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Mi profesor de filosofía #1


Capítulo 1

Mi profesor de filosofía

Si tan solo no me hubiera sentado junto a él en aquel momento.

Si tan solo no hubiera llegado tarde a clases.

Si tan solo no hubiera escuchado a ese extraño tocar aquella sinfonía.

Si tan solo no hubiera tomado el tren equivocado por error.

Si tan solo no hubiera despertado tarde aquel fatídico amanecer.

O si tan solo un año atrás, aquella joven mujer hubiera despertado junto a su esposo, completamente sana y radiante como siempre.

Si tan solo todos esos eventos no hubieran ocurrido, esta historia no existiría, y sus vidas habrían tomado un rumbo completamente distinto.

Algunos instantes cambian la vida, por muy pequeños que sean; ya sean dolorosos o felices, terminan marcando tu destino. Esta es la historia de una chica que amó a la persona correcta en el momento incorrecto, solo por un instante, pero que jamás se arrepintió de ello.

Esta es mi historia.

Grace Abbey

¿Han bailado alguna vez con la alarma de su teléfono celular? Yo sí lo hice. Bailé con las diez alarmas que habitualmente pongo para lograr despertarme, y fue divertido, pero tenía esa incómoda presión en el pecho que me decía que eso no era una simple melodía, y seguramente debería estar haciendo algo importante en ese momento en lugar de bailar como una demente en mis sueños.

«Seguramente debía estar haciendo algo importante.»

Abrí mis ojos de golpe; mi corazón comenzó a latir con fuerza y me dio miedo girar la cabeza para ver exactamente qué hora era. Me levanté de la cama y agarré mi teléfono celular, que estaba envuelto entre el montón de ropa en el suelo.

—¡Son las ocho de la mañana! —grité a todo pulmón.

No tenía tiempo para entrar al baño, así que alisé mi cabello como pude dándome varios manotazos en el intento. Aún estaba adormilada, y si no fuera mi primer día de clases, seguramente estaría en la cama aún.

Abrí las puertas de mi armario; la ropa estaba revuelta por todos lados y maldije en silencio por no haber obedecido a mamá y arreglar el desastre que había en mi habitación. Tomé lo primero que vi, un vestido naranja de tirantes y una camisa negra a cuadros. Me puse medias altas y mis botas favoritas antes de salir con el bolso lleno de libros colgado de mi hombro.

—Las ocho de la mañana, Grace, y ahora te despiertas —gruñó mamá desde la mesa, tomando un café.

—Me pudiste haber despertado —chillé, mientras tomaba un puñado de cereal de la caja y lo metía todo en mi boca.

—El tono, Grace, recuerda que es tu madre, no una amiga —me regañó papá dejando el periódico a un lado.

Me detuve para beber un poco de leche y así mezclarla con el cereal en mi boca.

—Lo siento, te agradecería mucho, querida madre, que me despertaras temprano la próxima vez —expresé con un tono sarcástico y melodioso.

Ella hizo una mueca. —La próxima vez no te despiertes tan tarde, así yo no tendré que despertarte.

Di una patada al suelo; las discusiones con mi madre no se ganaban y, en el fondo, era mi culpa. No debí quedarme toda la noche viendo películas de terror. Por supuesto, después vi dos episodios de Peppa Pig para intentar cubrir el daño que había causado a mi estabilidad emocional y mi capacidad de diferenciar bultos de ropa de monstruos en la oscuridad. No funcionó.

—¿Te lavaste los dientes? —preguntó papá.

—¡Sí! —grité, robando una manzana y saliendo corriendo de la casa.

Era mentira; ni siquiera entré al baño. Pero había visto un video en YouTube que decía que las manzanas eran muy buenas para limpiar la dentadura. El instituto estaba a treinta minutos de casa, debido a que vivía en un pequeño y húmedo pueblo, lo cual era muy perjudicial para el cabello. Por eso, me acostumbré a correr hacia la estación de tren más cercana.

La primera parada del número dos mil doscientos cincuenta y tres me dejaría justo a dos manzanas de la escuela. La razón principal de esta elección era la comodidad que me brindaba, ya que llegaría rápidamente a mi destino. Además, la segunda razón era que los trenes siempre ofrecían situaciones divertidas que hacían el trayecto más entretenido.

Llegué con los pulmones ardiendo y la frente sudada. Me di cuenta de que debía dejar de fumar a escondidas si quería llegar a los sesenta, al menos. Tomé una bocanada de aire e intenté tranquilizarme; en unos minutos llegaba mi tren, pero la vida tenía que seguir su curso.

