2. Extraños
Llevan días sin parar de nevar, y aunque ella ama el frío, y por eso mismo se mudó a Quebec hace algunos meses, le preocupa que la tormenta empeore. Aun así, aúna todas sus esperanzas y sale de casa con la maleta, cerrando con llave antes de caminar hasta el ascensor.
El piso en el que vive es bastante humilde, igual que el barrio en el que vive. Para ella es suficiente, sobre todo por la buena calidad de vida que hay en Canadá. Ha tenido suerte, y lo sabe. Al final no tuvo que elegir qué estudiar, porque un trabajo de verano como asistente ejecutiva de un amigo de su padre resultó ser el trabajo perfecto para ella. Y cuando la empresa se mudó a Canadá, en concreto a Quebec, a Valentina le costó irse menos de lo que quisiera admitir.
Así que, con apenas 21 años, tiene un buen sueldo por realizar un trabajo que le gusta mientras vive en un lugar idóneo para ella.
Pide un Uber, y cuando llega, el conductor le ayuda con la maleta y luego ponen rumbo al aeropuerto. A pesar de que está viviendo un sueño, extraña a su familia, y nada le hace más ilusión que tomar ese vuelo hacia Argentina para celebrar la Navidad con los suyos. Lleva meses sin verlos, desde que se mudó, en realidad, y está deseando achuchar a sus padres y a su hermanito, además de disfrutar de una buena milanesa hecha por su tío Camilo.
- Nous sommes déjà arrivés – le dice el conductor en francés.
- Merci – le contesta ella, pagándole y saliendo del vehículo.
Aprender francés fue lo más difícil para ella cuando llegó, pero ahora lo domina tan bien como el inglés. Aunque sigue prefiriendo el español, por lo que le agrada que su jefe sea argentino al igual que ella; con él puede hablar tranquila y fluidamente.
Sus pasos la llevan al interior del aeropuerto, y apenas logra entrar por la cantidad de nieve que se amontona en la entrada. No le gusta nada el clima que hay, pero sigue caminando. Pasa por todas esas colas larguísimas y aburridas hasta que por fin llega a la zona de salas de embarque. Hay muchísimas, por lo que arrastra su maleta mientras busca en la que se tiene que quedar ella. Mira el reloj, y aunque sabe que tiene tiempo de sobra, se agobia un poco. Lo último que necesita es perder ese vuelo.
Por motivos del destino, su sala de embarque resulta ser la que más lejos está, pero al fin se calma cuando llega a ella. Busca un asiento, deja su maleta a un lado, y respira tranquila. Saca un libro de su bolso, y se entretiene leyendo, pues sabe que aún debe esperar media hora hasta que tenga que embarcar.
La espera se le hace eterna, y cuando mira el reloj, ve que en realidad, ha pasado más de media hora. Mira a su alrededor, y ve que todos los demás pasajeros de ese vuelo siguen esperando, algunos mirando sus relojes con preocupación. Valentina intenta no ponerse nerviosa, pero todo se va al traste cuando una voz por megafonía anuncia que todos los vuelos serán pospuestos una hora debido a una tormenta de nieve.
Valentina tiene un horrible presentimiento. Llevan días nevando sin parar, ¿qué les hace pensar que la tormenta amainará en una hora? Aun así, mantiene la calma todo lo que puede y le escribe a su madre para contarle lo ocurrido. Trata de ser optimista y no preocuparla, quitándole importancia al asunto, cuando en realidad le entran ganas de llorar sólo de pensar en pasar unas navidades lejos de su familia.
Se levanta para caminar un poco y despejar la mente, y la gente de la sala de embarque la mira de forma extraña, como si fuese lo más raro del mundo el simple hecho de andar.
- ¿Valentina?
Escuchar su nombre la hace dar un respingo por el susto, y cuando se gira y se topa con unos ojos familiares pero a la vez desconocidos, siente su corazón detenerse en el pecho.
- ¿Franco?
De todas las personas que podría haberse imaginado encontrarse allí, él no era una de ellas. Pero ahí está, y no es un sueño ni una ilusión, se trata del mismísimo Franco Colapinto en carne y hueso.
- ¡Valentinita! – Exclama con ilusión, acercándose a ella.
Movida por la emoción, no puede hacer más que sonreír y acercarse a él también.
- ¡Franquito!
Los dos se abrazan con fuerza, y durante unos instantes, el mundo se para, y es más, el tiempo retrocede. Retrocede a su adolescencia, a su infancia. Al día en que se conocieron y todos los días que vinieron después. Se abrazan con la ilusión de dos viejos amigos que se reencuentren después de muchísimo tiempo. Pero a Valentina ese estado de felicidad le dura poco, porque con los recuerdos de su amistad, llegan los recuerdos de cómo la abandonó, de cómo se marchó sin despedirse, rompiendo su amistad y rompiéndole el corazón.
