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El encuentro

Es Miércoles, y debo hacer mi equipaje para ir a Londres.

— ¡Mari, cariño!...¿ya empacaste? Tu vuelo sale en 1 hora. — gritó mi madre desde la cocina.

— ¡Ya casi madre! — respondí, no quiero irme de Francia, acá tengo amigos y familia, no tengo nada que hacer en Londres...ah, lo olvidaba... voy para  trabajar en la empresa de un amigo de papá, el señor Agreste. — suspiré pesadamente. — me encanta trabajar en la panadería, aunque mi sueño de ser diseñadora de modas se hará realidad.

Empaque mis cosas, me despedí de mi madre y fui al aeropuerto con mi padre.

— Querida, cuidate mucho...recuerda que eres todo para nosotros. — Dijo mi padre entre sollozos mientras me abrazaba fuerte.

— Descuida papá, estaré bien. — le propiné un beso en la mejilla y le limpie las lágrimas.

— Aprovecha esta oportunidad como si fuera la última, porque de lo contrario las cosas en casa cambiarán...— dijo mi padre mientras miraba al suelo.

— ¿Que?¿que tiene que ver que yo trabaje en Londres con la casa? — pregunté asustada.

— Con el tiempo lo sabrás hija, con el tiempo lo sabrás... — dijo y posteriormente se marchó.

(...)

El viaje no duro tanto... de hecho me dormí en el transcurso de este.

— Hola Londres, aquí llegó Marinette Dupain-Cheng a hacer de ti un mejor lugar. — pensé en voz alta.

Al bajar del avión sonó mi teléfono, era el señor Agreste.

— Aló, ¿Señorita Dupain-Cheng? Envíe un auto para recogerte, no te preocupes que es alguien de confianza.

— De acuerdo señor Agreste. — Respondí.  — Y ¿de que color es el auto? ¿Aló? — El señor ya había colgado así que guardé mi teléfono y me dirigí al estacionamiento.

De un auto negro salió un chico rubio, muy apuesto a decir verdad.

Me aleje de él, mientras el me seguía.
Pensé que me iba a hacer daño pues a medida que apresuraba el paso, el también adelantaba el suyo.

Me asusté tanto que empecé a correr por todo el estacionamiento, mientras que el corría detrás mío hasta que me tomó del brazo y me empujó hacia una pared, dejándome acorralada.

Su respiración era acelerada al igual que la mia debido a tanto correr, observé sus ojos y estos parecían dos esmeraldas, pues son de color verde, un verde que hipnotiza... y desprendía un olor que embriagaba a cualquiera. A decir verdad, si este chico me iba a secuestrar o robar, si que tiene buen gusto para vestir. — me quede mirándolo de arriba a abajo, escaneándolo, o tal vez disfrutando de la excelente vista que otorga.

— ¿Que miras? ¿Acaso te gusta lo que ves? — sonrió de medio lado.

— Nada. Claro que no. — puse cara de asco.

— Ey, ¿eres Marinette, cierto? — preguntó con la voz entrecortada.

— Si, así es...¿cómo lo supiste? — pregunte irónicamente mientras miraba mi suéter, el cual tenía mi nombre bordado en un bolsillo.

— Me enviaron a recogerte...— se alejo un poco de mi. — pero no contaba con que tú fueras una corredora olímpica. — el rubio sonrío de medio lado.

— En mi mente yo estába tipo "trágame tierra" — por lo menos hubieses dicho "Ey ¿de casualidad eres Marinette? En vez de seguirme y asustarme. —respondí de brazos cruzados, molesta.

— Pues hubiese hecho eso pero, yo sabía todos tus datos, e incluso me enviaron una foto tuya para reconocerte...pero ya que. — rió y se fue caminando hacia el auto.

— Ey ¿no me vas a ayudar con el equipaje? — dije casi molesta.

— Cariño, me enviaron a recogerte y llevarte al apartamento, más no a llevar tu equipaje... anda, se ve que puedes sola. — Alzó una ceja y entró al auto.

Fui a recoger el equipaje, pues lo había dejado tirado al empezar a correr y lo guardé en el portaequipajes del auto.

— supongo que también debo abrir la puerta. — fanfarroneé mientras abría la puerta del auto. — ya que no hay ningún caballero por aquí. — añadí mientras ingresaba al auto y cerraba la puerta.

— exacto. — respondió el ojiverde mirándome desde el espejo superior del auto.

Su mirada no expresaba nada, era casi incomprensible.

El viaje fue incómodo porque de vez en cuando me miraba por el espejo, como si estuviese analizándome, además fue muy silencioso, después de aquella pequeña discusión ninguno dijo nada.

— Aquí es. — dijo mientras parqueaba el auto.

Salió del auto al igual que yo, abrió el portaequipajes y saco mis maletas.

Cuando yo iba a tomar las maletas...

— Descuida, yo las llevo. — dijo serio.

Subimos al segundo piso y el sacó una llave.

