6. Enemigos
Lleva al menos una hora mirando por la ventana, viendo caer una pequeña e inofensiva nevada que, en otra ocasión, le resultaría idílica.
Se siente estúpida. Se pregunta en qué momento decidió confiar en él de nuevo, y cómo ha podido dejarse engatusar así. Esta semana ha sido perfecta, dentro de lo posible. Sus planes no eran pasar la navidad lejos de la familia, pero estos días con Franco han sido geniales. Han salido a cenar, han cocinado juntos, han visto películas navideñas, han hecho el amor... Han sido lo que siempre han querido ser. Y ahora se acabó.
Se alegra de que no hayan hablado seriamente de sus sentimientos. Porque el bochorno que sentiría si le hubiese confesado sus sentimientos, sería inmenso. Si le hubiese dicho que lo quiere, para que al final él se marche... Ahora mismo se sentiría aún más humillada de lo que ya se siente.
Empieza a dudar de todo. A dudar de él. Y de nuevo se siente como aquella adolescente de quince años que se pregunta por qué su mejor amigo (que también es el chico que ama) se ha ido a vivir a otro continente sin siquiera avisar. De nuevo siente que la han abandonado, aunque esta vez haya sido ella quien le ha echado de su casa.
Una voz cruel de su cabeza se mofa de ella. "Si lo hizo una vez, lo haría dos veces". Odia que esa voz tenga razón. Las personas no cambian. Debía haberlo sabido. "Nunca se enamoraría de vos". Ese pensamiento es nuevo, pero arraiga profundamente en ella. "Obvio que sólo quería coger". Esa herida es más vieja. Toda su vida ha sido la más linda de la clase, pero la gente no sabe que eso significa que los hombres sólo te ven como eso: como una muñeca hermosa con la que jugar. Habría jurado que Franco era distinto, habría puesto la mano en el fuego por él. "Solo quería sacarse las ganas de estar con vos".
Las lágrimas ruedan nuevamente por sus mejillas. Cuando él se marchó faltaba poco para que fuese la hora de almorzar, y ahora está empezando a anochecer. Y en ese período de tiempo ha llorado como nunca. Valentina ahora es consciente de que el dolor más intenso es aquel que dejan las esperanzas rotas. Porque estaba tan emocionada, tan feliz, tan absorta... Únicamente pensaba en él, y en lo maravilloso era tenerlo a su lado, poder decir que él era suyo y ella era suya. Estaba absolutamente concentrada en el presente, ese en el que estaban juntos y se querían sin fronteras.
Ahora sabe que fue un gran error no pensar en el futuro. No pensar en que él, al fin y al cabo, vive en Europa y se pasa todo el año viajando por el mundo, y ella vive en Canadá, y no tiene intenciones de marcharse. También debió pensar en lo que él sentía realmente. Lo único que sabe, porque él mismo lo ha dicho, es que le tenía ganas desde hace mucho tiempo. En realidad, nunca le ha dicho que la quiere. Quizá haya dicho que le gusta, pero eso no quiere decir nada. No es lo mismo gustar que amar. Y duele porque ella sí lo ama.
Se seca las lágrimas y va a la cocina, sirviéndose un vaso de agua. A la mañana siguiente cogerá un vuelo a Argentina. Había otro para esta misma noche, pero temía coincidir con él, por lo que ha decidido esperar. Aún no ha hablado con sus padres, principalmente porque no quiere tener que contarles todo. Se ha callado todo lo que ha vivido estos días. Les decía que las cosas iban bien y que lo estaban pasando bien juntos, pero no les ha dicho lo implicados que estaban ella y Franco. Tener que confesarles ahora que la ha usado como a un juguete, la hace sentir mucha vergüenza.
Aún así, llama.
- ¡Hola, Valen! – Contesta su papá, alegre. – ¿Qué onda?
- Hola, pa – lo saluda, sonriendo muy levemente. – ¿Está mamá?
- Obvio, la tengo acá al lado mío. ¿Pasó algo, mi amor?
