Los sonidos de sus rápidos pasos se escuchaban tan altos como si estuviesen explotando fuegos artificiales en el cielo.
La mochila a su espalda se balanceaba de un lado a otro y la lluvia que caía en esos momentos lo hacía todo mucho más difícil. Su vista estaba nublada por culpa del agua y su ropa pesaba más de lo normal.
Saltó por una ventana rota hacia el interior de lo que parecía ser una vieja cafetería, y se escondió detrás del mostrador intentando recuperar la respiración. Le quitó el seguro al arma que llevaba en la mano y se puso en guardia.
Aquellos corredores eran más listos de lo que creía.
Al no escuchar nada, le puso de nuevo el seguro a su pistola y apoyó la cabeza en la madera del mostrador y dejó salir las lágrimas que había estado reteniendo. Había dejado atrás a su amigo.
A Yamaguchi.
Él no quería, pero le insistió. 'Al menos uno de los dos debe de sobrevivir' fue lo que dijo antes de lanzarse contra aquellos corredores. Primero había sido Tsukishima, el prometido de Yamaguchi durante años, quien había sido devorado por los chasqueadores para que ellos dos pudiesen escapar.
Tuvo que ver como su amigo pecoso lloraba por meses al haberle sido arrebatado al amor de su vida, pero se pudo reponer entre lo que cabía.
Y ahora, era su amigo quien se sacrificaba para que él viviese.
Se había quedado solo. Otra vez.
¿Por qué todo se había vuelto así?
Fue un día normal cuando de repente todo empezó a ir a peor. El caos gobernó la ciudad y luego el país entero. Él apenas había sido un chiquillo de trece años cuando todo había explotado perdiendo a su madre y su hermana pequeña.
Tuvo que sobrevivir como pudo. Pensó incluso en que moriría. Pero estuvo seguro en una casa abandonada de algún apartamento. Había comida para un par de días y se las ingenió para fabricarse algunas armas como un bate de béisbol al cual le puso clavos con dificultad y unos cuchillos bien afilados.
Y todo... para defenderse de lo que nunca creyó fuese real: los zombies.
Las noticias cubrieron todo lo que ocurría hasta que dejaron de emitir. Los hospitales desbordados y siendo atacados por las personas que dejaban de serlo a los pocos días.
Habían cuatro fases en los zombies. La primera: los corredores. No son un gran peligro mientras no te vean. La segunda: los acechadores. Con esos tenía que tener cuidado porque podrían salir de cualquier lado. La tercera: los chasqueadores. Se guían por el oído al ser completamente ciegos, por eso procuraba pasar lejos de ellos. Y la cuarta: los hinchados. No se ha encontrado con ninguno, pero tenía entendido que eran enormes y estaban llenos de pústulas. Que eran capaces de lanzar bombas llenas de esporas que más te valían no respirar.
Había sobrevivido durante diez años, pero ahora no sabría como lo iba a hacer estando solo de nuevo.
Cuando emprendió su viaje a algún refugio de los que había escuchado en la televisión antes de que dejasen de emitir, se había encontrado a Yamaguchi a punto de ser devorado. Sin pensarlo dos veces sacó su cuchillo y lo clavó incontables veces en la cabeza de aquella cosa hasta que dejó de moverse.
—Gracias por salvarme.
—No agradezcas.- le sonrió.— Soy Hinata Shouyo.
—Yamaguchi Tadashi.
Ambos se hicieron amigos en los días que pasaron juntos y se cubrían las espaldas.
Pensaron que cuando llegasen al refugio quizás todo estaría normal, pero estaba abandonado. En ese momento no supieron que hacer, hasta que empezaron a recorrerlo y recoger medicinas y comida que hubiesen por allí.
Tardaron un año hasta encontrarse con Tsukishima. Estaba herido por culpa de unos bandidos que lo asaltaron y ellos lo acogieron. Fue bonito ver como su amigo y su nuevo miembro en su pequeño grupo de dos se enamoraban en medio del caos.
Con el rubio en su equipo, fue más sencillo saquear para sobrevivir, y para evitar a los zombies. Adquirieron armas de fuego y buscaron municiones por cada lugar que iban.
Al cabo del año de que se les uniese Tsukishima, deslizó un pedazo de alambre en el dedo de Yamaguchi profesándole amor eterno y prometiándole que cuando toda esa pesadilla acabase se casarían aunque ellos aún eran unos adolescentes.
—Pero nunca pudiste cumplir esa promesa.- susurró en medio de la oscuridad.
No tenía sentido preocuparse por cosas del pasado. De un pasado algo cercano.
Giró su cabeza hacia la izquierda con rapidez al escuchar cristales rotos siendo pisados. Abrió bien los ojos atento a lo que pasaría y tragó saliva.
Por una esquina vio salir a un chasqueador dando tumbos y se le tensó todo el cuerpo. Este sería su primer asesinato estando solo. Nunca había matado a un zombie estando completamente solo. Antes sabía que Yamaguchi y Tsukishima esperaban por él.
Agarró el arco que le había fabricado su rubio amigo hacía cinco años junto a una flecha. Debía de ser silencioso. Nada le aseguraba que aquel chasqueador estuviese solo.
Se colocó en una mejor posición, apuntó a la cabeza y... ¡Zas! El cuerpo vivo pero a la vez muerto se desplomó en el suelo derramando aquella asquerosa sangre.
Deslizó con cuidado los pies por el suelo y arrancó la flecha de la maldita cabeza. La limpió y la puso junto al arco apuntando a todos lados. Debía de salir de allí.
Vio una puerta a lo lejos y se movió con cuidado. Al abrirla vio unas escaleras y pensó que quizás dirigían a un despacho, tal vez a una casa. Las subió escuchando el crujido de cada escalón y llegó hasta dar con otra puerta. Miró hacia abajo sin rastro de alguien desagradable cerca; y cerró la puerta.
Entró por la otra viendo que era una pequeña casa la cual esperaba tuviese algo de comida. La suya... Siempre era guardada por Yamaguchi. Revisó con la mirada la cocina y la sala viendo como si alguien hubiese estado viviendo allí hasta hace poco. Estaba todo roto y desgastado, pero limpio.
Eso no le gustaba.
Caminó hacia otra puerta dándose cuenta que era el baño. Había una bañera con el gancho de las cortinas colgando de la barra y sin las cortinas. El retrete sin tapa y las juntas del suelo completamente negras.
Salió de allí para ir hacia la otra puerta del lugar y la abrió arrepintiéndose de hacerlo.
Alzó su arco con la flecha y apuntó justo en la cabeza.
