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Como un ángel de muerte. Parte II

Hubo un prolongado silencio mientras salían de aquel territorio. Lisandro las miraba de reojo por el retrovisor.
Helena tenía la nariz cubierta de sangre que escurría hasta su barbilla. Mientras Valeria solamente miraba hacia la ventana.
—¿A dónde vamos? —preguntó el chico—. No puedo seguir conduciendo solo así. Necesitamos escondernos.
Helena comenzó a sentir náuseas. Valeria se percató de su estado
—Detén la camioneta.
La chica la sacó del vehículo y en cuanto abrió la puerta Helena volvió el estómago. Lisandro estaba abajo y la miraba con desprecio.
—Maldita perra —dijo el chico cuando Helena parecía recuperarse—, por tu culpa está pasando todo esto.
Lisandro le dio una patada que la llevó hasta el piso. Helena no tenía fuerzas para defenderse, y en realidad no quería hacerlo. Lisandro fue hasta ella, la obligó a ponerse de pie solamente para golpearla una vez más y hacerla caer.
Valeria ni siquiera podía voltear a verla. Tenía la mirada abajo y solamente podía escuchar los quejidos de la chica.
—¡Voy a hacerte algo que debí haberte hecho desde el inicio!
Lisandro comenzó a forcejear con ella. Rasgando su blusa e intentando hacer lo mismo con su pantalón pero Valeria lo hizo a un lado sujetándolo de la cabeza y lanzándolo hacia unas rocas.
—¿Vas a seguir haciéndolo? ¡¿Defendiendo a esta maldita mentirosa?!
Valeria ni siquiera le dio importancia a las palabras de su hermano. Levantó a Helena del suelo y la cubrió con la chaqueta que le había dado en la tienda de campaña.
—Nadie va a tocarte —le aseguró, pasando un trapo húmedo por su rostro para limpiar los restos de sangre.
Helena tomó el pañuelo entre sus manos, y lo presionó contra su nariz. Lisandro solo la miraba con odio, pero finalmente obedeció las palabras de su hermana como era costumbre.
—Nos internaremos en el bosque —dijo terminantemente.
Después se dirigió hasta la camioneta y la puso en neutral, le pidió a Lisandro que le ayudara a empujar un poco y finalmente el vehículo cayó por el barranco. Amarró una mano de Helena a la suya y comenzaron a caminar por el congelado bosque. Lisandro las seguía detrás. No sabía a dónde irían ahora, así que no paraba de quejarse del frío y del mal camino. Aunque no perdía oportunidad para agredir a Helena.
—¡Camina, perra! ¡Apresúrate!
La nariz de Helena no dejaba de sangrar, tenía una forma extraña y eso le dificultaba respirar y mantener el ritmo. Valeria se detuvo, fue directo a ella para examinar aquella lesión.
—No te dolerá mucho, por desgracia.
Hizo un movimiento presionando la nariz de Helena, que emitió un quejido sonoro, pero después de un rato se dio cuenta que podía respirar con normalidad.
—Gracias... —susurró con delicadeza.
—No lo hago por ti. Tu lentitud nos atrasa. Camina o dejaré que Lisandro se encargue.
Volvió a amarrar su mano a la de ella. Helena solamente podía sentir el roce de esa mano sobre su piel. Deseaba tanto poder entrelazar sus dedos a ella como antes, pero era difícil porque la soga comenzaba a lastimarla.
Caminaron por horas hasta que llegaron a una vieja choza. Estaba abandonada y olía a cigarrillo y orines. Entraron y de inmediato Lisandro intentó encender la chimenea.
—¿Eres estúpido? El humo de la chimenea les dará nuestra posición, imbécil.
El chico dejó los troncos de lado. Dejándolos caer sobre el piso de madera.
—Descansaremos aquí. Pasaremos la noche.
Lisandro tomó el sofá. Mirando hacia la naciente oscuridad de aquella noche fría y terrible.
Miró a Helena, amarrada junto a la chimenea como si fuera un pequeño perro sin dueño.
—Al menos déjame dormir con ella. Acurrucarme a su lado para dale calor.
El chico sonreía malicioso. Mientras Helena lo observaba con desprecio y repulsión.
—Fuiste una gran actriz, puta de mierda. Casi creí que eras un citadina ingenua y virginal. Y tu mayor logro fue haber engañado a mi hermana, ¿Quién lo diría? Ella fue tu mejor víctima. 
