Aquí las consecuencias
Helena despertó de una nueva pesadilla, sintió que su cabeza estaba empapada en sudor así que se dirigió al baño para secarse el cabello húmedo. Tenía tiempo sin revivir esa pesadilla en donde estaba su madre, la encontraba detrás de una reja, llorando como un animalito indefenso, entonces al acercarse se daba cuenta de que las partes de su cuerpo estaban separadas. Como si una máquina de carnicero hubiera triturado su carne.
Se echó un poco de agua tibia en la cara para despejar aquel horrible sueño, siempre la dejaba con un dolor de cabeza terrible. Salió al porche a tomar un poco de aire fresco, mientras miraba hacia la casa Lizano. No estaba lejos de ahí, conocía el camino y la noche parecía buen camuflaje. Abrazó su cuerpo para mantener caliente su corazón y su pecho, que parecía acelerarse conforme caminaba y se acercaba cada vez más a la casa. Miró a los hombres custodiando las puertas como perros. Era imposible entrar a tal fortaleza, así que regresó en dirección a la casa, cuando sintió que una mano tapaba su boca con fuerza.
Los ojos se le llenaron de espanto, y antes de que pudiera lanzar el primer golpe, su rostro fue dirigido hacia el de ella. Valeria reía gustosa de haber presenciado esa escena. Helena parecía mucho más pálida que siempre.
—No entiendo su afán por merodear en las noches como un fantasma, señorita Santos.
Helena la alejó empujándola hacia la maleza. Acomodó su bata de dormir para continuar su regreso hacia la casa.
—¡Hey! ¡Helena! Fue solo una broma.
—¡Estás loca! —exclamó la rubia, enfrentando a Valeria mientras sentía que el corazón podía salírsele por la boca—. ¡Eres tan infantil!
La chica tomó la mano de Helena, acercándose despacio para acariciar su barbilla.
—¿No me extrañaste?
Helena alejó aquellos dedos de su rostro, caminando esquiva sin responder nada.
—Tienes tres segundos para regresar aquí a hablar conmigo, señorita Santos. Uno...dos...
La chica se detuvo de golpe, solo para girar hacia donde estaba Valeria, cubierta por un suéter que dejaba entrever su ombligo.
—Desapareciste por dos meses, luego regresas en medio de la noche con tus juegos tontos y pretendes que me siente a charlar contigo. Necesitas madurar, Valeria.
Era como si la joven Lizano disfrutara de hacer enojar a Helena, se acercó sigilosa hasta ella, quedando a centímetros de su rostro.
—¿Qué hacías afuera de la casa? —preguntó cambiando el tono de su voz—. ¿Buscabas a mi hermano?
—No es asunto tuyo. Además, si así fuera a, ¿ti qué?
—Pensé que no tenías interés en él —aseveró sin pensarlo mucho, como si aquello se le brincara de la boca.
—Eso fue hace dos meses. Las cosas cambian.
La sonrisa se desdibujó de su rostro, muchas cosas habían pasado en dos meses, pero odiaba pensar que en ese tiempo las cosas se hubieran formalizado entre Helena y su hermano, ya fuera por común acuerdo o a la fuerza.
—Estoy segura de que así es. Buenas noches, señorita Santos. —Dio la media vuelta, como si fuera en dirección a la cascada y no a su casa.
—¿Estás celosa? —preguntó curiosa, ya que Valeria parecía tener el mismo desplante que Ulises cuando le hablaba sobre seducir a Lisandro Lizano hijo.
Valeria rio, al parecer era la única forma de combatir aquello que en verdad daba en el clavo.
—En realidad estoy decepcionada —contestó, acercándose cada vez un poco más a la chica—. Pensé que eras más inteligente—. Continuó con su camino, hasta que las palabras de Helena la detuvieron.
—Fui muy clara contigo, Valeria. No soy como tú, no puedo darte lo que buscas.
No podía creer que Helena continuara con esa cantaleta después de lo que ambas habían vivido. Nada había sido un sueño, la rubia se había entregado a ella en esa cabaña y amor, no era algo que Valeria Lizano fuera buscando por la vida.
