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3. Conocidos

Valentina desea morirse cuando escucha eso. Ya es oficial, no va a ver a su familia por Navidad. La tormenta puede tardar días en amainar, y puede que tenga que pasar Año Nuevo sola también. Además, la perspectiva de estar atrapada en el aeropuerto porque las puertas están bloqueadas, no le agrada en absoluto, si es sincera. Pero que Franco haya decidido bromear al respecto le dan ganas de matarlo con sus propias manos.

- ¿Te parece gracioso? – Pregunta, conteniéndose para no darle una bofetada en su cara de estúpido.

- Intenté verle el lado positivo, nada más – se encoge de hombros, y sonríe un poco, aunque de forma triste. – Yo tampoco voy a estar con mi familia para Navidad, no sos la única. Vos por lo menos tenés casa y amigos acá.

Valentina frunce el ceño.

- ¿Cómo sabés que vivo acá?

Franco desea que la tierra se lo trague. No ha debido decir eso, porque ahora no tiene modo de fingir que todo ha sido fortuito. Realmente sí lo ha sido, porque aunque su intención al viajar a Quebec era encontrarla, al final no lo hizo. Toparse con ella en el aeropuerto ha sido completamente aleatorio e inesperado.

- Tus papás se lo dijeron a los míos, y ellos me lo dijeron a mí – trata de quitarle importancia, pero ella sabe que hay algo más.

- ¿Y me decís que es casualidad que nos encontremos acá? Vos odiás el frío igual, ¿y viajaste a un lugar como este? – La cara de su antiguo amigo le parece divertidísima, porque lo han pillado de lleno en una mentira. Valentina se da cuenta de lo que eso quiere decir. – ¿Viniste a buscarme?

- Este... Bueno, no exactamente. Vine acá, y después pensé: "¿y si me encuentro a Valentina". Pero no fue premeditado ni nada.

- Mentís como el culo, Franquito – se mofa ella. – Mirá que sos patético.

- ¿Cómo me dijiste? – Bufa, ofendido, y ella se ríe por su indignación. – No vine a buscarte, bajale a tu ego, Valen.

- ¡Hasta te pusiste colorado! – Se sigue riendo, señalando su rostro. – Qué romántico saliste, boludo.

- Andate a la mierda. Podés meterte la amistad en el culo.

Valentina no puede parar de reír ante su molestia, aunque no sabe cuánta parte hay de verdad y cuánta de teatrillo. Viendo que, aunque la fulmina con la mirada, sigue sentado a su lado, debe de estar exagerando un poco.

- Me parece tierno igual – añade entonces, sonriéndole. – Pero seguimos encerrados en un aeropuerto el día antes de Nochebuena.

- Nos re cagaron – asiente él, suspirando.

- Con la tormenta que hay, van a tardar días en volver a salir vuelos de acá. Olvidate de volver a casa en menos de una semana.

- No me animás, Valen.

- ¿No dijiste que así tenés más tiempo para hacer que te perdone?

- Tenés razón – vuelve a sonreír y se pone de pie, tendiéndole la mano. – ¿Tenés hambre?

- Recién me tomé un café, pero... Podría comer.

- Vení, yo invito la cena.

Valentina se queda mirando esa mano como si se tratara de una decisión crucial. Algo en ella sabe que, si acepta esa mano, no habrá vuelta atrás. Y decide tomar ese riesgo, porque cada segundo que pasa, más se acuerda de lo feliz que era cuando él era su mejor amigo, y más se olvida de lo desgraciada que fue cuando él se marchó.

De modo que, los dos toman sus cosas y caminan uno al lado del otro. No son los mismos que hace seis años, y lo notan, lo saben, pero él está dispuesto a devolver las cosas a su sitio, y ella está dispuesta a permitir que él lo intente. Dicen que más vale tarde que nunca, y por eso Valentina le está dando el beneficio de la duda a Franco. Ha tardado seis años en querer recuperarla, pero al fin quiere hacerlo, y de momento le parece suficiente.