¿Qué era? ¿Un corredor? ¿Un acechador? Nunca había visto un espécimen como ese. Tenía el mismo color que los zombies, pero parecía bastante cuerdo como los humanos. ¡Pero un humano no se estaría comiendo el cuerpo de otro! ¡Y un zombie no se te quedaría mirando sin lanzarse a atacarte!
—¿Puedes bajar eso? No pienso atacarte.
¡Oh por dios! ¡Era capaz de hablar!
—¿Quien...? No. ¿Qué eres?- se felicitó al sonar seguro y que su voz no se rompiese.
Lo que parecía a punto de explotar era su corazón de lo fuerte que golpeaba dentro de su pecho.
—Mm... Esa es una buena pregunta.- alzó su mano frente a su cara dejando que la luz de la luna diese en ella.— Estoy vivo... pero a la vez muerto.
—Como toda la escoria de este mundo.- escupió con asco.— ¿Que eres?- repitió.
El... sujeto dejó de ver su mano para clavar los ojos en los suyos sintiendo verdadero terror. Su ojos siendo casi de un tono dorado brillaban con intensidad calándole hasta los huesos.
Lo vio ponerse en pie notando lo alto que era, pero sin separarse de... lo que estaba comiendo.
—Si no te vas... Soy capaz de comerte. Y esa cosa con la que me apuntas no te servirá de nada.
Después de haber salido de lo que él creyó iba a ser un lugar seguro para pasar un par de días si habían provisiones, volvió a adentrarse en la torrencial lluvia que caía afuera. Tuvo que esquivar a un par de corredores con algo de ingenio y los miembros del ejercito que se dedicaban a masacrar zombies y si incumplían las normas -como él- a inocentes humanos.
Se resguardó en lo que parecía ser una caravana cerrando por dentro. Pudo dormir en una cama ''decente'' después de tres meses y olvidando por un momento que se había quedado solo en el mundo y que estuvo a punto de ser comido por algo. Al día siguiente rebuscó en busca de comida y lo único que encontró fueron unos enlatados que devoró enseguida.
Comprobó si aquel pedazo de chatarra podía ser conducido, y se sintió aliviado que la batería no estuviese muerta. Con una manguera sacó gasolina de los coches que habían alrededor y llenó el tanque de la caravana. Cortó un par de cables y pudo tener en marcha de nuevo aquel vehículo.
Aquella caravana había sido su refugio por alrededor de dos meses en los que ha tenido que escapar del ejercito y perfecta para dejar atrás a los zombies que se le acercan.
Pero se había sentido observado.
Y lo pudo descubrir cuando se adentró en un bosque en un día de primavera. Había un río de cristalinas aguas en las que se limpió un poco la suciedad y rellenó sus cantimploras con agua. Luego cazó un pobre conejo al cual cocinaría en una fogata y rezaría para que no se echase a perder pronto.
En su regreso a la caravana fue cuando lo volvió a ver. Y aunque le hubiese advertido, le fue inevitable agarrar su arco y apuntarle la cabeza con una flecha.
—¿Qué haces aquí? ¿Como me encontraste?
El chico rubio, se puso en pie y solo le miró. ¿Habría ido allí para comerle como le dijo?
—Tienes un agradable olor... Solo lo seguí.
¿Que demonios? Había recorrido más de cien kilómetros desde aquella destartalada cafetería. Y habían pasado más de dos meses. ¿Como lo encontró? ¿Por su olor?
El único olor que podría transpirar sería el de sudor. Ya no recuerda lo que es darse un baño con jabón.
—¡No te acerques!- gritó cuando le vio las intenciones de acercarse.
El otro solo alzó sus manos en señal de paz. Y fue ahí cuando pudo ver las pústulas que tenían las personas cuando se infectaban a lo largo de su brazo. Pero él no parecía infectado, pero a la vez sí.
Todo era demasiado confuso.
—Oye... tengo hambre.
—Piensas...- tragó saliva.— ¿Comerme?
—Me refería al conejo.
Shouyo parpadeó un par de veces intentando procesar lo que le decía. No quería apartar la mirada del sujeto para mirar al conejo que le colgaba del cinturón por miedo a que le atacase en el más mínimo descuido.
¿Acaso no come cosas vivas como los humanos? ¿Por qué querría un conejo al cual ya había matado? ¿Y por qué el conejo? ¡Ellos no comían animales!
—¿Me lo das o voy a por él?- le volvió a decir.— Llevo una semana sin comer.
Entrecerró los ojos.— Eres como ellos. No soy capaz de creerte.
—Soy una especie mucho más evolucionada que ellos. Puedo hablar. Y pensar con claridad. Además que no me gustan las cosas vivas... Aunque lo muerto tampoco es que esté mejor.
Sin bajar la guardia, dejó el arco y la flecha en el suelo para agarrar su pistola quitándole el seguro y seguir apuntando la cabeza del otro.
Desató el conejo de su cinturón y se lo lanzó a unos cuantos metros de su preciado transporte en el que estaba apoyado. Le vio acercarse con rapidez a su presa y en ese instante agarró de nuevo su arco y flecha para correr hacia la caravana y encerrarse en ella.
Le puso seguro y cerró todas las ventanas.
Demonios... ¿Qué iba a hacer ahora? Si aquella cosa no había comido en una semana, él estaba más o menos igual.
Dejaba la caravana lejos de posibles saqueadores y se adentraba en la ciudad para buscar comida. En la última ciudad en la que estuvo fue una lucha por la supervivencia. Entre chasqueadores y corredores por prácticamente todos lados y saqueadores a los que tuvo que enfrentar, acabó huyendo de aquel lugar sin conseguir más que un par de medicinas que le ayudaron a curar la horrible puñalada que recibió en el estómago.
Necesitaba comida, y más en su condición actual.
—Oye... deberías de dejar de tenerme miedo.
Jadeó al escuchar claramente la voz del otro y miró al techo viendo como su cabeza asomaba por la escotilla a la cual no podía alcanzar.
¡¿Como demonios había llegado hasta allí?!
—¿Sabes? Necesitas más la comida que yo. La herida podría empeorar.
—¿Como...?- se llevó automáticamente la mano hacia su estómago.
—Ya te lo he dicho, tienes un olor especial. Te he estado siguiendo.- no dijo nada y solo se quedó mirando.— Entonces... ¿comemos o qué?- alzó el conejo por sus orejas y lo meneó en el aire.
Sin confiar aún en aquel tipo al cual todavía no podría saber si está vivo o no... Decidió que sería mejor comer a morir.
Ese día había conseguido cazar otro par de conejos en otra área del enorme bosque en el que se encontraba.
Había vuelto a la carretera procurando que nadie le viese: tanto zombies, como el ejercito, como los saqueadores. Había procurado que su caravana se viese lo peor posible por fuera para que nadie pensase que era de utilidad. Solo la lluvia se encargaba de limpiarla un poco, pero aún así él se volvía a encargar de dejarla horrible.