Regresó, tomándola por la cintura para pegar su cuerpo tibio al de ella. La respiración de Helena se agitaba, y aunque intentaba no verle fijamente, Valeria sostenía su rostro para mirar esos ojos turquesa.
—Espero que mi hermano pueda darte lo que buscas.
Tomó el camino rumbo al lago, Helena estaba segura de que iría directo a su cabaña. Sabía que seguirla era una locura, además. Evitar herir susceptibilidades de niñas como ella no era su prioridad en ese momento.
***
Las manos de Valeria acariciaban su cuerpo, mientras su quijada se hundida en su entrepierna. Podía sentir toda esa carga de placer que había desconocido hasta el día que estuvo a su lado por primera vez. Sus labios se unían desesperadamente y de un momento a otro el rostro de Lisandro Lizano padre apareció frente a ella, sudoroso, aferrándose con violencia a sus caderas. Pero entonces ella ya no era más ella, sino su madre.
Se despertó de golpe, el sudor frío le escurría por la frente. Estaba segura de que aquellos repetidos sueños no eran más que un recordatorio de su misión en ese lugar, de lo cerca que estaba de conseguir su cometido como para arruinarlo por una estúpida niña rica.
Abrió su ventana, que daba directo a la casa de la familia Lizano. Esa tarde Ulises le había contado lo sucedido en el despacho del viejo Lisandro, quizá había sido culpa de esa historia que no pudiera conciliar el sueño durante toda la noche.
«—Lizano tiene laboratorios por todos los alrededores. Son pequeñas casas, con tres o cuatro peleles que custodian como perros, un químico, y un equipo muy "artesanal" que preparan sus mezclas y cuatro o cinco achichincles. Al parecer lo hace con mucha discreción, y por lo que me dio a entender, quien se mete en el trabajo no sale jamás, más que con los pies por delante...Había niños, Helena. Dos o tres y ellos mismos se encargaban de sembrar y cosechar las matas de coca porque sus manitas son delicadas y no arruinan la cosecha.»
Helena no podía dejar de pensar en esa situación, en la facilidad con la que Lizano aparentaba abrazar a todo el pueblo cuando al final no era más que un cacique.
«—Después de estar en el laboratorio me llevó a una escuela, él mismo me ordenó que entráramos a la dirección y dejáramos caer sobre el escritorio del viejo director dos costales de billetes verdes. Después de ahí fuimos a un aserradero, a otro pueblo a dos horas del Bajío e hicimos lo mismo. Lizano tiene tanto dinero que se le pudre en los costales, por eso va de lugar en lugar repartiéndolo, pero a la gente, Helena. Jamás vi a un político o a un policía tocar esas cantidades de dinero. Me ordenó en última instancia arrojarlo en la carretera, para que los campesinos bajaran y se lo llevaran en sus carruchas. No pude evitarlo, y quizá hice mal, pero le pregunté que si por qué ese dinero no lo utilizaba mejor para comprar policías o seguridad. El muy cabrón se rio, y me dijo:
»Todo lo que ves aquí es mío, Santos. No hay árbol que respire y no me pertenezca. Además, son los pobres los peones más fieles.
Me dejó mudo, sabe que teniendo a la gente de su lado es más fácil poder lidiar con la policía y los gobernantes. Además de que, en el Bajío no existe una política como tal, es más como si fuera una monarquía, y la corona podría pasar a Lisandro hijo, o quizá hasta Valeria.»
Helena sentía un revoltijo en el estómago. A pesar de lo que todos pudieran creer a conveniencia de los Lizano, no era una mentira su fascinación por la violencia y los caprichos mundanos. Don Lisandro era el emperador de todo, no había nada imposible para él. Así que Helena supo desde un inicio hacia dónde tirar certera.
***
Por la mañana se dio un baño, se peinó, maquilló y se puso un vestido color azul marino que entallaba su cuerpo. Iría a una carrera de caballos a la que Lisandro hijo la había invitado desde hacía semanas, antes del regreso de Valeria. No le había mentido a la chica, las cosas entre ella y su hermano iban mejor, conversaban de vez en cuando, salían al pueblo a pasear, Lisandro era un caballero con ella siempre y cuando no hubiera influencia de su padre.
