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1. Compañeros

Valentina siempre ha sido una niña muy tímida. Cuando sus papás le dijeron que se mudaban de Córdoba a Buenos Aires, lloró toda la noche. Esta mañana también ha llorado porque no quiere ir a la escuela. Solo tiene siete años, pero la idea de socializar la abruma.

- Andá, Valentina. La vas a pasar re bien, mi amor – le dice su padre amorosamente, tratando de que la niña le suelte la mano. Los ojos rojos por llorar de su hija lo miran con lástima. – Vas a ser la más linda e inteligente de la clase, seguro haces muchos amigos.

- Quiero volver a Córdoba, pa – lloriquea ella, abrazándose a su pierna.

- No podemos, mi amor. Andá, que llegás tarde.

Se agacha para darle un beso en la frente, y luego la empuja con suavidad hacia la entrada de la clase. La niña de grandes ojos castaños y de pelo moreno recogido en una coleta, le hace un último puchero a su padre antes de agachar la cabeza y entrar en clase. La seño la recibe con dulzura, y al ver que todas las mesas están completas menos una, que está vacía, no le queda otra que dejar a Valentina sola en esa mesa. Valentina lo agradece en silencio; así nadie la molestará.

La seño empieza a presentarse. Es joven y guapa, piensa Valentina. Pero les habla como si fuesen tontos. Los demás niños parecen adorarla; no es el primer año que ella les da clase. A Valentina eso no le gusta.

- La mayoría ya nos conocemos, pero como algunos compañeritos son nuevos, vamos a presentarnos todos.

Valentina se encoge en su asiento mientras todos se presentan de uno en uno, con la esperanza de que la seño no se acuerde de que ella está ahí. Por desgracia, cuando ya todos han hablado, la miran a ella. Se pone roja como un tomate, sin saber bien qué decir.

Por suerte, una interrupción logra sacarla del foco de atención. Un niño de pelo castaño rizado y ojos verdes irrumpe en la clase como un torbellino, hablando sin parar.

- Seño Marisol, ¡se armó tremendo quilombo en la calle! Jamás vi nada parecido. Mi mamá manejó como Ayrton Senna, ¡e igual llegamos tarde!

La mujer se ríe, pues ya lo conoce bien. Es un alumno inquieto, pero cariñoso y bastante gracioso. Siempre anda hablando de autos y competiciones.

- Franco, como llegaste tarde, ¿dónde te querés sentar?

Los avispados ojos verdes del niño recorren la clase, hasta dar con Valentina, sentada sola en una mesa. Él sonríe, nada dispuesto a dejarla sola. Ella niega con la cabeza, nada dispuesta a tener a ese terremoto sentado a su lado.

- Esa nena de allá está sola, seño. ¿Puedo sentarme con ella?

- Sí, Franco. Andá.

Valentina cierra los ojos y apoya la cabeza en la mesa. Deposita sus últimas esperanzas en que ese niño llamado Franco se siente alejado de ella, pero tampoco tiene suerte con eso, dado que él se sienta justo a su lado.

- Sólo faltan ustedes por presentarse – dice la seño.

El niño apenas titubea.

- Yo soy Franco, y de mayor voy a ser piloto de carreras.

Luego, él mira a Valentina, esperando a que ella hable. Al niño le parece muy curiosa, nunca había conocido a nadie tan tímido.

- ¿Cómo te llamás vos?

Valentina mira al resto de la clase y luego lo mira a él. Parece más sencillo contestar si finge que nadie más que él la está escuchando. Así que, mirándolo, contesta al fin.

- Mi nombre es Valentina, y de mayor quiero vivir en un lugar donde haga mucho frío.

Todos sus compañeros se ríen al escucharla. Mientras que los demás han dicho qué profesión quieren llevar a cabo, ella ha dicho donde quiere vivir, y les parece estúpido. Ella se avergüenza y se enfada. ¡Franco ha dicho que quiere ser piloto de carreras! ¿Eso no les parece estúpido? Frunce el ceño y se cruza de brazos, mientras la seño empieza a explicar qué harán este día.

