Un lugar tan grande en el corazón
Sintió una mano acariciar su cabello, apenas podía abrir los ojos ya que no había conciliado el sueño en toda la noche. No podía dejar de repetirse esa imagen, una y otra vez.
—Tu desayuno está listo, cielo.
La voz de Azucena entró extraña en su cabeza. Se reincorporó poco a poco hasta mirar a la mujer de su padre en un sensual camisón que dejaba muy poco a la imaginación. La mujer recorrió las cortinas de la ventana, dejando entrar un poco el fresco de la mañana y al taciturno sol de invierno.
—Parece un buen día.
Valeria se levantó, llevaba únicamente la parte inferior de su pijama y miró extrañada a su madre que parecía de un buen humor inusual.
Escucharon un par de disparos provenir de la entrada. Valeria tomó del hombro a Azucena para bajarla hasta el suelo. La cubrió con su cuerpo hasta que los disparos cesaron.
Se miraron, esperando a que el sonido volviera a repetirse, pero solamente se escucharon risas y voces. Valeria asomó la cabeza por la ventana, y vio a los perros de su padre con armas en mano burlándose del sujeto que había disparado el arma.
—¡Eres un pendejo, Ramón! ¡Dame eso!
Valeria se puso de pie, miró a su asustada madre y le ayudó a levantarse. Azucena parecía furiosa, sacó el cuerpo por la ventana y comenzó a maldecir y amenazar a los hombres que al verla se dispersaron.
—Ahí tienes tu buen día.
Azucena miró a Valeria, la chica se vestía lentamente. Así que ella se aproximó, acarició sus caderas y finalmente tomó el bello rostro de Valeria para mirarlo de frente.
—Será un buen día para ti, mi vida.
La chica logró zafarse de aquella desagradable caricia. Se colocó las botas y bajó a desayunar. Como Azucena lo había dicho, el desayuno ya estaba servido. Pero solamente su plato estaba en la mesa. Azucena bajó hasta el comedor.
—Tu padre te llama. Lleva horas esperándote afuera.
Valeria se extrañó, dejó el plato de lado y salió de la casa. Su padre estaba cerca de ahí, colocando tres maletas en la camioneta mientras que otros sujetos le ayudaban.
—Hasta que despiertas —le dijo el hombre, mirándola y sonriéndole como pocas veces lo hacía.
—¿Qué quieres? —preguntó, mirando de reojo a Camilo que estaba entre los perros.
Lisandro se acercó a ella, la miró de pies a cabeza y negó.
—Primero debes arreglarte. Toma un baño rápido y te vienes conmigo. Tenemos cosas que hacer.
Valeria imaginó que todo sería a consecuencia de los enemigos. Todos tendrían que marcharse para no correr peligro, inclusive los Santos. Pensó en Helena, su pobre Helena que había tenido que presenciar aquella horrible escena debía estar muy preocupada.
—Tengo asuntos que atender. Dile a Lisandro que te acompañe.
Pero el hombre se acercó apresurado, tomó de la camisa a su hija y la haló hacia él.
—No es un viaje de placer, niña. Te me vistes y te vas conmigo, ¿estamos?
Lisandro hijo se acercaba hasta donde estaban ellos. Valeria lo miró, llevaba un arma enorme colgada del hombro y se preparaba para subirse a la camioneta cuando su padre lo detuvo.
—No, tú te quedas en la casa a cuidar de la hacienda. Tu hermana y yo iremos al negocio.
Los ojos turquesas de Lisandro se abrieron repentinamente. Miró a Valeria que estaba aún más incrédula que él.
—Pero, papá. Yo...
—¡Tú nada! ¡Carajo! ¿Les cuesta mucho obedecer?
La voz de Lisandro retumbó por toda la hacienda. Volvió su atención a Valeria y se acercó hasta ella.
—Te quiero lista en diez minutos, sin peros, Valeria. Andando.
La chica asintió. Sintió la mirada fulminante de su hermano y solamente pudo esbozarle una sonrisa. Podía ver cuánto le dolía aquello. Su hermano era un pobre diablo. Un juguete más de su padre, y ahora estaba herido por no ser el hijo ejemplar.
Valeria se dio un baño deprisa, miró a Azucena en la sala sonriendo mientras la observaba peinar su cabello. Llevaba una copa de vino en la mano a pesar de que eran apenas las diez de la mañana.
—¿Qué sientes de ser el nuevo orgullo de papá? ¿Se siente bien, mi vida?