Ahora más que nunca estaba convencida de que lo principal era metérsele por los ojos a Lisandro hasta cegarlo, hasta tenerlo completamente en sus manos. Él podía ser una pieza fundamental. Y sin duda el tesoro más preciado de su padre.
Llegó a un hermoso hipódromo hecho de madera fina en donde se podía ver a los hombres lazar. Lisandro estaba en la línea de salida, preparando a su caballo cuando sus ojos la vieron. Sonrió, y corrió hasta llegar a ella, tomándola por la cintura para ayudarla a bajar.
—Te encantará el caballo que acaba de comprarme mi padre.
La chica aceptó y fue con él hasta donde estaba el precioso equino pura sangre que debió haberle costado una fortuna al viejo Lizano. Helena acarició al animal, sintiendo la mirada de Lisandro en ella con fuerza.
—Te ves hermosa, Helena. No podré concentrarme si solo pienso en eso.
El chico le dedicó una sonrisa y ella aceptó ese cumplido fingiendo su vergüenza.
Pronto, apareció don Lisandro acompañado de su esposa Azucena, la mujer tenía mal semblante a pesar del exceso de maquillaje en su rostro. Llevaba de la mano a los dos pequeños gemelos que corrían de un animal a otro como si fuera un circo. Detrás venía Santos, que le miraba fijamente, apretando los nudillos cada vez que se acercaba para hablarle al oído a Lisandro hijo.
—Bueno, bueno —comenzó don Lisandro con su voz de megáfono— vamos iniciando con esto. Vamos abriendo apuestas. —Sacó un fajo de billetes y los lanzó a una mesa cercana que tenía botellas de champan y coñac fino—. Apuesto todo a mi hijo.
La voz de un grupo de hombres que rodeaban el hipódromo hizo eco. Al parecer el chico era el favorito de todos, no solo por conveniencia, sino porque sabían lo bueno que era en eso.
—¡A sus lugares, todos!
Helena y su padre subieron a las gradas, cerca de Azucena y sus dos hijos por órdenes de don Lisandro. Helena odiaba tener que compartir aire con esa mujer, podía sentirlo a distancia. Podía sentir el odio que le profesaba aún más cuando se trataba de su hijo Lisandro.
—Te ves muy hermosa, Helena —dijo la mujer con un tono de voz creíble.
—Se lo agradezco, usted no se queda atrás.
Había intentado sonar con simpatía pero era imposible cuando se trataba de aquella mujer. Hizo un sonido con la garganta, como una especie de carraspeo para después sacar un cigarrillo y encenderlo. Parecía estar ahí a la fuerza, y era claro, ya que sus únicas actividades eran el espejo, el coñac y las largas siestas. Parecía tan molesta y fastidiada como la misma Helena que luchaba por fingir su gozo.
Lisandro hijo se subió a su caballo. Antes de ir a su línea, se acercó a donde estaba Helena y alzó una mano en donde sostenía una rosa. Se la mandó con una de los hombres de su padre, le acababa de dedicar su triunfo y Helena sonreía sin dejar de mirarlo.
Sus ojos vieron acercarse a lento galope a Valeria. Montaba un caballo negro con los ojos marrones. La chica se acercó hasta donde estaban Azucena, los gemelos, los Santos y también su padre. Llevaba unos jeans negros, y una camisa del mismo color que dejaba a la luz un escote provocador. Obligó a la bestia a hincarse frente a su padre. El hombre parecía irritado, después de todo, aquello no era un deporte de señoritas. Pero la dejó, asintió con la cabeza como si aceptara su participación en esa carrera. Sus ojos se cruzaron fugazmente con los de Helena. Que parecía más preocupada que impresionada. Podía sentir que hacía aquello por ella.
Camilo fue hasta Valeria, tomando al caballo por las riendas.
—¿Estás loca? Estas carreras son muy peligrosas, baja por favor.
