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Con el mismo corazón pero con otra piel

El pueblo era un lugar pintoresco, con pequeñas casitas que arribaban en los cerros y edificios pequeños que eran los recintos de las instituciones gubernamentales. Aunque solamente había dos, ambos tenían grabado el nombre de Lisandro Lizano. Era de esperarse, pensó Helena, solo el poder compra y rige. El joven Lisandro era recibido por los ciudadanos como si fuera el mesías entrado a Jerusalén. Todos le saludaban, le daban los buenos días y uno que otro se acercaba a ofrecerle lo que vendía. Parecía el príncipe de una película animada.
Finalmente llegaron a un edificio de dos pisos que parecía más bien una pequeña hacienda, entraron por la puerta que era prácticamente un corral en donde Lisandro hijo metió su caballo. Ayudó a bajar a Helena, dejándola muy juntita a él para poder admirarla de cerca. Sus ojos azules como el cielo, y su boca roja como la granada que se daba por esos lugares. No quería nada más que poder besar esos labios.
 —¡Helena! —gritó Ulises, que se acercaba a paso veloz hasta ellos—. ¿Me puedes decir que haces por acá?
Helena se alejó rápidamente del joven, iba a empezar a explicarle su travesía cuando de repente Don Lisandro intervino.
—Déjalos, Santos. Helenita no vino más que a dar la vuelta con mi hijo. Velos, hasta se ven bien juntos. En una de esas hasta emparentamos.
Los ojos del Roble se posaron sobre Helena con furor, pero ella desvió su mirada hacia el lugar en donde estaba. Varios trabajadores salían y otros tantos entraban con herramientas. Si ahí era donde Lisandro hacía sus negocios, era un sitio demasiado concurrido.
—Eres curiosa ¿verdad, Helenita? 
Sintió la mano de Don Lisandro sobre su hombro, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. La chica negó, pero había dejado en claro su curiosidad.
—Ven, Helena, te mostraré el lugar y después iremos a comer un helado.
Lisandro era un caballero, sin duda alguna, no parecía ser como su padre. No tenía esa aura pesada y dominante de macho cacique. Quien había heredado ese carácter desinhibido y arrogante había sido su hija.
Helena se fue junto con Lisandro, Ulises no dejaba de mirarlos, era como si un fuego intenso lo consumiera por completo. Si ese infeliz se atrevía a tocar a Helena... No iba a permitir que nadie más estuviera con ella.
—No pasa nada, licenciado. Mi hijo es un caballero, a diferencia de mí. Los modales los sacó de su madre.
Lizano se rio y le guiñó el ojo, ambos sabían a lo que se refería. Pero Ulises no quería emparentar ni con él ni con nadie, Helena era suya desde siempre. Era él quien había cuidado de ella desde su nacimiento, no para que un mocoso afortunado llegara de la noche a la mañana a tomarla.
Helena y Lisandro pasearon por el lugar, no había más que maquinaria y algún que otro empleado trabajando en ella, aquello no parecía tener siquiera oficinas. Sin duda, ese edificio no era el epicentro de los negocios turbios de Don Lisandro Lizano, ¿dónde podría estar todo el fraude en eso?
—Te hice una pregunta, Helena, ¿te sientes bien?
Helena había perdido la noción durante un instante. Llevaba minutos formulando un sinfín de hipótesis en su cabeza y por un momento había olvidado lo sucedido.
—¿Te molesta si regresamos?
Lisandro frunció sus labios, asintió dibujando una sonrisa y fueron hasta la entrada del lugar para ver si los padres de ambos estaban ahí. Pero, tanto Ulises como Lisandro ya habían regresado a la hacienda Lizano. Helena suspiró, era un largo recorrido en caballo, y a diferencia de lo que parecía en películas o telenovelas, era muy cansado ir sobre el animal.
—No te preocupes —aseguró Lisandro—, dejaremos a Hipólito aquí y regresaremos en auto.
El joven Lizano fue hasta un cobertizo en donde estaba un automóvil convertible del año, aquello era un verdadero lujo que Helena no podía dejar de admirar.
Durante el trayecto de regreso, Helena fue incapaz de decir algo más, solo podía pensar en lo difícil que sería sacar información física de los negocios de la familia Lizano. Podía sentir la mirada de reojo de su acompañante, el chico intentaba entablar una charla, pero Helena no tenía ánimos siquiera de escuchar su voz. Se fue todo el camino sin decir palabra alguna. Dejaría que Lisandro pensara que era tímida o había tenido un mal día. 