El bosque en el que se había internado, era sin duda enorme y agradecía que pudiese internarse en él con la caravana. Descansaba un día cuando llegaba y al siguiente se preparaba para la caza. Le daba a ardillas, conejos y alguna que otra ave cuando no salían volando.
Y comería tranquilo lo que lograba cazar sino fuera porque 'el zombie megaevolucionado' no lo hubiese estado siguiendo ese tiempo. Aún no podía comprender la extraña velocidad que tenía, del porqué podía hablar como una persona normal, y de como prefería comer algo muerto como lo eran los conejos que le lanzaba que a él, una persona viva como el resto de los zombies.
Había aprendido a convivir con él aunque no quisiese.
Eran pocas las veces que se hablaban, y cuando lo hacían, sus respuestas intentaban ser cortantes y distantes. No quería desarrollar un lazo afectivo o parecido con él.
Lo peor es que sentía que ya lo había hecho. Se había acostumbrado tanto a tenerlo alrededor que se le hacía extraño cuando no estaba.
Aprendió que el extraño zombie tenía por nombre Miya Atsumu. Era un año mayor que él. Y lo único que comía eran cosas muertas. Aunque pareciese extraño, los demás zombies parecían alejarse de él si lo tenían cerca, pero eso pasaba con los de la primera y tercera fase. Y aún...
Aún no sabía el porqué de las pústulas de sus brazos ni el porqué parece parece tan vivo como un humano pero muerto como un zombie.
Sacudió la cabeza y acabó por retirarle la piel al conejo que estaba despellejando. Con todas esas pieles pensaba hacerse quizás alguna manta para cuando llegase el invierno o alguna cazadora. Tal vez si le quedaba bien, podría intercambiarla por algo a algunos saqueadores que no tuviesen mala pinta.
Cortó al animal por partes y lo clavó en un palo para poder calentarlo.
Había podido hacer una pequeña hoguera bajo un techo extensible de la caravana y agradecía que la lluvia que caía no llegase hasta donde él para que la apagase como le había pasado antes de tener la caravana.
Alzó un poco la mirada notando a Atsumu agachado con la espalda apoyada en un tronco mirando hacia su dirección, más precisamente al fuego. No le temía como parecía que lo hacía el resto de los zombies, pero tampoco se acercaba.
Alargó su mano para poder darle la vuelta al palo y no dejar quemar el animal cuando escuchó crujidos a la distancia.
Se puso en pie enseguida y apagó el fuego. Podría haber bastante lluvia que cubriese cualquier sonido en los alrededores, pero su oído se había desarrollado gracias a tener que mantenerse en guardia constantes veces.
Cogió su arco y sus flechas y se puso en guardia con Atsumu a su lado.
No debía dejar que se acercasen a su caravana si eran humanos, y debía de evitar ser atacado si eran zombies. Bueno, nadie debía verlo de cualquier manera.
—Vete dentro.- ordenó Shouyo.
—¿Qué?
—Que entres a la caravana.
—¿Estás loco?- le susurró.— No puedo dejar que estés fuera tu solo como la otra vez.
El más bajo chasqueó la lengua.— Mira... Si son humanos querrán matarte.
—Y si son zombies te querrán matar a ti. No voy a permitir que mueras.
—Y yo no voy a permitir que mueras tu.
La determinación en ambos ojos era palpable. Y ninguno quería dar su brazo a torcer.
Refunfuñando, Shouyo sacó de un bolsillo un reloj de arena y lo dejó en la mano del rubio.
—Gíralo cuatro veces.- dijo.— Cuando el último grano de arena haya caído y veas que no he regresado, puedes ir a buscarme. De lo contrario no te moverás de aquí.
—Pero...-
—Si de casualidad oyes disparos, es porque son humanos, con más razón para que no salgas.- le apretó el reloj de arena en la mano.— Pero si escuchas más de cinco disparos, puedes venir.
Se giró sin mirar atrás y salió corriendo bajo la lluvia con sus armas en mano listo para la pelea.
¿Por qué siempre tenía que estar lloviendo cuando peleaba? Perdió a Tsukishima mientras llovía. Perdió a Yamaguchi mientras llovía.
No quería perder a Atsumu mientras llovía.
Llegó a un tronco bastante grueso y empezó a subir con destreza por él hasta llegar a una rama que le parecía estable. Estiró un poco su cabeza y maldijo para sus adentros. Eran saqueadores. Y eran bastantes para poder él solo.
¿Había hecho bien en dejar solo a Atsumu? Se arrepentía ahora de ello. Su ayuda quizás le habría venido bien, pero no le había visto atacar a nadie que no estuviese ya muerto.
Miró mucho más lejos viendo un tanque que habría pertenecido a los militares con la escotilla abierta dejando ver a uno de los saqueadores con una bomba molotov. Si le daba, no solo ardería el tipo que la sostenía, sino que un par a su alrededor también lo haría si el tanque explotaba.
Con sangre fría y la mente en blanco, tensó la cuerda de su arco y en medio de la lluvia apuntó a la botella. Esperó el momento indicado y...
¡Pum!
La botella estalló junto al tanque. Gritos llenos de agonía llegaban hasta sus oídos pero no iba a permitir que eso le afectase.
Guardo el arco y sacó su rifle de francotirador. Apoyó bien la espalda en la madera y miro por la mirilla. ¡Pum! Había caído otro. Retiró la bala y apuntó. ¡Pum! Hizo lo mismo y apuntó de nuevo. ¡Pum! Debía de darse prisa. Sacó la bala y apuntó otra vez. ¡Pum!
—¡A cubierto! ¡Vigilen los árboles! ¡Podría ser más de uno!
—Mierda...- susurró.
Le quedaba un último disparo para que Atsumu pudiese llegar con él y tal vez echarle una mano. Y había sido todo un éxito los cuatro primeros disparos que había hecho con gran velocidad.
Miró de nuevo por la mirilla y esperó hasta que hubiese alguna apertura.
Vio el momento perfecto cuando apareció un poco una cabeza para comprobar su alrededor. ¡Pum!
—Eso fue un movimiento muy sucio de tu parte.- se le heló la sangre al sentir un cuchillo tocar su cuello.
Al menos, Atsumu sabía que estaba en apuros.
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·
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Vio marchar al pelinaranja y le dio vuelta al reloj para que la arena empezase a caer.
Sus entrañas se apretaron al verlo alejarse cada vez más y un extraño temor invadió cada centímetro de su cuerpo.
Cuando cayó el último grano de la primera vuelta, fue cuando escuchó la explosión. El color naranja de las llamas llegaron hasta donde estaba pero le impedía ver si el contrario estaría o no en problemas.
