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Como quien encuentra un oasis en medio del desierto

Helena continuaba mirando a Camilo que apenas podía contener la voz, el chico se frotaba las manos temeroso, mirando a su alrededor mientras caminaban por el sendero que llevaba a casa de los Santos.
—Nadie debe saberlo, señorita Santos. Júremelo por la vida de su padre.
Helena asintió. La vida de Ulises le valía poco, pero saber un más sobre Valeria valía demasiado. Apenas si podía pensar con claridad. Aquello explicaba muchas cosas con relación a su comportamiento, lo que le había dicho aquella tarde en la cascada. El dolor despreocupado con el que iba por la vida. Solo había algo que no quedaba claro en su mente.
—¿Qué pasó entonces con Amne?
Camilo se encogió de hombros.
—La versión que todos cuentan, es que huyó con todo el dinero enterrado del señor Lizano, no dejó nada en las bóvedas. El patrón siempre culpó a Valeria de todo lo que los Kheshia le robaron. Por eso la odia. Le dio la espalda a su familia, a todo lo que Lizano había construido. Nadie volvió a saber de Amne. Unos dicen que murió porque curaba pacientes con ébola, pero otros dicen que fue el propio Lizano quien la asesinó. La cuestión es que jamás volvió a pesar de que le juró a Valeria que no se iría sin ella.
Helena continuaba pensativa, toda esa información era valiosa no solamente para saber la verdad entorno a Valeria, sino para el caso Lizano. El hombre era una amenaza para todos, había acabado con todo un pueblo por su ambición.
—¿Y cuál es esa verdad, Camilo? ¿Qué es lo que busca Valeria en este lugar?
El joven suspiró. Se quitó el sombrero que llevaba en la cabeza y miró fijamente a Helena.
—Nadie, salvo Valeria, sabe qué demonios es lo que busca. Yo mismo le propuse irnos cuando éramos más jóvenes, antes de que Amne llegara a su vida. Pero nunca quiso. A pesar de que sus estudios la mantienen ocupada en la ciudad, cada vez que tiene oportunidad regresa a este maldito lugar. —Camilo sonrió de pronto. Alzando la mirada y aferrando su sombrero con fuerza—. Alguna vez llegué a pensar que volvía por mí. Debo ser el mayor idiota del mundo, ¿no cree?
La presencia de Ulises fue inminente, apenas si miró a Camilo por sobre el hombro y le ordenó a Helena que entrara a la casa. La chica se despidió del joven, alzando una mano.
Cuando entraron, Ulises se abalanzó sobre ella, besándola y recorriendo sus manos.
—Te juro que ese imbécil va a pagar lo que te ha hecho.
Ulises estaba junto a su oído, mientras sus manos intentaban abrirse camino entre los botones de su camisa. Helena se apartó.
—¿Qué sucede? —preguntó el hombre, observando el desprecio en los ojos de su hija.
—Hay cosas más importantes de las que ocuparnos —argumentó, caminando hacia la sala hasta donde Ulises la siguió—. ¿Sabías que Lizano desapareció a toda una tribu? Sí, un pueblo indígena que se asentaba entre el camino de la hacienda y el Bajío.
—¿Cómo lo sabes?
—Camilo me lo dijo. No todo, pero la poca información que me dio fue bastante precisa.
Helena no pudo evitar contarle todo a Ulises, era demasiado para ella sola. El hombre estaba tan impresionado como ella misma cuando Camilo le contó aquella historia. Caminó por la habitación con las manos en los bolsillos repasando mentalmente cada una de las palabras de Helena.
—Entonces los pocos que quedan son los que trabajan en los laboratorios de Lizano.
Helena asintió:
—Lizano hizo correr el rumor de que se habían ido después de robarle para limpiarse las manos.
—Y por supuesto nadie refutó su versión...
El hombre se sentó sobre el sofá, frotando sus ojos por el cansancio de aquel día de locos que parecía no terminar.
—Voy a salir unos días. Lizano quiere que me encargue personalmente de un cobro.