Valeria fue hasta su hermano, lo sujetó por la chaqueta y elevó su puño lista para estrellarlo en su cara. Lisandro solo cerró sus ojos azules, esperando el impacto inminente, pero no pasó.
—Hay un par de cobijas arriba. Duerme ahí.
El chico se puso de pie y obedeció. Lanzándole un escupitajo a la chimenea con la intención de darle a Helena.
Valeria se acomodó en el sofá, mirando a Helena fijamente. La chica también la miraba pero parecía inexpresiva. Como si estuviera ausente de alguna forma.
—¿Tienes sed?
Helena no hizo movimiento alguno. Así que Valeria fue hasta ella y la tomó por la muñeca. Estaba lastimada, tenía quemaduras y llagas casi al rojo vivo.
—No voy a quitártela. Por mí, puedes quedarte sin mano.
Los ojos de Helena se llenaron de lágrimas. Había intentado retenerlas pero salían sin poder contenerlas. Valeria sintió que el corazón iba a quebrársele. Volteó su cuerpo por completo para darle la espalda. No iba a mirarla. Finalmente tomó la navaja y cortó la soga, sacando de su chaqueta un ánfora con coñac que vertió en la mano de Helena.
La chica hizo un quejido. Pero se sintió aliviada de no tener que llevar esa soga en las manos.
—Gracias...
—¿Es todo lo que piensas decirme? ¿Y un lo siento? ¿No merezco un lo siento?
Helena subió su mirada, abriendo los labios con lentitud.
—Ya intenté...
—Al menos dijiste algo diferente... Pensé que el frío te había dejado estúpida —sonrió sínica. Sus ojos vacilaron entre los labios de Helena y la rasgadura de su blusa. Un seno casi se salía de su pecho, y no pudo evitar colocar su mano sobre él. Estaba frío. Los ojos de Helena se tornaron nerviosos al sentir ese cálido contacto—. Ven acá. —La llevó hasta el sofá, la acurrucó entre sus brazos mientras su chaqueta y una cobija ligera las cubrían—. No vayas a moverte. Si lo haces, voy a asesinarte, ¿entendiste?
Helena asintió. Dejó que el calor de Valeria recorriera su cuerpo en ese abrazo. Sentía que podía respirar con más tranquilidad sintiendo sus pechos sobre la espalda.
Valeria respiraba aquel perfume embriagante de Helena, que días atrás había sido su perdición. Adoraba recostarse con ella de esa forma porque ese delicioso aroma la reconfortaba. Su preciosa nuca, con aquellos bellos lunares, y esos pequeños vellos rubios que se erizaban con su tacto.
Todo se había ido al carajo en un instante. Ahora no le quedaba más que el recuerdo de esa maldita farsa tan bien armada. No podía olvidar aquellas palabras de Santos.
«Helena es mejor amante que policía. Y mejor actriz que lesbiana... Siempre follamos, aun y cuando estaba contigo, corría a mis brazos sin remordimiento.»

***

No supo en qué instante se quedó dormida, pero Helena no estaba más en sus brazos. Se levantó de golpe preocupada, buscando desesperada a la chica afuera de la choza.
Corrió a la parte trasera y encontró a la chica orinando.
—No quise despertarte...
Valeria fue directamente a ella para sujetarla de sus muñecas heridas presionando con fuerza. Helena se doblegó de inmediato. La llevó hasta la choza en donde Lisandro ya estaba de pie junto a la chimenea.
—No hay baño en este lugar, ¿tengo que defecar afuera?
Valeria arrojó a Helena en el sofá. Mientras que ahora era Lisandro quien salía de la choza.
La chica parecía famélica, quizá no había comido ni un poco y sus energías eran exiguas. Valeria tampoco había comida nada, así que lo mejor era mantenerse en movimiento y buscar algo de comida.
Cuando Lisandro llegó continuaron con su camino, irían de vuelta al único lugar al cual no los buscarían.
—¿A la cabaña? Seguramente tendrán todo rodeado.
—Lo dudo —intervino Helena con su voz débil—. Seguramente fue el primer lugar en el que buscaron.
Aquello era una verdad a medias, Helena sabia que el camino hacia la cabaña era complejo, había que conocerlo muy bien o de lo contrario cualquiera que intentara llegar ahí terminaría perdido en el bosque. Sabia también, que era cuestión de tiempo para que los halcones llegaran hasta el lugar. Pero resguardarse en ese sitio, le daría una oportunidad de idear algo.