- Tengo que contarles algo – murmura, intentando no preocuparlos, pero siendo incapaz de usar un tono menos triste. – Emm, estos días... Mi relación con Franco ha estado yendo muy bien, ya lo saben.
- ¿Cogieron? – Pregunta su madre sin ningún tipo de tacto, haciéndola reír.
- ¡Ma! No seas grosera – protesta entre risas. Escucha que su padre la regaña también y suspira, volviendo a ponerse seria. – La verdad que sí – admite.
- No sonás muy feliz – señala su padre.
- ¿La tiene chica?
- Por el amor de Jesús, mamá – se ríe Valentina, tapándose la cara. – Esto es serio, por favor.
- Perdoname, hija. Seguí.
La chica toma aire profundamente, pensando cómo explicarlo. O más bien mentalizándose de lo que va a decir para intentar no llorar cuando lo haga.
- Fran y yo llevamos varios días actuando raro... Como las parejas, ¿saben? Y todo iba bien, en serio.
- ¿Pero? – Murmura su madre. – Después de todo eso hay un "pero", ¿no?
- Sí – asiente, abatida. – Esta mañana le dije que ya podíamos volver a Argentina, y de un modo u otro terminamos discutiendo, y... – cierra los ojos, tratando de no romperse de nuevo. – Me dijo que quedáramos como amigos. Que lo de estos días era para sacarse las ganas.
- Conchudo de mierda, ¡yo sabía! Sabía que no tenías que perdonarlo. Hijo de puta. Lo voy a cagar a palos cuando lo vea. ¡Te lo juro, Valentina, ese gil de mierda no va a manejar un auto nunca más!
En cierto modo, le divierte y enternece que su madre la defienda y proteja así, pero eso no alivia su dolor. La reconforta de cierta manera, pero no cambia el hecho de que tiene el corazón completamente roto.
- Fui una estúpida – susurra, sus ojos aguándose de nuevo. – Me dejé chamuyar como una nena chica.
- No, mi amor, no sos estúpida – habla su padre, dulce y calmado. – Lo amás. Y cuando uno ama, desea con todo su corazón que la persona de la que se está enamorado sea realmente buena. Que realmente te corresponde. Y a veces no es así. A veces uno ama, y no lo aman de vuelta. Y no se es estúpido por tener esperanza, por creer en que merecemos ser amados – las lágrimas salen de sus ojos inevitablemente, conmovida por las palabras de su padre. – Vos querías que él fuera el chico que conociste en la escuela. Ese pibe gracioso, tierno y que te adoraba. Pero quizás ya no quede nada de él. Quizás el hombre que es ahora es un pelotudo que disfruta jugando con vos. Y no es tu culpa, Valentina.
- Aún así dejé que me mienta. No lo tendría que haber perdonado, pero lo perdoné y además dejé que me usara. Me siento... Me siento sucia. Me siento usada – admite, con la voz rota y llorando desconsoladamente. – Yo lo amo, pa. Lo amé todo este tiempo.
- Lo sé, hija. Lo sé – su voz es tan suave, que Valentina siente cierto alivio al oírle. – Ahora no podés hacer nada, así que descansá e intentá no pensar en eso. ¿Cuándo volvés?
- Mañana, temprano.
- Dale. Entonces mañana nos vemos, ¿te parece? Así podemos hablar tranquilos de lo que pasó, y consolarte como te merecés.
- Me parece genial, pa. Muchas gracias.
- Mañana nos vemos – dice su madre, que aún suena cabreada.
- Chau, los quiero – susurra antes de colgar.
Mira el teléfono con cierta esperanza nuevamente. Una vez más, sus papás acuden al rescate. ¿Cuántas veces está dispuesto Franco a dejarla rota? Desecha esa pregunta enseguida, y formula otra: ¿cuántas veces va a dejarle entrar en su vida?
Tiene la certeza de que no va a haber una tercera.