—Perfecto —continuó Helena conforme de deshacerse de Ulises durante un tiempo—, por fin estamos avanzando.
—No quiero dejarte, no después de lo que pasó.
—Sé cuidarme sola —dijo, determinante—. Además, también tengo trabajo que hacer aquí.
Helena caminó rumbo a su habitación, pero Ulises la detuvo con sus palabras.
—¿Esa muchacha tiene interés en ti?
Helena sintió que su piel se erizaba, el interés era poco ahora entre ambas. Cualquiera que las viera le llamaría deseo, un deseo incontrolable de pertenecerse la una a la otra.
La chica fingió, haciendo un gesto extrañado, era una profesional en eso.
—Te has vuelto muy cercana a ella. Quizá los celos desbocados de Lisandro si tienen motivo.
Helena se encogió de hombros, fingiendo no saber a lo que Ulises se refería, el hombre suspiró frustrado.
—Puede ser —agregó Helena antes de subir a su habitación—, quizá sea más fácil pretender interés en Valeria que en su hermano. Sería toda una experiencia, nunca he estado con una chica.
Ulises esbozó una sonrisa satisfactoria, aquello era una buena fantasía. Pero aun así, nadie, hombre o mujer iban a lograr arrancarle a Helena de sus brazos. Primero tendrían que saborear la pólvora en su garganta antes de hacerlo.

***

Los días pasaron después de la discusión en casa de los Lizano, Helena recorría durante sus noches de insomnio el camino del lago a la hacienda y durante el día paseaba por las caballerizas sin noticias de la Valeria. Una parte de ella esperaba encontrarla rondando aquellos lugares, pero para su mala suerte, al único que encontró en aquella ocasión fue a Lisandro hijo. Helena se detuvo, dio la media vuelta pero era tarde, el chico ya la había visto.
—Helena, espera por favor, ¿podemos hablar un momento?
—¿Qué quieres, Lisandro? ¿Disculparte otra vez por tu completa falta de control?
El chico se mordió los labios, quitó el sombrero de su cabeza en señal de respeto y continuó:
—Sé que me comporté como un animal, Helena. No era mi intención lastimarte.
—Pero sí era tu intención lastimar a Valeria. Y no es la primera vez, aquel día de la carrera casi la matas a golpes y no te importó.
Lisandro estaba cansado de que todos le recriminaran aquel comportamiento. Era algo normal, él era el heredero de su padre a final de cuentas. Debía tener la firmeza y la fiereza de él sin importar nada.
—¿¡Por qué siempre todo tiene que ser sobre ella!?
Helena lo miró con fijeza. Estaba cansada de aquel imbécil.
—No me interesan ni tus disculpas ni nada que tengas que decir, Lisandro. No tengo ningún interés en ti, ahora menos que nunca. Pensé que eras diferente pero me ha quedado muy claro la clase de hombre que eres.
—No tienes interés en mí pero sí en mi hermana, ¿no?
Helena se quedó fría, pero sabía cómo manejar eso. Hizo un gesto meditabundo.
—¿Y si así fuera qué?
Lisandro se puso color escarlata. Su temperamento estaba a punto de estallar cuando unos pasos se acercaron seguidos de un galope.
—¿Está todo bien, señorita Santos? —preguntó Camilo, que solía llevar a pasear a los caballos por las mañanas.
—Sí, en realidad qué bueno que llegas. Te estaba buscando necesito hablar contigo.
La chica tomó del brazo a Camilo sin decirle nada más a Lisandro, lo sacó de las caballerizas y le habló solo cuando estuvieron lo suficientemente lejos.
Camilo parecía no entender aquella intercepción tan repentina. Así que le preguntó qué era lo que necesitaba de él.
—Primero deja de hablarme de usted, dime Helena, soy la hija de un empleado igual que tú.
Camilo sonrió. Aquello era verdad, pero la presencia de Helena resultaba tan fulminante que era inevitable tratarla con cierto respeto. Además, no era ciego, Helena era una joven hermosa la cual ponía nervioso a cualquiera.
