Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Un abrigo que se ponía y quitaba a su antojo

Valeria entró a la casa grande, le sorprendió escuchar la voz de sus pequeños hermanos en la sala y darse cuenta de que ahí estaban todos reunidos como la familia feliz que jamás habían sido. Era domingo, así que, pudo entender el motivo de la reunión.
Valeria los saludó al entrar, besó la mejilla de su extrañado padre y también de su madre.
—¿Y a qué debemos tan buen humor? —cuestionó Azucena, viéndola recostarse sobre el sillón con la cabeza sobre su regazo como cuando era niña.
Las tiernas manos de su hermanito, Daniel, se acercaron para enseñarle uno de sus juguetes nuevos, mientras que Azucena conmovida, acariciaba los cabellos de su adorada Valeria.
—Es un buen día —contestó después la joven Lizano.
Lisandro padre, que estaba a un sillón de aquella escena, suspiró. Le hubiese gustado que su hija fuera así de amable siempre. Cada que la veía sonreír, o comportarse de esa forma se le ensanchaba el corazón. Pero conocía muy bien a su primogénita y por lo general algo que le hiciera feliz a ella sin duda, terminaría arruinándoles el día a ellos.
—¿Qué hiciste ahora, Valeria? —preguntó el hombre, aún incrédulo al inusual buen humor de su hija.
—Nada, papá. Solo, me siento bien el día de hoy, ¿no puedo simplemente sentirme bien?
El tono de voz de Valeria no era el adecuado para dirigirse a su padre. Por un instante una mirada fiera se dibujó en el rostro de Lisandro pero Azucena intervino.
—Bueno, no empiecen a discutir. Hay que aprovechar el momento, Valeria tiene razón, es un hermoso día. Deberíamos preparar una parrillada y comer todos juntos.
Una sonrisa se dibujó en el demacrado rostro de Azucena. Y así mismo en el de Lisandro.
—Me parece muy buena idea, mujer —continuó el hombre con humor—, le voy a decir a Santos para que él y Helenita nos acompañen.
El golpe de la puerta frontal hizo que todos se estremecieran. Escucharon un par de pasos acercarse con rapidez y con mucha fuerza. Era Lisandro hijo, que entraba por la puerta de la sala hecho un demonio e iba directo hasta su hermana.
—¡¿Dónde estabas?!
Los ojos de todos estaban sorprendidos. Lisandro había dejado de lado su periódico y los gemelos estaban entre los brazos de Azucena, temblando.
—¡¿Qué gritos son esos, Lisandro?!
Lisandro padre no parecía extrañado del repentino temperamento de su hijo. Si bien era un hombre explosivo y temperamental, también era un cobarde a la hora de enfrentar a su hermana. En ocasiones Lisandro se preguntaba si en realidad aquel joven estaba listo para manejar sus negocios con el temple que se requería.
—¡¿Te llevaste a Helena a esa maldita cabaña y pasaste la noche con ella?! ¡Contéstame, Valeria!
Los ojos de Don Lisandro y Azucena se volvieron hacia la joven, que parecía sorprendentemente tranquila. El joven Lizano se apresuró hasta su hermana con la intención de hacerle daño, pero su padre lo detuvo con violencia, tomándolo de la camisa y llevándolo hasta el piso. Don Lisandro se paró frente a su hija, mirándola fijamente.
—Contéstale a tu hermano, Valeria, ¿estuviste con la hija de Santos?
La chica levantó la mirada, esbozó una sonrisa maliciosa como la que acostumbraba y se dejó caer en el sofá, junto a Azucena, con las manos sobre su nuca.
—No sé de dónde sacaste eso...
Lisandro se puso de pie rápidamente, para continuar su berrinche mientras su padre no dejaba de sujetarlo y Azucena se acercaba a ellos.
—¡Te vi llegar con ella esta mañana!
Valeria no podía ocultarlo, así como Lisandro muchos de los peones la habían visto llevar a Helena hasta su casa. Pero la chica era astuta, y eso en parte, provocaba gran admiración en su padre. Quien ahora parecía ir y venir de uno de sus hijos a otro, para seguir el hilo de aquella infantil situación.
—Eso es cierto, yo venía de la cabaña y me encontré con Helena, tiene cierta fascinación por las caminatas así que me ofrecí a traerla hasta aquí, eso fue todo.
—Asunto cerrado —finalizó Lisandro soltado de a poco la camisa de su hijo—. No tienen porqué seguir discutiendo.
Don Lisandro conocía a su hija a la perfección, era claro que Valeria no le estaba diciendo toda la verdad, pero tampoco estaba seguro de que fuera una mentira. Esas discusiones comenzaban a cansarlo. Pero a pesar de todo, su corazón de padre le obligaba a no convertir su hogar en un ring de boxeo. Era mejor quedarse con esas verdades a medias para mantener las cosas en calma.