Valeria no dijo nada. Continuó mirando su rostro en el espejo y puso algo de lápiz labial en su boca.
—Yo espero que la relación con él mejore. Después de todo, eres tan Lizano como tu hermano.
La chica esbozó una sonrisa divertida, se dirigió hasta su madre para tomar la copa de vino y beberla de golpe. Azucena sonreía, mientras miraba a Valeria de pie.
—¡Shault! —dijo la chica. Elevando la copa al cielo y bendiciendo ese trago.
La sonrisa se borró por completo del rostro de Azucena, una mirada perversa se tornó en ella. Sus verdaderos ojos de áspid observaban a Valeria mientras presionaba con fuerza la muñeca de la chica.
Lisandro hijo entró de pronto, parecía un poco decepcionado y desconcertado cuando le dijo a Valeria que su padre la esperaba en la camioneta.
Se zafó del agarre de su madre, pasando de largo a Lisandro que parecía tener la furia de un titán en su rostro.
Azucena lo llamó, alzó sus brazos como la amorosa y tierna madre que era para consolar a su hijo por el desaire de su padre.
***
En poco tiempo llegaron hasta la pista de aterrizaje de los Lizano. Era el medio más factible para operar en el negocio y solo así era fácil librar la seguridad de otros destinos.
Valeria miró el lugar, hacía años que no iba por ahí. Quizá desde pequeña, cuando su padre los llevaba a pasear en avioneta por el Bajío, la cascada y parte de las montañas. Aquel lugar le traía recuerdos de una infancia no tan precaria. Podía recordar a su padre llevarla en brazos para todos lados, acariciar su cabello y susurrarle cuán orgulloso estaba entonces de ella por ser su pequeña guerrera. Sonrió, casi creía que aquel recuerdo era un sueño y nada más.
—Te gustaba mucho venir a este lugar. Solías correr por toda la pista elevando los brazos porque decías que eras un avión que iba a despegar. Eras una chiquilla inquieta, libre, y mucho más obediente que ahora.
Valeria estaba un poco desconcertada, jamás imaginó que su padre recordaría ese momento como ella. No había sido un sueño. Hubo una época en la que ese hombre alguna vez sintió más que obligación por ella.
Miraron a lo lejos la avioneta junto al piloto y un grupo de hombres que les acompañarían. Antes de bajar Lisandro detuvo a Valeria, sacó un arma de la guantera y se la entregó.
—Por si algo sale mal —dijo el hombre, entregándole el arma en las manos.
Valeria tragó saliva. No quería volver a sentir un arma en su vida, pero Lisandro insistió regalándole una sonrisa que apenas si recordaba
—Sé que no dudarás en disparar, eres una Lizano.
Las manos de Lisandro fueron hasta la cabeza de su hija, revolvió sus cabellos y después la tomó de la nuca para acercarla a su rostro, pegando frente con frente. Valeria estaba un poco fuera de si.
—Tienes esa expresión de creer que estoy loco, lo sé porque es la misma expresión que hacía tu madre.
Valeria sintió que el corazón se le detenía. Se alejó de la frente de su padre y bajó de la camioneta sin pensarlo. Iba a terminar con eso de una vez por todas. Si aquella era una prueba por parte de Lisandro iba a superarla. No había nada ni nadie que pudiera detenerla. Cargó el arma, y la colocó en su pantalón mientras caminaba hacia la avioneta.
El viaje duró poco menos de una hora, llegaron hasta otro pueblo con todo el cargamento que habían traído desde la hacienda. Valeria no se atrevió a preguntar qué era lo que llevaban. Con solo observar a su padre cuidar de aquellas maletas como un sabueso era claro.
En la pista de aterrizaje aguardaba una camioneta con todo un comando, un hombre alto de bigote abundante y camisa extravagante los esperaba. Se quitó el sombrero, dejando ver una calva prominente que contrastaba con su larga cola de caballo. Saludó con gusto a su Lisandro dándole una palmada en la espalda.
—Lizano, viejo amigo ¡Qué gusto verte!
La mano de su padre se enredó en la de ese hombre, pero los ojos de éste de pronto estaban sobre ella. La miró de pies a cabeza y después reparó en Lisandro.
—Muy joven para ti, viejo verde.
Valeria miró a su padre reír, y después palmar la espalda del hombre mientras lo acercaba a ella.
—Mírala bien, Olvera. Tiene mi barbilla y mi mirada.