—Andando —continuó Valeria—, debemos llegar antes de que anochezca.
Caminaron durante todo el día por la zona de sierra y monte del lugar. Helena no imaginó que estuviera tan lejos, aquello parecía no tener fin. El frío, el hambre y el dolor insoportable de los golpes en su cuerpo no la dejaban continuar.
Valeria llevó hacia ella un poco de comida.
—Son bayas, tienen muchos carbohidratos. Los Kheshia las comen cuando hay malas cosechas.
El sabor amargo de aquellas cosas no parecía saciar su apetito, pero con que su cuerpo continuara en movimiento era suficiente en ese momento.
Continuaron su camino hasta que finalmente dieron con la cabaña. No parecía que hubieran llegado porque el sonido de la cascada se había detenido. Era extraño, como si de pronto esa vieja cabaña se hubiera transportado a un lugar lejano.
Entraron y todo parecía como la última vez. Valeria encendió la calefacción y Lisandro fue hasta el refrigerador de dónde sacó una manzana.
—No has comido ni un poco. Prepararé algo —dijo Valeria mirándola con algo de lastima.
La chica preparó un sándwich y Helena lo comió con tal prisa que por un instante no pudo evitar sentirse la más vil de las secuestradoras. No podía mirarla siquiera a los ojos, porque sabía que al hacerlo descubriría a su Helena, pero al mismo tiempo vería a esa impostora.
Sintió la mano fría de la chica sobre la suya y la quitó en un movimiento esquivo.
—Voy a ayudarte. No sé como pero no voy a permitir que te hagan nada.
La chica había parado de comer de pronto, la mitad del sándwich yacía en su plato, y sus ojos turquesas miraban a Valeria con súplica, pero ella negó.
—No me interesa nada que venga de ti.
—¡Valeria, por favor!
La joven Lizano arrojó el sándwich al suelo, mientras el sonido del plato haciéndose añicos era ahora el protagonista.
—¡Que no maldita sea! ¡Deja de hablar! Lo único que quieres es enredarme con tus palabras, ¿pero adivina qué? No cometo el mismo error dos veces. Fui una estúpida, sabía que no debía confiar en ti, pero al mismo tiempo estaba tan desesperada por hacerlo. De verdad quería amarte, yo.... —Las manos de Valeria se acercaron lentamente al rostro de Helena—. Lo hice...
Los ojos de Helena se llenaron de lágrimas al instante, se aferró a su cuerpo con insistencia.
—¡Yo te amo! ¡En eso jamás te mentí!
El golpe certero de la mano de Valeria inmolándose contra su rostro la hizo caer de la silla. Helena sintió el calor del golpe encender su sonrojada mejilla, mientras Valeria alzaba una mano amenazante.
—Escúchame bien, no sé quién eres, y en realidad no me importa. Lo único que sé es que vas a pagar por todo lo que le hiciste a mi familia, a Camilo.
—Él era mi hermano.
—¡No tienes derecho a llamarlo así! ¡Ni siquiera lo conocías!
Tomó de los hombros a Helena sacudiéndola con fuerza. Los ojos oscuros de Valeria estaban fuera de si. El recuerdo de esa bala atravesando el pecho de Camilo no la dejaba dormir tranquila. Ese pobre chico bondadoso que había hecho de su vida un lugar mejor ahora estaba muerto, por su estupidez. No podía dejar de pensar en que, si le hubiera correspondido quizá estaría vivo.
Lisandro entró a la cabaña mirando aquella escena.
—¿Qué sucede? —preguntó mirando el rostro demacrado de su hermana que aun sostenía a Helena con fuerza.
—Nada —respondió la chica soltando a Helena y caminando hacia las escaleras—, vigila que termine de comer. Iré a darme un baño.
Valeria subió hasta su habitación. Una a una las prendas caían en el suelo frío de aquella cabaña. Entró en la regadera, intentando mantener la compostura una vez más. Su corazón ahora era un trozo de carámbano que se clavaba cada vez más en su pecho.
No podía dejar de pensar en Helena, en esa chica que había llegado hasta el lago para hacerla callar. Parecía tan ingenua entonces, tan sincera cuando sus labios tocaban los suyos. Se aferró con los brazos, dejándose caer en la ducha sin poder contener el llanto.