★★★
Odia sentirse así de nuevo. Odia saber que, una vez más, ha faltado a su palabra. Odia pensar que por mucho que quiera, quizá su destino no está atado al de ella. Se odia a sí mismo por todo lo que ha hecho.
No sabe qué estaba pensando cuando decidió ir a buscarla. En realidad, el problema era ese, que no estaba pensando en absoluto. Sólo pensó en que estaba enamorado y quería recuperarla. Pero no pensó que eso no significaba nada, que ella no iba a abandonar su vida en Quebec para seguirlo a una vida en la que cada semana está en un país distinto. Ahora sabe lo estúpido que fue al ir a buscarla. Y no sólo eso, porque no sólo la ha buscado, no sólo ha intentado recuperar una tierna amistad de la infancia. No. Lo ha llevado más lejos. Se han acostado y se han tratado como si fuesen novios, sin pensar en que no puede ser. Uno de los dos debe sacrificarse si quieren que sea.
Cuando llega a su casa, ni siquiera se alegra. Lo hace un poco al encontrarse con sus padres y el resto de su familia, pero su corazón no le permite mucho más. Está cansado y dolido, demasiado concentrado en el sufrimiento por no poder estar con ella, en la culpa por haberle dicho lo que le ha dicho a Valentina.
- Hijo, vení acá – le ordena su madre en cuanto pueden estar a solas, abrazándolo con fuerza. Puede que su hijo se merezca estar así, pero sigue siendo su niño. – ¿Por qué la lastimaste de nuevo, Fran? – Pregunta, queriendo entender de veras la situación que vive su hijo.
- No tengo idea – admite. – No era mi intención. Actué sin pensar, simplemente.
Su madre lo mira, preocupada por él y, en parte, enfadada. Ella adora a Valentina, desde que Franco se hizo amigo de ella la ha querido como a su propia hija. Sin embargo, siempre ha comprendido que la relación entre ellos ha sido más complicada de lo aparente, y ha intentado no inmiscuirse. Ha aconsejado a su hijo cuando lo ha creído conveniente, le ha hecho bromas al respecto, pero nunca ha intervenido directamente, porque cree que lo que suceda entre ellos, debe depender únicamente de ellos. Pero le duele ver cómo su hijo daña a una chica tan dulce como Valentina, cómo no es capaz de conservarla.
- No te logro entender, Franco – dice entonces. – Siempre luchaste por tu sueño de llegar a la F1. Incluso te fuiste solo a Italia, lejos de tu familia, lejos de Argentina. ¿Y ahora no sos capaz de pelear por ella? ¿Te rendís así de rápido?
- Es complicado, ma.
- Yo no crié a un cagón, Franco Alejandro – lo interrumpe. – Vos tenés las pelotas de subir a un coche que va a 300km/h, ¿y venís a decirme que no podés luchar por la mina que te gusta desde la escuela?
- No soy un cagón. Simplemente no puedo pedirle a Valentina que deje su vida allá en Canadá para que forme parte de mi mundo. ¡No es justo!
- ¿Y por qué no dejás que ella decida si quiere formar parte de tu mundo?
- Ella no quiere dejar Canadá.
- No, hijo – la rotundidad de sus palabras hacen plantearse a Franco si su madre sabe más de lo que quiere aparentar sobre el tema. Tampoco le extrañaría, ella y la madre de Valentina son buenas amigas. – Obvio que ella no quiere irse con vos sin estar segura de si vas en serio o no. ¡Ella quiere tener la certeza de que si te elige a vos, elige bien!
- ¿Y cómo la convenzo de que me tiene que elegir a mí?
- ¿Le dijiste en algún momento lo que sentís? – La pregunta lo deja mudo, y su madre sabe lo que eso significa. – ¿Le confesaste que la amás? ¿Que la querés en tu vida? ¿Intentaste negociar de alguna manera cómo tener una relación a pesar de la distancia?
- No – susurra, suspirando abatido. – No dije nada.
- Sí que dijiste algo. ¿El qué?