Escuchó el primer disparo, luego el segundo. El tercero y el cuarto. Pero el quinto no se escuchó. ¿Acaso habrían menos de lo que pensaba? Pero después de un agónico silencio y de que se acabara la segunda vuelta, lo escuchó.
Sin pensarlo dos veces, tiró el reloj de arena al suelo y agarró el cuchillo con el que Shouyo le había estado quitando la piel al conejo; y salió corriendo hacia el lugar de los disparos.
Se ocultó tras uno de los enormes árboles y asomó un ojo para ver como lanzaban al chico al suelo delante de un grupo de al menos siete personas. Apretó el cuchillo en su mano e intentaba idear un plan para rescatar a Shouyo.
—Eres muy hábil, ¿sabías?- le dijo quien parecía ser el líder del aquel grupo de saqueadores a Shouyo.
—O ustedes son muy torpes.
—No seas arrogante.- le dio una patada en el estómago haciéndole perder el aliento.
Shouyo tosió en busca de aire y Atsumu se sentía impotente desde su lugar. Si se lanzaba sin un plan, Shouyo podría acabar mucho más herido.
—Mataste a ocho de los nuestros desde las alturas.- alabó.— Si te nos unes, podré dejar pasar por alto ese pequeño inconveniente.
El pelinaranja le fulminó con la mirada.— Prefiero morir a unirme a basura humana como ustedes.
El líder no satisfecho con aquella respuesta, le dio otro golpe mucho más fuerte en el mismo lugar haciendo que se doblase del dolor.
Atsumu, se escondió de nuevo y se dio un par de golpes con la madera en la parte trasera de su cabeza antes de girarse por completo a la vista de todos y lanzar el cuchillo que tenía en su mano directo a la frente del líder del grupo quien cayó de espaldas.
En esa fracción de segundo Atsumu aprovecho para atacar a las seis personas que quedaban en pie. Les rompió el cuello girándolo con ambas manos, y usaba sus cuerpos como escudos de los que aún seguían vivos y le disparaban.
Al menos se centraron en él y dejaron de lado a Shouyo.
Cuando acabó con todos, se acercó al pelinaranja que respiraba un poco mejor, pero seguía agarrándose la zona golpeada. Al menos su herida había sanado por completo, por lo que no se tenía que preocupar mucho porque se abriese de nuevo.
—¿Estás bien?- le preguntó mientras le ayudaba a ponerse en pie.
—Sí... Gracias.
—No hay de...-
Echó su cabeza hacia la derecha al sentir como una daga era lanzada en su dirección llegándole a rozar.
Pero la que se le clavó en el hombro fue difícil de esquivar lo que le hizo soltar un quejido de dolor. Se arrodilló en el suelo y apretando los dientes se sacó el pedazo de metal del hombro haciendo que la sangre manchase su camisa.
¿Habían quedado más? ¿Acaso estaban escondidos? ¿Como no se dio cuenta?
Había estado tan centrado en proteger a Shouyo que no había analizado el terreno como se debe. ¿Qué hubiese pasado si esa daga le hubiese dado a Shouyo en vez de a él? ¿Qué...?
¡PUM!
Alzó vista viendo como un cuerpo caía de uno de los árboles cercano a ellos; y a Shouyo con su pistola apuntando al lugar donde había estado aquella persona.
—Ayúdame a buscar algo que nos sirva de estos tipos.- dijo mientras guardaba su arma.— Tenían un tanque, por lo que estos solo deben ser unos pocos del grupo. Seguramente el resto no tardará en llegar, así que no podemos quedarnos aquí. Tendremos que volver a la carretera y abandonaremos la caravana a un par de kilómetros para evitar ser encontrados.
Atsumu tragó saliva al escuchar la voz seria de Shouyo dando explicaciones.
Esta era la vez que más había hablado con él.
—Te curare tu herida cuando estemos en un lugar seco.
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Cuando regresaron a la caravana guardaron todas las municiones y armas pequeñas en una mochila. Encontraron medicinas, vendajes y más cosas médicas además de algo de comida enlatada que guardaron en otra mochila que cargaría Atsumu.
Se colgó en el cinturón los conejos que había cazado para Atsumu y encendió el motor del vehículo.
Estar en el bosque ya no era seguro.
Se adentró de nuevo en la carretera asegurándose de tener las luces apagadas y avanzar despacio para no alertar a nada ni a nadie. Cuando creyó que ya estaban lo suficientemente lejos y a salvo, destrozó un poco el interior para que se viese abandonado. Le pinchó las ruedas para que saliese el aire y destrozó tanto la batería como el motor.
Tenía que asegurarse que no la pudiesen volver a utilizar.
Pisando charcos de agua producto de la lluvia, se adentraron por callejones para no ser vistos por nadie. Entraron por locales de comida en busca de algo que les sirviese, incluso de alguna tienda de ropa de la cual solo quedaban algunas prendas agujereadas y maniquís rotos.
Un enorme edificio de apartamentos a unos cuantos metros de una tienda de música abandonada, tenía la entrada y los primeros pisos con las ventanas bloqueadas por tablones de madera. Analizando un poco más, vio una ventana abierta en uno de los pisos más altos y pensó que el local de unos metros más allá podría servirles para cruzar.
Treparon por la fachada del edificio hasta llegar al techo y chasqueó la lengua al ver que todavía quedaban algo lejos de la ventana.
Shouyo miró alrededor notando un tablón de madera bastante largo y deseó que si lo apoyaba contra la pared, justo debajo de la ventana, podría llegar perfectamente. Con ambas manos lo agarró y lo colocó como lo tenía en mente, y casi salta de alegría cuando efectivamente llegaba hasta la pared.
Con cuidado, caminó para no caerse, y tuvo que escuchar el 'ten cuidado' por parte de Atsumu mientras cruzaba. Se adentró dentro del edificio y esperó a que el rubio fuese con él.
Cuando se reunieron de nuevo, sacó la cabeza por la ventana comprobando que no hubiese nadie alrededor esperando para tenderle una emboscada; y agarró el tablón metiéndolo dentro. Cerró la ventana que estaba abierta y bajó la persiana para luego mirar a su alrededor: estaban en una habitación que tenía un baño sin puerta.
Con cuchillo en mano, abrió la puerta que daba hacia el exterior de la habitación y comprobó que no había nadie más allí que ellos dos. Cerró todas las persianas que hubiesen y se aseguró de bloquear la puerta con uno de los enormes sillones que allí habían.
Regresó a la habitación quitándose el cinturón con los conejos, y la mochila para sacar algo de vendaje y algo de alcohol para la herida del hombro del rubio.
—Quítate la camisa.- ordenó.
Con movimientos cuidadosos, se sacó la camisa dejando su pecho desnudo y la herida por culpa de la daga.
