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Día 3

Aquel día, que debía de ser uno de los más felices del año ya que su hermano y él cumplían años, era un de los más tristes.

En su cumpleaños número veinte, estaban enterrando a sus padres.

El agua de lluvia mojaba sus ropas haciéndolas más pesadas, y las gotas camuflaban sus lágrimas calientes que salían de sus ojos. Los soldados, a pocos metros de ellos, portaban sus armaduras en las que resonaban las pequeñas gotas, igual de afligidos que su hermano y él.

Se giró con rabia y fue hasta su caballo que había dejado amarrado en un árbol. Cogió las riendas para subirse pero una mano agarrando su brazo de forma gentil le hizo parar. Al girarse, pudo ver a Suga que le devolvía una mirada llena de preocupación y de dolor.

—Al...- Majestad, ¿qué pensáis hacer?

Suga, su nana. La persona que lo había visto y cuidado desde el día que había nacido estaba intentando que no hiciese una locura en apenas dos días después de haber tomado posesión al trono.

Al morir su padre y al tener ya la mayoría de edad, por derecho el trono le pertenecía. Pero nunca pensó que lo heredaría de tal forma. Siempre se había imaginado una gran ceremonia en la que diversos reinos asistirían a su coronación, y que sus padres disfrutarían tranquilamente de sus días con los nietos que él o su hermano les daría cuando contrajesen nupcias.

Pero todo eso se veía empañado por la cruel realidad.

Él había tomado posesión del trono por el simple hecho que sus padres los habían asesinado. Quizás podría haberlo dejado pasar sabiendo lo fuertes que se habían vuelto los bandidos del reino y que cuando tomase posesión del trono lo primero que haría sería erradicarlos, pero no podría dejarlo pasar sabiendo que quienes habían asesinado a sus padres eran personas que se hacían llamar amigos.

O eso creía él.

—No intentéis persuadirme Suga.

—Majestad, estáis a punto de cometer una locura.- le gritó desesperado en un susurro.

—Suga, ellos mataron a mis padres. Ellos os dieron un lugar donde vivir y comer durante veinte años, ¿y decís que no vaya a por quienes les arrebataron la vida a mis padres?

—Majestad, pensadlo bien. ¿Por qué el rey Sawamura habría de matar a vuestros padres? Ambos firmaron un acuerdo de paz hace años.

—Suga.- se soltó del agarre que tenía en él.— Me da igual que tras todos estos años sigáis amando al rey Sawamura, pero esa persona debe de pagar también por su vida.

—Majestad por favor.- rogaba ya sin fuerzas y al borde de las lágrimas.— Si os equivocáis de elección habréis provocado una guerra que nunca debió haber empezado. El reino de Miyagi cuenta con otros dos reinados aparte de Karasuno. Si los tres se unen lo más seguro es que supere con creces a Inarizaki. Por favor Majestad, escuchadme.

Atsumu se subió a su caballo y miró con indiferencia a Suga desde su nueva altura.

—Por eso mismo voy a ir al reino de Kamomedai y de Itachiyama. Probablemente Karasuno tenga la ayuda del reinado de Nekoma y de Fukurodani, debemos estar preparados.

Suga dejó caer su brazo como si fuera una muñeca de trapo, sin poder decir nada.

No había forma de hacer entrar en razón al joven rey.

No tenía la oportunidad de hacerle saber que probablemente estaría cometiendo un enorme error yendo al reino de Miyagi en busca de justicia aunque él lo veía más como venganza.

—Si llega a pasarme algo, quiero que cuidéis de mi hermano y le guiéis por buen camino para que el reino de Inarizaki prospere.

El peligris suspiró tembloroso y asintió.

—Como ordenéis, majestad.

Era ya de noche y las luces del fuego de las antorchas clavadas en el suelo daban la iluminación necesaria a varios metros, puede que algún que otro kilómetro, del reinado de Karasuno.

