sus hadas. En la oscuridad, la reina brillaba igual a un faro, los guiaba. Internamente, rogué a Lys, la dadora de magia, que fuera a un futuro próspero y alejado de la codicia de los sorceres.

Keysa, Aren y yo permanecimos en un silencio reflexivo que yo percibía como triste. La despedida se avecinaba.

Me giré y me encontré con los ojos de mi amigo fijos en mí. Sus ojos verdes que a veces me ponían nerviosa, esa mirada cargada de nostalgia. No quería separarme de él, no quería enfrentarme a la muerte, no quería dejarlos. ¿Quién querría?

—Kalevi los recibirá en Doromir —dije apartando la mirada y fijándola en un punto en el suelo—, le enviaré un mensaje Vesa.

Aren me tomó de la mano y subió mi mentón para que mirara de nuevo sus ojos resplandecientes.

—¿Por qué haces esto, Soriana?

Tragué y parpadeé varias veces, quería llorar.

—Tengo que liberar a mi madre.

Él asintió. Su pulgar comenzó a acariciar mi mano. El contacto con su piel, la simple caricia me hacía temblar.

—Eso lo entiendo. Pero, ¿por qué me quieres alejar de ti? ¿Por qué quieres hacer esto sola?

—Yo, yo —no encontraba qué decir. Aren se había acercado más, de pronto me faltaba el aire.

—Es cierto —dijo Keysa y suspiré agradecida por la interrupción—, ¿por qué quieres apartarnos? No podrás enfrentarte a ese sorcere tú sola. No iré a Doromir aunque el mismísimo Kalevi me lo pida de rodillas.

—Casi mueres en manos de ese loco, Keysa —no dejaré que vuelvas a correr peligro.

—Ya no es tu decisión, Soriana. No puedes protegerme por siempre.

Aren me apretó más fuerte la mano.

—Keysa tiene razón, no es solo tu decisión. Ambos te acompañaremos.

Tan tercos.

Pero llenaban mi corazón de calidez. Mi egoísmo se regocijaba, hubiera querido abrazarlos y, sin embargo, giré para evitar que pudieran verme llorar.


***Se acercan momentos hermosos y emocionantes. Nos leemos. 

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