Lisandro salió de la casa con la misma prisa con la que entró, fue Azucena quien corrió para perseguirlo y poder detenerlo, pero no pudo alcanzarlo. El chico subió en su camioneta y se perdió entre el frondoso follaje que rodeaba la hacienda.
Valeria parecía tranquila, había desarrollado con el tiempo una habilidad sorprendente para mantener la calma. Vivir en una familia como la que tenía no era fácil después de todo. Continuó jugando con su pequeño hermano, mientras que su padre volvía a su asiento tomando el periódico para seguir leyendo sus noticias.
No parecía preocupado, Valeria se dio cuenta de que quizá esa habilidad por la despreocupación era algo genético.
—Ve y dile a Santos que van a comer con nosotros.
Azucena entró en ese momento, parecía agitada y preocupada, pero no hizo más que sentarse en el sillón nuevamente y continuar bebiendo su copa de coñac. A diferencia de Valeria o su padre, la visita de los Santos no era muy grata para ella.
—Puedes decirle a cualquiera de los muchachos que les avisen —intervino la mujer, para impedir que fuera Valeria quien personalmente les hiciera la invitación.
—De ninguna manera, mujer, es de mala educación hacer invitaciones así por medio de los criados.
Valeria sonrió disimuladamente, había olvidado que su padre tenía un extraño sentido de los principios. Miró a Azucena que parecía indiferente ahora a toda situación. Suspiró. Tomó del brazo a su pequeño hermano
—No tengo ningún problema —dijo, poniéndose de pie—. Me voy a llevar a Danielito para que vaya aprendiendo modales.
Azucena compartió una mirada perspicaz con Valeria, que sonreía sosteniendo la mano de su hermano. Ambos Lizano se marcharon rumbo a la casa de los Santos.
—Si no sacas a esas personas de aquí tus hijos van a terminar matándose por culpa de esa mujer.
Los labios de Azucena pronunciaron aquellas palabras con firmeza. Su marido rio. Sabía cuánto despreciaba a Helena, así que jamás pudo tomar aquellas palabras lejos de un juego de egos entre mujeres.
—Que exagerada eres, mujer. Helenita es una muchacha educada y con buenas costumbres. Será la esposa perfecta para Lisandro, y de paso me aseguro de que Santos no me vaya a salir con alguna pendejada. Todo quedará en familia.
Aquella última frase, dejaba en claro la intención de Lizano. Después de todo, no estaba dispuesto a perder su tiempo una vez más para educar a un peón.

***

Valeria y su hermano llegaron rápidamente hasta la casa de los Santos. Al tocar la puerta, fue Ulises quien los recibió.
—Buenas tardes, licenciado, ¿podemos pasar?
El hombre la miró de pies a cabeza, se percató del pequeño que llevaba a su lado. Abrió sin pensarlo, dejándolos pasar hasta la sala.
—¿En qué puedo ayudarles?
Valeria miró el lugar, era la primera vez que entraba a aquella cabaña, ya que, Márquez no solía ser muy fraternal con ellos y su relación con su padre era cien por ciento laboral.
—Venimos a invitarlos a comer, mamá quiere aprovechar el día y se le ocurrió que podíamos hacer una parrillada.
—¿Y fue idea de tu madre invitarnos? —preguntó Helena con intención.
Venía bajando por las escaleras, llevaba unos jeans color azul y una blusa blanca que dejaba al descubierto sus hombros. Sonrió al verla. Valeria no podía creer lo sorprendentemente hermosa que era aquella mujer.
—Helena —musitó Ulises, desaprobando su comentario.
—No, en realidad fue una orden de mi papá, lo de invitación es para que se escuche más agradable.
Ambas compartieron una sonrisa. Por un instante pudieron olvidarse de Ulises y el pequeño acompañante. Pero el viejo Roble era perspicaz, pudo darse cuenta que a pesar de las advertencias la relación entre Helena y Valeria había crecido.
—Ahí estaremos, dígale a don Lisandro —intervino Ulises, caminando rumbo a la puerta para abrirla.
—Licenciado, ¿será que Helena puede venir con Daniel y conmigo? Iremos a montar un rato. Claro si ella quiere y usted le da permiso.
El hombre miró a Helena que lo observaba fijamente. Asintió.
—Últimamente no pide permiso para hacer nada, así que supongo que si ella quiere está bien por mí.
La chica abrazó a Ulises y lo besó en la mejilla como la chiquilla hija de papá que aparentaba ser.
—Iré a ponerme zapatos, no tardo.
Subió a su habitación, se puso las botas y bajó deprisa y sin despedirse de su padre.
En el camino, Helena y Daniel iban un poco más delante de Valeria, que sacó un cigarrillo para darle un par de fumadas sin terminarlo. Helena la veía ocasionalmente de reojo sin dejar de sostener la mano del pequeño Daniel, que la aferraba como a su madre. Por la cabeza de Valeria pasaron cosas muy absurdas. Aquella imagen tan puramente familiar le provocaba una sensación de embriaguez, que rara vez distinguía. Era como sentir calidez en el pecho, mariposas en el estómago y sonreír repentinamente, algo que cualquier otra persona podría distinguir como felicidad.