Sentía ardor en la entrepierna y tuve que cerrar mis piernas mientras daba algunos brincos cortos para aliviar la incomodidad.

—Aguanta, tú puedes, Grace —me alenté.

Un niño regordete y rosado pasó a mi lado, acompañado de su madre, y como si fuera un mal juego del destino, dejó caer su bebida al suelo. El líquido me salpicó, dejándome frío y fluyendo por el suelo adoquinado, tal como necesitaba fluir yo ahora mismo.

—Tenemos tiempo —me dije a mí misma mientras, salía corriendo con las piernas apretadas.

Entré a uno de los cubículos del baño y me senté con prisa en la taza de baño, sintiéndome mucho mejor que si hubiese ganado la lotería. Cerré los párpados y dejé caer la cabeza a un lado.

—Dios, es mejor que un orgasmo —admití, antes de empujar la puerta y salir de un salto, feliz.

Una mujer vestida con traje me miró con los ojos muy abiertos antes de sacudir sus manos en el lavabo y retirarse.

—Me estaba aguantando —expliqué, solo porque odiaba la cara con la que me estaba mirando.

Ella me ignoró y siguió su camino. Le hice una mueca aunque no pudiera verme y procedí a lavarme las manos.

Me miré en el espejo y vi el desastre que estaba hecha. Mi cabello castaño había sobrevivido a un tornado, pero había quedado con enormes daños que intenté corregir con mis dedos. Mis mejillas aún estaban rojizas y mis ojos verdes estaban algo enrojecidos e hinchados.

—Si eres bella, firma aquí —proclamé al espejo, lanzando un beso a mi reflejo.

La vida era buena, quizás no tanto; sin embargo, era la única que tenía, y sería muy estúpido de mi parte desperdiciarla quejándome de ella.

Esa era mi filosofía: "Muere si quieres, pero déjame vivir." O como sea, no me importaba lo que pensara el resto y mucho menos criticaba a otros.

El tren había llegado y corrí hacia él. Me senté, sintiéndome más tranquila y feliz. Estaba casi vacío, lo cual ya era bastante extraño. Cerré mis ojos y dejé caer mi cabeza cuando vi dos pares de tacones rojos frente a mí. Levanté la mirada y vi a la misma mujer estirada y con cara antiorgásmica del baño, si es que el término existía. Se sentó frente a mí y comenzó a ojear un libro «La divina comedia,» seguramente no era una comedia, teniendo en cuenta su cara de amargura.

Observé al resto de los pasajeros y vi a un hombre con el cabello largo en rastas coloridas y sus muñecas llenas de pulseras. Tenía una guitarra y estaba dispuesto a tocarla. Me acomodé mejor para verle, ya que este era el tipo de entretenimiento que me gustaba de los trenes en este pueblo. Tocó algunos acordes cuando la mujer estirada se giró y, con una fea mueca en sus labios rojos, habló: —Por favor, no, el ruido me da migraña.

El joven parecía apenado con la molesta risa que soltó un anciano a tres asientos de nosotros. Su esposa, a su lado, lo miró decepcionada.

Había dos tipos de personas en el mundo: la persona común y la persona a la que le importaba una mierda, los tacones rojos, las miradas molestas y las risas pesadas. Yo era la segunda.

Cruce mis brazos y me incline hacia él.

—¿Te sabes la Macarena?

El alzo las cejas -Sí.

—¿La tocas, por favor? Es que me da migraña el olor a colonia barata y el rojo brillante —comenté, mirando a la mujer frente a mí.

Ella imitó otra mueca cuando el joven comenzó a tocar lo que le había pedido, pero esta vez no hizo nada. Me levanté, moviendo las caderas, y comencé a bailar y a cantar.

—¡Dale alegría a tu cuerpo, Macarena, que tu cuerpo es para darle alegría y cosas buenas!

Apenas me sabía la canción, pero me animé cuando las cuatro personas que planeaban ser felices por este instante, al igual que yo, me acompañaron, incluida la esposa del señor risueño.

La música se detuvo cuando llegamos a nuestro destino, tomé el bolso y salí corriendo del tren y de la estación a toda prisa, pero había algo que no encajaba; quizás habían pintado la estación de azul y ya no era amarilla. Miré a mi alrededor en la calle, quizás me subí al tren equivocado. Era la segunda.