Helena y Lisandro escucharon ruidos provenientes de la habitación, como si alguien rompiera y destrozara por completo la casa.
Lisandro sostuvo de la muñeca a Helena que había intentado subir al escuchar aquel alboroto.
—Ni siquiera lo pienses, o quizá sí... —continuó el chico soltando a Helena—. Debería dejarte ir. Con suerte Valeria termine arrojándote por el ventanal. ¿Crees que lo haría? ¿Crees que mi hermana tendría el valor de acabar con tu vida?
La chica lo miró con desprecio. Aunque a esas alturas, no sabía si Valeria en realidad era capaz de hacerlo, decidió darle un tiempo. Bajó, se colocó junto a la chimenea mirando sus lastimadas muñecas, e intentando calentar su cuerpo. Pero para Lisandro aquello no era suficiente. Helena era el enemigo, y merecía el peor de sus castigos.
—Siento lástima por ella, ¿sabes? —dijo recostándose en el sofá de vinil—. Siempre ha sido mejor que yo en casi todo. Pero a fin de cuentas es mujer, y ese será su mayor problema. Yo me hubiera conformado con llevarte a la cama un par de veces. Pero mi hermana como siempre fue muy estúpida.
—No sabes lo que dices —intervino Helena, sonriendo gustosa—. Afortunadamente Valeria es muy diferente a ti y a tus padres.
—Lo es, y eso es algo que tú y tu amante supieron usar muy bien a su favor. Pero yo me voy a encargar de que paguen todo el daño que le hicieron.
Lisandro fue hasta ella, como un león que intenta atrapar a su presa. Helena soltó un grito cuando sintió las manos del joven sobre su cuello.
Valeria bajó de pronto, apenas tomando atención a aquella escena. Pero Lisandro dio su retirada rápidamente.
—Sube, te quedarás arriba —le ordenó a Helena, lanzándole un poco de ropa más cálida y limpia—. Sin tonterías, o lo lamentarás.
Valeria endureció las quijadas, tomándola del brazo para dirigirla hacia arriba. Miró sus manos, tenía los nudillos rojos y sangraba ligeramente. Lisandro por su parte no parecía conforme con su organización.
—¿Le vas a dejar la única habitación que hay?
—¿Pretendes que escape a la primera oportunidad que tenga?
El chico no dijo nada.
Helena se zafó del apretón de Valeria. Estaba comenzando a cansarse de que todos la tomaran como si fuera una muñeca de trapo. Sola, se dirigió hacia la habitación. Se sorprendió de ver el desastre que Valeria había ocasionado.  Los libros, su closet, inclusive sus vinos estaban por todas partes. Se acercó al espejo del tocador que estaba hecho añicos. Miró su golpeado rostro y se dio cuenta de que sus labios estaban morados. Suspiró, echándose en la cama agotada. En sus pesadillas aquello había sido mucho peor, pero ahora tenía que concentrarse en terminar con todo de una vez por todas. Al menos estaba viva, y así podía continuar con su plan de mantener viva a Valeria. Nada era más importante entonces que eso.

***

—Debemos irnos de aquí lo antes posible. Esos imbéciles no dudarán en venir a buscarnos.
—Ya escuchaste a la policía, no nos buscarán aquí. Probablemente estén buscándonos río abajo junto con la camioneta.
Valeria llevaba un cigarrillo en los labios, y lo fumaba despacio mientras miraba el fuego de la chimenea.
—¿Aún le crees? ¿Después de todo lo que hizo? —Se puso de pie. Alzando la voz y caminando de un lado a otro tan infantil como siempre.
Los ojos negros de Valeria continuaban inmersos en las llamas de la chimenea. Sintió la piel del sofá en sus manos y su cintura. Como había sentido a Helena tantas veces. Se recordó a ella misma haciéndole el amor. Besando su cuello, recorriendo su lengua por ese vientre albo y profundo que llevaba hacia su pubis.
—¿Me estás escuchando, maldita sea?
La chica volvió en si. Miró los ojos azules de su hermano frente a ella, y asintió. Levantándose del sofá y lanzándole una cobija.
—Duerme, me quedaré vigilando.
