¿Quién es Amne?
Llegaron rápido a casa de los Lizano. El pequeño Daniel conocía la entrada y cruzó la puerta corriendo y dando alaridos. Era una inusual presentación, pensó Helena que sonreía al verlo correr de mano de su hermana.
Estaba nerviosa, no era la primera vez que estaba cerca de los Lizano, pero sí era la primera vez que se encontraba totalmente en su territorio. Aquello era imponente, pero se dio cuenta de que las cosas iban bien cuando escuchó la risa estruendosa del viejo roble que charlaba y se servía tragos con Don Lisandro mientras asaban la carne.
Azucena estaba en una silla cuidando de su otra pequeña hija mientras que Lisandro estaba en un rincón con los brazos cruzados al pecho. Cuando las vio entrar de inmediato fue hasta Helena y la tomó de las manos.
—Si quieres ir a montar, solo tienes que pedírmelo.
La chica sonrió. Aceptó aquellas manos entrelazándolas a las suyas. Valeria pasó de largo, mientras que las miradas de Ulises y Lisandro padre se centraban en ellos.
—Valeria se ofreció gentilmente. Además, paseamos también a Daniel.
El chico asintió. Pero parecía extraño, como si estuviera fuera de sí. Lanzó una mirada amenazadora a su hermana que ni siquiera ponía especial atención en él y ahora llegaba hasta su madre para sentarse a su lado.
—La comida ya está lista. Todos a la mesa.
Don Lisandro comenzó a repartir los pedazos de carne a sus invitados y comensales. Todos, tanto Santos como Lizano estaban alrededor de la mesa de campo compartiendo alimentos como si aquella fuera la escena de una familia feliz.
Helena y Lisandro se sentaron juntos, luego estaba Azucena, sus dos pequeños y luego Valeria. Al frente iba Lisandro y a su derecha Ulises que masticaba tranquilamente cada pedazo de carne sin dejar de observar a todos. Helena por su parte, parecía especialmente concentrada en Valeria. Apenas si probaba un poco de la comida, y solo se servía tragos de coñac.
A pesar de que buscaba la mirada de Valeria aquello nunca pasó. La chica parecía alejada de todo. Como si solo estuviera ahí físicamente.
—Me encantas, Helena... —La voz de Lisandro había entrado de pronto a sus oídos con fuerza—. Me encantas y sé que hice muchas cosas terribles. Pero te he pedido perdón y he aprendido de mis errores, te quiero. Y quiero formalizar contigo.
Azucena tenía sus ojos clavados en aquella escena. No parecía contenta. No como Lisandro padre que sonreía, mientras que Ulises fingía una falsa felicidad que le carcomía la garganta.
Valeria volvió a llenar su copa de coñac. Se puso de pie y se fue sin decir palabra alguna. Nadie, a excepción de Helena, parecía notar su ausencia. Pero la chica suspiró, esbozó una sonrisa y tomó la mano de Lisandro.
—No hay nada que quieras más... y agradezco tu amistad por sobre todo.
La chica sonrió. Aquella no era la respuesta que nadie esperaba. El chico se tropezó con un par de palabras. Pero Helena se inclinó hacia él para besar su mejilla.
—Esto es el inicio de algo hermoso, Lisandro. Puedo sentirlo.
El chico rubio y hermoso sonrió alimentando por la esperanza de un nuevo intento. Al menos tenía eso.
Valeria volvió a la reunión, llevaba una botella de champán y algunas copas en la mano.
—Propongo un brindis, por un nuevo comienzo.
Lisandro la miró fijamente, esperaba que al menos esta vez Valeria fuera prudente y se contuviera. Pero la chica parecía seria. Le sirvió un poco de champán a cada uno de los presentes y les pidió que alzaran sus copas.
—Salud. Por los enamorados.
Brindaron. Don Lisandro parecía ser el más feliz de aquella reunión, mientras que Ulises y Azucena se mostraban serios. Helena lanzó una mirada hacia Valeria, una parte de ella quería golpear a la chica. Actuaba de esa forma tan indiferente, haciendo alarde como si aquello no le importara. «De nuevo esa máscara», pensó. Esa máscara que se aferraba a usar para cubrir lo que en verdad era, Helena ahora reconocía quién era con o sin ella. Sabía que lo único que podía hacer era llevarla al límite. Ver hasta dónde podía ocultar sus verdaderos sentimientos.