El hombre hizo un gesto preocupado. Acababa de cometer un terrible error pero le alegraba que Lizano lo tomara con humor. Volvió a Valeria.
—Discúlpeme, señorita Lizano. Yo la recuerdo pequeña y ahora, pues...
Los ojos de aquel hombre seguían sobre ella. Valeria solo podía pensar en darle una patada en la entrepierna de una vez por todas y acabar con esa incómoda situación, pero se contuvo.
—Pareciera que nunca había visto a una mujer, señor. ¿No hay en su pueblo?
Lisandro volvió a su hija, le lanzó una mirada fulminante pero el hombre no parecía molesto.
—No solamente tiene tu barbilla y tu mirada, sino también tu temperamento. Me agrada.
Los hombres rieron, continuaron su andar mientras Valeria les seguía detrás sin decir nada más.
Subieron a su lujosa camioneta, y condujo durante un rato hasta llegar a una zona serrana donde se ocultaba una enorme mansión que aunque un poco más pequeña que la suya, lujosa y rodeada por un grupo de hombres que custodiaban sus paredes con fiereza.
—Tu seguridad ha aumentado, Olvera ¿a qué le tienes miedo?
El hombre sonrió, se acomodó el sombrero para después encender un cigarrillo.
—Sánchez está loco, Lizano. Puede que le hayan dado el pitazo de que estás aquí.
Valeria miró a su padre, estaba bastante despreocupado para sentir angustia por él. Nada iba a pasarles. Si estaban ahí era precisamente para fortalecer alianzas, las necesitaba ahora más que nunca porque Sánchez era un pez gordo.
Entraron a la mansión, era un lugar extravagante, casi tanto como la camisa de Olvera. Se llevaron una sorpresa al ver que dentro tenía una fuente llena de billetes.
—Esa es la fuente de los deseos, señorita Lizano. Pida uno y arroje un fajo de billetes.
Valeria miró aquella fuente. No había dinero suficiente para cumplir su mayor deseo. Pero al parecer uno de ellos estaba por cumplirse.
Pronto llegaron a una sala en donde otros hombres les esperaban, al verlos se pusieron de pie. Lisandro caminó hasta ellos y comenzó a saludarlos con cordialidad. Era como el mesías entrando a Jerusalén.
Los ojos se posaron en ella durante un instante, hasta que Lisandro la presentó. Los hombres se miraron entre sí. Y uno de ellos, gordo y bajo sacó una baraja que comenzó a barajear sin dejar de mirarla.
—Parece más lista que tu muchacho. Y mucho más hermosa y eso que él es una linda princesita.
Las risas comenzaron por todo el lugar. Lisandro sabía la fama que su hijo se había hecho entre sus superiores. Así que no pareció molestarle.
Valeria se sentó en una mesa junto a su padre y sus socios.
—Bueno, a lo que venimos, señores. Como sabrán las cosas entre los Sánchez y yo están un poco delicadas.
—¿Delicadas? —intervino una de los hombres con sonrisa socarrona. Llevaba una gabardina negra y en el ojo un parche de terciopelo—. Sánchez quiere tu cabeza, Lizano. Y no solo eso, quiere a tu hermosa esposa y a tus bellos hijos colgados de un árbol.
Lisandro le dirigió una mirada a Valeria, no iba a caer en provocaciones absurdas.
—Yo vengo a reforzar mi alianza. Solo los verdaderos hombres como ustedes tienen memoria.
Los hombres optaron por una actitud seria. Aunque reprobaban lo que había hecho Lizano al matar a un Sánchez. No podían darle la espalda, gracias a él y sus tierras tenían lo que tenían. Su lealtad hacia los Lizano no podía decaer por el temor a unos sicarios como los Sánchez.
—Yo siempre he estado contigo, Lisandro.
Intervino esta vez un hombre rubio, alto, al parecer de Valeria era el menos desagradable de todos. Y le sonreía con sensualidad cada vez que sus miradas coincidían
—Pero, matar al hijo de Sánchez fue una estupidez de tu parte. Había otros métodos para darle su merecido.
Lisandro volvió a su hija, sabía que para protección de ella era mejor que continuarán creyendo que él había descargado el arma en la cabeza de aquel muchacho. Pero Valeria intervino.
—Mi padre no asesinó a ese hombre. Fui yo.
Las miradas expectantes se clavaron sobre ella. El hombre rubio y atractivo sonrió y le guiñó un ojo.
—Digna hija de tu padre.