—¿Sabes algo de Valeria? No la he visto en días.
Se dio cuenta de que el chico cambió su semblante. Estaba claro que sabía algo y era mejor que comenzara a contarle todo. Camilo lo dudó un poco antes de comenzar a hablar, no sabía si aquello podía meterlo en problemas con su patrón.
—Don Lisandro me mandó a buscarla, no ha venido por aquí desde la discusión que tuvo con su hermano.
El corazón de Helena comenzó a latir de prisa. A esas alturas cualquier cosa podía haberle pasado a Valeria, algo incluso peor que lo de la última vez.
—En ese caso iré contigo.
Los ojos de Camilo la miraron sorprendido. Era sin duda una terrible idea, no solo porque se podía enterar Don Lisandro, sino por Don Santos, que seguro lo mataría si se enteraba que se había llevado a su hija sin permiso ni previo aviso.
—No creo que sea buena idea —dijo finalmente— si alguien se entera...
—¿Qué? —intervino Helena, parecía un tanto más colérica esta vez—. Solo te estoy ayudando a buscar a la hija del jefe. ¿Qué hay de malo en eso? Además, Valeria es mi amiga, vamos.
Camilo sabía claramente que Helena y Valeria eran algo más que amigas, solo un imbécil no podría notar la tensión que emanaban cada vez que estaba una cerca de la otra. No pudo simplemente decir que no a Helena y se fueron en la camioneta a iniciar la búsqueda de la chica Lizano.
El primer lugar que recorrieron fue el Bajío, Helena desconoció muchos de sus alrededores. Camilo conocía ese pueblo mejor que nadie. Él debía saber perfectamente la ubicación de los laboratorios de los Lizano. Después de buscar en el Bajío sin éxito, fueron de poblado en poblado durante toda la tarde sin que nadie tuviera noticias de Valeria. Camilo pensó lo peor, era la primera vez que algo así pasaba. Por lo general, las personas decían al menos haberla visto merodear un par de cantinas. Pero esta vez no había rastro alguno, era como si la tierra se la hubiera tragado.
Solo había un lugar que no habían recorrido. Le sorprendió ver la camioneta de Valeria estacionada afuera de aquel sitio y el sonido de la música a todo volumen que daba ambiente a la fiesta del diablo.
—No puede ser, carajo.
Helena miró a Camilo estacionar la camioneta y bajar de ella.
—Espérame aquí, no me tardo.
Pero Helena no iba a quedarse a esperar a que llegara con Valeria en brazos. Ella misma iba a sacarla de ahí.
—¿Quieres quedarte con toda la diversión? —dijo desabrochando su cinturón para después bajar de la camioneta. Pero Camilo la interceptó.
—Helena, no es un lugar seguro. Es casa de uno de los...socios del patrón. Son gente muy maleducada. Por favor, quédate aquí.
—De ninguna manera. No pienso quedarme sola, ¿y si alguien viene?
Helena era buena con la psicología inversa. Camilo pensó que correrá menos riesgo si la llevaba con él a que si alguien la agarraba sola. Se maldijo por haberla llevado y finalmente aceptó.
—Está bien, solo entramos damos un vistazo y si no vemos a Valeria nos vamos, intenta no hablar con nadie.
Helena asintió. Obedecería en todo lo que el chico le decía, porque por su semblante, no exageraba al decir que aquel lugar era terrible. Le ordenó que tomara su mano, así todos pensarían que iban en pareja y nadie intentaría nada con ella.
Caminaron por una vereda hasta entrar a la lujosa casa de los Roacho. Eran viejos socios de Lisandro, aunque a diferencia de él, ellos se dedicaban a otro tipo de negocios. Tenían a su cargo grupos de sicarios que se encargaban de hacer toda clase "trabajos". Lizano no era ni la tercera parte de infeliz que los Roacho. Muchas historias se contaban alrededor de ellos, entre sus muchas famas les decían sádicos porque utilizaban métodos poco humanos con sus víctimas y enemigos.