No podía creer que mientras su corazón se contraía con solo verla montar, propusiera un brindis por la "relación" de ella con su hermano. Estaba segura de que no era la única con ese mar de emociones a flor de piel.
—Fallaste, Helena... —dijo a regañadientes.
—¿Dijiste algo? —preguntó Lisandro mirándola atento.
La rubia negó. Sus ojos continuaban buscando la mirada de Valeria sin respuesta, ahora la chica estaba un poco pasada de copas.
—Tengo que ir al tocador —dijo. Miró a Lisandro ponerse de pie con la intención de llevarla él mismo le dijo que no había necesidad—. Valeria, ¿podrías acompañarme?
La chica aceptó sin preámbulo. Se puso de pie y caminó hasta donde estaba Helena haciéndole un ademán para que entrara primero ella por la puerta.
Valeria la guio hasta el baño, iba delante de ella y no dijo nada hasta que fue Helena quien irrumpió ese silencio.
—Siempre que miro desde la casa, me pregunto cuál de todas estas habitaciones es la tuya.
Valeria se recargó sobre el marco de la puerta del sanitario, esbozó una leve sonrisa y apuntó hacia el otro extremo.
—Es esa, pero si mal no recuerdo ya habías estado ahí. ¿No será solo un pretexto para que la lleve a mi cama, señorita Santos?
Helena sintió que el corazón le palpitaba con prisa. Mordió sus labios, no sin antes echar un vistazo a su alrededor.
Entró a la habitación, no recordaba que fuera tan amplia, quizá por la falta de luz de aquella vez, ni siquiera había reparado en su majestuosa belleza. La cama enorme en el centro y un librero de fondo, casi tan grande como...
—Mucho más sencillo que tu cabaña —continuó la chica sonriendo.
—Mucho más peligroso también... ¿estás segura, Helena? ¿Aquí? ¿a metros de mi hermano y nuestros padres?
Valeria cerró lentamente la puerta de su habitación. Dejó caer su chaqueta negra en el piso, para quedarse en una transparente blusa blanca.
Helena sintió que su respiración se agitaba, cerró los ojos y sintió el aliento de la chica acercarse a su rostro
—Debemos ser silencio...
La boca de Helena ya estaba sobre la suya antes de que terminara aquella frase. Sus manos se deslizaron febriles por su cuerpo. Esta vez era Helena quien tenía urgencia, prisa. No podía creerlo. Sentía como se paralizaba y se humedecía, como si hubiera estado esperando aquel momento.
Valeria deslizó una mano dentro de sus jeans rozando su vientre, sintió su sexo húmedo y caliente. Listo antes de que el pre romance finalizara. Al primer roce un gemido salió de la boca de Helena. Valeria utilizó su otra mano para silenciarla.
—Hablo en serio, Helena. Si alguien nos escucha, mi aliento sobre el tuyo será el último...
—¿Es tu forma de ser romántica? —preguntó la rubia, sonriendo.
Valeria parecía desconcertada, aquello era un chiste. Helena había hecho un chiste; después de todo tenía humor. Rio, puso el cerrojo y la recostó sobre la cama mientras la recorría con la lengua del cuello hasta el pubis.
Se estremecía, aferraba sus manos a la espalda de Valeria mientras ésta le hacía el amor. Se corrió rápidamente y sus ojos se cerraron como si el mundo se detuviera. Cuando los abrió, descubrió a Valeria sobre ella, con esa maldita sonrisa que solamente iba a arrastrarla a su perdición.
***
En el jardín las cosas continuaban tranquilas. Lisandro y Ulises hablaban como viejos amigos, mientras que Azucena estaba con sus pequeños, y Lisandro hijo no dejaba de beber una botella de cerveza.
Azucena llevaba minutos mirando atenta hacia la habitación del sanitario, en ningún momento la luz se había prendido y eso era extraño. Dio un sorbo más a su copa de vino y llamó a su hijo.
—Ve a buscar a tu hermana.
