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"Al final, no recordamos las palabras de nuestra enemigos. Sino el silencio de nuestros amigos "
Martin Luther King
Andrés está sentado en el sillón con los ojos abiertos. Mira hacia el techo y no se mueve.
No sé que piensa pero desde que despertó, está intranquilo.
- ¿Una pesadilla? - pregunto. No responde pero se tensa. Las venas de su brazo se marcan.
- olvidalo pequeñaja
-¿Pequeñaja?- repito y suelto una carcajada seca. Soy bajita. Sin embargo no me lo esperaba. Será quizás veinte centímetros más alto que yo. No es tanto ¿o sí?
- Solía tener pesadillas todos los días a los ocho años - digo. No creo que sirva para nada decir eso pero es la primera vez que lo expreso en voz alta. A An no podía decírselo. Me comentó una vez que el miedo a las pesadillas era para débiles. Que las personas fuertes no temen a sus miedos irracionales.
-¿Y si no salimos?
Su mirada salvaje se endurece. Y me doy cuenta de que ha creído a sus sueños.
-¿Qué soñaste?
-Nada importante.
Su mirada se vuelve sombría.
-Eres estúpido si te crees tus propias pesadillas. -me burlo- No era real. Igual que no era real que al hombre le saliesen cuernos cuando me drogaron.
Andrés me mira con furia. Su cabello rebelde tapa parte de su frente. Su mirada cambia a una de asco.
-Gracias por tu opinión.-dice firme y murmura un insulto. Me levanto con la misma ira que expresa y levanto el puño para golpearle pero no se mueve. Como si se resignase. Bajo el brazo.
Golpeo su hombro y él me mira sin expresión. Un nudo se instala en mi garganta. Mi mente se queda en blanco.
Me tiro al colchón harta de su actitud. De su miedo. De su influencia sobre mí.
-Solo dilo. -murmuro.-¿Qué soñaste?
-Mi padre, estaba en el suelo. Escupiendo sangre -narra - Y yo iba a ayudarle a levantar. Pero no podía caminar, mis pies estaban llenos de sangre. No podía moverme... - Su voz se vuelve grave. Veo las vendas que cubren sus pies
- Sin mí en el pueblo. Él va a morir de hipotermia. Se queda dormido en la calle. - explica. Cierra los ojos y apoya su cabeza en el sillón.
No hablo. Ni se que decir. Quisiera negar que aquello fuese a ocurrir pero me es imposible.
El silencio nos envuelve pero es común. Pienso en su padre y en la posibilidad de que sea su culpa el sufrimiento del chico. ¿De verdad ha sido capaz de hacerle tanto daño a una persona que solo se preocupa por él ?
Quiero decirle la verdad.
-Creo que nos ha secuestrado una pandilla
- ¿Conoces alguna pandilla? -pregunta. No pienso decirle que pertenezco a la banda de Kek.
- He oído hablar de ellas y creo que tu padre pidió dinero prestado a una banda callejera
-¿Por qué estás tan convencida?
-Los que quería información sobre mi hermana pertenecen a una
-¿Los que me obligaron a caminar sobre cristales?
-Sí. Supongo que estamos aquí como moneda de cambio. Y mientras, nos torturan
-¿Crees que An debe dinero también?
No respondo. Sinceramente no tengo ni idea. Ni siquiera puede mantenerse con vida.
Andrés se acerca y me mira con seriedad.
-Perteneces a una pandilla ¿Verdad?
No respondo.Agarra mi brazo.
-Responde.
Me suelto de su agarre y lanzo una patada a su tobillo. Cae el suelo y grita de dolor.
-No vuelvas a darme órdenes. No te debo nada.
-Pequeñaja no me debes nada pero no crees que lo mínimo después de verme así -señala sus pies- Es conocer ¿Por qué estoy aquí?
-Si lo supiese ya te lo habría dicho.
Fruce los labios y se lleva una mano al cuello. Estira su cabeza hacia atrás y bosteza. Se levanta haciendo una mueca y se tumba en el colchón. Me tiro a su lado.
-Estoy inválido.
-Así es señor veloz.
Me mira sorprendido y se ríe. Le imito. Comenzamos a reírnos a carcajadas. Como un par de locos.
Entre risas, su rostro se a acercado al mío. Veo su sonrisa y sus ojos por primera vez, brillando.
-Cuida tus pies - digo al fin y desvío la mirada- Vamos a salir de aquí
***
La puerta se abre y tres chicos entran por ella. El último la cierra con fuerza. Dos de ellos agarran a Andrés que lucha por zafarse. Le tiran al suelo.
Comienzan a patearle. Grito que lo dejen y le lanzo una patada a uno.
El tercero aprieta mi brazo y me tira hacia el colchón. Mi espalda se golpea contra el suelo. Maldigo sin tener tiempo de moverme. El mismo, me agarra y me tumba en la cama.
Aprieta ambas muñecas sobre mi cabeza.
-Que bello ejemplar tenemos aquí -- se carcajea sobre mi cuerpo. Siento su apestoso aliento sobre mi nariz. Quiero moverme pero el peso de su cuerpo está sobre el mío.
Sus ojos verdes brillan cuando ve las marcas sobre mi brazo.
-Veo que Inku ha dejado su señal en ti. Debe de tenerte cariño porque no estás casi herida.
Escucho a Andrés gemir. Los golpes sobre su cuerpo han cesado.
Se ríen de él. Está encogido en el suelo. Uno de ellos vuelve a patearle.
-¡Haz que pare! -chillo. El que se encuentra sobre mí sonríe.
-Eso podemos arreglarlo fácilmente...
Mete una mano bajo mi camisa. Me remuevo.
-cambiate por él. -murmura y siento un nudo intenso en la garganta que me ahoga.
Andrés me observa y se levanta. Se tambalea y se lleva una mano al pecho. Sus pies deben doler como fuego. Las vendas están ensangrentadas.
- ¡Dejarla!- grita.
Trato de evitar su toque pero es inútil. Continúa tocándome a su antojo.
El miedo recorre mi cuerpo. Me muevo pero es en vano. Uno de ellos, el que tiene la piel amarillenta, agarra a Andrés y lo empuja lejos de mí cuando está a punto de tocarme.
-Recuerda lo que nos dijo - habló el otro que tiene cara de ratón mirando a mi secuestrador. No veo ni al rubio ni al mastodonte.
-Sólo me divierto un rato con la mercancía...
-demonos prisa. Luego juegas - responde cara rata mirando hacia la puerta.
Chillo cuando su mano se sobrepasa subiendo por mi camiseta. Continúa tocando ese punto con satisfacción. Lloro de impotencia. Mi pesadilla se está personificando.
-Detente - murmura Andrés con voz ronca. Su ojo izquierdo apenas se abre.
Él llega hasta el colchón y empuja al chico que se carcajea sobre mí. No logra separarlo. Los otros dos ven la escena, burlándose.
- Sí, salvala-dice uno.
-Que héroe estás hecho. - continúa la rata.
La mejilla de Andrés esta hinchada y se lleva una mano al pecho con la respiración acelerada. Suda.
Los otros dos vuelven a coger a Andrés y le golpean como si fuese una pelota.
-¡Deteneos! Por favor ¡Parad!
La puerta se abre estrepitosamente y ocho hombres entran. Van de blanco.
El chico se separa de mí. Pálido.
Los tres tratan de huir por la puerta pero es tarde porque los hombres de blanco se los han llevado a rastras.
Corro hasta Andrés y me tiro a su lado. Toco su rostro y palpo su pulso en el cuello. Es débil.
-Por favor dime algo. -pido.
Zarandeo su cuerpo y hace una mueca de dolor. Abre los ojos.
-¿Estás bien? -me pregunta uno de los hombres. El único que se ha quedado. Me mira apretando sus labios. Le miro con desconfianza y no contesto.
-Andrés. Dime algo-suplico. Y miro al extraño. El de blanco, ladea la cabeza y entrecierra los ojos. Se lleva una mano a la boca. Coloca su mano sobre mi hombro.
-¿Qué le ocurre? -pregunta el hombre, como si no fuese evidente.