Valeria rio. Después de tantos años no podía creer que Camilo no supiera que un no siempre era un reto para ella.
—Piénsalo, podrás darme RCP si este animal me cae encima.
Camilo negó. La chica le guiñó un ojo y galopó con rapidez hasta ponerse junto a su hermano en la línea de salida. El joven sonreía.
—¿De verdad quieres que te humille?
—Siempre lo has intentado —contestó ella, sin mirarlo siquiera.
Lisandro sintió de pronto fuego en su cuerpo, odiaba que Valeria tuviera ese mal comportamiento competitivo. Sabía que no podía ser vencido, menos por su hermana. Miró a lo lejos a Helena que sonreía al coincidir miradas. Ganaría, lo haría por ella.
Un hombre alzó una pistola al aire, el momento había llegado.
—En sus marcas...
Valeria sostuvo con fuerza las riendas mientras sonreía y miraba a su hermano.
—Listos...
El sonido de la pistola sonó en el aire. Los caballos salieron con rapidez lejos de la línea de salida. Los gritos de Lisandro padre apoyando a su hijo, se mezclaba con las voces de otros hombres que gritaban compartidos por Lisandro y Valeria. Los cuerpos de los jinetes se sacudían de arriba abajo. Estaban en la media vuelta y era Lisandro quien llevaba la delantera, pero pronto, en un giro y con destreza casi nata, Valeria sacó ventaja en una vuelta. Nadie daba crédito, los gritos aumentaron, Azucena que parecía enajenada, de pronto estaba tan atenta que Helena podía ver como su cigarrillo se consumía solo. Estaba por ganar, la chica Lizano estaba por derrotar al mejor jinete del lugar. La bandera se ondeó, anunciando la victoria de la hija del jefe. Lisandro frenó su caballo. Se bajó de él de un brinco solo para ir por el arma que había anunciado su arranque. Tenía fuego en la mirada, parecía un frenético. Valeria se detuvo así mismo, mientras todos veían que el joven Lisandro corría directo a su hermana con un arma en la mano. Don Lisandro, y así mismo, Camilo y todos los hombres corrieron para detenerlo. Pero fue tarde, el joven disparó cinco veces sobre el cuerpo del caballo negro que entre alaridos se desplomó moribundo.
Valeria estaba pecho tierra, con los senos llenos de polvo, estaba temblando. No podía creer lo que había hecho el imbécil de su hermano.
Don Lisandro arrebató el arma a su hijo, pero no pudo detenerlo cuando fue directo a su hermana y la abofeteó un par de veces para hacerla caer sobre el suelo nuevamente. Comenzó a patearla, pero entonces Camilo fue quien lo detuvo.
—¡¿Por qué intervienes!? ¡Maldito hijo de puta!
Los hombres alejaron a Camilo, pero el chico se resistía. No iba a permitir que Lisandro continuara con esa barbarie y que nadie tuviera el valor de detenerlo. Así que decidieron detenerlos a los dos.
Valeria se puso de pie algo temblorosa, sonreía, porque había logrado su cometido después de todo. Humillar a su maldito hermano.
Helena no podía resistirlo, no iba a permitir que algo así continuara. Ni siquiera se dio cuenta de cómo es que había bajado hasta el hipódromo y ahora corría hasta donde estaba Valeria. La sostuvo, antes de que cayera tambaleante otra vez.
—Lamento que no haya tenido su triunfo, señorita Santos.
Los ojos de Helena se posaban únicamente sobre Lisandro quien al verla pudo tranquilizarse. Sus ojos estaban llorosos, fuera de sí, miró a todos lados, alejando a los hombres que lo detenían. Se alejó a grandes zancadas para montarse en su caballo y salir de ahí.
Valeria apartó los brazos de Helena que la sostenían, se llevó una mano al rostro y se dio cuenta de que estaba sangrando demasiado.
—Camilo... —dijo con voz débil.
El chico no lo pensó dos veces, y fue hasta ella para arrebatarla de los brazos de Helena que apenas la sostenían.