Valeria salió de la cabaña. Caminó durante un rato por los alrededores con la pistola en las manos. Mataría a cualquiera que anduviera por ahí. De alguna u otra forma sus pies la llevaron hasta la cascada. Por primera vez en ese tiempo se dio cuenta de que el agua no sonaba más. Miró aquel lugar vacío, sin una gota de agua y una cascada totalmente seca. No podía creerlo. Un pez grande agonizaba entre las rocas, se aluzó con la lámpara de su teléfono sin señal y descubrió que algo brillaba entre el lodo y el cuerpo de pez moribundo. Era un collar, que llevaba un colguije con una piedra color verde amarrada con cortezas ligeras de árbol. Había visto ese collar antes, era un recuerdo lejano pero latente que hacía que sus sentidos se disiparan. Lo llevó a su nariz, como si quisiera buscar un aroma que le recordara algo.
Dhora, hai. Mila.
Soltó el collar de golpe, alzando su arma y apuntando hacia la oscuridad. Había escuchado aquella voz tan cerca que tenía la piel erizada.
—Mila... —susurró, como si ese nombre volviera a ella como un tesoro del tiempo.
Volvió a la cabaña deprisa. Lisandro estaba profundamente dormido al igual que Helena. La miró, recostada sobre la cama con esos hematomas cubriendo su cuerpo. Quería abrazarla, besarle uno a uno los golpes que le había hecho, pero no podía. Esa desconocida no era Helena, era solamente una impostora.
Valeria se recostó a su lado, mirando aquel hermoso rostro, cubierto por ligeras pecas y unos hermosos y gruesos labios carmín. Y sus ojos se fueron cerrando lentamente.

***

Dhora, hai. Mila. Kukoyo rayalé .
La mujer soltaba una ligera sonrisa. Mientras la tomaba en sus brazos y besaba su frente. Era una mujer grande, no recordaba haberla visto nunca y de repente estaba en sus sueños.
—Mamá. Ya te dije que no le hables en Kheshia a la niña. Lisandro quiere que aprenda español primero.
Valeria ahora miraba a aquella mujer hermosa y joven. Tenía los ojos grandes como los suyos, recubiertos por tupidas pestañas y una ceja gruesa y definida. Los labios gruesos y rosas, y el cabello lacio, negro y largo. La mujer la tomó en los brazos, besando su pequeña nariz mientras ella se aferraba a aquella mano adulta y fuerte.
Amore... —La mujer la acurrucó a su lado, y comenzó a tararear una canción que curiosamente calmaba su inquietud. Conocía esa melodía, era una antigua canción Kheshia que escuchaba con Amne durante la celebración de año nuevo.
Su mano pequeña se aferraba al colguije que caía de su cuello.
—Algún día, un hombre te amará tanto que te dará un collar como este. Yo espero estar ahí para verlo, cariño. Y bailar contigo durante el ritual, y besar tu frente mientras caminas por el umbral de piedras verdes. Y rezar a tu lado: Dhora, hai. Mila.
El rostro de la preciosa mujer comenzaba a distorsionarse, antes moreno y párvulo y ahora gris y famélico. Valeria despertó de golpe, el sol apenas comenzaba a salir por el horizonte. Helena la secundó al sentir su movimiento, miró el rostro empapado de Valeria y no pudo evitar presionarla contra su pecho. El corazón de Valeria latía con prisa, y por un instante el abrazo cálido de Helena la tranquilizó. No podía entender qué había sido ese sueño. Había sido tan real que por un momento fue como si estuviera en otra parte.
Se alejó del abrazo de Helena, aferrando el collar que había encontrado entre las rocas y el pez.
—Prepárate, nos iremos...
Bajaron, y encontraron a Lisandro durmiendo aun en el sofá. Valeria lo despertó y el chico abrió los ojos enfurecido.
—Cuídala, necesito ir a...
—De ninguna manera, yo iré. Estoy harto de acatar tus malditas órdenes. Buscaré a papá y a mamá. Seguramente deben estar con los aliados. Me pondré en contacto con Sir Lomas y...
—¿Eres imbécil Lisandro o te haces? Los aliados están muertos, tú mismo viste explotar la camioneta de Olvera. Quizá nuestros padres también lo estén...
Lisandro negó. Tomó un largo trago de ron y se enfundó la pistola en el cinto del pantalón.
—Está vivo. Mi padre es más listo que estos malditos halcones.