-¡Miralo! ¡Le han golpeado!-grito viendo como trata de respirar. Le pido que se incorpore y lo hace con esfuerzo. Hace una mueca sentándose.
-¿Estás bien? -pregunta y aprieta mi mano.
-Yo sí. Pero tú...
-¿Quién es él? --pregunta Andrés mirando al de blanco. No sé que responder. Es la primera vez que le veo.
-¿Qué hacemos aquí ?-le pregunto. No parece policía ni alguien que viniese a rescatarnos pero es obvio que nos ha salvado.
-Todo va a estar bien -dice en un tono conciliador que me estremece. Como si yo estuviese transtornada. Solo me mira a mí. Ni siquiera se fija en el chico que trata de respirar.
No entiendo qué quiere decir.
-¿Quienes sois? -vuelvo a preguntar.
- estás a salvo-murmura y siento un pinchazo en el cuello. Mis ojos se están cerrando.
-Andrés --murmuro y agarro su mano antes de sumirme en la oscuridad.
***
Abro los ojos en la cama. Los recuerdos cruzan por mi mente adormilada. Junto a mi está Andrés.
Le observo.
Duerme plácidamente. Sonrío. Cuando descansa lo salvaje de su ser apenas se aprecia.
Acaricio su cabello un segundo.
Y entonces me doy cuenta de que ya no está el viejo sillón. Miro donde estoy tumbada y es una cama de matrimonio. Una cama, no un colchón sucio y una manta áspera.
Una cama y una colcha calentita y blanca sobre las que estamos ambos.
Me quito la colcha. Llevo la misma ropa.
Me levanto. Estamos en otra habitación. Ésta es una estancia iluminada, sin ventanas y con una mesa en el centro con dos sillas. Todo es blanco e impoluto.
Un contraste asombroso con el pequeño lugar en el que estábamos cuando fuimos secuestrados por la pandilla.
Camino hacia la puerta. Intento abrirla pero está bloqueada.
Vuelvo a la cama y me tumbo. Solo he andando unos pasos pero mi cuerpo me pide descansar. La garganta me arde. El cuerpo me duele y apenas logro caminar sin temblar.
Vuelvo mi vista a un dormido Andrés. Su rostro tiene distintos tonos por los golpes. Una mezcla entre morado, rojo y verde. Su labio inferior está partido y su párpado izquierdo, violeta.
Agradezco que esté dormido porque el dolor debe ser atroz.
Cierro los ojos e intento descansar pero el brazo derecho me duele horrores y solo logro dar vueltas sin sentido. El estómago me ruge, llevo varias horas sin comer.
Abro los ojos y me fijo en un plato de comida en la mesa, seguramente no lo vi antes.
Me levanto como puedo y me siento en la silla.
Comienzo a comer con avidez.Cuando voy por la mitad recuerdo al chico y me detengo. Estoy tentada a comer más y mis ganas de fumar no ayudan.Bebo agua.
Los platos y el vaso no son viejos ni desgastados como los anteriores. Los hombres de blanco debieron trasladarnos a otro lugar.
Vuelvo a paso lento a la cama. Me tumbo con pesadez.
La puerta se abre y un hombre entra. Lleva una camiseta blanca sin estampado y un pantalón del mismo color.
- Hola Sofía. Me alegra que estés despierta. Por favor acompañame, tienes visita.-habla con una calma preocupante.
-¿Qué hago yo aquí? ¿Quién eres? -pregunto.
-Por favor, acompañame
Me levanto pero me mareo. Quizás la visita inesperada me ayude a entender dónde estoy. Sujeta mi brazo y me ayuda a salir.
Caminamos en silencio.
Su andar es firme. Su mandíbula marcada y su cabello castaño claro, tiene una barba recortada. Debe tener unos treinta años, me mira con una sonrisa. Cuando se da cuenta de que le observo. Me fijo en el lugar.
El pasillo es muy iluminado y de un tono beige brillante. El suelo es de mármol del mismo tono. Llegamos hasta una puerta blanca. Él abre la puerta y veo una vidriera con un teléfono. Al otro lado hay una mujer.
-¿Mamá? -digo y mi cuerpo tiembla.
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