En cuanto entraron al lugar se percataron del tipo de fiesta en la que estaban. Mujeres semidesnudas bailando en las mesas, sujetos con tejanas y joyas finas rodeando sus cuellos y brazos. Mucho dinero rodaba por las mesas, así como mujeres, drogas y alcohol en infinidad.
Caminaron entre las habitaciones de la casa, el jardín y sus alrededores. Hasta que finalmente entre una multitud Helena pudo distinguir a Valeria. Un sujeto la tenía acorralada entre su cuerpo y la pared, besaba su cuello recorriéndolo con la lengua, hurgando entre sus pechos con violencia. La chica intentaba alejarlo, pero parecía tan fuera de si que apenas podía hacerlo de lado.
Helena no lo pensó ni un instante, se alejó de Camilo y llegó hasta el sujeto para alejarlo de Valeria. El hombre la miró con desprecio y solamente utilizó una mano para empujarla.
—¡Tendrás tu turno! ¡Puta de mierda! —El hombre rio, cuando vio a Helena en el suelo, respirando con fuerza mientras apretaba sus nudillos. 
Los ojos de Valeria la reconocieron, y entre su locura susurraba su nombre. Helena arremetió de nuevo contra el sujeto, pero éste sacó una pistola apuntándole directamente a la cabeza.
—¿Por qué no nos ahorramos problemas con don Lisandro? No tengo intención de echarle a perder la fiesta pero el jefe me mandó por su hija —intervino Camilo, el hombre apuntaba ahora a su cabeza, ya que había cambiado lugares con Helena para no alterar al sujeto.
—¿Y esta putita quién es?
—Es sobrina del patrón, así que mejor vaya pensando en una buena disculpa.
El hombre bajó el arma. No sin dejar de mirar a Helena y hacer un gesto lascivo con su entrepierna.
—Mándele mis saludos a don Lisandro, señorita.
Helena ni siquiera continuó mirándolo, fue hasta Valeria para intentar hacerla reaccionar pero la chica estaba tan drogada que apenas podía sostenerse en pie. Camilo la tomó en brazos.
—Estamos bien, ¿cierto? —preguntó el hombre, que aunque intentaba disimularlo con una sonrisa sinvergüenza, ahora parecía algo preocupado.
Helena pudo percatarse de las extrañas leyes que se regían entre ellos. Camilo asintió, esbozando una leve sonrisa.
—No se preocupe, joven. Aquí no pasó nada.
«Por suerte», pensó Helena.
Salieron de la casa, la chica aun sentía un nudo en la garganta debido a la impotencia. Un minuto más y Valeria habría sido violada por ese infeliz. Y nada hubiera pasado, una disculpa con Lisandro habría sido suficiente, porque su hija era quien se lo había buscado. No podía creerlo, sentía que el cuerpo le temblaba. Cuando junto a la camioneta se dirigió hasta Camilo.
—Eso fue todo, ¿no piensas hacer nada? ¡Estaba abusando de ella!
Camilo recostó a Valeria en el asiento trasero, intentando mantenerla despierta.
—Así son las cosas por aquí, Helena, deberías irte acostumbrando.
—¿Acostumbrarme a qué, Camilo? ¿A ver cómo los hombres abusan de las mujeres? ¿A ver cómo solo porque unos tienen más que otros tienen total poder sobre ellos? ¿Cómo puedes vivir así? ¿Cómo puede alguien vivir así?
El chico azotó la puerta de la camioneta y caminó hasta Helena haciéndola retroceder.
—¡¿Crees que es muy fácil para mí?! ¡¿Crees que no tengo ganas de reventarle la cabeza a ese desgraciado?!
—¡¿Y por qué no lo hiciste?!
El joven suspiró. Se quedó pensando en ello. Él no podía haber hecho algo, era solamente un peón, un pobre diablo que no valía nada sino gracias a su trabajo como perro de los Lizano. Nadie hubiera intervenido por él. Y el final habría sido aún más trágico.