Los demás hombres comenzaron a cuchichear, hasta que Lisandro intervino.
—Solo busco su apoyo. Como verán, este conflicto es más familiar que de negocios. Y ya sabemos qué clase de canallas estamos en este negocio.
Todos asintieron y uno a uno dio su apoyo a los Lizano sin más. El hombre gordo que llevaba las cartas comenzó a repartirlas. Le dio cinco a cada uno de ellos.
—Le diré a Olvera que te asigne una habitación —dijo Lisandro, mientras su hija miraba el juego que tenía entre las manos.
Valeria rio. Iba a mandarla a dormir como cuando era niña y tenía trabajo por hacer.
—No tengo cinco años.
Le hizo una señal al hombre gordo que repartía las cartas, el sujeto sonrió. Tirando cinco cartas más para ella. Todos parecían satisfechos de que Valeria se quedara, era como si las jerarquías sexistas fueran solo un invento de su padre.
Comenzaron a jugar, había apuestas de sumas tan grandes que parecía absurdo. Sin embargo era solo un juego de amigos, para cerrar un acuerdo de paz.
Todos destaparon su juego. El hombre rubio y hermoso fue el último en hacerlo.
—Full —dijo, con el juego más alto.
Los demás lanzaron las cartas para comenzar una nueva mano, cuando Valeria reveló su jugada.
—Escalera...
Las miradas se volvieron a ella. Una escalera en un primer juego era algo inaudito. El hombre rubio frunció el ceño mientras todos reían y bebían sin parar.
Lisandro volvió sus ojos a Valeria. Estaba orgulloso de ella y era una sensación extraña para ambos.
Las horas pasaron, y así mismo los tragos y los juegos. Valeria se sentía en confianza, era como si aquellos sujetos fueran sus tíos en una reunión familiar.
—Valeria, si esto fuera real ya nos habrías quitado a todos nuestra fortuna —dijo uno de los hombres riendo y derramando su trago.
—Elevemos la apuesta a algo más real, Sir Lomas.
El hombre miró malicioso, sus ojos atrapaban por completo a Valeria mientras la veía sonreír. Quería algo mucho más físico que billetes verdes.
Lisandro podía darse cuenta de ello. Todos eran un montón de carroñeros esperando que las copas hicieran perder la razón a su hija. Valeria quizá tenía una fama. Pero mientras él estuviera ahí nadie volvería a pasarse de listo con ella.
Uno de ellos le ofreció un cigarrillo de marihuana que ella no dudo en tomar. Fue el hombre rubio, Sir Lomas quien se ofreció a encenderlo. Todos eran como perros que iban y venían a su disposición. Una satisfactoria sensación bajaba por su cuerpo.
Lisandro podía darse cuenta del poder que su hija ejercía en ellos. Miró su reloj, pasaba de media noche. Se puso de pie y le ordenó a su hija irse con él a la cama.
—No te preocupes, Lisandro. Yo cuidaré de ella —le susurró Olvera, dándose cuenta de la inquietud de su amigo.
Lisandro asintió. Miró amenazantemente a todos y dejó a Valeria continuar su propia fiesta con aquellos criminales a los que llamaba aliados.
La fiesta continuó, muchos fueron cayendo como costales en el mismo sitio en el que estaban inhalando grandes cantidades de cocaína. Valeria no podía creerlo, aquellos hombres eran como aspiradoras de polvos. No podía creer que tuvieran aquel ritmo agotador. Había conocido carroñeros, pero estos sujetos sobrepasaban hasta sus propios límites.
—Debe aburrirle esta fiesta de viejos drogadictos, ¿no es así?
Valeria miró el pivote y la pequeña línea que Sir Lomas había hecho en la mesa de caoba fina.
—¿A esto no le hace, señorita Lizano?
La chica sonrió. El extraño acento de Lomas hacía de aquel modismo algo exquisito. Tomó el pivote y aspiró. Sir Lomas sonreía victorioso, creyendo que sería suficiente para que la chica se hiciera liviana como pluma. Pero no la conocía, no había fiesta de una noche que pudiera con ella.
—¿Su apellido realmente es Lomas? ¿O solo es su nombre de maleante?
El hombre rio, con su trago vacilando entre sus labios, sin dejar de quitar esa mirada seductora de Valeria.
—En realidad es Loras, pero la pronunciación parece un problema en común.