★★★

Valentina se ríe a carcajadas, dejándose llevar por la calidez que siente en su pecho. Había olvidado lo gracioso que es su amigo, y había olvidado lo fácil que la hace reír.

- Sos increíble.

- Gracias, ya lo sé – responde, con una sonrisa orgullosa.

- No lo decía como un piropo – replica ella, retándolo con la mirada.

- Ah, ¿no? – La mirada de Franco es increíblemente intensa, e incluso seductora hasta cierto punto.

- No me dejaste terminar – añade, y él enarca una ceja. – Iba a decir que sos increíblemente hincha pelotas.

- Lo que vos digas, Valen. Seguí mintiéndote a vos misma – se burla.

Ambos sonríen y saben que algo no anda bien. Sienten algo que va más allá de la amistad, y los dos saben que no es la primera vez que sienten eso estando juntos. Pero él se pregunta si ella siente lo mismo, y ella se pregunta si él siente lo mismo. Los dos evaden esos sentimientos y siguen comiendo.

En un aeropuerto no hay mucho donde elegir, pero al final han optado por un Taco Bell. Franco está devorando un burrito y Valentina una quesadilla. De momento, la cena ha sido agradable y divertida. Han intentado no pensar en cómo se les ha arruinado la Navidad, y de momento les ha ido bien.

- ¿Tardarán mucho en despejar las puertas? – Pregunta él, mirando el exterior a través de las paredes transparentes. – No para de nevar, qué locura.

- Espero que lo arreglen rápido – murmura ella. – Me voy a morir si nos quedamos acá encerrados.

- Igual no suena tan mal – cavila, logrando que ella lo mire frunciendo el ceño. – "Encuentran a un piloto de F1 y a su amiga de la infancia muertos en un aeropuerto".

- No es chistoso, así que cerrá el orto.

- Morir atrapados en la nieve no suena muy atractivo, debo admitirlo. Pero...

- ¡Dejá de hablar de morir! Callate o yo misma te mato, pelotudo de mierda.

Él se ríe a carcajadas, y ella lo mira mal. Le encanta el frío y la nieve, pero le tiene mucho respeto. Ha visto lo que puede pasar si se desata una avalancha, o si alguien queda enterrado en nieve, y no tiene nada de gracioso. Intenta calmarse a sí misma, pensando que no corren ningún peligro dentro del aeropuerto.

- Alegrá esa cara, Valen. Estás más linda cuando sonreís – le chincha, sonriéndole de forma reconfortante. – Seguro lo arreglan pronto y podés irte a tu casa.

- Igual estamos atrapados acá, en Canadá. ¿Qué pensás hacer?

- No sé – suspira y se encoge de hombros. – Volveré al hotel, con suerte tienen habitaciones libres.

Valentina se lo queda mirando, pensativa. Duda entre ofrecerle algo o no. Se trata de un compromiso enorme, y no sabe si sea buena idea. Hace unas horas que acaban de reencontrarse después de seis años sin verse, debería tomarse las cosas con más calma. Pero este rato que ha estado hablando con él, no ha sentido que el tiempo haya pasado en absoluto, sino que ha sido como tener quince años otra vez y estar merendando en una cafetería con su mejor amigo de toda la vida.

Decide no pensar demasiado en ello.

- Podés quedarte en mi departamento.

A Franco la propuesta lo pilla por sorpresa, y no trata de disimularlo. Abre los ojos y frunce el ceño, incrédulo. No esperaba que ella le ofreciera nada parecido, y aunque una parte de él piensa que sería mejor rechazar su proposición y poner algo de distancia entre ellos, no quiere hacerlo. No quiere volver a alejarse de Valentina.

- ¿Estás segura?

- Sí – asiente, tranquila. – Mejor pasar las fiestas juntos, ¿no?

- Obvio – sonríe, algo nervioso. – ¿No creés que te voy a molestar?

- Ya sé que me vas a molestar, boludo – se ríe ella. – Pero creo que lo puedo soportar.

Franco maldice a todo Dios viviente por crear a una mujer con una sonrisa tan hermosa.

- Entonces... ¿Querés pasar la Nochebuena y la Navidad conmigo? – Inquiere, sin creérselo todavía.