Llevaban ya casi dos meses en guerra con los reinados de Karasuno, Seijoh, Nekoma y Furkurodani, pero sobretodo con Karasuno. Durante todo ese tiempo habían habido bajas por ambos lados, pero los suyos habían resistido.

Cuando llegó al reino de Kamomedai, se le dificultó la negociación con el rey Korai, pero después de largas horas de debate pudo tener su apoyo. Pero si pensó que el rey de Kamomedai fue difícil, el rey de Itachiyama, Sakusa, le puso mucho más pegas de las cuales eran difíciles esquivar.

Aún así, finalmente tuvo el apoyo de ambos reinos, y con todos los soldados con los que podían contar su los reinos, partieron al reino de Miyagi.

Estaba seguro que había llegado a los oídos del rey que una posible guerra en su contra llegaría en pocos días, y para cuando llegaron los soldados de los cuatro reinos estaban esperándolos. Había escuchado que el reinado de Shiratorizawa había preferido a mantenerse neutral a tener que elegir un bando.

Al frente de la tropa de soldados, se encontraba Shouyo sin ningún escudo pero con las ropas que representaban a su reinado. 

—Aguardad un momento.- dijo antes de darle con los estribos en los costados.

Se acercó de forma lenta al igual que el pelinaranja hasta que ambos se quedaron en medio del que sería el campo de batalla.

—Estáis cometiendo un error al querer iniciar una guerra.- fue lo primero que le dijo Shouyo al verle.

Hacía cinco años que no había visto al menor desde que compartieron aquel pequeño roce en la armería de su palacio.

Los días en los que su padre le ofrecía a ir hasta Karasuno se negaba a ir, y se pasaba los días entrenando con el arco, y las tardes con la espada y la lucha cuerpo a cuerpo. El poco tiempo libre que tenía se encerraba en la biblioteca y se leía todos los libros que podía sobre la historia de los reinos.

—El error fue haber asesinado a mis padres. La sangre se paga con sangre.

—Nadie en mi reino ha osado matar a los reyes de Inarizaki.

—No importa lo que me digáis. La guerra es inevitable.

—En ese caso, espero que no os maten antes de tiempo.- apretó la mandíbula.— Aunque no os guste, os sigo amando desde ese día.

Después de aquel intercambio de palabras, el baño de sangre comenzó.

Flechas volaban por todos lados siendo algunas más efectivas que otros hiriendo pero no de gravedad.

Otros, que iba sin caballo, chocaban sus espadas logrando atravesar el cuerpo del oponente siempre y cuando no llevasen armadura.

Así había sido durante todos esos meses. Curando a los que estaban heridos, batallando para poder ganar aquella batalla...

Ahora mismo, se encontraba dentro de una carpa junto a los reyes Komori y Sakusa, planeando cual sería su siguiente ataque. Pensaban asaltar de una vez por todas el palacio de Karasuno y poner fin a la guerra que se estaba llevando a cabo.

Él quería acabar con la vida de la persona que se suponía debía lealtad según un tratado.

—¡Majestades, hemos atrapado a un intruso!

Los tres reyes se giraron al escuchar la voz alterada de Sachiro, el primer guardia al mando de la guardia de Kamomedai.

Entró en la carpa mientras luchaba con la persona que decía había capturado, y cuando Atsumu la pudo ver no pudo hacer nada más que alterarse.

—Suga-san, ¿qué hacéis aquí?- preguntó exaltado Atsumu.

El peligris se soltó del férreo agarre que tenía el castaño en su brazo y se acercó hasta él y le miró directamente a los ojos.

—Majestad, han atacado el palacio.

—¿Como? ¿Quien ha sido?

—Los bandidos, majestad. Entraron a palacio.

—¿Y mi hermano? ¿Como está mi hermano, Suga-san?- el mayor no respondió a las preguntas del castaño.— Responded, ¿como está mi hermano?

—Por favor, majestad, ¿podemos hablar en privado?

—... Venid, hablemos afuera.