El pelinaranja ignoró el trabajado torso del chico aún estando... ¿muerto? y mojó un trozo de vendaje en alcohol y lo pasó por la herida escuchando el siseo del contrario al hacerlo.
Atsumu por su parte observó la tranquilidad y el ceño fruncido de Shouyo, completamente centrado en lo que hacía, y preguntándose millones de cosas que no sabía si tenían respuesta.
—Yo... Tenía un hermano gemelo.
—¿Tenía?- preguntó levantando escasos segundos la mirada para centrarse de nuevo en la herida.
—Cuando teníamos quince años nos encontramos con un grupo de corredores. Pudimos escapar, pero ambos nos infectamos.- explicó.— A los dos días mi hermano se había convertido en uno de ellos y me atacó. Después de eso, yo le disparé en la cabeza.
Shouyo repasó sus labios con su lengua. Entendía ese sentimiento de pérdida.
Él lo había vivido tres veces.
—No fue tu culpa.- fue lo único que pudo decirle.
—Lo sé... No se cuantos días pasaron viendo el cuerpo inerte de mi hermano cuando me dieron ganas de querer comérmelo. Me dio tanto miedo que salí corriendo dejando todo atrás. Me encontré con zombies que pensé me atacarían, pero solo se alejaban de mi. Intenté juntarme con las personas, pero solo me atacaban. Al final, encontré un lugar donde resguardarme y me di cuenta de lo era... De lo que soy.
El pelinaranja cogió otro pedazo de vendaje y empezó a cubrir la herida; atento a las palabras del rubio.
—Yo pienso como una persona. Hablo como una persona. Siento como una persona. Pero prefiero comer cosas muertas. Me veo como un muerto. Creen que soy un muerto. No se que me pasó hace nueve años. Porqué no me convertí igual que mi hermano. Pero soy alguien que siente. Noto cuando mi corazón late aún si parezco muerto. Incluso noto el calor y el frío. Pero yo no puedo tener término medio.
Apretando los labios, Shouyo mojó otro vendaje y agarró con delicadeza el mentón de Atsumu. Repasó con su mirada cada rasgo de su rostro para centrarse en el pequeño corte que tenía en la mejilla.
—Yo creo que... si eres capaz de llorar como lo estás haciendo ahora... Eres tan humano como yo y una persona que intenta sobrevivir al igual que yo.- le sonrió aún sin mirarle.— Y si te gusta comer cosas muertas... Al menos sé que no debo temer de ti.
Sus ojos caramelo, endurecidos por las situaciones que ha tenido que vivir, chocaron con los casi dorados y con vida de Atsumu.
Y quiso ignorar por completo aquel latido que se saltó su corazón al ver la sonrisa de lado que le regaló el mayor.
Aquel apartamento parecía un buen refugio. Shouyo tenía suficiente comida para subsistir y los conejos que había cazado antes de abandonar el bosque le habían durado a Atsumu casi una semana al moderar la cantidad que comía.
Escucharon ruidos dentro del edificio un par de veces los primeros días pero ambos se tranquilizaron al saber que solo eran zombies errantes que abandonaron el lugar.
Cuando los conejos acabaron, Shouyo dijo que iría al bosque a cazar, pero Atsumu se oponía. No quería perder al pelinaranja porque a él le daba hambre; como el pelinaranja no quería perder a Atsumu si se alejaba por mucho tiempo.
Pero ambos acordaron que si se llegaba a poner el sol, y el menor no llegaba, Atsumu saldría en su búsqueda. Afortunadamente, en las dos veces que había salido a cazar -trayendo consigo bastantes presas- había regresado antes de que se pusiese el sol.
Pero como el bosque, no era seguro quedarse en ese apartamento no les garantizaba seguridad.
Ese día, en el que regresaba de cazar tuvo que ser cuidadoso. El ejercito estaba patrullando aquel lugar edificio por edificio. Planta por planta.
Y el terror que no había sentido en las casi tres semanas que habían estado allí encerrados, había vuelto.
Subió por la madera que daba hasta la ventana, y la adentró con velocidad cerrando de nuevo el cristal y bajando la persiana.
—Mañana antes del amanecer nos iremos de aquí.
—¿Por qué?
—Me he visto al ejercito.- el cuerpo entero de Atsumu se tensó.— Están revisando la ciudad entera. Puede que tarden un poco en llegar hasta aquí, pero mejor no deberíamos de tentar a la suerte.- se sacó el cinturón con un par de conejos, una ardilla y una pobre paloma.— Ellos solo buscan a plena luz del día, por lo que esta noche se irán.
—Esta bien.
Cuando se acostaron en la única cama para poder dormir, ninguno de los dos pudo cerrar los ojos. Estaban tan tensos y pendientes del más mínimo ruido que dormir quedó como en un segundo plano.
Se giraron para verse a los ojos sin decirse ninguna palabra. Apreciando el brillo del otro.
En un acto impulsivo, Atsumu agarró la mano de Shouyo y la dirigió a su propio pecho para que notase el alocado palpitar que emitía su corazón y no por el temor a ser descubiertos. Ante esto, Shouyo hizo lo mismo con la mano de Atsumu quien también notó el rápido latir del pelinaranja.
Los dos estaban sorprendidos y sintiendo como el ritmo cardíaco del contrario incrementaba por solo sentir las pulsaciones del otro.
Atsumu se apoyó en uno de sus codos y vio desde su nueva altura a Shouyo acostado a su lado que le devolvía la mirada. Con su mano libre la alargó hasta tocar la mejilla del otro notando como un ligero rubor empezaba a cubrirla. Se inclinó hacia abajo quedando a un suspiro de tocar los labios del otro, pero deteniéndose a hacerlo.
—¿No tienes miedo... de que por mi culpa te transformes?- le dijo.
Shouyo le miró a los ojos por largos segundos hasta que finalmente negó con la cabeza.
—Confío en que si llegase a pasar, cuidarías de mi aún en esas circunstancias.
Después de escuchar aquellas palabras que no sabía había esperado con ansias poder escuchar, acortó la distancia que los separaba uniendo sus labios en un suave toque.
Al principio fue solo una presión en ambos labios, pero después fue Shouyo en tomar ventaja.
Enredó sus brazos alrededor del cuello de Atsumu y le obligó a posicionarse encima de él dejando un mínimo hueco entre ambos pechos. Sus manos acariciaban el escaso cabello que crecía en su nuca notando la extraña suavidad que allí había. En cambio, las manos de Atsumu se movían temblorosas dentro de la camisa del pelinaranja.
Lenguas enredándose entre ellas y suspiros acallados por el susurro de sus ropas al caer al suelo.