Ahora son dos extraños sin más.
Se aparta de él con brusquedad, y la ira se apodera de ella.
- ¿Qué hacés acá? – Gruñe ella, cruzándose de brazos.
Él se percata enseguida de su hostilidad, así que trata de suavizar las cosas.
- Tuve un año re loco, y pensé que me vendría bien viajar solo – se explica, encogiéndose de hombros. – Aprendí a esquiar.
- ¿Me ves cara de que me importá?
Franco traga saliva, y reformula la forma de describirla. No está siendo hostil. Está muy cabreada. Tanto que empieza a temer por su vida.
- Dale, Valentina, pasaron seis años. ¿Seguís enojada conmigo?
- ¿A vos qué te parece?
Él suspira. No se esperaba que si volvía a encontrarse con ella sería así. Quería volver al momento en que se habían abrazado, cuando ella parecía quererlo tanto como hacía unos años.
- Perdoname – suspira, tratando de reflejar que de veras se siente culpable por lo que hizo.
- Andate a la mierda.
Valentina retrocede sobre sus pasos para volver a su asiento y recoger sus cosas. Le duele, recordar lo que sufrió cuando él se marchó le duele como nada le ha dolido jamás. Y aunque albergaba la esperanza de que al verlo sólo recordara lo bueno, definitivamente no solo recuerda lo bueno.
No está segura de si él la está siguiendo, pero espera que no. Se siente mal por no poder tomarse las cosas de otra manera. Al fin y al cabo, él tiene razón, han pasado seis años. Eran unos críos, y ahora se supone que son adultos, quizá debería dejar el pasado en el pasado. Pero en su defensa, nunca pudo gritarle en su entonces por ser un imbécil, aún necesita desahogarse.
Recoge sus cosas y se apresura a irse de ese lugar. Si el vuelo se ha retrasado una hora, tiene todo ese tiempo para ir a tomarse algo. Como un café cinco veces más caro de lo normal pero que sabe a la misma mierda porque en los aeropuertos todo es jodidamente caro.
- ¡Valentina, esperá, por favor!
Ignora su voz todo lo que puede, pero cuando la toma del brazo no le queda más remedio que detenerse y girarse para encararlo. Aparta su brazo con brusquedad, zafándose de él.
- No me toqués.
- No podés hacerme esto, Valen. Hacía años que no nos veíamos.
- ¿Por culpa de quién? Porque no fui yo la que se mudó a Italia sin decir nada – replica, realmente enfadada. – No intentés que me sienta culpable por estar enojada con vos, porque sabés que tengo más motivos que nadie.
- Igual fue hace mucho tiempo, ¿no podés olvidarlo?
- Mirá, Franco – se pone frente a él, con los brazos cruzados y el rostro reflejando todo su enojo y determinación, – vos tomaste una decisión cuando decidiste romper tu amistad conmigo. Fuimos amigos, y fueron unos años increíbles. Pero eso se terminó, y fue por tu culpa. Vos no me conocés ahora, y yo no te conozco a vos. Ahora mismo, somos dos extraños.
- Volvamos a conocernos entonces – insiste, desesperado. – De todos los lugares del mundo, nos encontramos acá, del modo más absurdo. Eso debe significar algo. ¿No te parece?
- Lo que creo es que no te acordaste de mí hasta que me viste hoy, y que no te interesaba volver a mi vida antes de eso. Así que volvé por donde viniste y dejame tranquila.
Ella sigue avanzando por el aeropuerto, y él maldice su suerte, o la carencia de ella. Ojalá Valentina supiera que no ha habido día en que no haya pensado en ella desde que tomó ese vuelo a Italia. Ojalá Valentina supiera que, cuando viajó él solo a Quebec, fue porque sus padres le contaron que ella vivía allí, e iba con la intención de encontrarla. Pero son cosas que no se atreve a decir, y no la culpa por estar tan molesta con él. Le hizo daño, lo sabe, y ha sido un necio por pensar que al encontrarla de nuevo todo sería como un cuento de hadas.
Se plantea seguirla, pero no le parece la mejor de las ideas, porque de veras está enojada con él. Así que, resignado, se queda en la sala de embarque, mirando a la nada y pensando cómo puede recuperar su amistad, o al menos, hacer que ella no lo odie. Sabe que lo mejor sería ser sincero, pero la verdad le parece humillante. La idea de confesarle que lleva años persiguiendo su sueño de ser piloto de F1, para al final no sentirse satisfecho, le avergüenza. La idea de confesarle que no se siente satisfecho porque ella no estaba en su garaje animándolo, le avergüenza aún más. La idea de confesarle que de lo que más se arrepiente en el mundo es de haberla abandonado, le avergüenza todavía más.
