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Ser lo que más odiaba

Pronto, la vegetación cambió lo suficiente como para darse cuenta de que estaban cerca del Bajío. Valeria sujetaba la mano de Helena mientras la chica se recargaba en su hombro y besaba su mejilla en ocasiones.
—Alguien puede vernos, ¿lo sabe, señorita Santos?
Helena sonrió:
—Recemos porque no sean su hermano y su padre, señorita Lizano.
Ambas rieron, en poco llegaron a la hacienda y posteriormente a la casa de Santos y Helena. Valeria bajó, para abrirle la puerta como un gesto de caballerosidad y le ayudó a salir de la camioneta.
Helena se aproximó hasta ella, para besar sus labios tiernamente cuando escucharon el ruido de la puerta de la casa Santos. Era Ulises, estaba de pie, mirando aquel espectáculo digno de una profesional como su hija.
Ambas se miraron preocupadas. Valeria fue quien dio el primer paso saludando a Ulises.
—Buenas noches, licenciado.
El hombre caminó hasta ellas, iba tan deprisa que de inmediato Valeria se posicionó a la defensiva. Ulises la tomó del rostro, haciéndola azotar contra la camioneta mientras Helena intentaba hacer que la soltara.
—¡Basta, papá! —gritó la chica.
Pero Ulises parecía no escuchar, ni sentir que las uñas de su hija se aferraban a su antebrazo. Valeria lo miraba fijamente, mientras él le examinaba el rostro. Después de un instante, sonrió.
Quitó su mano de la mandíbula de Valeria y acarició sus mejillas haciendo que la chica lo esquivara con odio.
—Métete a la casa, Helena.
Pero obedecer no era algo en lo que fuera buena. Se quedó de pie junto a ellos, hasta que Valeria intervino.
—Obedece a tu papá, cariño. Estaré bien.
Helena sintió un escalofrío. Nadie a parte de Ulises le había llamado de esa manera. Aquello no era más que una forma de revelarse contra Santos, de hacerle ver que no le tenía miedo y de que quizá estaba dispuesta a todo.
Helena caminó hacia la casa, sin dejar de observarlos. Intentó al menos leer los labios, pero era en vano. Solo podía ver a Valeria asentir y emitir un par de palabras.
—Si tu padre supiera lo que le has hecho a mi Helena, te mataría con sus propias manos.
Valeria sonrió socarrona al ver que Ulises comenzaba a sentirse protegido por las palabras de su padre. El pobre diablo no sabía que estar protegido por Lisandro Lizano era un arma de doble filo.
—Tal vez, Santos. Pero mi padre es como una ruleta rusa, no debe confiar en ninguna de sus palabras.
—¿A qué viene eso?
La chica se llevó una mano a la cabeza para acomodar su cabello de lado. Ulises la miró con fijeza admirando su preciosa y juvenil belleza. No culpaba a Helena de hacer esa jugada, pero tampoco la celebraba. Algo le decía que comenzaba a disfrutar de más su pequeño plan.
—Si le dice a mi padre de lo mío con Helena, ¿cree realmente que sería yo la más perjudicada? Piense, licenciado. Mi padre jamás se ha levantado contra su propia sangre.
Ulises la miró fijamente mientras la chica subía a la camioneta, aquella amenaza dejaba en claro lo que Valeria Lizano era. Al parecer, su padre vivía en ella mucho más de lo que cualquiera imaginaría.
Entró a la casa, vio a Helena de pie esperándolo con expectativa.
—¿Y bien? —preguntó Santos con rapidez antes de que Helena pudiera abrir la boca—. ¿Qué te dijo? ¿Qué averiguaste?
Ulises se sirvió un trago, sin dejar de mirar a su hija mientras la chica intentaba comenzar aquella historia de Kheshias y promesas de amor. Le contó todo, desde su llegada hasta su partida pero Santos parecía ensimismado.
—¿Qué más? —preguntó casi automáticamente cuando dejó de escuchar la voz de Helena.
—Nada más, Ulises, ¿qué pasó allá afuera con Valeria?
—¡Aquí el que pregunta soy yo, maldita sea!
La voz de Ulises retumbó por la casa, Helena jamás lo había visto tan fuera de sí como ese día.
—¿Qué más descubriste? ¿Qué te gusta más el coño que la verga? ¡Contéstame! ¡Pequeña hija de puta!
Helena no podía creerlo. Haciendo una ridícula escena de celos sin sentido, intentó desmentir aquella idea pero Ulises estaba hecho un demonio.
Dio la media vuelta, pero antes de que pudiera subir a su habitación sintió las manos del hombre rodeando su cuello. La sometió. La puso de espaldas rompiendo su ropa y rasgando su blusa. Helena forcejeaba con él, pero aunque viejo, era fuerte y podía someterla sin piedad.
Sintió cómo su cuerpo se desprendía en mil pedazos, el dolor de su entrepierna violentada era menor comparado con el dolor que sufría su pecho. Ulises continuó sin piedad hasta que finalmente logró correrse. Respiraba agitado sobre la espalda de Helena. La chica apretaba sus nudillos, y cerraba los ojos sin dejar de llorar. Un sollozo fue suficiente para sacar al demonio que había poseído a Ulises. La miró, cubierta de sangre y de su propio semen y se dio cuenta de que jamás estuvo tan vacío como aquella vez.
—Helena, perdóname...mi niña, perdóname.
La chica se levantó deprisa, no iba a darle el gusto de verla llorar. Caminó rumbo a su habitación cerrando la puerta sin decir nada más.
Ulises se quedó ahí, tenía un nudo en la garganta y solamente podía pensar en lo que acababa de pasar.
Se recostó sobre el piso, con las rodillas pegadas casi al pecho, sin dejar de repetirlo:
—Perdóname, Helena...Perdóname, amor mío.