—Te equivocas —afirmó Helena con la voz severamente ronca—. Están rodeados. La DEA sabe hasta del último rincón en donde puede esconderse un Lizano. Es cuestión de tiempo para que nos encuentren aquí. Debemos movernos.
—Tú cállate, puta de mierda. —Lisandro fue hasta ella, lanzando un golpe directo a su vientre. Valeria no pudo evitar el impulso de detenerlo y pegarlo contra la pared, mientras su brazo apretaba su cuello con fuerza.
—Lárgate entonces, ve y busca a alguien que aun crea en Lisandro Lizano. Suerte con ello.
Valeria lo sostenía de la camisa, empujándolo hacia la salida mientras observaba de reojo a Helena de rodillas con las manos en el vientre respirando dificultosamente. Cuánto más iba a soportar, no podía entender cómo es que una agente como ella podía simplemente dejar pasar aquel maltrato.
Lisandro tomó su chaqueta y se fue rumbo al bosque. Iría a dar un rondín para mantener el área cubierta. Valeria sabía que con suerte volvería a verlo, pero el joven era incapaz de ver el riesgo al que se enfrentaba. Buscaba ser el héroe, pensaba que quizá con ello podía volver a recuperar el lugar que había perdido entre su padre y sus aliados.
—Sabes que es algo suicida y aún así lo dejaste ir. Pensé que tu familia era ahora lo más importante.
Helena estaba ahora de pie, Valeria volvió sus ojos hacia ella y esbozó una sonrisa cínica que sin duda congeló el corazón de la chica Santos.
—Lo más importante es que te calles de una vez por todas.
Valeria fue hasta Helena, tomándola de las muñecas e intentando colocarle de nuevo la soga gruesa que utilizaba como esposas. Pero la chica se resistía. Valeria vio las llagas en sus muñecas, finalmente soltó la cuerda y tomó a Helena del antebrazo acercándola con violencia hacia ella.
—Un intento, oficial y no dudaré en volarle los sesos.
Helena la miró fijamente. Quería besar esos labios rosados sin importarle nada. Así que colocó una mano sobre la mejilla de Valeria y se acercó a su rostro.
—Si hubiera querido huir, ya lo habría hecho, señorita Lizano.
Valeria se dio cuenta entonces que quizá Helena ni siquiera lo había intentado. Se había mantenido firme, recibiendo violencia sin hacer nada por voluntad propia. La había visto sostener el arma con firmeza, sabía manejar las cosas, quizá hasta era buena en un combate cuerpo a cuerpo. Debía ser cuidadosa.
Valeria salió de la cabaña, y regresó con el pescado enorme que había visto morir en la cascada la noche anterior. Comerían eso, y después se marcharían.
—Espero que tengas mucho apetito.
Helena ni siquiera la miró. Sus ojos seguían inmersos en ese pescado.
—¿De dónde lo trajiste? —preguntó la chica con curiosidad.
Valeria lo abrió de pico a cola, dejando expuestas las vísceras del animal.
—De la caída de la cascada.
—Está seca, ¿cierto? —continuó Helena, esta vez mirando fijamente a Valeria—. La cascada se secó. Supongo que nuestros caminos pueden separarse ahora...
Valeria se quedó inmersa en esa idea. Parecía una leyenda estúpida, pero aquella misteriosa sequía hacía de los mitos algo real.
—Debe haber una respuesta lógica. Es solo una leyenda Kheshia. Quizá tus compañeros lanzaron dinamita o rocas al río y taparon la corriente. Si saben tanto de este lugar quizá sepan que la cascada es vital para la hacienda.
Helena no era una mujer de misticismos. La idea de Valeria tenía sentido, pero era imposible dejar de lado aquella leyenda.
—Como sea, si nuestros caminos se separan... será lo mejor.
El sonido de un automóvil hizo que ambas se tiraran al suelo. Valeria se arrastró hasta la salida de la cocina con su arma lista para disparar. Helena fue quien, con algo de audacia, pudo mirar por la ventana cautelosamente. Era ella, el áspid de ojos verdes que bajaba de una camioneta como un ángel de muerte rodeada por un grupo de perros.
—Es Azucena... —susurró Helena.
Y las manos de Valeria se precipitaron hasta ella para llevarla hacia la otra habitación. Aquello estaba perdido, las horas de Helena se habían reducido a minutos. Valeria sabía que solamente Azucena era capaz de terminar con la chica.

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