- ¿Tengo otra opción? – Bromea, riendo un poco. – La vamos a pasar bien, seguro.

No puede evitar sonreír levemente. La idea de pasar un par de días a solas con ella no le desagrada lo más mínimo. Y se da cuenta de que no está pensando en ella como se piensa de una amiga. Le da vértigo la sensación, pero no se considera alguien cobarde, así que no va a echarse atrás.

- Bue, primero deben despejar las puertas – apunta él, mirando hacia el exterior de nuevo. – ¿No habrá alguna tienda de colchones por acá?

Valentina se ríe y niega con la cabeza.

- Permitime dudarlo.

Él está por decir algo, pero su teléfono empieza a sonar y su cara de espanto le saca otra carcajada a Valentina.

- Me olvidé de avisarle a mi vieja, la puta madre – maldice, contestando a la llamada. Valentina se da cuenta de que ella tampoco ha avisado a la suya. Ahora le escribirá. – Che, ma, no vas a creer lo que pasó – dice con ilusión. – ¿Cómo lo sabés? – Murmura, frunciendo el ceño y mirando a Valentina. – Ah, su mamá te contó. ¿No saben estar calladas ustedes? – La chica sonríe un poco, y jura que las caras que Franco pone merecen ser fotografiadas. – Sí, la tengo adelante... No, ma, todavía no me perdonó. Estoy en eso – sonríe y le guiña un ojo, y ella rueda los suyos. – ¿Qué? – Vuelve a fruncir el ceño. – Está bien, está bien – aleja el teléfono y tapa la parte por la que entra el sonido. – Mi mamá quiere hablar con vos.

- Dale, hace mucho que no hablamos – accede alegremente, alargando el brazo. Franco le da el móvil a regañadientes. – ¡Hola, Andrea!

- Hola, linda, ¿cómo andás?

- Podría estar mejor. Fran te contó que nos encontramos, pero se olvidó de mencionar que no vamos a llegar a Argentina para Navidad. Una tormenta de nieve impide despegar a los aviones.

- ¿En serio, Valen? – Pregunta la mujer, alarmada.

- Si. Todavía tengo que avisarle a mi mamá.

- Yo le dije a Franco que no fuera a Quebec, que allá el clima era impredecible, ¡y mirá lo que pasó! Ese pibe nunca escucha – protesta, haciendo reír a Valentina. – Mínimo está con vos. Pueden hacerse compañía. Perdonalo, Valen, es medio pelotudo, pero es hombre.

Valentina vuelve a reírse, esta vez más fuerte, y se queda mirando a Franco, que intenta escuchar la conversación, aunque no muy exitosamente. Sólo escucha lo que Valentina contesta, y le falta información.

- Lo voy a pensar – es lo único que dice.

- Pero no se la pongás fácil. Y no dejés que te chamuye.

- Obvio, Andrea. No te vayas a preocupar por mí.

Franco empieza a parecer desesperado por no tener el control de la conversación, y Valentina se despide de la madre de su antiguo amigo antes de devolverle el teléfono al piloto.

- Dejá de joder, ma – se queja él, medio en broma. – Te quiero, chau – cuelga y suspira sonoramente, poniendo los ojos en blanco. – Esa mina está loca.

- ¿Qué decís? Si es un amor – le lleva la contraria ella. – Yo la amo.

- Porque no es tu mamá – bufa, guardándose el celular en el bolsillo. – ¿Qué podemos hacer ahora?

- Ni idea – admite ella.

Y como si de un milagro navideño se tratara, por la megafonía del aeropuerto dan la noticia de que las puertas han sido desbloqueadas.

- A casa, entonces – sonríe ella, aunque es una sonrisa algo triste.

Él se da cuenta, y toma su mano, que está sobre la mesa, estrechándola afectuosamente.

- La vamos a pasar bien juntos. Ni te vas a acordar de tu familia – le dice de modo juguetón y optimista. – Al menos me tenés a mí.

Ella hace como si eso la entristeciese más, y finge un llanto exagerado.