***

Valeria estaba frente a la casa de los Santos, parecía no haber nadie pero aun así tocó un par de veces sin respuesta alguna. No podía creer que Helena no estuviera, después de todo la chica no tenía mucho que hacer ya que su padre era quien trabajaba para Lisandro en realidad.
Se marchó, se dirigía a las caballerizas para buscar a Camilo y preguntarle si sabía algo sobre el paradero de Helena, pero antes de que se alejara vio que la chica iba de regreso
—¡Helena! —Corrió al verla, la chica parecía apresurar el paso hasta llegar a la entrada de la casa—. ¿Por qué la prisa, señorita Santos? —preguntó, tomándola del brazo para hacerle girar.
Entonces pudo verla, tenía un par de rasguños en el brazo y un moretón en el pómulo izquierdo. La tomó de la barbilla, obligándola a que la mirara fijamente para encontrar la verdad
—¿Tu padre te hizo esto? —inquirió, pero Helena negó, riéndose a causa de la imaginación de la chica.
—No digas tonterías, lo que sucedió fue que anoche no podía dormir, salí a caminar y me caí. El lago es muy oscuro de noche.
Helena era una buena actriz, pero ese acto no parecía tener mucha credibilidad para Valeria Lizano. Acarició la mejilla de la chica. Sabía que Santos tenía que ver en esa situación más de lo que la propia Helena podía decirle, pero antes de que pudiera preguntarle algo más escucharon el sonido de una camioneta acercarse. Era uno de los perros de su padre.
—Señorita Valeria, el patrón la anda buscando. Dice que es urgente
—¿Dónde está?
—En el llano de la finca.
Valeria y Helena compartieron miradas, algo grave debía estar pasando para que su padre la convocara a aquella reunión. Helena fue hasta la camioneta de Valeria, a pesar de que la chica no creía que fuera muy buena idea que llegaran juntas, no podía ganarle aquella discusión. En realidad, no tenía voluntad cuando se trataba de ella.
Fueron hasta el lugar, en donde su padre, su hermano, Camilo y dos hombres más estaban haciendo círculo alrededor de un sujeto que estaba amarrado como un animal. Tenía el rostro ensangrentado, y tanto Camilo como Lisandro no dejaban de golpearlo hasta que su cuerpo se desplomó.
Valeria y Helena bajaron de la camioneta para mirar aquel horrible espectáculo.
—A ver, ya déjenlo. Tú ven para acá. —Don Lisandro llamó a Valeria, que sin comprender aún, se acercó mirando el cuerpo del hombre yaciente sobre la tierra. 
Pudo distinguirlo, era el sujeto que había intentado abusar de ella en la fiesta de los Roacho.
—Dijo Camilo que este cabrón se quiso pasar de listo contigo el otro día.
Valeria miró los ojos del pobre diablo. Parecía santo cristo, y pensaba que era castigo suficiente para él ya que no había podido llegar tan lejos.
—No lo sé, papá...tal vez Camilo se confundió...
Pero Helena también logró reconocerlo, se aproximó hasta ellos e intervino:
—Camilo no se confundió, ¡él estaba abusando de Valeria! Si Camilo y yo no hubiéramos llegado quien sabe qué más le habría hecho.
Lisandro sacó su pistola sin pensarlo, la puso sobre la frente ensangrentada del sujeto y las miradas se estremecieron. Todos esperaban el tiro certero, pero Lisandro le extendió el arma a su hija.
—Vas a enseñarle a estos pendejos que con los Lizano no se jode.
Los dos perros levantaron al hombre para ponerlo de frente a Valeria. Estaba hincado, y cuando lo miró a los ojos pudo encontrar el terror de la muerte en ellos.
—Papá, es hijo de Sánchez, no creo que...
—¡Y tú eres hija de Lisandro Lizano!
La voz de trueno de Don Lisandro cruzó quizá todo el territorio hasta el Bajío. Valeria se estremeció al igual que todos los presentes. Tomó el arma, y miró al sujeto que suplicaba por su vida sin parar.
—Podemos advertirles de otra forma, Valeria tiene razón, no nos conviene buscarnos problemas con Sánchez y su gente, papá.
Valeria sostenía el arma sin titubeo, su respiración se agitaba y a pesar de que no parecía demostrarlo, estaba aterrada. Helena sabía que la chica no sería capaz de hacerlo, aunque dentro de ella lo deseaba con gusto. El solo recordar las manos de ese sujeto bajo la blusa de Valeria en aquella fiesta le provocaba arrebatarle el arma y ser ella quien disparara. Pero Valeria no era así, había algo más que sangre Lizano por sus venas.
—¡Me importa un carajo Sánchez y su gente, este cabrón se metió con tu hermana y eso no se lo voy a pasar por alto a nadie...!
El sonido del arma al detonar se expandió por el lugar como una onda, Helena se estremeció mientras veía el cuerpo del sujeto desplomarse con media parte del rostro y los sesos cayéndole hasta los hombros. Su respiración se agitó, tuvo ganas de gritar pero solamente pudo colocar una mano sobre su boca para tranquilizar aquella emoción.
Ni siquiera Don Lisandro podía creer lo que acababa de pasar. La chica le entregó el arma, se dio media vuelta sin decir nada y se dirigió hasta su camioneta.
Helena no podía dejar de contemplar aquella terrible imagen. Corrió detrás de ella después de percatarse que se alejaba. Ambas se subieron a la camioneta sin decir palabra alguna. Helena sentía que su corazón se aceleraba tanto que el pecho se le hundía.
No podía creerlo. Después de todo los Kheshia tenían razón, la sangre de Lufier corría por las venas de Valeria Lizano.
Don Lisandro se acercó al cuerpo del individuo que había muerto al instante. Una muerte demasiado injusta para un infeliz como él.
Miró a dos de sus perros ordenándoles que se lo llevaran.
—Ya saben qué hacer —dijo, lanzándoles una mirada penetrante—. Camilo, junta a los muchachos, quiero cada centímetro de la hacienda bien vigilado y que nadie entre ni salga hasta que yo de la orden, ¿estamos?
El joven asustado asintió. Él mismo no podía creer que Valeria hubiera hecho semejante barbarie. Aquella sangre fría con que había jalado el gatillo le preocupaba más que la venganza de los socios del patrón.
Lisandro hijo fue hasta su padre, temblaba y hablaba en voz alta moviendo los brazos con nerviosismo.
—¡No debiste dejar que lo hiciera! Nos vamos a echar encima a toda la gente de Sánchez y probablemente a los Roacho.
—¿Y apoco les tienes miedo? —Los ojos claros del rubio hombre se mostraban socarrones y despreocupados—. No son más que una bola de pendejos. Si saben lo que les conviene se van a quedar quietecitos. Vete para la hacienda y quédate con tu mamá y con tus hermanos.
Lisandro obedeció a regañadientes. Tomó una de las camionetas y fue directo a la hacienda.
Don Lisandro miraba fijamente la mancha de sangre y sesos que el sujeto había dejado por todo el lugar. Su tranquilidad era solamente una máscara para calmar las aguas. Él bien sabía que las cosas iban a ponerse difíciles a partir de ese momento. Eran gajes del oficio, pero de uno de los oficios más peligrosos. A pesar de sus diferencias, Valeria era su hija. Nadie podía hacerle daño aparte de él mismo. La sangre Lizano corría por sus venas, ahora estaba más que seguro de eso. Valeria no había titubeado al disparar esa bala. Ni siquiera el inútil de su hermano podía terminar con algo así. Las cosas cambiarían, la jerarquía Lizano estaba por colocar a Valeria un peldaño más arriba de lo imaginado.
Un par de sus hombres lo esperaban a poca distancia. Sonrió al tocar la tibia sangre con sus dedos, pensando que quizá se había equivocado todos esos años y era su hija la indicada para seguir sus pasos.