Atsumu se disculpó con sus acompañantes y salió de la carpa junto a Suga siguiéndole de cerca.

Caminaron un poco, adentrándose apenas en el bosque, y volvió a enfrentar al peligris.

Necesitaba saber lo que había pasado.

—¿Me contareis ahora lo que ha sucedido?

—Alteza... Vuestro hermano ha muerto.

Aquellas palabras se había sentido si como una flecha le atravesase el corazón.

Se apoyó de un árbol al sentir que sentía que las piernas ya no podían sostener más su cuerpo y miró a Suga.

—¿Qué habéis dicho? ¿Como ha sucedido?

—Fue hace dos semanas, majestad.- dijo.— Yo regresaba de unas compras del pueblo y cuando llegué al portón habían matado a los pocos guardias que habíais dejado en palacio.- lágrimas ya surcaban su cara.— Busqué por todos lados a vuestro hermano y estaba en el estudio que era de vuestro padre. Le...- sollozó.— Le cortaron el cuello majestad.

Atsumu cogió aire de forma temblorosa y parpadeó varias veces para evitar que las lágrimas se desbordasen de sus ojos.

—¿Qué habéis hecho con su cuerpo?

Suga tomó aire.— Lo he enterrado junto a vuestros padres.

El castaño soltó un sonido de lamento y se llevó enseguida una mano a la boca para evitar que saliesen más de ellos.

—Suga, quiero que os refugiéis en el palacete me mi abuelo. Es peligroso que permanezcáis aquí.

—Pero alteza...

—Suga-san, sois la única familia que me queda, no puedo perderos a vos también.

El peligris asintió y se acercó para darle una caricia en la mejilla.

Aquel joven monarca lo había visto desde el día su madre le había traído al mundo. 

Vio en el momento en que decía sus primeras palabras junto a su hermano y de como ambos habían empezado a caminar agarrados de la mano yendo directamente a él.

Se sentía orgulloso del hombre del que se había convertido aunque estuviese cometiendo un error por la guerra que estaba llevando a cabo.

—¡Majestad!

Atsumu sintió en cámara lenta lo que sucedía.

Suga había girado su cuerpo con velocidad por lo que pudo ver como a lo lejos, en la espesura del bosque, se iba una persona a la cual no pudo distinguir debido a la oscuridad de la noche.

Estaba seguro de que sería alguien del enemigo que se había acercado hasta donde ellos se encontraban para atentar contra su vida. Pero por suerte había errado el tiro.

—¿Estáis bien, Suga-san?

El castaño separó al peligris de su cuerpo y pudo ver como el mayor bajaba lentamente su mirada, logrando que él también lo hiciera.

Una flecha atravesaba su estómago desde la espalda.

El cuerpo del mayor se desplomó hacia el suelo y con suerte pudo sostenerlo antes de que se diese contra la hierba.

Podía escuchar a la perfección la respiración forzosa que empezaba a afectarle y él, solo podía quedarse como un tonto mirando como la última persona de lo que él consideraba su familia, se iba justo en sus manos.

Y no podía hacer nada.

—M-majestad...

—No digáis nada.

—Hay... Hay una f-flecha.

—Lo sé, Suga-san.- ahora sí las lágrimas se desbordaban por sus mejillas.

—N-no lloréis majestad.

Esa noche, Atsumu lloró en el bosque la pérdida de la última persona que pertenecía a su familia.

·

·

·

Esa mañana, a parte de ser oscura, había amanecido con lluvia.

Esa lluvia le recordaba a la que hubo el día en el que enterraron a sus padres y no supo si el día en que Suga enterró a su hermano también estaría lloviendo como en ese momento.

Había hablado con los reyes de Kamomedai y de Itachiyama, para dejarles en claro que esta guerra ya había terminado. Que podían regresar a sus respectivos reinos. También pidió, que se llevasen cada uno la mitad de sus hombres, y evitando las preguntas del porqué hacía eso.