Franco suspira de nuevo. Las madres, de algún modo, lo saben todo. Y la suya lo conoce demasiado bien como para saber que está tan afectado por la situación porque la ha cagado muchísimo.
- Le dije que podíamos quedar como amigos – murmura. Su madre enarca una ceja; sabe que hay más. – Y le dije que lo de estos días fue para sacarnos las ganas.
- ¿Cómo podés ser tan...? – Se contiene, aunque su primer instinto sea insultarle, a pesar de que eso incluya insultarse a sí misma. – Dios, Franco, ¿cómo pudiste decirle eso? Si yo fuera ella, no te perdonaba nunca.
- Entonces ya está, dejame tranquilo. No hay nada que hacer.
- No. Callate y escuchame bien – dice severamente, y él se queda calladito y atiende a su madre. – Vas a viajar a Córdoba, vas a buscar a Valentina, te vas a disculpar y vas a confesarle que la querés más que a nada.
- Pero me voy a perder Nochevieja y Año Nuevo con la familia.
- ¡Dejate de boludeces, Franco! – Lo riñe. – Podés festejar con nosotros todos los años, pero a Valentina no vas a poder recuperarla si esperás demasiado.
- Pero, ma...
- Vos armaste este quilombo y vos lo vas a deshacer, ¿oíste?
Él traga saliva y asiente, sabiendo que no hay modo de llevarle la contraria a su madre. Además, en el fondo de su corazón, agradece que ella lo esté "obligando" a hacer esto, porque él no tendría el coraje de hacerlo por sí mismo, y sabe que Valentina merece la pena, al menos el intentarlo.
- Dale, pero si me paso el Año Nuevo solo en un hotel de Córdoba...
- Va a ser lo que te merecés – lo corta la mujer, muy seria. – Así que rezá por no haberla lastimado tanto.
★★★
Cuando ha vuelto a ver a toda su familia, ha podido olvidar momentáneamente la situación que ha vivido hace no mucho. Ver después de tanto tiempo a su hermano, a sus padres, a sus abuelos... Le ha llenado el corazón. Los ha echado mucho de menos, igual que ellos a ella. Aunque lo más duro ha sido alejarse de sus padres y su hermano. Era pequeña cuando se mudaron de Córdoba a Buenos Aires, así que está habituada a ver al resto de su familia un par de veces al año nada más. Pero no ver a sus papás y a su hermanito... Eso la ha matado.
- ¿Cómo podés estar tan grande, boludo? – Le pregunta a su hermano, que sonríe y la abraza. – Ya sos casi tan alto como yo.
- Igual vos no sos tan alta – se burla él.
- ¡Cerrá el orto, Mati! – Protesta entre risas, achuchándolo entre sus brazos. – ¿Vos conseguiste novio?
- No, ¿y vos? – Replica con malicia, ganándose un zape de su hermana. – ¡Che, no te zarpes!
- Valentina y Mateo, hagan el favor de comportarse – interviene su padre.
- Hagan caso a su papá, o se comen un correctivo – añade su madre.
Los dos hermanos se miran y deciden que no merece la pena arriesgarse, así que se estrechan la mano en símbolo de paz.
- Ya no dejan pelear a uno tranquilo – murmura el joven de forma sarcástica, mientras se va al jardín, donde sus tíos están preparando un asado.
Cuando Valentina se queda a solas con sus padres, no tarda en ver sus miradas preocupadas sobre ella. Intenta ser fuerte y no volver a llorar, pero sabe que será difícil cuando ambos la abrazan con fuerza.
- ¿Cómo estás, mi amor? – Pregunta su papá con dulzura cuando se separan.
- Mejor que ayer, creo – murmura, encogiéndose de hombros. – Quiero enojarme con él, pero no me sale. Sólo me siento mal.
- Estar con la familia te va a hacer bien – asegura su madre, besando su frente. – Yo ya hablé con tus tías para que no te pregunten por ningún novio.