— Toma, está es la tuya. — dicho esto me entregó la llave y sacó otra para abrir el apartamento.

Al estar dentro lo único que pude decir fue "waoooooo" todo es hermoso...una amplia sala, una lujosa cocina... dos cuartos y un balcón con una impresionante vista.

— Adiós, y de nada. — dijo serio y se fue.

Me dejo con las palabras en la boca. No me dejo agradecer.

Sonó mi teléfono, era Alya...mi mejor amiga.

— Amiga, me dijeron que estás en Londres. — dijo algo animada.

— Si. — suspiré pesadamente. — perdón por no habértelo dicho. — mordí mi labio inferior.

— No te preocupes, que te tengo una importante noticia. ¡Me trasladaron a Londres! — Gritó emocionada.

— yo grité junto con ella. — Eso es genial Alya, ¿cuando llegas? — pregunte entusiasmada.

— Mañana, ¿crees que podrías ir a recogerme al aeropuerto? — lo pensé una y otra vez.

— por supuesto, tú solo llámame y allí estaré. — respondí, luego seguimos hablando de otras cosas hasta que ella se despidió por asuntos de trabajo.

Al final, saqué toda mi ropa y la guardé en el closet.

Puse música a todo volumen y organicé toda la habitación para que quedara como en casa.

(...)

Pasaron las horas, llamé a papá por teléfono y le conté como me fue en el viaje, hasta que se despidió de mi para atender la panadería.

— suspiré. — me encantaría hacer galletas... — por un momento lo pensé hasta que tomé mi bolso de mano y fui a un súper mercado a comprar los ingredientes necesarios para hacerlas.

Compre todo y me fui al apartamento.
Prepare todo y deje las galletas al horno, para ir a darme un baño.

Antes de entrar al baño mi teléfono sonó.

— ¿Alo? — contesté.

— Hola Marinette. — respondió.

— Si, ¿diga? — pregunté.

— Hola Marinette...¿Mari? — mi corazón latió fuertemente al reconocer su voz.

— ¿Quién habla? — pregunté aunque ya sabía perfectamente quien era.

— Tu jefe señorita.

— Claro que no lo eres, te encargaron para que me llevaras al apartamento. — dije burlonamente.

— Por supuesto que si, soy Adrien Agreste... el hijo del dueño y vicepresidente, casi dueño total de la empresa. — Quedé sin habla, no se si fue por la impactante noticia y el pensar que si me hubiese portado mal con el me quitaran el empleo o por el aire de grandeza que tiene aquel rubio.

— Hola Adrien. — dije sería.

— Para ti soy el señor Agreste. — pude imaginar la cara que hacía en ese momento.

— Si se me da la gana te llamo Adrien, Adrien. — respondí molesta.

— Te recuerdo que soy tu jefe, por lo tanto me debes respeto, Marinette.

— Para usted soy la señorita Dupain-cheng. — Dije seria, pero riéndome para mis adentros.

— Mira Dupain-cheng , si yo quiero llamarte por tu nombre, lo hago y si quiero llamarte Corredora olímpica, pues así lo haré.— dijo con tono molesto.

— Ok... Entonces si tu me llamas como tu quieres, yo te llamare como yo quiero.. ¡Me oíste Adrien! Si quiero llamarte por tu nombre, ¡lo haré! Y si quiero llamarte Antipático, pues lo haré.

— ¿Sabes que puedo despedirte por eso? — dijo con voz amarga.

— Por supuesto que no puedes, tal vez seas el hijo del dueño, más no el dueño... y eso que, si le llegas a decir a tu padre que me despida por llamarte antipático... ¿crees que el lo hará? — reí. — sigue soñando.

— Soy tu jefe Marinette, a parte si te das cuenta, el trabajo para el que estás solicitada es para ser mi asistente en diseño de modas, así que harás todo lo que yo te diga. — dio una carcajada sarcástica.

— Primero, la empresa es de tu padre. Segundo, como tu padre es amigo de mi padre, eso me convierte en su protegida. Tercero, como estoy protegida, no tengo que hacer todos tus antojos.

— Oye, ¿tu estás acostada? — preguntó Adrien.

— No, ¿porque? — respondí con ironía.

— ¡Porque juraría que estas soñando! — río a carcajadas.

— Contigo sería más bien una pesadilla. — dije amargada, ya me estaba haciendo enojar.

— Mañana a las 6:30 am. empiezas a trabajar, enviaré a alguien a buscarte.

— Está bien. — apunte la hora en mi libreta.

— Ah, que no se te olvide traerme un café descafeinado. No olvides que te esperare con los brazos abiertos— dijo sarcásticamente.

— ¡Sabes que! Porque mejor no te... ¿Hola?... Estúpido. — bufé. — ¿Quien se cree para colgarme?. — dije mientras dejaba el celular en la mesa.

Una sonrisa se formo en mis labios al pensar "pobre hombre, no sabe lo que le espera".

Me di una larga ducha y después me dormí. Quien sabe que carajos me espera el día de mañana.

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