- Si vos creés en tu sueño, lo vas a conseguir – le dice el niño, de repente. Ella lo mira, confusa. – Eso es lo que me dice mi abuelita. También dice que voy a ser el mejor piloto de carreras del mundo.

- Tu abuelita no puede saber eso – le replica ella.

- No puede saberlo, pero lo cree. Eso hacen las abuelitas, creen en sus nietos.

La dulzura e inocencia de Franco agradan a Valentina. Un poco de positividad no le viene mal a su vida en estos momentos.

- Todos se rieron de mí porque creen que mi sueño es estúpido.

- Los estúpidos son ellos. Yo amo el frío también.

- ¿Sí?

- Sí.

Valentina sonríe, y Franco le devuelve la sonrisa.

★★★

- La concha de tu hermana, Valentinita – gruñe Franco. – Me estoy cagando de frío.

- ¿No que amabas el frío, Franquito? – Se burla ella.

- ¿Cómo podés acordarte de eso?

Ella se ríe como única respuesta, mientras engancha su brazo con el de su mejor amigo. Desde aquel día que se conocieron, han sido inseparables, como uña y carne. Ahora están en la secundaria, ya son adolescentes, y su relación no ha cambiado en absoluto. Valentina sigue siendo tímida y tranquila, mientras Franco sigue siendo gracioso y nervioso. Ella lo calma cuando se altera, y él la saca de su zona de confort de vez en cuando.

- Amo el invierno – dice ella, totalmente encantada. – Tendrías que haber traído más ropa, pero sos tremendo forro.

- Boluda, te juro que traía una remera. Creo que la dejé en el auto de mi mamá.

- Sos un pelotudo de mierda.

- Para, Valentinita, no me quemés.

La chica vuelve a reírse, apoyando la cabeza en su hombro mientras caminan hacia la entrada de la escuela de secundaria. Franco suspira, nervioso por su cercanía. Para él no es un secreto que, su amiguita Valentinita, ahora es una adolescente muy hermosa. Era una niña muy bonita, sí, pero él era un niño que no se fijaba en eso, sólo en sus coches y sus karts. Ahora no piensa en otra cosa. Valentina está en su mente nada más despertarse, mientras hace la tarea, mientras corre sus carreras, mientras... Mientras todo. Y odia sentirse así. Es su amiga de la infancia, y sabe que ella es mucho para él. Por eso sabe que nunca se le va a declarar, por mucho que quiera, porque teme perderla.

Por otro lado, ella disfruta de su cercanía, sintiéndose muy cómoda. Para Valentina no es un secreto que Franco siempre le ha gustado, desde que eran niños. Siempre ha pensado que era muy lindo, siempre lo ha adorado de un modo muy alejado de la fraternidad, solo que ahora es consciente de lo que significan sus sentimientos. Está planteando declararse en algún momento, sabe que tiene posibilidades. Es la más linda de su curso, la más inteligente de su clase, y conoce a Franco; aunque él le dijera que no, jamás querría perderla, así que seguirían con su amistad. Ella está bastante segura de poder superarlo si él la rechaza. Pero siente que hasta que no se lo confiese, no estará en paz.

- Che, ¿hiciste lo de matemática? – Pregunta él de la nada, tratando de evadir sus pensamientos.

- Obvio – contesta ella, cosa que no le sorprende en absoluto. – ¿Y vos?

- Me olvidé. Fui a entrenar a lo de...

- Excusas, Franquito.

- Cerrá el orto, Valen – bufa, frunciendo el ceño. – Me tomo muy en serio mi carrera.

- Ojalá te tomaras igual de en serio la escuela – sigue molestándolo, y él la mira mal, pero se lo piensa mejor y hace puchero con sus labios. – No me mirés así.

- Pasame la tarea, no seas mala onda...

- La profe se va a dar cuenta.

- Esa vieja no sabe ni cómo te llamás, se va a morir dando clase.

- ¿Y a mí qué me importa? – Insiste ella. – Hacé tu propia tarea o no vas a aprender nada.

- Valentina – repite él, en su tono más persuasivo.

Sus ojos verdes son preciosos, para la desgracia de Valentina. Cuando la mira así se vuelve loca y desea besarlo o golpearlo por ser tan hermoso. Maldito chico estúpido.

- Te la paso, pero dejame tranquila – se rinde finalmente.

- Gracias, linda.

Ella rueda los ojos, y al fin llegan a clase, donde cada uno toma su asiento, él con su amigo Matías y ella con su amiga Anto. Antes se sentaban juntos, pero los separaron porque siempre estaban armando jaleo y distrayéndose el uno al otro.

A nadie le resulta lógica su amistad. Ella es la alumna modelo, es tremendamente inteligente y una de las chicas más lindas de la secundaria. Los profesores la adoran y sus compañeros la admiran. Nadie se burla de ella porque es tan agradable con todos, que es imposible reírse de ella. Es tranquila y aplicada, una niña de casa. Y él no es nada de eso. Es un pésimo estudiante, no es especialmente brillante, y la pubertad aún no ha obrado su magia en él, por lo que sigue pareciendo un nene con granos y voz de niño. Todos lo consideran medio raro por su obsesión con el karting, y nadie lo toma en serio. Se ríen de él a sus espaldas, aunque tampoco es que le importe, tiene demasiado carácter. Al menos, ya no es tan inquieto como cuando era niño.

Ellos sí lo entienden. Valentina sabe que su vida habría sido muy distinta si aquel día Franco no hubiese querido sentarse a su lado. Y Franco sabe que su vida sería muy distinta si aquel día no hubiese tomado la decisión de sentarse con ella. Ambos lo agradecen, pues se hacen la vida mejor el uno al otro. Son compañeros de aventuras y confidentes, pero sobre todo son compañeros de vida.

Cuando las clases acaban, los dos andan juntos hasta casa. Por coincidencias de la vida, resultaron ser vecinos, lo cual facilitó mucho al florecimiento de su amistad, y a día de hoy les ayuda a estar siempre en contacto. Sus familias se llevan bien también, y alguna vez han ido juntas de vacaciones.

Van peleando, como siempre. A veces él la molesta a ella, y otras veces ella a él.

- ¿Podés dejarme en paz?

- Mmm... No – sonríe él.

- Hoy estás siendo un pesado.

- Me amas.

- Apenas te soporto, boludo.

Los dos se despiden poco después, cada uno entrando a su casa. Ella, saluda a sus padres y a su hermanito, y luego ayuda a su papá a poner la mesa mientras su mamá termina de hacer de comer. Él, se siente horrible nada más que se despide de ella. Hay algo que no le ha contado a Valentina, porque no sabe si al final lo hará, y no quiere hacerla sentir mal. Primero, debe averiguar si sus padres lo dejarán, y le prometieron que hoy cuando regresara de sus clases, tendrían una respuesta. Le da miedo esa respuesta.

- Ya llegué – anuncia, dejando la mochila en la entrada.

- En la sala, Fran – la voz de su madre llega a sus oídos, y camina hacia esa habitación. Sus padres están en el sofá, y le extraña que no hayan hecho de comer. – Hola, mi amor. ¿Qué tal te fue hoy?

- Re bien, Valen me explicó un coso de mate y por fin lo entendí – cuenta con una sonrisa. – ¿Hoy no se come?

- Vamos a comer fuera – le dice su padre. – La ocasión lo requiere.

- ¿Qué ocasión?

- Tu papá y yo lo hablamos, y... Te dejamos ir a Italia.

La noticia le genera todo un conflicto. Por un lado, está feliz por tener el apoyo de sus padres para seguir sus sueños. Por otro lado, le aterra tener que irse solo a un continente distinto, a un país cuyo idioma no habla, lejos de su familia. Y lejos de Valentina. Se maldice a sí mismo por no poder sacársela de la cabeza.

- No parecés contento, ¿va todo bien? – Murmura su padre, que lo conoce bien.

- Sí, tranquilo. Sólo me siento un poco abrumado.

- Vos pensalo con calma, no hay apuro – lo tranquiliza. – Pero saldremos a comer igualmente.

- Eso está perfecto – asiente, forzando una sonrisa.

Y mientras van de camino al restaurante donde sus padres han reservado, Franco se da cuenta de algo. Se da cuenta de que lo que más le aterra es dejar a Valentina. Se da cuenta de que ella, o sus sentimientos por ella, le impiden seguir su sueño. Y le aterra aún más saber que, si quiere ser piloto de F1, debe deshacerse de esos sentimientos, y por tanto, de ella.

Le teme al futuro porque sabe que en él, no estará Valentina.

★★★

La adolescente mira el reloj y vuelve a pegar en la puerta, pero nadie responde. Normalmente la madre de su amigo los acerca a la escuela, pero esa mañana no hay rastro de ellos, y nadie la ha avisado, diciéndole si ha habido alguna emergencia. Así que cruza la calle y regresa a casa, para que su padre la acerque con el coche o llegará tarde.

Valentina está algo preocupada y bastante confusa, no sabe qué puede haber pasado. Franco no aparece en toda la mañana de clases, y por más que pregunta, nadie parece saber nada de él, aunque tampoco le extraña, ella es su mejor amiga, si ella no sabe dónde está, nadie más puede saberlo. Eso no la tranquiliza. Las dos últimas semanas, Franco se ha comportado de forma extraña. Era más cariñoso, y a la vez parecía estar turbado por algo, como si se sintiera mal por algún motivo. Un motivo que Valentina no lograba averiguar. Y ahora esto.

Regresa a casa pensando en el posible paradero de su amigo. ¿Y si ha tenido algún accidente? Eso explicaría la ausencia de no solo él, sino también su madre. Pero eso no la tranquiliza. Le cuenta a sus padres su preocupación, y ambos se la quedan mirando con lástima. Eso la hace ponerse en alerta máxima.

- ¿Él está bien? ¿Se lastimó?

- No, tranquila – la intenta calmar su madre. – Él está genial.

- ¿Entonces? ¿Qué pasó?

Sus padres se miran entre ellos, sin decidir cuál de los dos debe darle la noticia. Al final, es su padre el que toma las riendas. Tiene más tacto para decir las cosas.

- Me encontré a su mamá haciendo las compras algunas horas después de dejarte en clases, y le pregunté. Ella me dijo que acababan de volver del aeropuerto.

- ¿Qué?

- Franco tuvo la oportunidad de irse a Italia a vivir, para seguir con su carrera en los karts. Y la tomó.

En este preciso instante, Valentina siente algo que jamás ha experimentado. Pero no tarda en reconocer que así se siente un corazón roto, que así se siente cuando te arrebatan una parte de ti mismo. Las lágrimas salen de sus ojos como por acto reflejo.

- ¿Se fue sin despedirse?

- Su mamá me dijo que fue todo muy repentino, Valentina, no te lo tomes personal – la intenta consolar su padre.

- ¿Cómo no va a ser personal? – Replica, muy enojada. – ¡Es mi mejor amigo! ¡Ni siquiera me dijo que se iba!

- Valentina – susurra su madre, odiando ver a su pequeña con los ojos llenos de lágrimas.

- Lo odio – declara, aunque sus padres saben que no es verdad. – Tendría que habérmelo dicho.. ¿Por qué no lo hizo?

Rompe a llorar, pues la rabia no puede sostener más a la tristeza. Sus padres la abrazan, y ella trata de encontrar refugio en ellos, pero sabe perfectamente que jamás hallará tanta paz como la que hallaba cada vez que estaba con él.

Y algo en ella siente que jamás volverá a sus brazos, que el chico al que ama se ha ido sin decirle nada porque, a ojos de ella, él no la quiere.

Lo que no sabe es que Franco ha tomado la decisión más difícil y desgarradora de su vida, porque separarse de ella no era algo que hubiera pensado nunca.

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