Besos eran repartidos por todo el cuerpo de Shouyo quien echaba su cabeza hacia atrás presa del placer al que estaba siendo sometido. Ambos cuerpos desnudos siendo apreciados por el contrario. Y ambos corazones latiendo al mismo ritmo cuando finalmente fueron uno.
Sus piernas estaban enredadas en las caderas del rubio quien daba lentas pero certeras embestidas haciéndole estremecer. Sus cortas uñas se clavaban en la ancha espalda dejándole escuchar los claros gruñidos cuando las hundía más en su piel al sentir otra de sus fuertes embestidas.
De sus ojos salían lágrimas de placer que eran borrados por los amables labios de Atsumu, olvidando por un momento que vivían en un mundo donde unos seres que parecían de ciencia ficción, no lo eran.
Con un último jadeo por parte de ambos, llegaron al clímax. Él entre el estómagos de ambos, y Atsumu en su interior.
Tragaron saliva mirándose a los ojos, y Shouyo pensó que ahora si que podría llegar a perder la cabeza si el chico en frente suyo, desaparecía.
—Te quiero.- confesó.
La sorpresa en aquellos ojos como dorados era notable, como el brillo de la creciente felicidad que crecía en ellos.
—Yo también te quiero.
Ahora, tendrían que escapar de su cálido refugio antes de que fuesen descubiertos por el ejercito y los ejecutase.
En serio. Odiaba la primavera.
Siempre estaba lloviendo dejando en el un sentimiento de melancolía. Pero también debía de cuidar de no mojarse. Tener la ropa mojada nunca era bonito.
Y más si no tenían un sitio en el que poder resguardarte como lo era en ese momento.
A la mañana siguiente en la que Atsumu y él se volvieron uno más de una vez y confesaron lo que sus corazones guardaban recelosos, recogieron sus cosas listos para marcharse de aquel refugio. El sol aún no se había alzado pero el cielo ya comenzaba a pintarse de colores naranjas en el horizonte.
Fueron por callejones evitando a toda costa la calle principal teniendo en mente que debían de llegar a las afueras de la ciudad para poder escapar.
Lo que no se esperó es que el ejercito estuviese allí también. Los malditos habían decidido inspeccionar por ambas entradas a la ciudad quedando rodeados. Pudieron salir sin ser vistos, pero nunca bajaron la guardia. Treparon a unos árboles y esperaron hasta que cayese la noche para poder seguir su camino si querían alejarse de allí.
Al cabo de unos días consiguieron alejarse de la ciudad siguiendo su camino por carretera.
—Ayúdame a buscar algún coche que tenga bien la batería.- pidió Shouyo después de haber estado todo un día caminando.
Sus pies le estaban matando y quería poder moverse más rápido. Como cuando tenía su amada caravana.
Después de un par de kilómetros en busca de un coche en buen estado, encontraron una camioneta que les podría servir. Como con la caravana, cortó los cables para juntarlos y que el coche estuviese en marcha. Dejaron sus cosas en la parte trasera y pusieron rumbo a algún lugar en los que estuviesen seguros.
En las noches estrelladas, se acostaban en la parte trasera descubierta de la camioneta y se ponían a ver el cielo estrellado. Él con su cabeza en el hombro de Atsumu quien lo rodeaba con sus brazos notando como su cuerpo desprendía un poco de calor.
Habían otros días, en los que no miraban las estrellas, eran ellas las que los miraban como sus cuerpos se perlaban de sudor y escuchaban atentas los suspiros que eran lanzados al aire cuando sus cuerpos se convertían en uno solo.
Sin haber encontrado un lugar en el que dormir cómodamente, dormían en los asientos traseros de la camioneta abrazados al estar en un espacio realmente pequeño. Pero en días lluviosos como esos, sus ganas de estar bajo el techo de alguna casa aunque fuese abandonada, sería mejor que bajo el techo de la camioneta.
Ahí podía ver como la lluvia mojaba todo. Escuchar como las gotas golpeaban los cristales y el acero del coche. Y dejar que su mente recordase los momentos en los que la soledad le había invadido.
—¿Estás bien?- preguntó Atsumu besando su cabeza.
Shouyo se acurrucó más a su lado agarrando con fuerza la manta que los envolvía, y negó con su cabeza.
—El día en que nos conocimos... Acababa de perder a mi mejor amigo. Unos meses antes ambos perdimos a otro amigo.
—Estaba lloviendo.- afirmó el rubio.
—Los días de lluvia me recuerdan lo solo que estoy sin ellos.
—Pero ya no estás solo.- entrelazó sus dedos con los del pelinaranja.— Yo estoy a tu lado y no pienso dejarte. Nunca.
—Más te vale.- amenazo picando su pecho de forma divertida.— Si me dejas, soy capaz de morir de soledad.
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Conducía lentamente mirando por el parabrisas el pueblo por el que se iban adentrando. Los cristales estaban subidos por si hubiesen zombies que los atacase por sorpresa; y aquello parecía carecer de vida humana.
Se arrimó a un lado de la acera apagando el motor y soltando un suspiro.
—No parece que alguien viva por aquí.- comentó Atsumu.
—Aún así deberíamos comprobar que no haya nadie. Si nos aseguramos que somos los únicos podríamos quedarnos. Por allí hay un bosque en el que poder cazar y seguro que hay algún arroyo.
—Bien...
Se bajaron cerrando las puertas y agarraron las mochilas con sus cosas.
Shouyo ajustó su arco con el carcaj a un lateral de su mochila, y el rifle al otro lado. Guardó la pistola que más usaba en el pequeño cinturón atado alrededor del muslo del pantalón. Cogió entre sus manos el revolver que utilizaba cuando se le acababan las balas de la pistola; y se la lanzó a Atsumu quién le miró extrañado.
—Por si acaso.
El rubio no dijo nada y la guardó.
Empezaron recorriendo desde el inicio del pueblo por donde habían entrado. Cada casa, cada tienda, cada esquina... En busca de algo que les indicase que no estaban solos.
Cuando llegaron hasta el final del pueblo, determinaron que no había nadie más allí salvo ellos. No había ni personas, ni zombies.
—Regresemos hacia la camioneta.- comentó el pelinaranja.— El local de en frente parecía una cafetería donde encima tenía una casa como...-
—Como el lugar donde nos conocimos.- interrumpió.
Las mejillas de Shouyo se calentaron un poco y carraspeó su garganta intentando ignorarlas.— P-podemos quedarnos en ese sitio y huir con rapidez si alguien viene.
—De acuerdo.
Shouyo le regaló una sonrisa tan brillante como el sol, y él le devolvió una más pequeña pero igual de sincera.
Giraron a la derecha adentrándose en un callejón que conectaba con la carretera principal del pueblo; y Atsumu mantenía los dedos de ambas manos entrelazados con los de Shouyo mientras este caminaba de espaldas, escuchando los planes que podrían hacer en aquel sitio.