- ¡Me tenés que animar, no al revés! – Dramatiza, y él le suelta la mano y la mira mal.

- Me caes re mal, Valentina.

- Vos a mí también, Franco – replica ella, riendo.

Y sin pensarlo mucho más, toman sus cosas y se dirigen hacia la salida del aeropuerto. Se pasan un buen rato pasando frío hasta que al fin un taxi se detiene a recogerlos. Se apresuran a meter las maletas y a entrar en el vehículo, que cuenta con una calefacción que les parece milagrosa.

El trayecto es largo. Hay mucho tráfico y el aeropuerto está a las afueras de la ciudad, por lo que la casa de Valentina queda bastante lejos. Hablan tranquilamente, sobre sus vidas en general. Ella le cuenta cómo ha cumplido su sueño de vivir en un lugar frío, y él le cuenta cómo ha logrado ser piloto de carreras y además competir en la categoría reina. Ambos deciden omitir que, a pesar de que sus vidas parecen plenas, sienten un vacío. Un vacío que nació cuando se separaron, y que ahora, estando juntos, han dejado de sentir.

- ¿Qué vas a hacer ahora, Fran? – Le pregunta entonces. – Williams fichó a Carlos y ya tienen a Albon.

- No tengo idea – admite, algo deprimido. – Odio sentirme así. Creo que hice un buen trabajo, y aún así me quedé sin asiento.

- No fue culpa tuya, simplemente no se dio – trata de consolarlo ella, aunque sabe que se le da de pena. – Siempre podés volver en 2026. Yo confío en vos.

- Gracias – susurra él, verdaderamente agradecido.

Le ofrece una pequeña y sincera sonrisa, que ella atesora en su memoria con cariño. Ama esa sonrisa, y el modo en que sus ojos se achinan un poquito. Sin quererlo, piensa en lo bonitos y perfectos que son sus labios, y se regaña a sí misma. E intentando pensar en otra cosa, termina distrayéndose con sus ojos, que de lejos parecen verdes, pero de cerca se ve que son una mezcla de verde y marrón muy extraña pero hermosa de igual manera.

- Nous sommes déjà arrivés – les avisa el conductor, y Valentina agradece que la distraigan de sus propios pensamientos.

Antes de que pueda protestar, él ha pagado, y ambos salen del coche y toman sus cosas. El chico sigue a su amiga hasta el portal de un bloque de apartamentos, y ella se apresura a abrir la puerta para poder entrar y resguardarse del frío. Suben por las escaleras, porque el bloque no tiene ascensor, y arrastran sus maletas con trabajo hasta la segunda planta. Unos metros después, al fin están en la puerta del apartamento de Valentina. Abre e invita a Franco a pasar primero, y él sonríe y se adentra en el piso. Ella entra detrás de él, cerrando de nuevo, y enciende las luces.

- Solo hay una habitación, pero podés dormir en el sillón. Se hace cama y es re cómodo – añade, para que parezca menos frío.

Franco mira a su alrededor, sin detenerse demasiado en los detalles. Es un apartamento de tamaño mediano y sobriamente decorado, bastante moderno, eso sí.

- ¿Dónde dejo mis cosas?

- Por algún motivo en mi pieza había dos armarios, y yo solo necesito uno, así que podés ocupar el que está vacío – responde ella, guiándolo hasta su cuarto. – Acomodamos nuestras cosas y después armamos tu cama, ¿te parece?

- Sí, obvio – asiente él, muy conforme. Valentina comienza a abrir su maleta, pero Franco no quiere dejar las cosas estar. – Valen, ¿sabés qué?

- Decime.

- Me tratás como a un amigo, y yo creo que me merezco el ascenso de "conocido" a "amigo".

La chica se lo queda mirando con una pequeña sonrisa, siendo consciente de que no importa que intente hacerse la dura, porque sabe que va a rendirse a él muy fácilmente.

- Está bien. Pero seguís sin estar perdonado – señala, a lo que él asiente, solemne.

Valentina suspira, porque sabe que se está metiendo en un lío al permitirse estar tan cerca de él y no hacer nada para frenarlo.

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