Pero no sabe que si le dijera todo eso, ella entendería mucho mejor las cosas, ella se ablandaría y se rendiría. Porque Valentina sabe que, cuando se trata de Franco, siempre ha sido débil. Y ella sabe que eso no ha cambiado, porque cuando ha visto las carreras en su televisor, su corazón se ha achicado cada vez que lo ha visto subir al auto, y ha sentido el impulso de llamar a la madre de Franco cada vez que lo ha visto chocar. Porque en el fondo, nunca ha dejado de importarle, y nunca ha dejado de quererlo, aunque esté demasiado dolida para darse cuenta.
Por eso, mientras se toma un café en una cafetería del aeropuerto, siente esa desazón en el cuerpo. Porque su corazón está dividido entre el dolor que él le ha provocado y el amor que le tiene a pesar de todo. Tiene ganas de llorar, de chillarle, de besarle, de pegarle, y todo a la vez. Porque lo ha extrañado. Porque fue duro para ella seguir adelante sin él, y lleva años preguntándose qué habría pasado si él no se hubiera ido, o qué habría pasado si, a pesar de irse, hubiesen mantenido el contacto. Las cosas serían muy distintas, eso lo sabe.
Mira el reloj, pero el tiempo parece no pasar, y se desespera. Se volverá loca si no lo saca de su mente, o si no se distrae, o si no exterioriza todo lo que siente. Así que llama a su madre. La mataría si se enterara de que se ha encontrado con Franco y no se lo ha contado.
- Hola, Valen, ¿pasó algo?
- Hola, pa – sonríe un poco al oír la voz de su padre, en vez de la de su madre. – Estoy aburrida, esperando a que sea la hora de embarcar.
- ¿Pasó algo? – Insiste, y Valentina se ríe, porque su padre la conoce demasiado bien.
- Adiviná a quién me encontré.
- Dejá de romper las bolas y contalo – escucha protestar a su madre de fondo.
Valentina suelta una carcajada, algo más relajada. Sus padres siempre han sido un lugar seguro para ella, y son los que estuvieron ahí cuando Franco se fue. Sabe que puede contarles lo ocurrido sin ningún tipo de pudor.
- Me encontré con Fran – dice de golpe, para no andarse con rodeos.
- ¿Con Colapinto? – Inquiere su madre. – ¿El conchudo que se fue a Italia?
La risa de la chica es inevitable, porque si alguien está resentida con Franco, es su madre. Nadie hace sufrir a su pequeña y vive para contarlo.
- Sí, ese.
- ¿Qué te dijo? – Se interesa su padre, a quien le importa más tener el chisme completo.
- Nada, me habló normal, pero yo le dije que era un pelotudo y me fui.
- ¿Sólo eso?
- La conversación fue más larga, pero resumiendo, sí, eso.
- Quizás deberías hablar con él – sugiere su padre, ante la sorpresa de su mujer y su hija. – Ya pasó mucho tiempo, y nunca discutieron lo que pasó.
- No le hagás caso a tu papá, Valentina, ese pibe te perdió, ahora que no venga llorando.
- Vos me diste una segunda oportunidad a mí – replica el padre de Valentina, y su madre se queda callada unos segundos, en los cuales la joven se pregunta qué hizo su padre y por qué su madre lo perdonó.
- Igual sí deberías hablar con él – cede, ante la sorpresa de Valentina. – Dejá que se explique, y después lo mandás a la mierda.
- O lo perdonás – propone su padre.
- Bue, ya veré qué hago. Por el momento, me importa un choto lo que tenga que decirme.
Los padres de Valentina, al otro lado de la línea, se miran el uno al otro. Saben que su hija está enamorada de él desde que son niños, y saben que, si él logra dar con una excusa lo suficientemente buena, lo va a perdonar. Lo saben porque la mamá de Valentina decía que no quería perdonar a su papá, pero terminó haciéndolo. Y Valentina y su mamá se parecen demasiado.
- ¿Querés contarnos algo más? – Pregunta su padre.
- No, nada más. Les escribo cuando vaya a embarcar.
- Perfecto.
- Los quiero, chau.
- Chau, Valen – contestan los dos a la vez.
Valentina cuelga y suspira. No sabe si hacerles caso o no. Mira el reloj y ve que queda media hora para la supuesta hora de embarque, tiempo de sobra para dar un paseo, o para solucionar una amistad de hace seis años. Mueve su pierna ansiosamente, debatiendo internamente qué debe hacer.
Termina levantándose y caminando decididamente hacia la sala de embarque, donde espera encontrarlo de nuevo. Ella no va a acercarse, pero va a asegurarse de que él la vea, y por su bien, será mejor que vuelva a seguirla suplicando perdón. Cuando llega, lo ve sentado, mirando al vacío, y pasa por delante de él sin mirarlo ni detenerse, sentándose varios asientos más allá. Saca su libro y finge que lee, pero ya siente la mirada de ojos verdes de Franco sobre ella.
Él cree que lo está ignorando, y que no quiere volver a hablar con él, por eso se la queda mirando, dudando en ir o no ir. El sitio que hay a su izquierda está libre, podría sentarse ahí y no pasaría nada, ¿verdad?
Se levanta, inseguro, y se sienta a su lado. Ella ni siquiera lo ha mirado de reojo, y le preocupa que muestre tanta indiferencia. Se pregunta cuánto daño debió de hacerle para que ahora lo desprecie así, y se siente horrible.
Carraspea, llamando su atención, y ella levanta la vista del libro, dirigiéndole una mirada muy poco amistosa. Traga saliva, sin saber qué decirle. Ella, impaciente, habla primero.
- ¿Qué querés?
Eso se pregunta él mismo, pues no sabe qué pretende exactamente. ¿Que lo perdone? ¿Recuperar su amistad? ¿Sentirse mejor consigo mismo? ¿Todo a la vez?
- No quiero estar así con vos, Valentina. Creo que ya somos adultos y podemos arreglar esto – se explica, temiendo no haber escogido las palabras adecuadas.
- No puedo arreglar algo que no rompí, Franco. Ese es el problema – responde, seria.
- Por eso te pedí perdón.
- ¿Y ya está? ¿Todo arreglado?
- Mirá, Valen, me fui a Italia para seguir mi sueño, y lo siento si te jodí por eso.
- ¿Creés que eso es lo que me jode? Porque entonces sos más pelotudo de lo que pensaba – frunce el ceño, hartándose de la situación. – Éramos mejores amigos, Fran, y ni siquiera me lo contaste. Te fuiste sin despedirte y luego no intentaste contactarte conmigo.
Él se ríe, con ironía, negando con la cabeza.
- Si hubiera llamado, ¿me habrías contestado? – Pregunta en el tono más escéptico que Valentina ha escuchado jamás, lo cual la enfurece.
- ¡Por supuesto que sí! Era lo único que deseaba, Fran. Que me llamaras y me dijeras que te dio miedo y por eso no dijiste nada, pero que seguías queriéndome en tu vida – se obliga a callarse, porque siente que las lágrimas quieren salir. Así que respira hondo y se calma lo máximo que puede. – Pero no lo hiciste. Nunca llamaste.
- ¿Y cómo iba a saber que era eso lo que querías?
- Dios, ¿cómo podés ser tan estúpido?
La frustración que siente Valentina es bastante evidente, pero él no sabe qué quiere que le diga. Ella solo quiere la verdad, una verdad que él no está dispuesto a revelar por orgullo.
- Lamento no saber que esperás de mí. Pero lo siento, lo siento de corazón, Valentina. Me arrepiento de todo el daño que haya podido causarte, nunca fue mi intención. Pero me parece una boludez seguir así con vos después de tantos años.
Los dos se miran a los ojos, él, suplicante, ella, dubitativa. Las fuerzas le empiezan a flaquear, y algo en su corazón se pregunta si sería tan terrible enterrar el hacha de guerra. No va a perdonarlo, pero dejar de tratarlo como la mierda puede ser un primer paso, y dejarle la oportunidad de compensar el daño causado no parece tan malo.
- Está bien, Fran. Vos ganás – murmura, negando con la cabeza. – No la cagués de nuevo.
Él sonríe, orgulloso de haberlo conseguido.
- ¿Volvemos a ser amigos?
- Dejalo en "conocidos", aún tengo que averiguar qué tan arrepentido estás.
Va a contestar algo ingenioso, pero la megafonía del aeropuerto da un mensaje, primero en francés, por lo que él no entiende nada, y luego en inglés. Cuando vuelve a mirar a Valentina, está pálida como un fantasma.
- Due to the climatic conditions, all the flights will be cancelled and the airport will be closed. At the moment, everyone must stay inside, while the authorities clear the doors, which are blocked by the snow.
Todos los vuelos cancelados, y las puertas bloqueadas por la nieve. Franco se da cuenta de que, este año, no celebrará la Navidad con su familia. Y por la cara de Valentina, esa es su misma preocupación.
- Bueno – dice, tratando de sonar optimista, – así voy a tener más tiempo para convencerte de que me perdones.
Ella lo mira absolutamente devastada y con cierta furia.
- Te voy a matar, Franco Alejandro Colapinto.
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