Llegué unos treinta minutos tarde a clase, me sostuve del marco de la puerta de mi salón y respiré con dificultad, pero este estaba vacío.

—¿También me confundí de escuela? —pregunté a nadie en especial.

Si hubiese un fantasma, me hubiese respondido.

—¡Grace! —di un brinco cuando me gritaron.

Me giré y encontré a Greta detrás de mí. Greta era mi mejor amiga, una rubia preciosa, pero que no tenía ni idea de que lo era. Llevaba su melena recogida en una coleta y sus lindos ojos azules se veían opacados por sus lentes grandes y redondos, estilo Harry Potter. Sus largas piernas estaban cubiertas con la gruesa tela de sus pantalones favoritos. Era alta, mucho más que yo, aunque eso era fácil, y también más inteligente que yo, eso también era fácil.

—Me alegra tanto verte, casi no lo creo —exageré abrazándola—. Por cierto, ¿dónde están todos?

—En la biblioteca, Grace. Tenemos un nuevo profesor de filosofía, es bastante exigente —tiró con fuerza de mí—. Vamos, quizás no te diga nada por ser el primer día.

O quizá me lo diga precisamente por ser el primer día.

Entramos a la biblioteca, la cual antes nunca había estado tan llena. Todos los estudiantes de mi salón hacían silencio y se concentraban en su lectura. Miré alrededor en busca de un lugar donde sentarme, ya que Greta me había empujado y dejado sola en el centro, con solo un libro en mis manos. Me fijé en el fondo y vi una mesa que solo ocupaba un chico. Tenía los codos apoyados y leía su libro con mucho detenimiento. Me senté a su lado y abrí mi libro, intenté ver por qué página iba, pero su cabeza no me dejaba ver.

—Oye, ¿por dónde vas? —curioseé tocando con mi dedo su brazo.

Levantó la cabeza y pude verlo mejor. Sus ojos eran muy oscuros, un averno que quería conocer; su cabello negro azabache era muy corto y tenía una incipiente barba que cubría su mandíbula marcada. Sus hombros estaban tensos bajo el suéter verde aceituna que resaltaba su piel, y noté lo ancha que era su espalda.

—Voglio essere la spugna nel tuo bagno. —«quiero ser la esponja de tu baño,» pronuncié en italiano.

Lo hablaba poco y solo sabía piropos e insultos. En esta situación era útil. Se levantó mirándome con molestia, caminó hacia el frente y se detuvo con el libro abierto.

—Si ya terminaron la lectura, podemos continuar con la clase —declaró en un tono fuerte—, pero antes me presentaré una vez más —me miró y yo quería morir—. Mi nombre es Luka Caruso, soy su nuevo profesor de filosofía y, si no lo dije antes, soy originario de Italia.

Sentí que mi cuerpo se hundía en la silla y la presión disminuía. Si iba a morir, este era el momento perfecto para hacerlo.

Cerré el libro en la mesa y leí el título: «La divina comedia.»

¿Karma, eres tú?

En la tarde estaba sentada en la hierba húmeda del jardín sin importarme que se pegará a mi trasero. Greta estaba a mi lado leyendo el libro que había dejado el profesor Caruso pendiente, ya odiaba ese libro y ni siquiera lo había abierto. Lo peor es que le había contado todo a Greta y a ella no parecía importarle, como si no tuviera emociones en ese duro y frio corazón.

—Greta, ¿tú me quieres? —pregunté mirándola con molestia.

Ella dejó el libro en sus piernas.

—Por supuesto que te quiero, ¿por qué lo preguntas?

Me levanté de un salto.

—Te acabo de contar la mayor vergüenza que he pasado en mi vida y tú no dices nada —chille desesperad.

Ella solo puso los ojos en blanco —Haces cosas vergonzosas y extrañas todos los días, a demás si te digo algo le darás más vuelta y terminarás hundiéndote en la mierda aún más.

—¡Ya estoy hasta aquí! —golpeé mi frente—.¿Qué debería hacer? Ilumíname Greta, tú sabes más que una enciclopedia. Solo dime Grace, has esto y listo.

—Vale, te aconsejo que lo dejes así o empeorará. No sabías quién era y, ¿a quién no le ha gustado antes el físico de un profesor? Él lo dejó claro, te hubiese llamado la directora y no lo ha hecho —concluyo volviendo a abrir el libro.

—Tal vez deba pedir perdón —sugerí, ella puso los ojos en blanco.

—¡Miren nada más Greta y Grace! —grito Marcelo, corriendo hacia nosotras.

Era un moreno muy guapo, podía decir que era el chico más atractivo en todo el lugar, con unos hermosos ojos dorados y linda sonrisa. Tenía un cuerpo envidiable que en más de una vez había tenido en placer de tocar, pues sí, Marcelo era mi novio, mi ex y mi amigo, actualmente mi amigo, pero la semana pasada fue mi ex. Una historia complicada y larga.

—Hola hermosa —me intento dar un beso en los labios, pero lo empujé a un lado y este cayó a mi lado en el suelo—. Vale aún no.

—¿Qué querías? —pregunte, ayudando a Greta a levantarse para caminar de regreso a clases.

Él nos siguió —Hoy en la noche hay una fiesta en casa de mi primo y las dos están invitadas.

—Tengo que estudiar —mentí.

—Eso solo se lo cree tu mamá, vamos, tendremos alcohol y buena música —me empuja suavemente por el hombro.

—Que no pesado, que a Greta no le gustan las fiestas —le dije tomando a Greta del brazo y caminando más de prisa.

A ella no le interesó, realmente no le gustaban las fiestas.

—Grace le dije a mi hermana que ibas y quiere saludarte —insistió Marcelo.

—Ni me cae bien tu hermana —era una Barbie plática e insoportable.

Hacía tres años que la conocía desde que empecé a salir y a romper con Marcelo, deje en claro que no me agradaba, pero ella tenía una extraña necesidad de incluirme en sus conversaciones tontas sobre las Kardashian y las cirugías plásticas.

Greta se detuvo y sabía que esa había sido una motivación para ella.

—¿Estás seguro de que tu hermana irá? —pregunto algo tímida.

—Sí —respondió Marcelo sin interés.

Sabía que a Greta le gustaba el novio de Stella, como se llama la hermana de Marcelo. Siempre lo estaba mirando, aunque nunca se acercaba a él, número uno era el Ken de la Barbie Stella y número dos ya estaba en la universidad, era tres años mayor que ella, que solo tenía dieciocho recién cumplidos. Se me había raro que le gustará y aunque nunca lo confirmo, yo estaba segura de que sí le gustaba. Greta nunca ha salido con chicos y él era demasiado arriesgado por lo que no esperaba ni quería que se fijará en ella, lastimaría a mi amiga.

Me miró, la miré de manera severa y entonces miro al suelo con las mejillas de un rosa intenso. No me aguantaba la mirada nunca, pero siempre ganaba con ese rostro angelical que tenía.

—Vale Marcelo, si vamos —dije antes de tirar de Greta a la salida—. Le diré a mi madre que tendré una pijamada y estudio en tu casa.

El karma no me puede ganar, esta noche la pasaría bien, protegería el corazón de mi amiga y me olvidaría de Luka Caruso y la humillación que pase. La música no estaba lo suficientemente fuerte y el alcohol aún no había logrado hacer el efecto deseado en mí. Estaba junto a Greta tan aburrida como es ella día a día, escuchando la repetitiva canción que sonaba a todo volumen en la casa. Volví a llevar otro vaso de plástico con vodka y naranja a mis labios, le di un gran sorbo y dejé que el líquido quemará en mi garganta.

—Deja de pensar en eso —adivino Greta, mientras raspaba la pintura púrpura de sus uñas.

La miré odiando que fuera toda una bruja adivina qué podía entrar a mi mente, pero ella no era la única con esa habilidad. Sabía que se quitaba la pintura de las uñas cuando estaba nerviosa.

—¿Por qué tan nerviosa? —pregunte.

Me lanzó una mirada molesta y volvió a concentrarse en sus uñas.

Sabía que estaba molesta porque el novio de Stella estaba a tan solo unos pasos de nosotras y ni siquiera la había notado. Entendía a mi amiga al sentirse atraída por él, era lindo, pero un total idiota.

—¿Por qué te gusta? —pregunté.

Ella abrió mucho los ojos en respuesta y sus mejillas se sonrojaron

—¿Quién?

Entrecerré los ojos

—El Ken viviente —señalé con la mirada al novio de Stella.

Ella se encogió de brazos —No lo sé, supongo que solo sucedió.

—Es todo un idiota —le informé, aunque en el fondo esperaba que ya lo supiera.

—¿Nunca te has enamorado de la persona equivocada? —negué con la cabeza. Nunca me había enamorado—. Si te empezará a gustar alguien prohibido, no lo sé, Luka Caruso.

