Aquí la nieve cae
Helena y Valeria volvieron a la hacienda por la mañana, la chica rubia recordaba nítidamente lo que había sucedido con Camilo. No tenía cara para volver a verlo, pero tampoco podía creer la bajeza que Valeria le había hecho.
—Espero que al menos puedas disculparte con Camilo.
La chica no dijo nada, continuó con la mirada en el camino hasta que Helena intentó abrir la puerta de la camioneta.
—¿Qué haces?
—¡Prométemelo, Valeria Lizano! Vas a pedirle una disculpa a Camilo.
Valeria frenó de golpe sosteniendo el volante con fuerza, suspiró y después de que Helena cerró nuevamente la puerta puso el seguro del vehículo.
—Lo prometo ¿ahora podemos continuar?
Helena asintió sin decir nada más. Valeria y ella llegaron a la hacienda y la chica tomó su camino. Todavía no era momento para que ella y Santos volvieran a su cabaña, así que les restaban unos meses más en la casa Lizano. Helena no podía soportarlo más, no era que le desagradara el increíble lugar, sino ciertas presencias.
—Buenos días, señorita Santos. —La voz de Azucena cruzó el recibidor para llegar hasta ella. Llevaba una hermosa bata de seda. Caminaba hacia ella contoneando las caderas y sonriendo.
Helena pudo percibir un ligero olor a alcohol y no pasaban de las nueve de la mañana. Nada extraño en ella.
—Buenos días, señora Lizano.
—¿Mi hija ha pasado la noche contigo?
Helena sabía que tenía que disimular un poco. Asintió, aclarando que en realidad habían estado con Camilo pero la nieve las había detenido en la cabaña.
—Ya veo —musitó la mujer, con sus ojos verdes fijos en Helena como si fuera un ave carroñera—. Ese lugar tiene tantos recuerdos...Valeria simplemente no la deja ir. Ahí mismo iba y se... ya sabes. —Las palabras se tropezaban en su boca, pero era claro que tenía una intención—. Primero Camilo, luego esa mujer Kheshia y ahora tú... qué curioso funciona la mente de los Lizano, ¿no crees? Esa búsqueda de reemplazos... Veremos cuánto duras, Helena.
Azucena no hacía cuento a su fama. Era una venenosa serpiente. La miró fijamente sin titubear, no le temía ni a ella ni a ninguno de los Lizano.
—No voy a alimentar provocaciones de una mujer alcohólica. Así que si me permite.
Azucena llegó hasta ella, puso una mano entre la puerta de su habitación y Helena mirándola con verdadero desprecio.
—No me obedeciste, te dije que te alejaras de Valeria. Nadie pasa sobre mí porque yo soy la señora de este lugar.
Helena la observó. En realidad, el rostro de Azucena había cambiado desde hacía un tiempo. Sus arrugas eran más claras, y sus ojeras más grandes. No comía y todo lo que ingería era alcohol desde que despertaba ¿cuánto tiempo podría durar así? Esperaba que poco.
—Si me permite, señora Lizano.
Helena pasó de largo. Cerró la puerta de su habitación casi en la nariz de la mujer que ahora estaba de pie. Sin poder creer el nivel de arrogancia con el que se paseaba Helena por su casa. Las cosas no podían quedarse simplemente así, si su esposo se negaba a ponerle un alto, tenía sus formas para intervenir de manera sutil.
***
Helena decidió caminar un poco después de la comida, estar en esa casa era una verdadera pesadilla sobre todo teniendo a Azucena como sombra. Ni siquiera el peligro de algún asesino rondando la hacienda le aterraba tanto como la presencia de aquella mujer que podía estar más cerca de la verdad de lo que temía.
Estaba por llegar al lago cuando escuchó una camioneta detrás de ella. Era Ulises, al fin había llegado de su trabajo y no parecía tener buena pinta.
—¿La pasaste bien? —Fue lo primero que le preguntó al bajar del vehículo—. Porque yo creo que no dejas de pasarla bien.
La chica lo miraba fijamente. Estaba furioso. Lo notaba porque una vena le cruzaba la cien palpitante.
—¿Por qué no fuiste con el informante? —susurró, analizando su alrededor para asegurarse de que nadie estaba cerca.
—Valeria insistió en ir conmigo, ¿de acuerdo? ¿Cómo crees que podía llegar hasta él si la tenía cerca de mi?
—¿Qué tan cerca?
Sabía perfectamente con qué intención decía aquello. No le contestó, intentó continuar con su camino pero la mano de Ulises aferró su antebrazo. Ella lo esquivó.
—¡Basta!
—Dime algo ¿quieres continuar con esto? sabes perfectamente que si esto llega a manos del capitán, los elementos llegarían en semanas, ¿sabes cuál sería el fin de tu amada Lizano?