Valeria se desplomó mientras Camilo la llevaba cargando con ligereza. A pesar de que algunos otros intentaron ayudarle el chico se resistió. Él se encargaría de cuidarla, como siempre lo había hecho.
Ulises miraba a don Lisandro que parecía no tener vela en ese entierro. No había intercedido más por ninguno de sus hijos.
—No me mires así, Santos —dijo el hombre, obligando a que Ulises desviara la mirada—. No puedo tomar lugar, son mis hijos. Pero son sus conflictos, ¿me entiendes?
—Señor —se atrevió a intervenir—, Lisandro tiene la fuerza de un varón, y su hija...
—Ella se lo ha buscado. Toda su vida ha intentado demostrarme que es más hombre que su hermano, bueno, aquí las consecuencias.
***
Camilo dejó a Valeria sobre la paja de las caballerizas, sacó su pañuelo para humedecerlo y limpiar la sangre del rostro de la chica. Su labio volvía a estar abierto, un ojo comenzaba a hincharse y sus pómulos estaban rojos por las bofetadas.
—Mira nada más cómo te dejó ese desgraciado, mi Salamandra.
Valeria esbozó una leve sonrisa, se reincorporó con lentitud para cubrir ella misma sus propias heridas.
—Estoy bien. El pobre Moro se llevó la peor parte. Pero esto no se va a quedar así, Gusano.
—No empieces, Valeria —intervino Camilo—, poco le faltó al imbécil de tu hermano para darte un tiro. Deja las cosas así y deja de provocarlo.
—¡No lo estoy provocando! no es mi culpa que sea un inútil.
Eso le quedaba más que claro, Lisandro hijo no era el orgullo de su padre. Simplemente al viejo no le quedaba de otra. Pero la terquedad de Valeria podía meterla en tantos problemas que nunca dejaba de preocuparse.
—Lo que pasa es que pecas de altanera. Sabes que eres mejor que él, deja de restregárselo en la cara cada que tienes oportunidad.
La joven Lizano no dijo más, refunfuñó como si fuera una niña berrinchuda y se dejó caer una vez más entre la pastura para que Camilo terminara con lo suyo.
El chico acarició aquel rostro herido, la quería tanto. Jamás había podido enamorarse de nadie más como lo había hecho de Valeria.
—Vámonos de aquí, Salamandra.
Le miró curiosa, ante aquella propuesta tan repentina. Rio, colocando una mano sobre el hombro del chico que estaba en cuclillas junto a ella.
—Pero si parece que los golpes te afectaron más a ti que a mí.
—Lo digo en serio —continuó—. Valeria, vámonos. —Jamás había tenido el valor de ser tan directo con ella. Pero no podía soportar ni un instante más algún maltrato por parte de su familia.
—Déjate de estupideces, Camilo. Fui muy clara contigo hace mucho tiempo.
—Ya lo sé, pero...tengo miedo de que un día tu papá o tu hermano terminen por matarte.
Valeria se puso de pie, caminó como si fuera rumbo a la salida pero Camilo logró abrazarla y acorralarla junto a la pared.
—Nada de eso va a pasar. Deja de pensar tonterías.
Camilo se acercó hasta ella, robándole así un beso que se resistía. Sin embargo, tener a Camilo en la boca no era una sensación desagradable. Así que correspondió aquel arranque de pasión. Sintió las manos del chico abrir su camisa con rudeza para acariciar sus pechos. Mientras su mano bajaba hasta tener su sexo entre los dedos. Había pasado mucho tiempo desde la última vez, pero recordaba lo buen amante que era. Su camisa cayó al suelo, cuando descubrió los ojos de Helena mirándola fijamente.
—Valeria... —dijo, apenas en un susurro. Sus mejillas estaban rojas y solo pudo dar la media vuelta y alejarse de ese escenario.
Ambos la vieron salir, el chico levantó la camisa de Valeria y se la dio.
—Mejor vamos a tu casa, tu mamá debe estarte buscando.
Pero ella negó. No podía dejar pasar ese momento, así como no podía dejar de ver en su mente los ojos azules de Helena hacía unos minutos.