La interrumpí —No digas ese nombre, por favor, me da migraña.

No quería recordar mi vergonzoso momento.

—Bien, no él, pero cualquier otra persona que sabes que te causaría un montón de problemas, ¿lo harías? —en sus ojos había un atisbo de esperanza, pero yo nunca creía en los cuentos de hadas.

—La vida es muy corta para meterse en problemas innecesarios, jamás estaría con alguien que pudiera afectar mi tranquilidad y mi felicidad —explique y ella dejó caer la cabeza nuevamente-. ¿Vamos a bailar?

Bailamos moviéndonos sin control alguno entre el gentío que ocupaba el salón, pegue saltos junto a mi amiga y cante a todos pulmón las canciones, una tras otras acompañadas de mucho vodka y una asquerosa cerveza que se había quedado caliente.

—¿Por qué fue que nos separamos tú y yo? —le pregunté a Marcelo sosteniéndome de su cuello.

—Una tontería, seguro —dijo este con una sonrisa.

Presione su mentón y dejé un beso torpe sobre sus labios, Greta tiro de mí hacia ella.

—Me dijiste que cuando estuvieras borracha y besaras a Marcelo te recordara que es un idiota traidor —gritó por encima de la música.

—Oh, sí, cierto, ¡Marcelo vete a la mierda! -le grite mientras Greta me arrastraba a la salida—. Eres una gran amiga.

No podía sostenerme yo sola, así que cada paso que daba lo hacía con la ayuda de Greta y Marcelo. No sabía a dónde nos dirigimos o como habíamos salido de la casa, solo sabía que quería cantar y bailar

—Grace deja de tirarme de la camisa -se quejó Marcelo por décima vez.

—Haberlo pensado antes de ponértela. ¡Te ves mejor sin ella —le grité—, ¿cierto Greta?

—Lo único que es cierto es que tienes que ir a la cama —respondió ella tirando de mí hacia la calle.

—Olvídalo, cantaré y bailaré bajo la lluvia —me solté de ellos y salí corriendo.

—Grace ni siquiera llueve deja de fantasear —se quejó Marcelo.

No me detuve hasta que unas luces me cubrieron y el grito de mis amigos me hizo detenerme en medio de la calle, mire al coche que se había detenido a tiempo.

Ya lo decía mi madre «hierba mala nunca muere.»

—¿Grace estás bien? —pregunto Greta con una mano en el pecho y los ojos muy abiertos.

Estaba molesta, porque ese pijo idiota que conducía ese lujoso coche casi me atropella. Le lancé una patada a la rueda del coche.

—¡Oye tú, cara culo, baja del coche ahora mismo! —exigí golpeando el capo del bonito coche—. ¿Te crees que la calle es tuya? Yo tengo mis derechos.

Los brazos de Marcelo me levantaron del suelo.

—¿Quieres que te denuncien loca pedida?

No podía resistirme, porque el nivel de alcohol que traía encima no me dejaba moverme sobre él, así que aprovechando que estaba prácticamente colgada en su hombro y de cara al coche que permanecía quieto en el medio de la calle, levanté el dedo del medio y lo agite en su dirección.

—Ya te lo dije, a menudo haces cosas vergonzosas que superan la anterior.

Ni la peor resaca podía conmigo, Grace Abbey. Me levanté de buena manera con una hora para arreglarme y llegar temprano a clases, me juré anoche entre vómito y vómito que hoy empezaría el día con buen pie. En primer lugar, arreglaría lo sucedido con Luka Caruso, ya andaba mal en filosofía y lo mejor era tener una buena relación con el profesor y en segundo lugar comenzaría a pensar en mi futuro.«¿Qué esperaba de mi futuro?» Nada, solo no morir y llegar a conocer las pirámides de Egipto.

Para mí eso era más que suficiente, pero la sociedad exigía que terminara convirtiendo mis sueños de la adolescencia en un trabajo de oficina que duraría quizás unos cincuenta años. Me quedé quieta en el estacionamiento, al ver ese bonito coche negro otra vez.

—¿Que brujería es esa? —pregunte acercándome a él.

Era un coche moderno, mucha gente lo tenía hoy en día, pero en un pueblo tan tranquilo como este era extraño ver dos en menos de veinticuatro horas, ¿verdad?

Me coloqué frente a él y lo examiné, fingí que lo golpeaba para ver si se me hacía más parecido. Pura coincidencia seguramente.