—Las cosas no funcionan así, hay reglas. Y aunque no me guste, tengo que seguirlas. Y tú tienes que hacer lo mismo.
Camilo subió a la camioneta, esperando a que Helena lo hiciera. La chica suspiró, intentó respirar para tranquilizarse. Y finalmente subió al vehículo colocando la cabeza de Valeria sobre su regazo.
Intentó darle agua durante el camino, sin dejar de acariciarla tratando de hacerla reaccionar. Pero la chica estaba totalmente noqueada. Camilo condujo sin rumbo por un par de horas, tratando de dar tiempo a que Valeria se recompusiera. Pero comenzaba a oscurecer y Lizano no tardaría en comenzar a preguntar si había podido dar con su hija.
—Trata de reanimarla —le pidió Camilo—. Pronto llegaremos a la hacienda y no creo que a Don Lisandro le agrade mucho verla así otra vez.
Helena continuó acariciando la mejilla de la chica, se inclinó y finalmente le dio un beso en los labios. Camilo miraba por el espejo retrovisor como ese beso se iba intensificando hasta que las manos de Valeria rodearon el cuello de Helena.
Sonrió, al abrir los ojos vio a aquella encantadora rubia que se aferraba a su boca con ternura.
—El beso de la princesa azul... —susurró.
Helena respiró aliviada al descubrir que la chica al parecer estaba bien.
Valeria se reincorporó lentamente, miró a Camilo que solamente conducía sin decir nada.
—Gracias, mi héroe. —Los labios de Valeria se dirigieron hasta Camilo pero el chico frenó de golpe.
—¿Crees que esto es muy divertido? Tener que sacarte de esas malditas fiestas infernales ¡Ese cabrón abusó de ti, Valeria! ¿Qué habría pasado si Helena y yo no llegamos a tiempo?
Valeria suspiró, tomó su lugar de vuelta y cruzó los brazos a la altura de su pecho.
—¿No dirás nada? Como siempre, eres una niña berrinchuda.
La chica observó de reojo a Helena, era claro que para ella su sola presencia era un alivio.
—El licenciado estará molesto de que te hayas fugado con uno de los perros de mi padre.
Helena sonrió. Miró a Camilo y agregó:
—No cuando le diga que fuimos la pareja de la fiesta.
Camilo rio ante aquellas palabras que lo hicieron tranquilizarse un poco. Y así mismo lo secundó Helena. Valeria solo los miraba asombrada por la increíble camaradería que había despertado en ellos aquella situación.
Se dio cuenta de que Camilo entraba por el aserradero, se dirigía a la hacienda así que lo hizo detenerse.
—No pienso pisar ese lugar de nuevo. Llévame a la cabaña, pasaré la noche ahí.
Camilo obedeció. Él mismo no quería que regresara a la hacienda, así que dio la vuelta y condujo directo a la cabaña. Al llegar, Helena bajó con Valeria sosteniendo su brazo.
—Me quedaré con usted, señorita Lizano.
Valeria se encogió de hombros, y se dio la media vuelta.
—Mi casa es su casa, señorita Santos.
Helena miró a Camilo. El chico hizo un mohín para tratar de disimular la incomodidad que le producía aquello.
—¿Qué le digo a tu padre? —preguntó, antes de que Valeria entrara a su cabaña.
La chica esbozó una sonrisa, haciendo una señal a Helena para que se acercara.
—Dile que una rubia hermosa me está haciendo el amor.

***

El sexo de Valeria se derretía entre sus dedos, era la primera vez que le hacía eso a una chica. Aquello era diferente, no era como hacérselo ella misma. Valeria era otro cuerpo, otra sensación. Pero la deseaba tanto que no le importó succionar el líquido que salía por su entrepierna. Sentía como se estremecía cada vez que la punta de su lengua hacía contacto con su clítoris. Las mujeres somos realmente sensibles, pensó. Miró el rostro rojizo de Valeria, sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. Jamás imaginó que esa sensación fuera tan embriagante. Tener el control de otro cuerpo, sus sensaciones y reacciones que en ese momento le pertenecían a ella.