Valentina sonríe agradecida, apreciando ese detalle, pero no puede evitar sentir un pinchazo en su corazón. Ojalá pudiera presentarles a Franco como su novio. Haría lo que fuera necesario para ver ese sueño hecho realidad. Y le duele en el alma pensar que eso no puede ser.
- Pensá en que vamos a pasarla bien – agrega su padre.
- Año nuevo, vida nueva – susurra ella, intentando convencerse a sí misma.
La chica toma la decisión de que lo ocurrido no le agrie las fiestas con su familia, así que finge que nada ha pasado y se dispone a pasar un grandísimo día con ellos.
Bromea con sus tíos, juega con sus primos, chismea con sus tías, pelea con su hermano, mima a sus abuelos... Hace todo lo que no puede hacer cuando está en Canadá, o cuando está en Buenos Aires. Disfruta de la comida (es lo que más extraña después de la familia), degustando la milanesa que prepara su tío.
- Sos un crack, tío Camilo – dice con la boca llena.
- Los canadienses no se saben esa, ¿eh? – Se ríe. – Disfrutá, Valen, de esas no se ven fuera de Argentina.
La chica goza de momentos así durante todo el día hasta que cae la noche. El tiempo pasa volando y, aún así, le da tiempo a hacer de todo. La bebida no falta, y la comida desborda las mesas del jardín. El calor se ha comportado, pero para Valentina, el contraste de temperatura entre Quebec y Córdoba es abismal.
- ¿Qué temperatura hacía allá?
- Andábamos bajo cero, abu – le responde a su abuelita. – La temperatura de acá para mí es una banda. Ya me acostumbré al frío.
- ¡Sos una cipaya, Valen! – La acusa su primo menor.
- Dejá a tu prima, Carlitos – le riñe su madre. – Pero sí lo sos – le dice en voz baja.
- ¡Tía! – Se ríe ella.
Cuando cae la noche, todos van a cambiarse de ropa por algo más elegante para celebrar de verdad la Nochevieja y el Año Nuevo.
Valentina se pasa media hora frente a su maleta, sin saber qué ponerse. Ve el vestido que se puso para salir a cenar en Nochebuena con Franco, y siente cómo su corazón se arruga. Lo descarta enseguida. Se prueba un vestido rojo, pero cuando se ve en el espejo, se odia a sí misma. Piensa que se ve como una puta, pero en realidad el problema es que se siente así por algo ajeno al vestido. No exageraba cuando les dijo a sus padres que se sentía usada y sucia. La noche anterior se pasó mucho tiempo en la ducha, frotándose con la esponja, tratando de librarse de la sensación. Y ahora, mientras ve su hermoso cuerpo embutido en ese vestido, no es capaz de verse bien.
Todos los hombres quieren una única cosa de ella. Y eso la repugna. "Vos tenías que ser diferente, Fran", piensa con mucho dolor. Se prohíbe llorar, porque no quiere ir a la cena con los ojos rojos e hinchados, pero le cuesta contenerse.
Se prueba otro vestido, esta vez uno azul oscuro, que abraza sus curvas y tiene poco escote. Es fresco, y le llega a la mitad del muslo. No le gusta mucho más que el rojo, pero es eso o ir en pijama. Así que se conforma con eso y se maquilla un poco, aunque nada exagerado; tampoco va a salir, sólo va a estar con su familia.
Cuando regresa al jardín, ya están casi todos ahí, arreglados y preparando la mesa para la cena. Todos se deshacen en elogios con ella. Es la única sobrina y la única nieta, así que siempre recibe especial atención. Su abuelo, a pesar de que tiene tres hijas, siempre le dice que es su reina, la reina de la casa.
- Pero mirá qué hermosa sos, reina – le dice el patriarca de la familia. – Ya sos toda una mujer, Valentina. ¡Me hacés parecer viejo!
- Sos viejo, abu – se burla ella, abrazándolo con cariño. – Pero mirá a tu mujer, qué bella. Sos un hombre afortunado.