El chico ni siquiera lo pensó demasiado, quizá también por su corazón pasaba un extraño presentimiento de dejar a aquellas dos solas.
Salió del jardín para entrar a la enorme mansión Lizano, subió directo a la habitación de su hermana sin pensarlo y abrió la puerta esperando encontrarlas a ambas en aquel lugar. No había nadie, solamente una guitarra sobre la cama y un par de chaquetas como era habitual en aquel desorden.
Bajó las escaleras y escuchó algunas risas provenir desde la sala. Ahí estaban. Su hermana llevaba un álbum familiar en las manos que hojeaba para mostrar a Helena.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó, agitado y mirándolas con severidad.
—Solo le mostraba a Helena, las fotos de...
Lisandro tomó del brazo a Valeria con rudeza haciendo que el álbum cayera de sus manos. Comenzó a forcejear y lastimar el brazo de la chica que solamente soltaba leves quejidos de dolor sin bajar su mirada de él. Helena no iba a permitirlo, no esta vez. Intentó arremeter contra Lisandro pero el chico logró abofetearla con fuerza haciéndola caer al suelo. Helena respiró agotada en el piso. Aquello fue como una bola de fuego en el interior de Valeria, que sin dudarlo golpeó la quijada de su hermano sin piedad. Los gritos de Helena hicieron llegar a Don Lisandro y a Ulises que de inmediato separaron a los hermanos.
—¡¿Qué carajos está pasando aquí?!
Santos fue hasta su hija, levantó a Helena mirando su mejilla rojiza. Lisandro parecía inmóvil, enajenado, dejaba que Valeria le diera una verdadera paliza porque aún no podía creer lo que había hecho. Fue su padre quien finalmente puso fin, sosteniendo a Valeria para alejarla de su hijo.
—¡Es que no puede haber un día, un maldito día en que ustedes dos no quieran matarse, con un demonio!
Valeria logró voltearse, y mirar de frente a su padre sin temor de nada.
—Tu hijo es un animal, golpeó a Helena.
Don Lisandro miró a su hijo. Estaba furioso y el chico podía saberlo.
—Yo no quería hacerlo...yo solo... —intentó decir. Pero antes de que dijera nada Helena intervino.
—Querías lastimar a Valeria, otra vez.
Don Lisandro puso los ojos en blanco, estaba cansado de tener que lidiar con ese tipo de riñas de adolescentes idiotas. Suspiró, miró a Santos que al igual que Valeria y Helena parecía molesto.
—Discúlpense los dos con Santos y con Helenita.
Valeria no podía creer el nivel de cinismo.
—Estás loco —le dijo a su padre, saliendo de la casa sin mirar atrás.
Lisandro trató de dirigirse a Helena, pero la chica ni siquiera lo miró. Sus ojos se perdían en la joven que salía por la puerta hecha un demonio.
—Basta, Lisandro. Se acabó —dijo terminantemente mirando furiosa al chico, para después ir detrás de Valeria.
No podía pasar un minuto más en casa de los Lizano. Era como si tuviera algo atorado en la garganta, quería llorar. Estaba furiosa y necesitaba respirar un poco la realidad.
Ulises estaba por ir detrás de su hija cuando Lisandro lo detuvo:
—Son peleas de muchachos, Santos. Lisandro de verdad está interesado en tu hija.
Ulises no podía creer el cinismo. Iba a vengarse del infeliz de Lizano y de toda su familia. Cuando llegara el momento, él mismo lo torturaría y le haría pagar cada una de sus insolencias.
—Me va a disculpar don Lisandro pero no puedo permitir que su hijo siga cortejando a Helena. Lisandro no tiene control de sus impulsos y temo por la seguridad de mi hija.
Lisandro no tenía forma de defenderlo, ya había visto hasta dónde era capaz de llegar por sus falta de autocontrol.
—Lo entiendo, tienes toda la razón, licenciado. Espero que esto no afecte nuestra relación laboral.
—De ninguna manera, señor, como usted dijo son problemas de muchachos al fin y al cabo. Los negocios son punto y aparte. Con permiso.
Santos continuó su camino, llevaba los nudillos de la mano apretados. Apenas si podía contener la furia del momento, pero tenía que disimular.
Lisandro volvió a la sala, en donde su hijo estaba sentado sobre el sofá con la cabeza agachada mientras su madre lo consolaba. Don Lisandro se acercó hasta él, señalándolo amenazantemente.
—Bueno, a ver cómo te las arreglas para solucionar las cosas con Helenita. No pienso meter las manos por ti esta vez. Santos es de los mejores contadores que he tenido y no voy a dejar que me eches a perder las cosas. Así que o te comportas con esa muchacha o te buscas otra.
Lisandro levantó la mirada, parecía nuevamente fuera de si:
—¡Todo es culpa de Valeria! —gritó acercándose a su padre, que de pronto lo tomó por el cuello de la camisa y lo arrojó al sillón.
—¡Sé hombre por una vez en tu vida y enfrenta las consecuencias de tus actos! ¡Fuiste tú quien la golpeó, no Valeria!
—¡Si Valeria no estuviera aquí nada de esto estaría pasando!
Lisandro padre miró a su mujer, Azucena. Era como si ella misma hablara a través de su hijo.
—¡Ya estuvo bueno, Lisandro! Estoy harto de tus lloriqueos. Perdiste tu oportunidad con la hija de Santos así que no te quiero cerca de ella. Y fin de la discusión.
Lisandro se reincorporó, acomodó su camisa y pasó de largo aun y cuando Azucena tendió sus brazos para consolarlo.
—Al fin hiciste algo bueno con esa situación... —dijo la mujer, sirviéndose una copa más de vino.
—No empieces con tonterías que no estoy de humor, mujer.
Azucena fue hasta él para ofrecerle una copa de coñac. Sus verdes ojos de serpiente se tornaron hasta su marido que tomó el trago de un solo golpe.
—Deberías hacer lo mismo con Valeria, al igual que a Lisandro deberías prohibirle que se acerque a Helena. Es mucho más lista, si pierdes cuidado terminará haciendo lo que Lisandro no pudo y eso podría traernos muchos problemas.
Don Lisandro se quedó meditabundo, si algo pasaba entre Valeria y Helena las cosas se irían completamente al carajo. Santos era un buen contador y un buen amigo. Pocos eran los que quedaban en el mercado. No podía permitir que Valeria hiciera las cosas mal, no una vez más.
***
Valeria salió furiosa de la casa de sus padres, apenas estaba por llegar a su camioneta y largarse por fin de ese maldito pueblo cuando Camilo la interceptó. Al verla, no pudo evitar preguntarle si estaba bien, pero por lo que veía la respuesta era obvia.
—No, no estoy bien, Camilo y quítate de mi camino.
Pero el chico no parecía ir a ningún lado, se quedó frente a ella para mirarla y descubrir la marca en su antebrazo.
—Te lo advertí, Salamandra, te dije que no te buscaras más problemas con el imbécil de Lisandro.
—¡¿Alguna vez van a dejar de asumir que soy yo la que busca problemas?! —La voz de Valeria hizo eco por todo el lugar—. ¡Ni siquiera le hice nada, Camilo!
—Sabes muy bien cuál es el motivo. —Observó que la chica intentó tomar otro rumbo, pero no iba a dejarla ir en esa condición. La última vez que había dejado que se fuera después de una discusión familiar la había encontrado tres días después ebria y casi muerta en aquel terrible lugar—. Si no lo haces por ti o por él, hazlo por Helena.
Valeria miró fijamente a Camilo, el chico parecía tener tanto dolor como ella en ese momento. Logró hacerlo a un lado y continuar su camino.
—Lo digo en serio Valeria, ¿qué estás buscando? ¿que termine como Amne?
Se detuvo en seco. Abrió la camioneta con brusquedad y se subió sin decir nada. Camilo solamente pudo ver la nube de polvo que se formaba en la carretera que llevaba hasta aquella vieja cabaña a la que Valeria se aferraba con fuerza. Sintió una presencia detrás, cuando se dio la vuelta descubrió a Helena en el pórtico de la casa, que sin pensarlo demasiado se acercó a hasta él para preguntarle:
—¿Quién es Amne?
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