Quería ver cada uno de sus gestos, de placer, de dolor, verla llorar al menos una vez. Introdujo dos dedos dentro de ella. Aquello estaba caliente, y un sonido singular salía de su interior conforme vacilaba sus dedos de afuera hacia adentro. Así que aventurera, introdujo un tercero.
Un gemido fuerte salió de la gruesa y hermosa boca rosa de Valeria. Helena no se reconocía en esa situación ni en esas sensaciones. Quería un poco más, no iba a detenerse hasta que Valeria sucumbiera. Continuó acariciando su pubis, introduciendo, besando, chupando, frotando, todo aquello que revelara reacciones nuevas de la chica.
Ahora entendía perfectamente esa obsesión que tenía Ulises con ella. La obsesión de muchos de dominar, de ser los evocadores.
—¿Ya eres como yo, Helena? —preguntó apenas en un susurro.
La chica tomó a Valeria con violencia, haciéndola girar de espaldas obligándola a elevar la cadera haciendo que sus nalgas toparan con su pelvis. Comenzó a masajear su entrepierna con rapidez, provocando que toda clase de gemidos salieran de la boca de Valeria.
De un momento a otro, el cuerpo de la chica comenzó a vibrar como si quisiera derrumbar la cabaña, los dientes de Helena se aferraron a su espalda hasta que un líquido nuevo y más caliente se escurrió por su mano.
Valeria se quedó de bruces, respirando agitada mientras Helena asimilaba aquello que había pasado. Quería besarla, dormir abrazada a ella como la primera vez que habían estado juntas.
Pero Valeria se puso de pie sin mirarla siquiera, caminó hasta su mini bar para servirse un trago y uno más a Helena.
—Hacía tiempo que una chica no me follaba así. Y para ser heterosexual lo haces muy bien.
Helena no podía creer su insolencia. Se sintió totalmente ofendida con aquellas palabras. Comenzó a vestirse, tomó una manta y una almohada y bajó a la sala. No compartiría la cama con Valeria esa noche, no podía soportar su arrogancia después de lo que había pasado.
Escuchó los pasos de la chica bajar, llevaba una blusa de tirantes y una pequeña prenda de ropa interior que dejaba mucho que ver.
—¿Pasa algo? Puedes dormir arriba, yo me...
—Solo déjame tranquila ¿quieres? —interrumpió furiosa.
Valeria hizo un gesto extrañado, tomó la almohada que la rubia había llevado consigo y continuó mirándola hasta que finalmente Helena frustrada arrojó la manta al piso.
—¿Crees que puedes traerme aquí, hacer algo como lo que hicimos allá arriba y continuar con tu vida como si yo fuera un maldito consolador? ¿no hay nada en ti que valga la pena?
Valeria miraba fijamente a Helena. Por su cabeza parecían pasar muchas cosas, pero era incapaz de decirlas 
—Al menos te gusto, ¿cierto? ¿hay algo en mí que te guste?
Valeria sonrió. Había obtenido justo lo que había buscado desde el inicio. Helena no era tan diferente ni inalcanzable después de todo. Sentía que el corazón se le aceleraba. Se recargó sobre el sofá, halándola hasta llevarla hacia ella para besarla en los labios. Helena se aferró a su cuello, mientras la chica subía lentamente su playera para dejar al descubierto sus senos.
La arrojó sobre el sofá, recorriéndola por completo mientras sus respiraciones se agitaban boca a boca. El tacto de las frías manos de Valeria hacía que se estremeciera. Helena sabía que acababa de perder aquel caso. Enamorarse de Valeria Lizano no iba de acuerdo al plan que la corporación le había asignado.
Enamorarse de Valeria Lizano le iba a costar la vida, y sin embargo ahí estaba. Bebiendo de su boca como quien encuentra un oasis en el desierto.

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