Por culpa de eso, Shouyo no se dio cuenta de aquel fino hilo a la altura de sus rodillas detrás de él, algo que Atsumu sí hizo.
Fue inevitable que lo rozara consiguiendo que aquel hilo se moviese y todo estallase. Atsumu había rodeado con su cuerpo al pelinaranja y siendo él que recibiera la explosión. Salieron volando un par de metros y una nube de humo los envolvió momentáneamente.
Le dolía el cuerpo, pero sentía que lo tenía todo en su sitio.
—¿Estás bien?- preguntó mirando al chico encima suyo.— Oye...
Lo movió del hombro consiguiendo que se cayese de lado quedando con la espalda en el suelo.
Sus ojos estaban cerrados y más abajo, pudo ver que una de sus piernas a la altura de sus rodillas se había separa de su cuerpo y un charco de sangre se estaba empezando a formar alrededor.
—A-atsumu...- su voz temblaba.
Después de diez años, su voz volvía a temblar.
No le tembló cuando perdió a su madre y hermana. No le tembló cuando perdió a Tsukishima. No le tembló cuando perdió a Yamaguchi.
Pero le estaba temblado porque no quería perder a Atsumu. No quería perder a la persona que ama.
—Oye... M-me dijiste que nunca me dejarías.- con dolor recorriendo cada rincón de su cuerpo, se puso de rodillas y colocó la cabeza del chico encima de sus piernas.— Atsumu... ¡Por dios, reacciona!
Más no hubo reacción.
Sus labios temblaron a punto de romper en llanto cuando el sonido típico de los chasqueadores llegó a sus oídos.
Abrió por completo sus ojos con el miedo adueñándose de sus sentidos. Vio la sombra del chasqueador acercarse lentamente y tanteó con una de sus manos temblorosas su arma.
Le quitó el seguro y apuntó al frente viendo como la pistola temblaba junto a su mano. Cuando lo tuvo a tiro, disparó, fallando por primera vez. El chasqueador chilló y empezó a correr hacia él.
Apuntó de nuevo y disparó hasta tres veces siendo la última la que impactó en la cabeza y haciendo que el cuerpo cayese frente suyo.
Chilló del miedo y abrazó la cabeza de Atsumu con más fuerza.
Si había un chasqueador, seguro que habrían más como él alrededor y no tardarían en llegar gracias al sonido producido por los disparos de su pistola.
Con miedo, dejó la pierna de Atsumu sobre su cuerpo y rodeó su cuerpo con sus delgados brazos para empezar a arrastrarlo hacia una antigua tienda de discos abandonada. Ignoró las punzadas de dolor que recorrían su cuerpo y se centró en arrastrar a Atsumu hasta allá.
Ponerle a salvo era su prioridad.
—Por favor... Quédate conmigo.- sus mejillas eran mojadas por las lágrimas que caían de sus ojos.— Respóndeme. Mi amor... Abre tus ojos.- dijo esto último con la voz estrangulada.
La vida de Atsumu se escapaba de sus manos y no podía hacer nada para evitarlo.
Alzó la vista al ver a un corredor entrar en la tienda y se lanzaba hacia él.
Buscó su arma que se resbaló de sus manos. El corredor se lanzó contra él y pudo detenerlo agarrándolo de las manos y alejando su cara todo lo que pudo. Le dio una patada mandándolo hacia atrás escasos segundos hasta que lo volvió a tener encima.
¿Así iba a morir? ¿A manos de los zombies como Tsukishima y Yamaguchi?
Pensó en tirar la toalla y morir de una vez. Atsumu dejaba la vida también, y sin él, no tenía sentido seguir viviendo. Pero el silbido de una flecha llegó a sus oídos y luego como el cuerpo encima suyo dejaba de moverse.
Lo empujó lejos y regresó con Atsumu.
Su pálida piel se veía más pálida, y el reconfortante calor que desprendía estaba empezando a ser un frío cadavérico.
—Esa herida debería de ser tratada.
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Cuando abrió los ojos el sol se estaba poniendo por los tonos naranjas que se dejaban ver en la habitación en la que estaba.
Parpadeó un par de veces intentando recordar lo que había pasado.
El fino hilo. La explosión. Él protegiendo a Shouyo.
Después de eso no recordaba nada. ¿Como había llegado hasta ahí? Aunque Shouyo fuese muy hábil, no tenía la fuerza suficiente para llevarlo hasta una cama como en la que estaba acostado.
Giró su cabeza en todas direcciones sin ver a nadie. Con esfuerzo, se sentó en el colchón sintiendo una punzada en su pierna izquierda. Al retirar las sábanas pudo ver el pantalón roto de la rodilla hacia abajo; viendo una perfecta línea en horizontal de sutura. Frunció el ceño y acarició la zona. ¿En qué momento se había hecho eso?
Alzó la cabeza al escuchar como un par de cosas impactaban contra el suelo. Allí, el en umbral de la puerta se encontraba Shouyo con sus manos cubriendo su boca. Y en menos de un parpadeo lo tenia a su lado rodeándole en un fuerte abrazo dejando que a su oído llegasen los sollozos que salían de sus labios.
—¿Shouyo? ¿Qué...?-
—Estás bien... Estás bien...
Le agarró de las mejillas y besó sus labios constantes veces sin estar conforme. Sin estar satisfecho.
Al separarse lloraba con una sonrisa tirando de sus labios. Le acariciaba cada rincón de su cara cerciorándose que estaba ahí con él. Respirando. Vivo. Inclinó su cara cuando sintió las mismas suaves caricias que él le estaba dando a Atsumu, solo que el rubio le miraba con preocupación. Lo más seguro porque sus ojos no dejaban de soltar lágrimas.
—¿Estás bien?- le preguntó.
—Sí... Solo me molesta un poco la pierna.- se tocó cerca de los puntos de sutura.— Pero, ¿como estás tu? ¿Estás bien?
Shouyo rió bajo calentando el pecho de Atsumu, quien acariciaba con sus pulgares los pómulos del otro.
—Solo unos rasguños, gracias a ti. Por protegerme.
—Daría mi vida por ti.- aseguró.
—Y casi lo consigues.
Ambos se giraron hacia el lugar de donde había provenido aquella voz, y Atsumu se puso en guardia enseguida protegiendo con sus brazos al más bajo. Frunció el ceño al chico bajito y castaño que recogía lo que Shouyo había tirado al suelo al verle; para luego dejar lo recogido encima de una cómoda a la que le faltaba algunos cajones. Se giró a verle apoyando la cadera en la madera y una sonrisa burlona colgando de sus labios.