Valeria podía observarlo a detalle con esa distancia diminuta que los separaba. Loras era un hombre atractivo, debía doblarle la edad, pero no se veía tan acabado como su padre o los otros. Había estado con varios hombres mayores que ella. Y mucho más estúpidos que el famoso Sir Lomas. Así que sabía cómo tratarlo.
El sujeto se acercó hacia ella, mirando disimuladamente hacia donde estaba Olvera, riendo y bebiendo con los otros sujetos que ahora parecían en su propio mundo.
—Quizá lo mejor sería empezar nuestra propia fiesta, ¿no crees, lady Lizano?
La mano de Sir Lomas comenzó a bajar por su pierna hasta llegar al punto medio. Su boca pedía unirse a la suya, así que Valeria correspondió. Sintió el roce de su barba rubia y tupida en su rostro, esa respiración con olor a vodka y cigarrillos. Era tan familiar que poco a poco su cuerpo comenzó a responder de forma casi automática ante aquella rudeza innecesaria, aquella brusquedad desesperada que tenían los hombres cuando hacían el amor.
No pudo dejar de pensar en Helena, mientras las manos ágiles de Sir Lomas intentaban llegar más allá de su ropa. Se quedó inmersa en sus pensamientos, sin reacción alguna.
Lo alejó. Sir Lomas no era muy diferente a los sujetos con los que había estado anteriormente, hacerlo simplemente habría sido fácil en otras circunstancias. Pero era imposible dejar de lado esa presencia inminente. Esa sonrisa que de solo pensarla hacía que latiera rápido su aún viviente corazón.
Se abrochó su camisa, poniéndose de pie para caminar hacia su habitación.
—Good night, sir Loras —le dijo al hombre antes de salir por la puerta.
El sujeto se quedó ahí de pie. Bramando como una bestia. Valeria quizá era la primera mujer que lo desdeñaba, pero no le molestaba. Aquello solamente alimentaba su idea sobre lo interesante que era. Loras era un hombre que disfrutaba del carácter de las personas, por eso es que trabajaba con Lisandro Lizano. Y su hija, no era la excepción.
***
Por la mañana todos estaban listos para marchar, entre ellos su padre, al parecer la lealtad seguía en pie entre los allegados de Lizano. Nadie estaba del lado del enemigo ni mucho menos planeaba un levantamiento. Ahora podía estar mucho más seguro.
—Fue un placer, caballeros —dijo el hombre extendiéndoles la mano.
—Podías haberte quedado más, Lizano. Tú y tu hija siempre serán bien recibidos aquí.
—Te lo agradezco, Olvera. Pero mis hijos y mi mujer me necesitan. No quiero dejarlos solos más tiempo.
Mientras los hombres se despedían los ojos de Sir Lomas continuaban sobre Valeria. Pero para la chica aquel sujeto no tenía significado ahora. Ni en ese momento ni antes.
Cuando salieron en la camioneta, Valeria no podía dejar de pensar en los resultados de ese viaje. Hasta que sus ojos coincidieron con los de su padre.
—¿Qué les diste a cambio de su lealtad?
El hombre sonrió, descubrió la ingenuidad de su hija como si fuera una pequeña de cinco años que no entendía, y respondió:
—El dinero es importante aún para el hombre que está forrado en él. Es más algo simbólico que algo de valor. Pero trato de mantenerlos bien forraditos para que no estén chingando. Como lo hago contigo y tus hermanos. Dime algo, princesa, ¿sabes a qué se dedica papá?
Lisandro tenía un brillo divertido en los ojos, para él parecía una broma pero a Valeria su expresión le comenzaba a poner los pelos de punta.
—Eres un asqueroso saqueador. Una mierda que vive de la tierra de otros para financiar su mercado.
Lisandro suspiró. Riendo a carcajadas por la insolencia que no podía dejar de lado su hija.
—Soy un empresario, cariño. Y tú has vivido de esta mierda saqueadora por años.
Valeria apretó los nudillos. No podía negar que el viejo estaba en lo cierto. En sus últimos años lo único que había hecho era despilfarrar ese dinero, y mucho antes robarlo para los Kheshia, para Amne. Pero la fortuna de los Lizano no acababa, se pudría bajo las tierras del Bajío y sus alrededores.
—Tienes que aprender de este negocio, Valeria. Tu hermano necesita una mano derecha. Debes enseñarlo a ser prudente y social como tú. Los muchachos quedaron fascinados contigo. Sobre todo Sir Lomas.
Valeria sonrió. Ese infeliz había quedado más que fascinado. Aun podía recordar su olor sobre ella, ahora nauseabundo y sin sentido.