—No irás a dejar que la citadina nos eche a perder el momento.
Camilo no iba a negarse. Cerró con la tranca la caballeriza y tomó a Valeria entre sus brazos. El cuerpo cálido de la mujer que amaba se hacía uno con el suyo.
***
Regresó a casa después de su encuentro con Camilo. Sabía que lo que le esperaba era mucho peor que los golpes físicos de su hermano.
—¿Dónde estabas? —Azucena caminaba deprisa hacia donde estaba mientras sostenía el rostro mal herido de su hija—. Me tenías muy preocupada, mira nada más como quedaste.
—¿Cómo quedé? —preguntó irónica—. Querrás decir cómo me dejó el imbécil de tu hijo, madre.
Azucena, al igual que Lisandro, sabían que ambos eran muy competitivos entre sí. Sobre todo Valeria con Lisandro. Pero era la primera vez que las cosas llegaban a ese extremo.
—Te he dicho una y mil veces que no compitas así con él.
—Es un idiota, lo único que hace bien es golpear mujeres.
Valeria se dio la media vuelta, estaba muerta. Solo quería llegar a su habitación y descansar, pero Azucena la tomó del brazo con recelo.
—Sabes que no es cierto, lo que pasa es que te encanta provocarlo.
La chica rio, sínica. Si su hermano era un demonio era por culpa de esa mujer. Ella le había enseñado a tomar por la fuerza lo que creía suyo. Azucena misma era así y se había encargado de hacérselo saber desde pequeña.
—Y me imagino que Helena también lo provocó aquel día que intentó violarla en las caballerizas.
—¡Ya basta, Valeria! —intervino la mujer perdiendo los estribos—. Y no vuelvas a repetir eso. Si alguien te escucha podrían creer que es verdad.
No podía creer lo que escuchaba. Un intento de violación era algo grave. Su hermano era un infeliz, pero en ese lugar no existía justicia que pudiera aplicársele.
—Descuida, madre, dudo que alguien se atreva a hacer algo al respecto. Si no lo intentaron detener esta tarde cuando casi me mata, no creo que quieran intervenir por la hija de un empleado.
Se dio cuenta de que no podía descansar en ese lugar, no mientras Azucena estuviera ahí presente. Así que salió de la casa deprisa, dispuesta a marcharse a la cabaña cuando de pronto se encontró con su padre que iba acompañado de Santos. Siguió de largo al verlos, sacando un cigarrillo de su bolso para fumarlo recargada en la pared de la casa.
—A ver tú, ven para acá.
La voz de su padre, grave y potente, llegó a sus oídos y la traspasó como un escalofrío. Volteó, miró a su padre y aspiró una vez más para para luego arrojar su cigarrillo y ponerse frente a él. Don Lisandro sostuvo el rostro de su hija, presionando algunas de sus heridas mientras lo analizaba. Pero Valeria no parecía inmutarse, no le gustaba mostrarse vulnerable frente a él.
—A ver si así aprendes a no meterte con los hombres.
La chica zafó su rostro de las manos de su padre, pero antes de que se retirara el hombre la detuvo, presionando con fuerza su lastimada quijada. Valeria solo hizo un leve quejido a pesar de que el dolor era insoportable.
—Ya sé que eres mejor que el cabrón de tu hermano. No tienes nada que demostrarme, deja de buscarte problemas.
La chica finalmente pudo alejarse, miraba a su padre directamente a los ojos sin bajar la mirada.
—No es mi culpa que no sepa perder.
Lisandro rio. Poniendo una mano sobre el hombro de su hija. Valeria estaba confundida, aquella reacción no era la que esperaba después de haber ofendido a su hijo favorito.
—Intenta no dejarlo en ridículo la próxima vez, ¿estamos?
La joven Lizano se dio la media vuelta, subió a su camioneta sin decir más para alejarse de aquel infernal lugar. No le importaba ridiculizar a su hermano, ni lo que sus padres dijeran. Por su cabeza solamente podía pasar algo, su razón de ser, el motivo por el cual continuaba en esa cueva de lobos.
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