Justo al alba, se llevó al hombro su carcaj junto a su arco, y tomó en brazos a Suga y fue caminando con él hasta el palacio de Karasuno.

Al verlo al fondo, pudo ver como los arqueros en lo alto sacaban sus flechas y apuntaban directamente hacia él, mas ninguno disparó.

La puerta del portón empezó a bajar lentamente, y al otro lado pudo ver a Shouyo con una espada colgando a un costado y su carcaj en la espalda; y entre sus manos el arco con una flecha apuntando hacia él que nada más verle bajó.

Detrás del joven príncipe, estaba el rey Sawamura que igual que su hijo, llevaba una espada a un costado donde una de sus manos la sostenía por la empuñadura por si debía atacar.

Sus pasos resonaron por la madera de la puerta del portón y paró justo en frente de Shouyo a un par pasos de distancia.

—El reino de Inarizaki os informa que ondea la bandera blanca. Mis hombres y los de los reinos aliados partieron antes del alba.

—¿Como puedo creer en vuestra palabra?- preguntó el pelinaranja a la defensiva.

—Seguir con esta guerra es una lucha en vano cuando ya no tienes a nadie al volver.

—¿A qué os referís?- preguntó esta vez el rey.

—Los bandidos en Inarizaki mataron a mi hermano, y ayer alguien quiso acabar con mi vida y fue Suga-san quien evitó la flecha con su cuerpo. Os pido por favor, que me dejéis enterrar a Suga-san en este lugar.

—... Seguidme.

Atsumu siguió a Shouyo hasta la parte trasera del palacio.

En cada paso que daba podía ver como los arqueros seguían apuntando en su dirección, probablemente hacia su cabeza o posiblemente a su corazón.

Dejó con cuidado a Suga en la tierra y agarró la pala que le extendía Shouyo. La clavó en la tierra y empezó a cavar. En más de un momento la vista se le empañó, pensando que estaba cavando un agujero para meter en él a Suga.

Seguía sin creerse que la persona que le cuidó, la vio irse en sus brazos.

Clavó la pala en la tierra y volvió a sostener entre sus brazos al peligris para dejarlo con cuidado en el agujero que había hecho. Buscó con la mirada alguna flor, y al encontrarla fue a por ella, la arrancó y la dejó encima de sus manos.

Volvió a tomar la pala y empezó a echar la tierra que había retirado para dejarla encima de la persona que alguna vez le llegó a cuidar. Dejó a un lado la pala, se puso en pie y se santiguó.

—Gracias... Por dejarme enterrar a Suga-san aquí.- miró al rey Sawamura.— Él os amaba.

—No... No lo sabía.

Atsumu negó restándole importancia.

—Antes de irme, quiero deciros algo.- le dijo el castaño al pelinaranja.

—Os escucho.

Atsumu se acercó y le miró directamente a los ojos.

—Te amo.

Le agarró de las mejillas y le besó.

Pudo escuchar el jadeo de parte del padre del chico; y el que murió en la unión de sus labios.

Era el segundo beso que daba en su vida, y probablemente el último.

Abandonó una de sus manos de la suave mejilla del pelinaranja y la dirigió hacia una de las flechas del carcaj y la empuñó por encima de la cabeza del chico con el que compartía un beso.

Pero la flecha cayó en cuestión de segundos al sentir un par de flechas ser clavadas en su espalda.

Separó sus labios de los de Shouyo, le miró y le sonrió viendo el miedo que reflejaban sus ojos color miel.

—Te amos, y siempre lo haré.

Aquellas fueron las últimas palabras que dijo antes de exhalar su último aliento.

He aquí el tercer día.

He tardado un poco en subirlo porque prácticamente no lo tenía escrito, solo el principio. No he podido adelantar durante el día y hay demasiadas distracciones a mi alrededor.

Aunque hay un pequeño cambio, la temática del día tres será del día de mañana y la de mañana es la de hoy.

Espero que les haya gustado el día de hoy.

Nos leemos mañana.

~Zeni13~

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