***
Llegaron a la hacienda por la noche, las luces estaban apagadas y solamente los perros eran quienes estaban de pie como muros custodiando la casa.
Cuando entraron a la casa, fue Azucena quien los recibió cubierta en su bata de dormir. A ambos les pareció extraño, por un momento pensaron que algo malo había sucedido.
La mujer fue hasta ellos, abrazó a su esposo y a su hija y con lágrimas en los ojos les contó el terrible episodio.
—¿Qué hicieron con ellos? —preguntó Lisandro, preocupado y sosteniendo los brazos de su mujer.
—Lisandro los tiene encerrados, quería esperar a que llegaras para que dieras ordenes de qué hacer.
Lisandro comenzó a encenderse, no podía creer que su hijo no tuviera fortaleza cuando se trataba de defender y quitar de peligro a los suyos.
—¡Es el hombre a cargo mientras yo no estoy, no había necesidad de que me esperaran! ¡Negro!
Un hombre llegó hasta él, llevaba la cabeza baja y apenas si podía mirar a los ojos a Lisandro que estaba furioso.
—Diga, patrón.
—Desháganse de esos cabrones ahorita mismo.
El sujeto asintió. Fue hasta donde estaban los demás perros y le ordenó a otro ir con él por los sujetos que se habían adentrado al territorio de los Lizano. Era seguro que eran hombres de Sánchez. Les habían visto un par de cadenas y tatuajes que los identificaban como tales.
—Quizá la que va a necesitar una mano derecha soy yo, y no creo que Lisandro cumpla con mis expectativas —dijo Valeria viendo la cara de pocos amigos que tenía ahora su padre. Después de eso se retiró despacio hasta entrar en la casa sin siquiera mirar atrás.
Azucena la observó, miró después a su marido, cruzando sus brazos a la altura de su pecho.
—¿Cómo se te ocurre llevarte a nuestra hija con esa bola de rufianes?
Lisandro suspiró. Lo último que necesitaba ahora era una pelea más con Azucena.
—Tranquilízate, mujer. No le iba a pasar nada mientras estuviera conmigo. Necesita ir conociendo el negocio. A Lisandro le falta carácter, necesita alguien que le ayude.
—¿Pretendes que trabajen juntos? No pueden respirar el mismo aire por más de cinco minutos sin intentar arrancarse la cabeza.
—Pues van a tener que aprender, un día ellos se harán cargo de todo esto. —Lisandro entró a la casa, se sentó en su sala descansando de aquel agotador viaje—. ¿Dónde están Santos y su hija?
Azucena hizo un gesto de repulsión, nadie más que ella desaprobaba la idea de que los Santos estuvieran en su casa, pero no podía hacer nada. Después de todo, se había encontrado a los sujetos merodeando la casa que les habían prestado a ellos. Regresarlos sería un riesgo.
—Lisandro les asignó las habitaciones de visita. Para eso sí tuvo voz de mando. No dudo ni un segundo para meter a esa mujer en la casa. Ahora que Valeria está de regreso los problemas no van a faltar.
Don Lisandro negó. Azucena había perdido la cabeza y estaba tan cansada de su propia vida que intervenir en la de los demás era su única actividad recreativa.
—Déjate de cosas. Era lo menos que podía hacer, no puedo poner en riesgo a los míos. Santos ha llevado muy bien su trabajo. Ahora, sírveme un trago.
La mujer fue hasta la botella de coñac, sirviéndole un generoso trago a su marido.
—Esas personas no me dan buena espina, Lisandro. Sabes bien que nunca me equivoco.
Lisandro arrojó el trago al piso haciéndolo añicos. Apenas si había bebido un sorbo. Miró a su mujer, pasó de largo sin dejar de mirarla con rabia y finalmente subió a su habitación.
***
Valeria estaba en su recámara, a punto de darse una ducha, pero los pensamientos seguían en su cabeza con insistencia. Ahora podía ver más de cerca la clase de infeliz que era su padre. Todo lo que había hecho solamente por dinero que ni en un millón de vidas podría gastar. No podía seguir sus pasos, no creía que fuera la indicada para hacerlo y mucho menos su hermano. Lisandro era un hombre inteligente, que había sabido usar el miedo y el poder a su favor. Nadie más que él sabía manejar el negocio con los socios y los aliados, y así mismo con sus enemigos.