—¿Te parece familiar? —salte y agite mis manos frente a mí.

Esos ojos negros me miraban desde arriba, tenía una camisa blanca, chaqueta negra y un maletín de diseño en sus manos. Seguía queriendo ser su esponja o al menos esos bonitos pantalones que traía, me conformaba con lo que fuera.

—Lo siento ¿Que dice? —pregunte en un intento de salir de mi aturdimiento.

—Grace Abbey, ¿es tu nombre? —pregunto en un tono fuerte y seguro.

—Así es —respondí sintiendo mis piernas temblar.

Sabía que debía hablar de lo sucedido ayer y pedir perdón, pero este hombre me había hecho sentir pequeña y no tenía nada que ver con qué solo le llegará al pecho, era grande, sí; pero su tono seguro y mirada asesina me tenía aterrada.

—¿Podemos tener una cita? —pregunto.

Una sonrisa boba apareció en mi cara y sentí mis mejillas ardes.

—¿Podemos? Digo si claro.

—Tutoría de unos minutos en mi oficina, puedes ir primero enseguida, la veo ahí —explico antes de darse la vuelta.

Una tutoría, por supuesto. Camine a su oficina sintiendo que por mi estómago estaba pasando una estampida, este hombre podría matarme y no dejar rastros y lo peor es que solo tendría que mirarme por unos segundos para provocarme un infarto.

Parecía ser de ese tipo de personas que te hablaban mirándote directamente a los ojos, yo odiaba eso. Entre a la oficina, ya había estado aquí antes, pero algo había cambiado, era el orden. El anterior profesor era muy desordenado, este parecía tener todo en orden. Los libros se encontraban derechos en la estantería, quizás en orden alfabético, aunque eso se me hacía de gente psicópata que esconden algo. El portavaso debajo del vaso, raro; y el montón de papeles, que debería estar disperso por el escritorio, se encontraba pulcramente alineados en el centro de la mesa.

¿Sería un maníaco del orden? O ¿Quizás yo soy demasiado desordenada?

Tome el vaso y lo coloque fuera del portavaso, eso le daba armonía y normalidad. Justo cuando me senté apareció Caruso, me fijé más en su aspecto demasiado arreglado, muy perfecto y limpio. Se colocó frente a mí y examinó la mesa como si algo estuviera condena mente mal.

Coloco el vaso sobre en portavasos antes de sentarse en su silla.

—Psicópata —susurré.

—¿Qué dijo? —pregunto él alzando una ceja.

—Nada —mentí.

Si quería ganarme a este profesor debía ser todo un angelito. Podía hacerlo, después de todo los demonios fueron ángeles en algún momento y eso no se olvida.

—Debe parecerle raro que le pida una tutoría a solo dos días de conocerla, pero he visto sus notas y me he preocupado un poco, quizás su comportamiento desenfrenado afecte a estas —explico mientras buscaba algo en su computadora.

—¿Desenfrenado?

Segundos después escuché mi voz en la computadora, la giro para mí, era un vídeo de la cámara de seguridad del coche. Por supuesto tenía que ser su coche y en el vídeo aparezco dando lo mejor de mí sobre el capo del coche. No sabía si era correcto esconderme bajo la mesa en este momento, seguramente me patearía.

—Lo siento, de verdad lo lamento mucho —cubrí mis ojos, tocaba actuar—. Esta edad trae momentos difíciles, señor Luka.

—Caruso —corrigió y odié su formalismo.

—Luka Caruso.

—Solo Caruso. —volvió a corregir y yo mordí mi lengua para no saltar sobre la mesa y arrancarle la cabeza.

—Como sea, yo no soy así, se lo prometo y las notas, no se preocupe, lo arreglaré —asegure limpiando una lágrima falsa.

—Por supuesto que lo hará y me hace sentir orgulloso que acepte su situación. Esta mañana hablé que sus padres...

Me levanté y golpeé la mesa —¡¿Qué ha hecho qué?!

Me miró confundido desde su silla —Hable con sus padres para concertar una cita.

—¿Desde cuándo se habla con los padres antes que con el estudiante? ¡Le pegué al coche, no a su cabeza! ¿Está mal o qué?

—Señorita Grace, soy su profesor. —advirtió.

Camine hacia la puerta y me detuve antes de abrirla —Abbey para usted y se ha ganado una enemiga.

Esta era yo, hundiéndome aún más en la mierda.

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