Eso le hizo sentir de algún modo molesto.
A los pocos segundos entró a la habitación un chico igual de alto a él, de pelo tan negro como el carbón y los ojos azules como el cielo de una noche despejada. Pero lo más sorprendente era el tono de su piel: tan pálido como el suyo.
Le vio acercarse hasta el castaño y rodearle con sus brazos como él hacia con Shouyo; y pegar su pecho con la diminuta espalda del más bajo.
Aún sin entender nada, miró al chico entre sus brazos en busca de una explicación.
—Ellos son Nishinoya y Kageyama. Me ayudaron cuando perdiste la conciencia.- Atsumu tan solo pudo callar.— Después de la explosión corredores y chasqueadores empezaron a venir. Si no es por ellos, habría sido devorado.
—No lo dudes hermano.- dijo Nishinoya.— Gracias a Tobio, hasta alejamos a un hinchado. Los desgraciados no suelen salir de la escuela a un par de kilómetros, pero tu sangre lo atrajo.
—Mi... ¿sangre?- preguntó confundido.
—Sabes...- la voz emocionada de Shouyo hizo que se centrase de nuevo en él.— Kageyama es como tu. Los humanos intentan matarlo y los zombies se alejan de él. Pero su sangre, vuestra sangre,- corrigió.— Les atrae como polillas hacia la luz.
Atsumu apartó la mirada de Shouyo para centrarla en el chico como él, llamado Kageyama; notando como atacaba el cuello del castaño a base de besos y la mirada puesta en él. Como si con el mínimo movimiento hacia ellos -más bien hacia Nishinoya- saltaría al ataque.
—También... Las pústulas que tenías en los brazos pudieron quitártelas.
Ante tal comentario, se miró sus brazos que habían sido cubiertos de vendas por Shouyo para evitar que las tocase.
Ninguno de los dos sabía si el rozarlas podrían infectar al pelinaranja, por lo que habían decidido que sería mejor vendarlas. Ahora, sus brazos estaban libres de vendas que los rodeaban y eran sustituidas por cicatrices pequeñas.
Con la yema de sus dedos repasó el lugar notándolo extrañamente suave.
—¿Como...?- quiso preguntar pero la voz de Nishinoya le impidió acabar.
—Eso es obra mía. Como lo de volver a unir tu pierna de nuevo al cuerpo.- se rascó la cabeza.— Mi abuelo fue médico y antes de que muriese por culpa de una neumonía, me enseñó ese tipo de cosas. Y fue muy útil. Cuando encontré a Tobio estaba casi hecho pedacitos. Yo solo lo volví a unir.
—¿Como... Frankenstein?
—¿En serio? ¿Tu también?- se giró para ver al chico que rodeaba su cuerpo.— ¿Acaso los de tu especie comparten la misma neurona o qué?
Se encogió de hombros.— Frankenstein era el doctor, no el monstruo.- aclaró Kageyama.
—¿Y como eliminaste las pústulas?
—Las quemé.- Atsumu alzó una ceja sin comprender y Nishinoya rodó los ojos.— Con el cristal de una vieja lupa lo puse al sol y las quemé.
—Oh... Gracias.
—De nada... Shouyo me dijo de vuestra situación. Podéis quedaros aquí el tiempo que queráis. Esta es una zona con muchos infectados y por eso ponemos bombas como la de antes. Los militares no suelen acercarse por el mismo motivo por lo que estáis a salvo. Al menos así ha sido en tres años... Bueno, os dejamos solos.
Ambos agradecieron con un movimiento de cabeza y los otros dos caminaron hacia la puerta cerrándola cuando salieron.
Se miraron con sonrisas enormes creciendo en sus labios. Fueron acercando sus caras una junto a la otro y entreabrieron sus labios para poder juntarlos cuando las puerta fue abierta de nuevo de un golpe.
Apretaron los labios frustrados por la interrupción y giraron a ver hacia la puerta donde Nishinoya se asomaba sin pena alguna.
—Se me olvida...- rió despreocupado.— Tobio y yo solemos ser ruidosos durante el sexo. Os lo digo por si acaso escucháis algo raro.- hizo gestos vagos con la mano en el aire.— No solemos tener invitados por lo que no nos contenemos, ya sabéis...- volvió a reír.— En fin, que podéis hacer todo el ruido que queráis ¿vale?- hizo gestos con sus manos haciendo sonrojar a la pareja.— Será refrescante tener a personas tan vigorosas como Tobio y yo. ¡Nos vemos!
Se sobresaltaron ante el portazo cuando el castaño salió y quedaron en silencio. Se miraron para estallar en bajas risas sintiéndose libres. Sin preocuparse que alguien fuese hasta allí para matarles.
Al fin podían estar seguros.
Pararon sus risas y se miraron con los ojos brillando. Uno giró la cabeza ligeramente a la izquierda y el otro a la derecha, para ir acercándose lentamente hasta que sus labios por fin se tocaron. Con movimientos suaves y tranquilos.
Atsumu se fue acostando de nuevo en el colchón dejando que Shouyo encajase perfectamente encima de su pecho. Sus manos se colaron bajo la camisa del pelinaranja tocando solamente la piel de su espalda baja. El más bajo en cambio, no paraba de tocar con la yema de sus dedos cada una de las líneas que formaban el rostro de Atsumu.
Se separaron escuchando un chasquido, y abrieron sus ojos.
Mejillas ligeramente sonrojadas, y ojos brillando de puro amor.
—No me vuelvas a asustar así...- tragó saliva.— Estuviste inconsciente casi una semana. Pensé que t-te perdía.
—Hey, hey. Shh...- alejó sus manos de la cálida piel de la espalda para dirigirlas hacia las mejillas del otro y retirar las traviesas lágrimas que comenzaban a salir de los ojos caramelo que tanto le gustaban.— Eso no pasará. Estaré siempre contigo.
—M-más te vale...- sorbió su nariz.— Dijo Nishinoya que aunque parezcas un muerto, te volverás viejito como yo. Hasta entonces... No se te ocurra morirte. Y menos en un día lluvioso.
Atsumu rió abrazando a Shouyo, y le llenó la cara de besos.
—Te lo prometo.- apartó unos mechones rebeldes que tapaban sus ojos.— Te amo Shouyo.
—Yo te amo más, Atsumu.
Tercer día. ¡Y mi favorito!
Me encantó escribir este capitulo aunque tarde casi una semana en hacerlo. Puede que más. Quería que fuese lo más detallado posible al igual que realista.
Además, me inspiré un poco -demasiado- en el videojuego de The Last Of Us. Es uno de mis videojuegos favoritos y aún sufro por no tener la segunda parte 💔.
Espero que les haya gustado el día de hoy.
Nos leemos mañana.
~Zeni13~
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