***

Cuando llegaron a la hacienda, agradeció al joven Lizano por haberla llevado al pueblo y caminó apresurada hacia su casa en donde su padre ya debía estar. Podía esperar lo que fuera de un hombre como Ulises, lo conocía demasiado bien como para no saber que se avecinaba un gran conflicto. Apenas abrió la puerta el viejo Roble fue hasta ella, tomándola por el brazo, arrojándola hacia el sofá.
—¡Estuviste a nada de que Lisandro sospechara! —Alzó una mano, mientras la chica se incorporaba y volvía sus ojos furiosos a él—. No lo subestimes, ni a él ni a sus malditos hijos.
—Quería saber si no estabas en apuros —mintió.
Ulises soltó una carcajada y la miró divertido.
—Lo que querías era ver si estaba haciendo bien mi trabajo. Eres incapaz de confiar en mí. —El hombre dio la media vuelta, bebió un largo trago de whisky y después de aclararse la garganta fue como si se revolvieran más sus pensamientos—. ¡Aléjate del hijo de ese infeliz! Si te vuelvo a ver a su lado...
—¡Fuiste tú quien dijo que debíamos simpatizar con ellos! —intervino la chica, elevando la voz—. ¡Eso fue lo que hice!
Ulises fue hasta ella, doblegándola. Acercó su cuerpo al de ella, con rudeza. La miró detenidamente, su Helena, su preciosa Helena. No había mujer más hermosa que ella, salvo quizá la mujer que había sido su madre. Parte de ella vivía en Helena, ambas con el mismo nombre, con el mismo corazón, pero con otra piel.
Los labios de Ulises buscaron desesperados la boca de su hija, introdujo su lengua en esa pequeña boca rojiza y le cubrió el cuerpo con las manos. Helena intentó alejarlo, pero era tarde, ella misma estaba extasiada con el calor de aquel cuerpo extrañamente familiar y cotidiano. Así que lo dejó revolverle hasta el alma. Era difícil entonces ver a Ulises como padre. Era más fácil dejarse llevar por el estupor, y cerrar los ojos, que pelear con el enorme Roble. Solo podía pensar en que aquel era un día menos que restarle a su pequeño infierno.

***

Helena despertó de nuevo en la madrugada, esta vez, no era el sonido de la música ni el murmullo de personas a distancia. Había un solo sonido que armonizaba con el silencio de aquel lugar. Se puso la chaqueta de Ulises, abrió la puerta de la casa y caminó hasta encontrar de dónde provenía el sonido de una guitarra tocando arpegios perfectos. Pudo ver que se trataba de Valeria, estaba sentada sobre una roca, con una guitarra sobre las piernas mirando a la luna, como si aquello fuera una serenata para ella.
Escuchó acercarse lentamente los pasos de Helena, ni siquiera tuvo que voltear para saber que era ella.
—¿Otra vez la desperté, señorita Santos?
Helena suspiró. Se aproximó hasta ella sin sigilo mientras abrazaba su cuerpo que estaba congelándose aun y con la chaqueta. Se dio cuenta de que Valeria solo llevaba una blusa de tirantes blanca, que dejaba transparentar sus rosados pezones y unos jeans rotos que dejaban la mitad de sus piernas al aire.
—Debes tener frío, te traeré una manta.
Valeria sonrió. Helena había sonado tan maternal que le resultó cómico.
—¿Por qué mejor no viene y me abraza?
Helena la miró fijamente. Se aferró a ella misma para buscar más calor, acercándose hasta donde estaba.
—No soy como tú —le dijo, una vez que la distancia era prudente.
Valeria no parecía sorprendida de aquellas palabras, dejó de lado la guitarra y se aproximó más a Helena, hasta que sus rostros quedaron a centímetros una de la otra.
—No sabe la cantidad de veces que he escuchado eso... —Levantó una mano, para intentar acariciar la mejilla de Helena que de inmediato esquivó la caricia—. Una cerveza, un poco de hierba, de polvo y es suficiente para ser como yo.
Valeria se alejó de ella, tomó la guitarra entre sus manos, presionando el cuello del instrumento como si quisiera estrangularlo.
—No soy así —reafirmó Helena.
—Apuesto que lo único que busca es cogerse a mi hermano. No se preocupe, estoy segura de que eso es lo que él quiere también. Así es con todas. Cuando lo consigue se aburre y busca una nueva. Que no la engañe su caballerosidad, señorita Santos. Él sí es como todos.
Tenía facilidad para irritarla, de eso no había duda. Valeria Lizano era tan despreciable como su padre o cualquier hombre de aquel lugar.
—Yo no soy como todas.
—Claro que no. Por eso debe cuidarse de mi hermano, de mi padre y de mi madre. Buenas noches, señorita Santos.
Aquella declaración repentina había sorprendido a Helena, que observaba cómo la chica guardaba su guitarra.
A qué se refería con aquellas palabras. No podía ser que sospecharan, no había motivo alguno para que los Lizano comenzaran a hacerlo. Lo sucedido en el Bajío había sido pura curiosidad, curiosidad de una citadina joven e inexperta. Sin embargo, sabía que el Roble no se había equivocado, era mejor fraternizar con el enemigo. Y dada su condición, sería fácil empezar con la chica Lizano.
—Valeria... —dijo Helena, haciendo que la joven volviera su cuerpo y su mirada hacia ella. Helena alzó los brazos, extendiéndolos.
Valeria sonrió, colocó la guitarra sobre su hombro, dando media vuelta.
—Será en otra ocasión, señorita Santos.