Sin embargo, había algo de satisfacción en ese mundo, la forma en la que los aliados de su padre le habían recibido, el respeto que transmitían hacia él. Ella podía hacerlo, podía ganarse el respeto de aquellos hombres e inclusive de sus enemigos y en una idea muy utópica hacer algo más grande que exportar y vender drogas. Después de todo, no solamente era una Lizano.
Comenzó a desnudarse cuando escuchó la puerta de su habitación abrirse.
—Ahora no, madre. Estoy agotada y no creo que pueda... —Giró, sin imaginarse que quien estaría en el umbral de su puerta sería Helena. Un calor intenso llenó su corazón al verla ahí de pie. Llevaba un suéter caído que dejaba a la vista sus hermosos hombros rozados y cubiertos por una capa de pecas. Unos leggins que debían ser parte de su pijama y llevaba el cabello suelto—. ¿Se le perdió algo, señorita Santos? —preguntó Valeria, con su mirada seductora.
A Helena no parecía importarle su desnudez. Fue hasta ella para abrazarla sin pensarlo demasiado. Fue un abrazo alargado, profundo y lleno de preocupación. Valeria no supo qué hacer, salvo responder a ese abrazo con la misma intensidad. Aquel repentino desplante era tan agradable que no quería que acabara jamás.
Mientras sus brazos recorrían la espalda desnuda de Valeria. Helena sintió un frío metal más abajo de la espalda. Sacó el arma que Lisandro le había dado a Valeria sin entender el motivo de que estuviera armada.
—¿Qué es esto?
—No tengo idea —respondió la chica con una sonrisa cínica en el rostro.
Helena parecía enojada, sostenía el arma con firmeza y respiraba con agitación sin poder entender la razón de por que la llevaba. ¿A dónde la había llevado su padre?
—Papá me la dio —dijo Valeria arrebatándosela.
Solamente podía observar la pistola en aquellas manos blancas y frías. Listas para dar un tiro certero si era necesario.
—¿Ahora a quién quiere que mates?
—Es por seguridad.
Helena abrió sus ojos con preocupación. La había visto sostener esa arma, había tenido suerte solamente porque el sujeto estaba a menos de un metro de ella. Pero en otras circunstancias no habría podido darle y quizá habría volado de sus manos.
—¿Por seguridad? Ni siquiera sabes usarla
Aquellas palabras la sorprendieron. Helena hablaba con tal seguridad que no podía creerlo. Parecía una chiquilla envidiosa, mucho más que su propio hermano.
Valeria sostuvo el arma, levantándola hasta la cabeza de Helena.
—¿Está segura de eso, señorita Santos?
La chica rubia pudo sentir el metal frío sobre su piel. Su respiración se agitaba, no pudo evitar pensar en esa dolorosa situación que podía ser casi profética. Estaba asustada, ni con los años ni con la experiencia el temor de tener un arma en la cabeza podría desaparecer. Era algo a lo que jamás iba a acostumbrarse.
Sonrió, bajó el arma y la arrojó a la cama. La respiración de Helena volvió a la normalidad, mientras veía a la chica con esa expresión diabólica en los labios.
—Estás loca —musitó.
Estuvo a punto de marcharse cuando las manos de Valeria la sostuvieron de la cintura.
—Era una broma —le susurró al oído—. Además, tú me provocaste. ¿Cómo estás tan segura de que no se usarla?
Helena cerró suavemente la puerta, esperaba que nadie se encontrara lo suficientemente cerca para escuchar o ver algo.
—¿Dónde estuviste? Estaba preocupada por ti —preguntó la rubia, aun un poco indignada pero curiosa.
—Tuve que hacer un viaje exprés de negocios.
Valeria caminó hasta su closet donde sacó su pijama. Había dicho aquello tan altaneramente que Helena no estaba segura de que esa chica fuera la Valeria que conocía ¿Un viaje de negocios? No recordaba que a Valeria Lizano le importara el sucio negocio de su padre.
—¿Negocios? —reiteró—. ¿Ahora está siguiendo los pasos de su padre, señorita Lizano?
Valeria sonreía, dándole la espalda a Helena mientras continuaba desnudándose.
—Papá insistió en que lo acompañara. No fue gran cosa, solo un montón de viejos ebrios y drogadictos jugando póker. La pase muy mal.
—¿Te hicieron algo?
Valeria volvió sus ojos pícaros hacia Helena, que la cuestionaba como si fueran un matrimonio de recién casados.
—Claro que no, papá los hubiera desmembrado con sus propias manos.