- Tenés razón – asiente, sonriente. – La vida me dio una hermosa mujer, tres hermosas hijas, y la más hermosa de las nietas.
Con momentos así, Valentina vuelve a sentir su corazón lleno. Se olvida de Franco, y de su estúpido amor. Sólo puede pensar en la maravillosa familia que tiene, y en lo mucho que los adora.
Se sorprende a sí misma disfrutando realmente de la noche, sin pensar en él. Come hasta reventar y se ríe hasta que se le saltan las lágrimas. Baila hasta que le duelen los pies y canta hasta que le duele la garganta. Pasa la noche de su vida, y cuando falta poco para la medianoche, ayuda a sus tías y a su madre a preparar las copas de sidra para brindar cuando dé la medianoche.
Escucha con diversión las anécdotas y los cotilleos, riendo y sorprendiéndose por lo que escucha, mientras buscan las copas y van vertiendo líquido en ellas. El timbre de la casa suena, y su tía María se dispone a atender a quienquiera que haya tocado.
- Voy yo.
- Mejor que vaya Valen – dice su mamá, mirando a su hija. – Andá, Valentina, debe ser la vecina, que no tendrá sidra para que tome toda su familia.
La chica asiente, y su tía mira a su hermana con una ceja enarcada. La madre de Valentina sabe algo que el resto no. Cuando la chica sale de la cocina, empiezan a cuchichear.
- ¿Qué pasó?
- Franco vino hasta acá para hablar con ella – anuncia con tranquilidad.
- ¿Vos estás de acuerdo con eso? – Se extraña su otra hermana. – Creí que lo ibas a matar al pibe ese.
- Si Valentina vuelve llorando, yo voy a ir atrás de él, podés estar segura de eso – sentencia la mujer, que por su hija, estaría dispuesta incluso a matar.
Por otro lado, Valentina va hasta la puerta de casa tranquilamente, pensando que, como ha dicho su madre, será la vecina pidiendo sidra. Es difícil describir lo que siente cuando abre la puerta y se topa de nuevo con esos condenados ojos verdes que la persiguen hasta en sueños.
Lo odia y lo ama, sencillamente. Su cuerpo quiere salir corriendo de ahí y tirarse a sus brazos. Desea invitarle a pasar y cerrarle la puerta en las narices. Sabe que lo más sabio sería mandarlo a la mierda y regresar con su familia, pero no se le da bien tomar decisiones prudentes.
- ¿Qué hacés acá? – Le sale preguntar, cruzándose de brazos.
Él tarda en contestar. Está preciosa. Ese vestido le queda genial, y su rostro parece tener brillo propio. ¿Cómo ha podido alejarse de esa mujer dos veces? Dios, si es la cosa más bonita que ha visto jamás.
- Vengo a confesarme.
Enseguida se da cuenta de lo estúpido que suena eso, pero apenas puede pensar. Está demasiado nervioso como para racionalizar nada.
- La Iglesia queda a cuatro cuadras de acá, Franco – responde, mordazmente. – ¿Qué querés? ¿Venís a jugar conmigo otra vez? ¿Me vas a decir cosas lindas para cogerme y después decir que fue para sacarnos las ganas? Andate a la mierda.
Va a cerrar la puerta, pero él mete el pie, evitando que lo haga. Ella vuelve a abrirla, y ahora sí que está furiosa, no dolida.
- Tenés toda la razón del mundo al estar enojada, Valen. Fuí un tremendo pelotudo. Pero escuchame, por favor.
Valentina lo mira muy seria. Realmente no cree que lo que pueda decir él vaya a cambiar nada, pero no quiere perder más su tiempo con tonterías.
- No te voy a perdonar, si es lo que pretendés.
- Al menos dejame explicarte, Valentina – suplica, juntando sus manos. – Por favor.
Sus intensos ojos verdes hacen flaquear sus fuerzas, y lo odia, lo odia por tener ese control sobre ella.
- Hablá. Pero hacelo rápido porque quiero volver con mi familia.