***

Entró sigilosa a su casa, esperaba no despertar a nadie, mucho menos a su madre, sin embargo, en cuanto puso un pie dentro se dio cuenta de que era ella quien la esperaba
—¿Dónde estabas? —preguntó antes, inclusive, de que su cuerpo cruzara la puerta.
—Afuera, tomando aire.
—No quiero mentiras, Valeria. Fuiste a buscarla, ¿no es así?
Valeria miró fijamente a la mujer que estaba frente a ella, podía ver que en su interior, había más que una preocupación maternal al respecto de su insistencia con Helena.
—Me ofendes, madre —contestó en un tono irónico—. ¿De verdad crees que soy tan imprudente?
Azucena se acercó hasta ella, su cuerpo temblaba de la frustración.
—Ten mucho cuidado, Valeria. No te quiero rondando a esa mujer.
—¿Temes que pueda herir el orgullo de tu hijo?
Los ojos de Azucena la miraron fijamente, había más de un motivo para no quererla cerca de Helena, y ese era el secreto de ambas.
—Sabes muy bien porque no te quiero cerca de...
Una de las puertas continuas se abrió de pronto, de ella salió don Lisandro que caminó hacia donde estaban su mujer y su hija. Había escuchado toda la discusión de principio a fin, y nadie más que él quería que su hija se mantuviera alejada de una jovencita tan decente y educada como Helena.
—Ya escuchaste a tu madre, Valeria. No quiero que tus tonterías me dejen sin contador. Así que o te comportas o te largas. Ya te lo había dicho. No voy a tolerar tus... insolencias.
Valeria se dio la media vuelta, había escuchado tantas quejas de sus "insolencias" por parte de su padre, que ya ni siquiera le importaban. Era mucho para un hombre como él tener una hija como ella.
—Buenas noches —se despidió sin más, caminado en dirección a la puerta de salida dejándolos de lado.
Azucena intentó detenerla, pero Lisandro solo lanzó una mirada amenazante para que la dejara ir. Si Valeria se largaba era mejor que no volviera, como el mismo Lisandro había dicho, la prefería mil veces muerta que andariega y desviada.

***

El rechinido de las llantas fue tan fuerte, que Helena pudo escucharlas desde su casa. Se asomó por la ventana, y vio la camioneta blanca de Valeria correr con mucha velocidad hacia la salida de la hacienda. Aquello solamente era el inicio, Helena se iba a encargar ahora de poner todo su rigor sobre Valeria. Le había demostrado aquella noche, quién era el judas de esa familia. Ella sería sin duda las monedas de oro.

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