***

Mientras conducía la escena se repetía en su cabeza, sentía que iba a perder el aliento cada que su mente volvía a reproducirla. Los ojos turbios de aquel hombre pidiendo piedad, era algo que la seguiría hasta el final de sus días, estaba segura. Sintió una repulsión enorme al pensar en ese cráneo partido salvajemente a la mitad, y el olor a pólvora y sangre elevándose por el aire.
Se estacionó y bajó de pronto de la camioneta para correr hacia el bosque, no podía evitarlo así que expulsó toda aquella adrenalina del momento.
Su respiración estaba agitada, sintió la mano de Helena en su hombro, intentando recoger su cabello con ternura. Aferró sus dedos a esa mano y respiró por primera vez en mucho tiempo. Ella estaba ahí, nadie más que ella estaba apoyándola.
—Estoy bien, solo necesito espacio.
Otra onda de vómito salió de su boca. Helena solo podía obedecerla. Se alejó. Mientras ella misma recordaba esa horrible sensación de matar a alguien. Lo suyo había sido accidental, parte del oficio. Pero Valeria no había temblado siquiera, había sido precisa y contundente. La piel se le erizaba al recordar su mirada al disparar el gatillo.
Valeria se recuperó en pocos minutos, llegaron a la hacienda y después a casa de los Santos para dejar a Helena.
Valeria no dijo nada más, dejó que Helena se bajara. La chica pensó que un beso de despedida habría sido suficiente pero no podía siquiera pensar con claridad. Había matado a un hombre, sin darse cuenta estaba más cerca de ser lo que más odiaba.

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