Llegaron al establo, en donde Camilo sostenía a un par de bestias equinas tan hermosas como el caballo negro que Lisandro había matado en aquella carrera. Helena acarició a uno de ellos, jamás había visto un animal tan majestuoso como ese. Miró a Valeria que subió a su pequeño hermano al equino sosteniéndolo por la cintura. El pequeño sonreía, y así mismo Valeria que no dejaba de mirarlo con fascinación y ternura.
—Debes sostenerte muy fuerte, Daniel.
El pequeño asentía, aferrándose con fuerza al caballo mientras Valeria se subía detrás de él para mantenerlo seguro.
—¿Me permite? —Camilo se acercó hasta Helena, ofreciéndose a ayudarla a subir al caballo.
La chica aceptó, se posicionó para subir mientras Camilo sujetaba con una mano las riendas del caballo y con la otra cuidaba que Helena subiera adecuadamente.
Camilo se acercó a Valeria, para revisar que todo estuviera en orden.
—¿Qué estás tramando, Salamandra? —preguntó estando cerca de ella.
Valeria sonrió, hizo una mirada extrañada agregó:
—No sé de qué hablas, Gusano. Avísale a mi mamá que me llevé a Dani a dar la vuelta.
Arrearon los caballos, acelerando el paso mientras se abrían camino por la espesura del bosque. Conforme pasaban aquel paisaje Helena no podía dejar de mirar a Valeria que sostenía con un brazo a su pequeño hermano y con la otra las riendas del animal. Su cabello lacio y negro había crecido un poco desde su llegada ahí, había recuperado peso, quizá porque cada día parecía tener menos excesos, y sonreía. Por fin, después de tanto, una sonrisa sincera se dibujaba en su rostro mientras reía y cantaba una infantil canción con su hermano menor.
Helena no sabía cómo es que iba a llevar a cabo su plan después de eso. Destruir a todos los Lizano. Pero jamás imaginó que dentro de ese plan se escurrirían esos ojos oscuros y esos labios carnosos que le harían sucumbir.
—¿Qué sucede? —preguntó de pronto la chica, haciendo que el caballo de Helena frenara repentinamente. La miraba, llevaba rato viéndola embelesada en sus propios pensamientos.
—Nada, me resulta extraño verte así.
Aquello no era una mentira. Valeria sonrió, guiándola hasta el camino hacia el lago.
Llegaron a ese fascinante lugar y bajaron de los caballos. Daniel, fue directo hacia el agua pero Valeria pudo sostenerlo y explicarle que hacía demasiado frío para entrar en ella. El pequeño comprendió, pero aun así, pedía ocasionalmente tocar la fría agua con su mano.
—Lisandro nos vio llegar esta mañana.
Helena se volvió a la chica, no sabía que podía implicar eso 
—Tranquila, le dije que te había encontrado caminando hacia la hacienda y me ofrecí a llevarte.
—¿Y te creyó?
—No tuvo más remedio.
—Lo lamento, no quiero causarte problemas con él.
Valeria lanzó un suspiro, y fue hasta su hermano para quitarle de las manos una lagartija que comenzaba a morir estrangulada.
—No te sientas tan importante, señorita Santos.
Valeria volvió sus ojos a ella y sonrió. Helena negó. Ahora la conocía, le gustaba decir cosas como esas solo para lastimar a los demás, por el simple hecho de hacerlo. Quizá era algo que ambas compartían, según Helena. Ya que ella misma se había descubierto haciéndoselo a Ulises en muchas ocasiones.
—Lo cierto es que, siempre hemos tenido problemas. En realidad mi existencia por si sola ya es un problema...como sea. No tienes que preocuparte.
Valeria sumergió las manos de su hermano en el agua para limpiar el lodo y la tierra de ellas. Si Azucena se enteraba que había metido las manos al lago seguramente haría un escándalo.
Regresaron a la hacienda, Helena no podía dejar de pensar en lo que Valeria le había dicho: "En realidad mi existencia por si sola ya es un problema..." sabía que la chica no tenía la mejor de las famas, que su padre la despreciaba al igual o más que su hermano, y que Azucena no tenía mucha esencia maternal con ella. Pero las cosas parecían mucho más turbias en relación a Valeria y los Lizano. Era como si una parte de ella no perteneciera a ellos. Había dejos de muchísimo amor que la chica solía ocultar para seguir a su estirpe. Podía recordarlo mientras le hacía el amor en aquella cabaña, sus palabras, sus caricias, y de pronto esa actitud... Era como si ser una Lizano fuera un abrigo que se ponía y quitaba a su antojo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro