La apertura de un alma rota
Por la mañana Helena miró su reloj, pasaba de medio día. Era como si el tiempo en esa cabaña transcurriera con más velocidad. Las manos de Valeria estaban alrededor de su cuerpo, la miró fijamente durante unos segundos. Nadie podía verse tan hermosa en la mañana como ella. Acarició su mejilla, y besó suavemente sus labios.
—Buenos días... —susurró, abriendo pausadamente sus ojos.
Aquella vista era hermosa, Helena desnuda sobre sus sábanas, sonriendo mientras la veía despertar.
—Buenos días —contestó la chica intentando ponerse de pie lentamente.
—¿Te pasa algo? —preguntó Valeria, mirándola levantarse con esfuerzo de la cama.
—Me duele el cuerpo, siento como si un tren hubiera pasado sobre mí.
Valeria rio. Era la segunda vez que Helena descubría esa risa contagiosa en ella.
—Acaba de pasar sobre ti el huracán Valeria. En unos días estarás como nueva.
Helena sonrió, se puso de pie finalmente pero las manos de la chica que la acompañaba la rodearon haciéndola caer de nuevo en la cama.
—No quiero que te vayas, quédate aquí conmigo.
Helena volvió sin opción, aferró en un abrazo el cuerpo tibio de Valeria y besó sus labios intensamente. La deseaba tanto, ella misma quería que el tiempo se detuviera en ese lugar y que de pronto, todo su plan terminara mágicamente.
—Pensé que te gustaría dar un paseo, ir más allá de la cascada, conocer los otros pueblos y seguir hasta la otra ciudad, ¿qué dices?
Helena parecía convencida, pero estaba segura de que Ulises no estaría muy cómodo con la idea de dos mujeres viajando solas.
—¿No sería peligroso?
Valeria negó. Se puso de pie y tomó un vaso con agua ofreciéndole otro a la chica.
—Podemos llevar a Camilo si te hace sentir más segura. Los dos se llevan bien.
—No creo que sea buena idea. De verdad le gustas, y sería incómodo para él vernos juntas.
Valeria se recostó junto a Helena, besando su pecho y finalmente su nariz.
—Camilo trabaja para mí. Él hará lo que yo le diga.
—Él te quiere, ¿no te importa lo que sienta?
Los ojos de Helena parecían inquietos. No podía creer que Valeria fuera tan insensible con el pobre de Camilo. Ella misma había sido testigo de cómo se desvivía por ella.
—Yo he sido muy clara con él. Sexo es todo lo que puedo ofrecerle.
—¿Y conmigo también será así?
Valeria miró a Helena, parecía muy seria ahora. No podía contestar aquella pregunta porque hacía tiempo que su corazón no hacía más que bombear sangre. No era sencillo volverse a abrir a alguien después de lo vivido. Después de Amne.
—Es muy apresurado hablar de eso, Helena. La situación entre nosotras es diferente, si alguien se entera terminaríamos muertas. Tendríamos que irnos de aquí, pero...
—No lo harás. Sé que no soy la primera persona en pedírtelo...
Valeria la miró sorprendida. De dónde había podido sacar esas palabras Helena. Una parte de ella se horrorizó de solo pensar que Helena supiera algo de su pasado.
—¿Qué fue lo que te dijo Camilo?
Helena suspiró. Tomó su ropa y comenzó a vestirse rápidamente.
—No me dijo nada, me aclaró las cosas. Ahora entiendo mucho de ti. Ese afán por querer auto sabotearte. La indiferencia con la que vas por el mundo solo para hacer más profundas tus heridas. Qué más da que me haya dicho Camilo. Quiero que seas tú quien me diga qué es lo que buscas en este lugar, ¿por qué no buscaste a Amne cuando desapareció?
Valeria sintió como si un fuego le quemara las entrañas. Arrojó el vaso de agua sobre el librero y fue directo a Helena para tomarla de la quijada y pegarla a la pared.
—¡No te atrevas siquiera a mencionarla! Amne no desapareció. ¡Se fue! Yo misma le dije que lo hiciera, mi padre conocía perfectamente el lazo que nos unía, que se quedara en el Bajío era peligroso... —Valeria decía aquello con dolor, era la primera vez que Helena veía que sus ojos se llenaban de lágrimas—. Algún día volveremos a estar juntas, lo sé.
Helena sintió como si un fuerte golpe en el vientre la sofocara, ¿qué significaba entonces ella para Valeria? ¿Lo mismo que Camilo? ¿Un pasatiempo?
—Y mientras tanto vas por ahí acostándote con todo el mundo, ¿no?
Valeria soltó lentamente a la chica, no podía creer que Helena ahora supiera sobre la existencia de Amne. Aquello la hacía sentir expuesta y vulnerable. No podía permitir que cualquiera entrara en su intimidad de esa manera, sin embargo, Helena no era cualquiera... Fue hasta una mesita para alcanzar su teléfono:
—Necesito que vengas en este momento, la señorita Santos tiene que regresar a su casa... dije en este momento, Camilo.
Valeria se vistió apresuradamente, salió de la habitación y posteriormente de la cabaña. Helena estaba en la habitación, temblaba de rabia aguantando que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Era una tontería llorar por ella, no lo merecía, y era tan antiprofesional que eso la hacía sentir más vulnerable. Había fallado. Enamorarse de un Lizano no era el deber de una policía, como ella o como su madre.
Terminó de vestirse, miró sobre el librero esperando encontrar la fotografía de la mujer que había visto antes. Ella debía ser Amne. Buscó por todos lados, antes de que Valeria volviera, hasta que finalmente hurgó en uno de los cajones de un taburete junto a la cama. Ahí estaba, tomó la fotografía sin pensarlo demasiado y la guardó en su bolso para luego salir de la habitación.
Cuando salió de la cabaña se dio cuenta de que la camioneta de Camilo estaba ahí estacionada. El chico se bajó en cuanto la vio caminar hasta él. No había rastros ya de Valeria por ninguna parte, seguramente había huido como siempre.
Camilo le abrió la puerta a Helena. En el transcurso de regreso a la hacienda el chico no dijo nada, sabía en realidad lo que debía haber pasado en esa cabaña, podía imaginarlo aunque no lo quisiera, pero solamente podía mirar de reojo a Helena que parecía inmersa en si misma. Herida quizá por la indiferencia con la que la debía haber tratado Valeria. Se dio cuenta de que tenía los ojos vidriosos como si estuviera a punto de llorar.
Le ofreció su pañuelo, y la chica sonrió un poco avergonzada al tomarlo.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Helena a Camilo una vez que estuvieron frente a la casa de los Santos—. ¿Cómo puedes seguir junto a ella después de tantos años?
Camilo suspiró. Le regaló una pequeña sonrisa y agregó:
—Yo mismo me hago esa pregunta todo el tiempo.
***
En cuanto entró a la casa se dio cuenta de que para su fortuna Ulises no estaba, desde hacía semanas encontrarlo ahí era menos probable. Hacía su trabajo, pasaba a veces días enteros trabajando con don Lisandro haciendo pagos, ajustes de cuentas y sobre todo contando dinero en los laboratorios en donde trabajaban casi esclavizados muchos de los Kheshia.
Se dio un largo baño en la bañera. No podía dejar de pensar en Valeria y su repentina actitud cuando nombró a Amne. Esa esperanza que habitaba en ella de volver a encontrarse con Amne era una locura. De haberlo querido, la joven la habría buscado hacía tiempo. Los años habían pasado sin ninguna explicación, sin ninguna carta o motivo por el cual no volviera a sus brazos. Helena solo podía pensar en una cosa, Amne debía estar muerta.
Se paró frente al espejo, recorrió unas extrañas marcas en su pecho. No podía creerlo, pensó en el momento exacto en el que la chica debía haberlas hecho. Se dio cuenta de que aquel pensamiento le alteraba los sentidos y hacía latir rápido su corazón. Cuando escuchó que alguien abría la puerta de la casa. Era Ulises.
—¿Dónde estabas? —preguntó el hombre, mientras Helena bajaba de las escaleras con una blusa de cuello alto color azul y unos jeans.
—Con Camilo buscando a Valeria —contestó la chica, caminando hacia la cocina para servirle un poco de café al viejo Roble—. Pensé que te irías a atender el asunto de Lizano.
Ulises se sentó lentamente sobre el sofá, sacando sus botas pesadas y cubiertas de lodo para descansar.
—Hubo un cambio de planes, alguien le dio el pitazo a los Halcones y agarraron a Sánchez.
—¿Fuiste tú? —preguntó Helena preocupada, la presencia de la policía era algo importante teniendo en cuenta que Lizano era prácticamente intocable.
—Claro que no, no soy tan estúpido. Al parecer había un soplón entre su gente, ¿cómo está Valeria?
Helena suspiró, dejando el café del hombre en la mesita de centro.
—Para su desgracia aún con vida.
Ulises no dejaba de observarla, había descubierto que desde hacía tiempo, cada que Helena hablaba de la chica Lizano algo diferente se reflejaba en su mirada
—Esa niña está loca, le importa un cuerno ponerse en peligro, busca desesperadamente que alguien termine con su vida o que le infrinja algo de dolor.
Ulises sonrió cínico.
—Con esa familia no la culpo. Yo mismo me lanzaría de la cascada si mi padre fuera un criminal.
Helena lo pensó detenidamente. Era mucho más lo que atravesaba el corazón de Valeria. Los conflictos familiares eran solo la punta del iceberg.
—Iré a tomar una siesta, estoy agotada.
Ulises logró sujetarla del brazo, la haló para si. Acercándola a su pecho y sosteniendo su barbilla para poder besar sus labios.
—¿Tan temprano? —Sus ojos se posaron sobre la totalidad de la chica. Su respiración se agitaba y Helena pudo percibir un ligero olor a alcohol—. Quizá un poco de esto te ayude a descansar mejor.
Helena no podía resistirse, hacía más de un mes que nada pasaba entre ellos. Si las cosas continuaban así, Ulises podía sospechar de esa distancia.
Los labios del Roble tocaron su boca, y cuando sintió sus rudas y toscas manos cerró los ojos. Quería que esas manos ásperas y rudas, de pronto y sin más, fueran las de Valeria Lizano.
***
—Así son las cosas aquí, Santos. En este pueblo, todos ganan, no hay quien no coma sino es por el trabajo que yo he hecho. Antes eran puros indios que no sabían nada de las tierras. Creían que plantar maíz y frijoles les iba a dar para vivir. Claro que sí, vivir sí. Pero no prosperar. Ellos creen que son los dueños de todo esto pero están locos. Aquí nadie tiene más que yo aunque tengan dinero ¿me explico? No necesito billetes porque mi palabra es la única moneda de cambio que manejo. Y no hay quién se meta en mi camino, aquí, saben que es mejor ser mi amigo que mi enemigo...
Helena continuaba escuchando los audios de aquella conversación que Ulises había tenido con Lizano hacía un par de días en uno de los laboratorios.
—Hay mucha miseria en esos lugares. Cree que soy un imbécil que no se da cuenta de las condiciones en las que trabajan los Kheshia.
—¿Todos son indígenas? —preguntó Helena, sin dejar de escuchar la grabación un par de veces.
—No, hay obreros. Gente humilde del pueblo. Pero sin duda son los Kheshia los que hacen los trabajos más pesados y arriesgados. Mezclan químicos, empaquetan toneladas de mercancía y las exportan a pie hasta los pueblos más cercanos. Utilizan a los niños para limpiar las máquinas, sin ninguna especie de seguridad. Lisandro es un infeliz.
Helena sintió escalofríos. No podía evitar preguntarse si su madre alguna vez había visitado uno de esos lugares.
—Necesito que me ayudes con algo.
Helena fue hasta su habitación, sacó de su chaqueta la fotografía que había robado de la cabaña de Valeria y se la mostró a Ulises.
—¿Quién es? —preguntó el hombre analizando el rostro de la preciosa mujer que salía sonriente.
—Se llama Amne. Y tuvo un romance con la hija de Lisandro. Necesito que cuando estés en el laboratorio preguntes por ella. Alguien debe reconocerla y saber al menos su historia. Siento que ella es una parte de este rompecabezas, Ulises. Siento que Amne puede llevarnos a descubrir los más horribles y oscuros secretos de Lisandro Lizano.
Ulises sostenía enfático aquella fotografía, miró fijamente a Helena y la sujetó de ambos brazos provocando que la chica se doblegara.
—¿Esto nos hará descubrir los más horribles y oscuros secretos de Lizano? ¿O te hará saber la verdad sobre tu amante?
Helena logró zafarse de Ulises. Lo miró fulminante, con los ojos llenos de desprecio. No le tenía miedo ya. En realidad, jamás le había temido pero sabía que solamente él podía ayudarle a descubrir su propia verdad.
Escucharon que tocaban a la puerta, Ulises fue a abrir y para su sorpresa y sorpresa de la misma Helena era Valeria. La chica estaba recargada sobre el marco de la puerta, pero parecía seria y sombría. Como si trajera mil demonios metidos en la cabeza.
—Licenciado, disculpe que le moleste. Pero necesito hablar con Helena.
—Claro —continuó el hombre abriendo la puerta y haciéndose a un lado—. Adelante, puede decirle lo que quiera a mi hija.
Helena tomó su abrigo, el frío azotador del invierno calaba hasta los huesos ya en ese lugar. Así que se lo colocó y salió de la casa sin decir más.
Valeria la siguió hasta que subió a la camioneta, Ulises se quedó parado en el pórtico de la casa, mirándolas con recelo mientras se alejaban de la casa Santos.
—Pensé que te resistirías un poco más... —le dijo Valeria a Helena pero ella no contestó, se quedó mirando el paisaje que ahora tenía una pinta más sombría.
Era el invierno, se anunciaba desde hacía meses pero Helena apenas se había dado cuenta. Miró de reojo a Valeria, llevaba una blusa y una chaqueta muy sencilla y conducía como si no tuviera rumbo.
—¿A dónde vamos? —preguntó de pronto, viendo que Valeria tomaba una desviación desconocida.
—Te presentaré a unos amigos.
Llegaron a un lugar solitario, rodeado por árboles y arbustos que ya estaban secos por el otoño. La tierra en ese lugar era diferente, era increíble tener el panorama del bosque y al mismo tiempo latitudes casi desérticas.
Había una enorme montaña frente a ellas. Valeria miró los pies de Helena, llevaba zapatos sencillos. Revisó detrás de su camioneta y sacó un par de botas pesadas como las que usaba Camilo.
—Son pesadas, pero cubrirán mejor tus pies.
Helena tomó las botas y se las puso. Valeria no pudo evitar pensar lo bien que le sentaba ese look ahora un poco andrógino.
—Andando...
Valeria comenzó a subir la pendiente rocosa de la montaña sin dificultad, mientras que Helena le seguía detrás dando pasos cuidadosos. Las rocas estaban casi sueltas, así que era difícil poder apoyarse con seguridad. Valeria debía conocer bien el lugar, pensó Helena, mientras daba pasos torpes y calculadores para tener soporte.
Valeria la miró, le extendió una mano y Helena la tomó sin preámbulos. Era la primera vez que ambas hacían algo así, se sentía bien. En ocasiones era Valeria quien le mandaba por delante y la ayudaba a subir sobre rocas y peñascos, colocando sus manos en la cintura de la chica, en sus glúteos y piernas. Aquel contacto descontrolaba un poco a Helena, pero después de un rato fue tan común que dejó de tener importancia.
Cuando finalmente llegaron a la cima, Helena apenas podía respirar, el aire era tan completo y fresco que sentía los pulmones oprimidos. Además, había sido muy agitado subir ahí, las piernas le temblaban y el sudor resbalaba certero por su frente.
Sin embargo, sus ojos se abrieron enormes al ver la vista de ese increíble lugar, podía verse todo. El lago, la cascada, el Bajío y hasta un poco de la hacienda Lizano.
—Tomaremos un descanso —dijo Valeria, sentándose al borde de una roca, observando la vista.
—¿Descanso? —Helena no podía creerlo, ¿qué tan lejos debía estar su destino como para tener que descansar?
No se había percatado al inicio, porque Valeria solía llevarla siempre delante mientras subían la pendiente, pero la chica llevaba una mochila en la espalda. Sacó un bote de agua y se lo extendió a Helena. Bebió, dejando que un poco de agua corriera por su cuello provocando que Valeria se acercara a ella y lamiera el líquido de su piel.
Helena expulsó un gemido llevándose una mano al cuello, alejando ligeramente a Valeria que se acercaba peligrosa hasta su boca.
No pudo resistirse mucho, dejó que la chica la besara con intensidad porque también lo deseaba, y mucho. El sabor de Ulises, y su olor era algo penetrante en esos días, así que tener el sabor de la chica Lizano entre su boca era como una cucharada de miel después de dos tragos de vinagre.
Cuando sus labios se separaron, Valeria bebió un poco de agua. Volvió sus ojos a Helena y le regaló una sonrisa, inclinándose para besar ahora su mejilla.
—Sigamos —dijo finalmente, extendiendo su mano para que Helena la tomara.
No parecía haber más pendientes, ni caminos peligrosos por esos lugares. Pero la chica había insistido en aferrarla a su mano.
Caminaron un par de kilómetros de esa forma, Helena se dio cuenta de que el frío disminuía en ese lugar, no dejaba de sudar por la intensidad de ese repentino clima. Así que colocó su saco en su antebrazo para quitarse el suéter de cuello alto, quedándose en una sencilla blusa. Valeria se percató de los visibles hematomas en su pecho, se acercó, acariciando con la yema de los dedos aquellas heridas de pasión y sonrió.
—Lo siento, ¿te duelen?
Helena negó, se había puesto color carmín sin darse cuenta y Valeria parecía satisfecha con la reacción.
Pero Helena estaba más que avergonzada, también estaba herida
—Duelen más otras cosas, Lizano.
La chica continuó su camino, pasando de largo enseguida de Valeria que sin pensarlo la tomó del antebrazo acercándola a ella.
—Pronto sabrás la verdad. Cuando lleguemos a nuestro destino, te darás cuenta de todo.
Helena la miró fijamente. Esperaba saber esa verdad a como diera lugar, si ese era el propósito de ese cansado viaje valdría la pena.
Continuaron su camino, a lo lejos, mientras iban por un sendero escucharon voces y un poco de música.
—Llegamos —dijo Valeria, caminando tranquilamente.
Helena miraba atenta, no sabía qué esperar de ese lugar. Pero sin duda deseaba encontrar algunas respuestas.
Un grupo de niños salió de entre unos matorrales hasta que finalmente sus ojos descubrieron a aquellas personas. Era como un campamento, había una gran multitud, pequeñas casas de barro y piedra; una avenida principal muy transitada de carritos halados con mulas o caballos, y uno que otro automóvil que parecía transportar diferentes mercancías.
Aquello parecía sacado de otro tiempo. Sin duda eran los Kheshia, pensó Helena.
Algunos iban y venían, hablando en un dialecto extraño y otros simplemente las observaron desde su llegada. Sus vestimentas eran casuales, los hombres usaban pantalones y camisas, las mujeres más grandes llevaban faldas, mientras que las más jóvenes portaban pantalones y blusas blancas.
Algunos se acercaron a saludar a Valeria, mientras que otros, la miraban con desprecio susurrando algunas palabras en un dialecto que Helena no podía entender.
Imaginaba porqué aquella reacción, Camilo se lo había contado. Valeria no dejaba de ser una Lizano y eran ellos quienes los tenían aislados en aquel territorio lejano.
Miró a su alrededor, grandes árboles de manzano se elevaban hasta el cielo. En las tierras se sembraba maíz, frijol y papa, y parecía suficiente para que ese pequeño grupo sobreviviera al exilio de Lisandro Lizano.
Llegaron a una pequeña casita, dentro estaba el jefe del grupo. Un hombre bajito, de piel quemada por el sol y ojos pequeños. Su nombre era Kanem, y llevaba sobre su pecho un collar con dos plumas largas y un par de colmillos.
—Es un símbolo de autoridad —le susurró—. Trata de ser auténtica, el viejo es capaz de mirar tu alma y descubrir tus más oscuros secretos.
Le guiñó un ojo a Helena. La chica sintió pánico, aquello no era para nada una buena noticia, así que tragó saliva.
Se acercaron a él, y el viejo les ofreció asiento. Helena y Valeria se sentaron y bebieron un té que el mismo hombre había hecho. A pesar de su seriedad, era un buen anfitrión. Les ofreció ir a su casa para hacer un banquete por su llegada, cocinando un animal grande con dientes grandes que según Valeria debía ser un coyote.
—No tengo apetito —le secreteó la chica.
Valeria sonrió, inclinándose hasta ella.
—Debes comerlo, para los Kheshia es una falta de respeto despreciar a un animal que ha muerto para alimentarte.
Helena miró el trozo de animal sobre su plato, y el resto empalado sobre una vara girando en las llamas. Dio el primer bocado, no sabía mal, aunque tampoco era una delicia. Valeria no titubeó para comer su porción de carne y beber un poco del licor de maíz que los propios Kheshia hacían como parte de una bebida ancestral.
Le ofreció a Helena, la chica dio un trago largo para quitar el sabor a muerte de sus labios pero el brebaje era quizá más fuerte que una cucharada de pimienta.
Kanem y Valeria rieron al ver el rostro enrojecido de la chica. Aquel brebaje era lo suficientemente fuerte como para hacerte perder el sentido y tener alucinaciones si no se bebía con cuidado, le advirtió el viejo. Valeria parecía conocer los riesgos, así que únicamente tomó una copa y le sirvió una más a Helena.
—Bebe, te ayudará a conciliar el sueño.
Helena no estaba segura de ello, había un brillo malicioso en los ojos de Valeria mientras la veía tomar aquella cosa. Tres tragos fueron suficientes para ella. Sintió que la tierra se le movía y se dio cuenta de que la música de los Kheshia era bastante pegajosa aunque solamente era una lira, colas de serpiente de cascabel y un par de tambores.
Valeria la observó divertida, como movía los pies con el compás de las melodías. Era una noche de fiesta para los Kheshia, no solamente por los honores de las visitas, sino porque en su calendario se marcaba el fin del año.
Los pasos de baile eran complicados, pero conforme el tiempo pasaba y la bebida se acababa, más eran los que estaban alrededor del fuego danzando en el fin del mundo.
Una de las chicas Kheshia más jóvenes tomó de la mano a Helena para llevarla al baile. Intentó seguir cada uno de los pasos, pero Helena estaba consciente de que era mejor policía que bailarina.
Valeria la observaba, sonreía y bailaba torpe sin importarle nada más que ese momento. Era una faceta nueva en ella. Estando entre los Kheshia, era como si olvidaran de un momento a otro su propia miseria.
—¿Otro trago? —le preguntó Valeria llegando hasta ella con una copa de brebaje de maíz.
Helena dio una carcajada y tomó el vaso de golpe. Los ojos de Valeria parecían desorbitados mientras las risas de la chica se intensificaban. Ella misma y las chicas Kheshia que les rodeaban rieron a carcajadas.
—Es suficiente, es mejor que te vayas a la cama. Vamos.
Helena no quería, en realidad no recordaba haberla pasado tan bien como esa noche. Pero por un instante el tener a Valeria frente a ella se tornaba misteriosamente erótico.
Entraron a una pequeña casita de barro, había solamente una cama pequeña y un taburete con un espejo.
Las manos de Valeria acariciaron su espalda, dejando caer un beso sobre su nuca que le erizó la piel.
Helena cerró los ojos, estaba lo suficientemente ebria como para dejarse llevar por el solo deseo de tenerla. Además, estaba segura de que el brebaje debía tener un poco de afrodisíaco, porque desde su baile, el solo sentir la mirada de Valeria sobre ella la encendía.
Valeria comenzó a quitarle la ropa, besó su vientre rosando un poco su lengua hasta llegar al sexo de Helena, que de inmediato se aferró al cabello oscuro y lacio de la chica. Quería que no parara nunca. De un momento a otro estaba tan excitada que la simple respiración de Valeria en su cuello fue suficiente como para hacerla terminar. Podía sentir el ardor físico en su cuerpo, mientras Valeria le repetía que intentara respirar. Helena se derritió en los brazos de la chica hasta perder el conocimiento.
Esa noche tuvo un sueño, el rostro de la mujer de la fotografía la llevaba hasta la cascada, Helena la seguía de cerca, dándole la mano mientras la observaba sonreír. Parecía feliz de que ambas estuvieran ahí.
—Amne... —susurró, pero la mujer del sueño no dejaba de llorar.
Imploraba en un dialecto extraño, y finalmente, colmada por su falta de comunicación tomaba de los hombros a Helena y la lanzaba consigo en la cascada.
Helena despertó del sueño, agitada.
Miró a su alrededor esperando encontrar a Valeria, pero la chica no estaba. Debían ser como las seis de la mañana y se escuchaba gran movimiento fuera de la casa.
Se quedó ahí, recostada mirando al techo arenoso del lugar. Sentía el corazón agitado y finalmente unas terribles ganas de vomitar.
Valeria entró en ese momento, al mirarla de esa forma se sentó en el borde de la cama no sin antes llevar hasta ella una cubeta.
—Te advertí que esa cosa era fuerte —Valeria sonreía, socarrona.
Pero por la mente de Helena solamente podía pasar ese sueño.
Quizá era una señal, una advertencia de Amne de que se alejara de Valeria.
Volvió durante un instante a lo que el viejo Kanem había dicho sobre el brebaje "Es lo suficientemente fuerte como para hacerte perder el sentido y tener alucinaciones" aunque también como había dicho Valeria no recordaba haber dormido tan plácidamente en años.
Valeria continuaba observándola, hasta que la chica pudo recuperar el aliento. Sus labios se pagaron a los de Helena en un tierno beso de buenos días. Helena la miró detenidamente.
Valeria llevaba una camisa de manta blanca que hacía resaltar la oscuridad de sus ojos y su cabello. Solamente ella era capaz de verse así de hermosa en esas condiciones. De un momento a otro, la sonrisa de Valeria se transformó en una especie de zozobra que alimentaba su interior.
—Vístete, te contaré todo sobre Amne.
Helena la miró fijamente. Se puso de pie y comenzó a vestirse a los ojos de Valeria ¿desde cuándo había perdido pudor con ella? Sintió el suave tacto de la chica recorrer su espalda y plantar un beso sobre su nuca. Aquel beso era el inicio, la apertura de un alma rota.
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