Helena sintió un nudo en el estómago. Sabía perfectamente que nadie tendría compasión. Ahora Valeria estaba tan metida en los negocios de su padre como él mismo. En ese informe se desglosaba aquella realidad llena de testigos, fotografías y testimonios que no dudarían en señalarla como socia de su padre.
—Asesinato, tortura, tratos con el narcotráfico... ¿Qué podrían ser? ¿Cien años? ¿Más?
Helena intentó alejarse, pero Ulises la tomó por los brazos y la arrastró hasta un árbol en donde la sometió.
—¿Quieres que Lizano pague por lo que le hizo a Helena? ¿Quieres vengar a tu madre?
Helena sollozaba, en ese momento solamente podía pensar en Valeria. Y aquello destruía toda su voluntad. Le había fallado a su madre, así misma y a Ulises.
—¿Pasa algo?
La voz de Camilo llegó hasta ambos. Ulises soltó los brazos de la chica que de inmediato se dejó caer en el suelo con los ojos llenos de lágrimas y sollozando.
—Nada, Camilo. Problemas familiares.
Ulises ayudó a Helena a ponerse de pie nuevamente, sacó su pañuelo y limpió sus lágrimas con brusquedad, para después besar su frente.
—No vuelvas a irte de la hacienda sin permiso, ¿me escuchaste?
Helena ni siquiera subió la mirada. Esperó a que Ulises caminara de regreso a su camioneta para poder mirarlo.
Camilo la observó, parecía preocupado llegó hasta ella sosteniéndola de los hombros para levantar su mirada.
—¿Qué pasó?
Helena miró con fijeza al chico. Se acurrucó en su fuerte pecho como único aliento de ese mal rato. Se dio cuenta de que Camilo emanaba ese mismo calor que Valeria cuando la abrazaba. Era reconfortante y le hacía sentir segura. Sus manos aferraron con fuerza su espalda y terminó por llorar aunque sabía que hacerlo no era lo correcto.
—Ulises cree que aún tiene poder sobre mí. Es todo.
Camilo refunfuñó.
—Nadie debe tener poder sobre nadie. No te preocupes, mientras yo esté por aquí no voy a dejar que nadie te haga daño, ni siquiera él.
Las palabras del chico llegaron hasta su herido corazón. No pudo evitar sonreír y mirarlo. Camilo se dio cuenta de que abrazaba el cuerpo de Helena y no pudo evitar sentirse avergonzado por lo que había pasado la otra noche.
—Yo, señorita...Es decir, Helena. Yo...
—¿Se disculpó Valeria contigo? —preguntó de pronto, esbozando una sonrisa y alejándose de él con suavidad, para comenzar a caminar con dirección al lago.
Camilo asintió. Siguió sus pasos sin dejar de mirarla con esa sonrisa simple en su rostro. Era hermosa, aun guardaba el sabor de sus besos entre los labios como un secreto que jamás revelaría.
—Lo hizo, pero soy más orgulloso de lo que parece.
El chico rio. Se dio cuenta de que su chiste no había llegado hasta Helena que parecía pensativa.
—Yo no quiero que pienses mal de mí. En otra situación jamás hubiera hecho eso. Te lo juro por Dios.
Helena lo miró. Asintió. En realidad sabía que Camilo solamente era una víctima más de los caprichos de Valeria Lizano, como a veces pensaba que era ella misma.
—Lo sé. Y si quieres disculparte, si eso te hace sentir bien, puedes hacerlo...
—Lo siento...
—Pero —intervino la chica— cambiaría esa disculpa por un favor.
Camilo la miró con curiosidad, no era como si no se hubiera dado cuenta de que venía formando una idea desde pasos atrás. Pero no podía imaginar que era.
—Lo que sea, Helena. Haré lo que sea.
Sonrió satisfecha. Siempre era tranquilizante tener buenos elementos a su lado. Se inclinó hacia el chico y besó su mejilla.
—Mañana mismo saldremos de viaje. Solo tú y yo, nadie debe saber a dónde vamos. Mucho menos Valeria. Yo te guiaré y cuando volvamos ni una sola palabra a nadie ¿De acuerdo?
Aquello comenzaba a asustarlo, sabía que saltarse las órdenes de Valeria tenía consecuencias, pero aceptó. No sabía qué tan secreto podía ser dar un pie en territorio de su patrón si tenía centinelas por todos lados. Solo esperaba que lo que la chica tenía en mente no terminara causándoles problemas.
Helena se quedó en el lago un rato, cuando el chico finalmente se fue sin decir más imaginando que su compañía ahora sobraba.
Sumergió una mano entre aquellas gélidas aguas. Se aferró con fuerza a ella misma sin dejar de sollozar y mirar en las profundidades del lago:
—Aquí la nieve cae... y yo también.
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