Helena no lo dudaba, con el carácter que se cargaba Lisandro aquel viaje hubiera terminado en tragedia de haberle pasado algo verdaderamente malo a su hija.
—¿Tú estás bien? Mamá nos contó lo que pasó.
Helena se sentó sobre la cama, mirando el cuerpo desnudo de Valeria pero inmersa en la conversación.
—Estamos bien, afortunadamente Camilo estaba ahí cuando sucedió.
Valeria la miró extrañada, Camilo merodeando la casa de los Santos. Debía tener una intención aquel Gusano.
—Habrá que agradecerle entonces. —Valeria le guiñó un ojo a la chica.
Helena no hizo alarde alguno. No podía dejar de pensar en esa extraña actitud de superioridad con la que había llegado Valeria.
No la recordaba así, siempre había pensado que repudiaba el trabajo de su padre, pero ahora no estaba segura. Quizá había encontrado en ese viaje su vocación. La sola idea le aterraba, ella misma había sido testigo de lo peligrosa que podía llegar a ser Valeria con ese carácter impulsivo y despreocupado. Un Lisandro Lizano era suficiente como para acabar con ese lugar y con todos ellos.
El sonido de disparos repentinos hizo eco en la casa de los Lizano. Helena no lo pensó dos veces y se arrojó sobre Valeria en una maniobra extraordinaria.
—Si querías estar sobre mí solo tenías que pedirlo —dijo la chica, mientras acercaba lentamente la boca de Helena a la suya.
—¿Acaso no escuchaste? ¡Están disparando!
—Seguramente fueron los muchachos encargándose de los idiotas que entraron.
Helena se reincorporó poco a poco para mirar a la ventana, observando como una horda de pájaros volaban con dirección al Bajío.
—¿Y lo dices así? ¿Tan tranquilamente?
Valeria no podía dejar de observarla, Helena a veces era como una chiquilla asustada. Pero también tenía esa parte protectora y casi maternal.
La acarició, tomándola por la barbilla y llevándola a sus labios con ternura.
—¿Pretendes que sienta lástima por esos imbéciles? Si te hubieran hecho algo yo misma los habría matado.
Helena no pudo evitar sentir ciertas emociones dentro. Escucharla decir algo como eso era su punto débil. No podía dejarse llevar por esos sentimientos, pero al final siempre sucedía. La realidad y sus sentimientos eran algo que comenzaba a volverla loca.
Las manos de Valeria comenzaron a recorrerla, mientras aquel beso tierno se prolongaba algo intenso y pasional. Helena recorría el cuerpo ya desnudo de Valeria mientras sentía el calor de sus besos bajar por su vientre. No podía más con eso, así que se separó abruptamente de ella.
—¿Me quieres?
Aquella pregunta había desconcertado a Valeria. Que la miraba preocupada, como si ahora ella no reconociera a la Helena que tenía enfrente.
—¿Tan difícil te es responderme? —continuó, viendo que la joven Lizano no podía responder.
—No, pero quizá mi respuesta no sea lo que esperas.
Helena suspiró. Se puso de pie lentamente, seguida de Valeria que la sostuvo del brazo para detenerla.
—Helena, sabes muy bien que...
—¿Qué, Valeria? ¿Que sigues aferrada al fantasma de tu novia? ¿Es eso? ¿O solo soy un rato más de diversión para ti como Camilo?
Por alguna razón, aquellas palabras le dolían un poco más de lo que imaginaba. Helena le importaba, quizá después de Amne nadie le había importado más que ella. Pero las cosas no eran sencillas para nadie en ese momento; había heridas que aún no lograba sanar. Sin embargo, no podía dejar de lado que aquellas que habían sanado eran gracias a Helena.
—Ojalá solo fueras diversión.
Los ojos de Helena se abrieron chispeantes, no esperaba una respuesta como esa. Sintió que su corazón se avivaba un poco. Aquella era la Valeria que le había enamorado, la misma que ahora le hacía perder el rumbo de su arriesgada misión. Sin embargo, ella quería más. Pensaba que al menos, con esos meses juntas, Valeria podría afrontar sus sentimientos, pero no era así.
—Buenas noches, señorita Lizano.
Helena caminó hacia la puerta. Fue rumbo a su habitación dejando a Valeria en la suya con un manojo de sentimientos confusos. Lo había sentido con Sir Lomas la noche anterior, mientras el sujeto la tocaba. No había nadie que pudiera ocupar el lugar tan grande que tenía Helena ahora en su corazón.
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