Él suspira aliviado. Al menos ha conseguido que lo escuche. Es el primer paso. Así que toma aire, respirando hondo, y ordena sus ideas lo mejor que puede.
- Primero quiero pedirte perdón por todo lo que hice, Valen. Y no sólo hablo de lo de ayer. Sé que lo pasaste mal cuando me fui a Italia, sé que fui un estúpido – mira hacia el suelo, avergonzado. – Pero sólo era un nene enamorado que no sabía qué hacer con esos sentimientos. Me daba miedo, y pensé que lo mejor era no volver a vernos – levanta la mirada de nuevo y se encoge de hombros. – Funcionó. O eso pensé. Pensé que así te podía olvidar. Pero este año, cuando vi que había logrado llegar a la Fórmula 1... ¿Me vas a creer si te digo que sólo podía pensar en vos? – Se ríe por la ironía de la situación, pero ella no muestra signos de ablandarse. – Había logrado mi sueño, Valen. Y aún así, sólo sentía que me faltabas vos. Entonces supe que fui un gil de mierda todos estos años, y terminé en Quebec, buscándote.
- Y me encontraste – resume ella. – Lograste que confiara en vos de nuevo. Lograste lo que querías. Me cogiste y luego me dijiste...
- Me dio miedo – la corta. – Me fui porque eso era más sencillo que decirte todo esto, Valentina. Era más fácil que decirte que te extrañé toda mi vida desde que me fui a Italia. Y por mi vida te lo juro, Valentina, coger con vos se sintió mejor que cualquier victoria en un auto de mierda.
- Re romántico, sí – murmura ella, aunque en realidad se está ablandando más y más a cada palabra que él dice.
- Te quiero, Valen – dice entonces, dejándola muda y acelerando su corazón al instante. – Mentira – añade, cerrando los ojos con fuerza, – no te quiero. Yo te amo. Te amo desde que nos conocimos. Y fui un cagón toda mi vida, Valentina. Era más fácil irme que enfrentar lo que siento. Y me arrepiento de esto.
- Fran... – susurra, conmocionada.
- No, dejame terminar – niega él, firme en decir todo lo que siente. – Sos la mujer de mi vida, Valen. Te amo y no voy a huir más de eso. Te quiero en mi vida. Quiero que seas mi mundo. Te quiero a vos, y no me importa lo que eso signifique. Pero quiero que vos seas mía a la vez que yo quiero ser tuyo.
- Fran – repite, viendo que no tiene intención de callarse.
- Dejame terminar, en serio...
- Fran – insiste, sonriendo, y sólo entonces él se da cuenta de que sus ojos están llenos de lágrimas. – Yo también te amo, boludo.
Casi se desploma cuando la escucha decir eso. Su instinto le dice que la bese, su prudencia que no vaya tan deprisa.
- Quiero que seas feliz, Valentina. Y quiero que lo seas conmigo. ¿Podés dejarme intentarlo?
- Lo puedo intentar – asiente, con una pequeña y tierna sonrisa. – Pero quiero garantías, Fran. No me sirve que me digas todo esto y después te vayas de nuevo.
- ¿Querés ser mi novia? – Espeta, y pareciera que no ha podido retener la pregunta en su mente y esta ha salido disparada.
Ella se ríe, porque no ha cambiado nada. Tan impulsivo como siempre.
Su momento se ve interrumpido por el repentino sonido de fuegos artificiales. Ambos se quedan mirando el espectáculo que tiene lugar en el cielo, dándose cuenta de que ya es 2025.
- Feliz Año Nuevo, Valen – susurra él, acercándose un poco.
La chica lo mira, sonriendo, y pasa sus brazos por los hombros del chico, mirándolo a los ojos con intensidad.
- Feliz Año Nuevo, Fran. Y sí, quiero ser tu novia.
Los fuegos artificiales siguen estallando en el cielo cuando los dos jóvenes que se han amado toda su vida, se besan por primera vez como novios.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro