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El dolor que sientes hoy es la fuerza que tendrás mañana
Me arrastra por el pasillo. Su brazo agarra mi brazo. No es la misma persona que me golpeó.
Trato de levantarme porque todo mi cuerpo roza contra el suelo. Mis rodillas sangran al contacto contra el frío mármol. Cada parte de mi cuerpo chilla de dolor. Me han golpeado sin descanso y aunque han pasado dos o tres horas desde aquello,el dolor no ha cesado.
—Déjame levantarme —trato de hablar. Apenas sale un hilo de voz. Mi voz está afónica.
Logro incorporarme aunque mi brazo sigue siendo jalado sin piedad. Me obliga a caminar a prisa. Escucho el sonido de la puerta cerrarse. Estoy en una sala blanca.
Escucho un crujir metálico que parece el sonido de una puerta en una película de terror, no se de dónde viene.
Me sienta en una silla. Me ata a ésta. Colocan algo en mis piernas. Una especie de puntas duras de hierro a la altura de la rodilla. Dos a cada lado. Quedo quieta. Si me muevo dolerá más.
Miro a ambos lados vigilante pero pasan los minutos y nadie entra.
Es la primera vez que salgo desde que huí. Cuando me cogieron me lanzaron a mi habitación y durante horas no recibí noticias de nadie. Nadie entró, no recibí comida. Nada. Así que opté por dormir. Mi cuerpo fatigado me lo agradeció.
Comienzo a sentir unas pequeñas descargas en las piernas. Como un hormigueo.
Laura
Son descargas eléctricas. Aprieto los ojos con el corazón a mil.
Una lágrima cae.
Las descargaras terminan. Escucho gritos desgarradores. De tal forma que me estremezco.Es un chico.
El tiempo corre y las descargas han cesado. Dos lágrimas salen. Estoy completamente aterrorizada. El dolor vuelve a mis rodillas, han vuelto a comenzar y ésta vez con intensidad. Quiero suplicar que paren pero las descargas se vuelven cada vez mas fuertes. Me muerdo el labio para no gritar.
No supliques. Y jamás chilles.
Me había dicho An antes de entrar a formar parte de la pandilla. Si algo pasaba debía mantenerme fuerte.
Siento como todo mi cuerpo se estremece. Mis piernas arden y transportan el dolor a todo mi cuerpo.No pediré clemencia.
"Hay personas que difrutan causando dolor" Solía decir mi hermana.
Una gota de sangre se resbala por mi tobillo. Mis ojos pican del intenso dolor.
Me imagino como admiran mi sufrimiento. Debe haber cámaras. El dolor se detiene. Solo unos segundos. Ceso de morderme el labio.
Las descargas vuelven y me revuelvo intentando calmar la agonía.
Se hacen tan fuertes que mis gritos resuenan con intensidad.
Me remuevo sin descanso. Quiero suplicar pero todo mi cuerpo intenta resistir. Deben haberlo subido al nivel máximo. Es la única opción posible.
Las descargas cesan. Mi respiración es tan agitada que me cuesta coger aire. Apenas logro respirar, mis costillas duelen. Alguna debe estar partida tras la intensa paliza.
Por suerte, pese a los golpes, no tocó mi rostro. Solo tengo el labio hinchado por uno de los golpes.
Los pinchos se clavan en mis piernas. Siento la sangre brotar. Chillo.
El dolor se intensifica.
Quieren cortarme las piernas.
—Parad. ¡Por favor! ¡Detenéis! —chillo. El miedo me obliga a reaccionar. Quiero levantarme. Muevo los brazos.
El dolor cesa.
No siento los dedos de los pies. Mis piernas sangran. Solo veo el color rojo bajar por ellas pero al parecer no están cortadas.
Las bridas que sostienen mis brazos se desatan automáticamente.
Trato de levantarme. Caigo al suelo, no puedo caminar. Mis piernas sangran tanto que mi vista apenas puedo visualizar nads.
Dos hombre entran. Lo sé por sus trajes blancos pero no logró enfocarlos. Agarran mis brazos y me levantan.
Chillo del dolor en las piernas. Trato de permanecer despierta. La cabeza me arde y apenas puedo respirar.
Me tumban en una camilla.
—Sédala —pide uno.
—Puede morir. El producto 45A-25 aún sigue en su organismo.
—Hazlo —ordena el otro. Mis ojos se cierran pero permanezco despierta.
— La necesitamos viva. Hay secuelas por los golpes.
— Debemos correr el riesgo. Hazlo.
Siento como alguien sostiene mi brazo e introduce una jeringuilla en él.
****
He terminado de desayunar y estoy sentada en la cama observando la ropa que llego puesta. Cada día Magdalena se encarga de cambiarme la ropa y me ducha.
El esfuerzo físico de estos días ha dejado mi cuerpo amoratado.
A pesar de la paliza que recibí, no ha habido descanso.
Todas las mañana me obligan a entrenar mi cuerpo. O la mitad de él porque ya no puedo andar. Tengo las rodillas vendadas y aunque lo intento es imposible caminar. Magdalena me transporta de una sala a otra en silla de ruedas.
Imagino que si es un manicomio los locos deberíamos pasar tiempo juntos pero ni una sola vez me he encontrado con los demás. Ni siquiera con la joven rubia.
Mis labios se secan, tengo sed. Sin embargo sé que mi enfermera no llegará hasta la hora de comer.
Por muchas preguntas que haga, ella no responde ninguna. Así que he decidido no hablar. Todas mis esperanzas de salir con vida han volado.
A veces me colocan en aparatos y me dan descargas eléctricas intensas. En esos momentos deseo morir. Otras veces analizan las reacciones de mi piel a ciertos productos. A veces me pinchan productos.
Ahora no puedo correr, no puedo moverme, soy su juguete.
Ayer nada más cenar me coloqué la bata blanca y dormí. Mi cuerpo no acostumbrado a tanto esfuerzo se debilita.
Me muevo sobre la cama y me quejo al notar dolor en el hombro. Aunque no es menor que el del resto del cuerpo. Decido tumbarme.
Recordar a Andrés es una tortura horrible. Y saber que no es real aún mayor. Solo deseo volver a mi condición anterior y poder verle. Aunque sea para contarle cómo me siento. Si no tengo a An, quiero a Andrés de vuelta. La ira me inunda.
Me tiro al suelo y me arrastro hasta la puerta. Doy un puño a la pared.
Doy otro pero esta vez a la puerta. Mi mano arde. Sigo arrastrándome hasta la cómoda. Agarro un cajón vacío y lo estrello contra la puerta. Cojo otro cajón y lo lanzo gritando el nombre de Andrés.
Mis ojos se humedecen. Comienzo a llorar.
Alucinaciones, alucinaciones, alucinaciones ...repite mi mente racional.
Me acerco a los cajones rotos, aún con lágrimas en los ojos.
Intento levantarme sujetandome del pomo de la puerta. Me pongo en pie pero mis piernas tiemblan. Noto como me desequilibro. Caigo al suelo.
Pero al caer un trozo de madera se clava en mi espalda.
El hombro derecho siente un dolor desgarrador y mi espalda nota el golpe.
No tengo fuerzas ni para chillar.
Mis ojos están cerrados del dolor.Tras unos instantes mis pulmones cogen aire.
Miro una de las astillas con ojos brillantes. Quizás puedo acabar con mi sufrimiento. Sé que los cristales cortan con mayor precisión que la madera pero no soporto más.
—¡Sofía! —exclama Magdalena al entrar.
—Por favor. Dejame salir —suplico en el suelo.
Ella me levanta y me lleva en brazos hasta la cama.
—Podrías ¿Traerme un libro?—digo. No entiendo porque tengo este deseo por leer. La miro a los ojos con pura agonía.
Se queda en silencio.
****
Cuento los días arañando la mesita a mi lado. Sea porque murió o por la medicación frenó mis alucinaciones llevo ocho días sin Andrés.
El sonido de las ruedas moviéndose es lo único que se escucha en el pasillo.
Hemos bajado dos pisos en el ascensor. Magdalena me guía girando a izquierda y derecha como por un laberinto. Conoce bien el lugar.
No recuerdo haber tardado tanto en llegar a ningún sitio pero no digo nada. El silencio entre nosotras es constante.
Abre las puertas de un lugar sin llave y entra sujetando mi silla de ruedas.
Visualizo la estancia. Esta llena de estanterías repletas de libros. Es una biblioteca.
— elige cinco libros. Tienes solo tres minutos.
Muevo la silla con las manos.
Recorro uno de los pasillos. Cojo dos libros que parecen interesantes simplemente por el título. Los coloco sobre mis piernas esperando que no caigan.
Sigo por otro pasillo. Escojo el más alejado de la entrada. Un libro llama mi atención : La Biblia.
Apenas parece usado. Pienso en la religión de Kali. No tengo ni idea de si puedo leer este libro, en algunos países esta prohibido y este lugar es terrorífico. Una idea cruza mi mente. Arranco la portada del libro y busco otro con la misma anchura que este. Escucho los pasos de Magdalena. Cambio las portadas lo más rápido que logro.
—¿Ya has elegido ? —pregunta. Nos miramos y afirmo con la cabeza. El pensamiento de huir cruza pro mi mente. Quizás lanzarle la estantería y huir.
— No lo intentes — dice. Debí pasar demasiado tiempo mirándola.
Quiero hacerlo pero un dolor intenso cruza mi rodilla. Ella se acerca y aprieta una de ellas. Chillo. Susurra muy cerca de mi rostro.
—Sé inteligente. Busca el momento adecuado. Éste no lo es — dice y todo atisbo de dulzura se ha ido.
Agarra la silla de ruedas y cruzamos las estanterías. Llegamos hasta las puertas. Me pide con la mirada que coloque los libros en un maletín de emergencia que tiene ella. Lo hago.
Salimos por la puerta.
—Sofía estás respondiendo bien al tratamiento —dice con su tono dulce habitual cuando cruza un médico con una carpeta cerca de nosotros.
***
Lo único que me mantiene con vida son las promesas que se encuentran en la Biblia. Kalila lleva razón cuando dice que es un libro extraordinario, lástima que nunca he hablado con ella sino que me he enterado por rumores.
—Si quieres leer.Debes seguir mis instrucciones — me decía Magdalena.
Afirmé. Ella se agachó con disimulo y lo escondió entre las sábanas.
- Sólo podrás leer de 5 a 6 de la madrugada ¿Entendido?
-Sí
- Si no lo haces tendré que quitartelos
- Pero no tengo reloj
-yo te despertaré.
He decidido memorizar los versículos. Mis preferidos son los salmos. Pero amo el salmo siete. Me lo sé de memoria. Hay algo en él que me consuela.
***
Grito aterrada ante el sueño tan espeluznante que acabo de tener.Me siento en la cama y dos lágrimas minúsculas resbalan por mis mejillas.
Mi frente y todo mi cuerpo emana sudor, recordando así las veces que he tenido que esconderme o huir a casa de mi amiga An cuando mi madre se ponía violenta.
Me levanto aún con el corazón acelerado y hago una mueca al notar el dolor en la espalda.
-Sofía - susurra. Es Magdalena. Su tono dulce me irrita porque su mirada es de completa indiferencia.
Mi corazón aún está acelerado y mis mejillas cristializadas. Sin embargo parece no importarle. Quizás esté acostumbrada.
-Es hora de leer -afirmo. Mira hacia los lados,vigilante.
Abro la Biblia.
Ella sale como vino.
Comienzo a leer, leo casi diez salmos. Cuando voy por el veintidos ya es la hora de cerrar la Biblia. Lo repito para memorizarlo
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes;Y de noche, y no hay para mí reposo.
Cierro la Biblia con intensas ganas de llorar. Me rompo sin Andrés. No quiero tomar más pastillas. Sólo quiero verle.
—Jesús ¿Andrés es real? —pregunto dejando la Biblia escondida en la almohada.
La puerta se abre con estruendo y llega Magdalena. Por primera vez desde que está aquí su rostro cambia.
Ya no tiene el control, parece poseída y sus ojos están rojos.
Se acerca a paso rápido y me agarra.
—Sal, Sal de este infierno
Me zarandea y me hace daño. Me quejo pero no me suelta.
Mi corazón se acelera temiendo que cometa alguna locura. Está fuera de si.
Aparece un hombre al que nunca he visto y llega hasta Magdalena. Supongo que es un médico por su bata blanca. Ella tiene el pelo despeinado, su mirada es aterradora y su expresión espeluznante.
—¡No¡ ¡No! ¡No me toques! —chilla y se agarra a mí.
Tiene los musculos marcados, la cabeza pequeña y una mirada es dura. Camina hacia ella y le pincha algo en el cuello con una jeringuilla.
Cae al suelo inerte. La agarra como si fuese un trapo.
Me levanto motivada por las palabras de Magdalena y camino cojeando. La puerta está abierta.
Él no me detiene, solo me mira con crueldad.
Cojeo por el largo pasillo de manera patética. Las piernas no logran equilibrarse. Caigo y me arrastro por el pasillo. Las luces intensas causan ardor en mi vista. Con lo despacio que voy no puedo llegar lejos pero tampoco me detengo. Me doy cuenta de que estoy en el mismo sitio en el que me secuestraron con Andrés. Solo me han cambiado de habitación.
Mis piernas arden ante el roce contra el suelo y mi corazón teme. Un médico aparece por el pasillo.
Zizagueo al lado izquierdo, luego al derecho. Aún arrastrándome.
El da solo un paso y me agarra con sus brazos de hierro.
Un golpe en la espalda me obliga a doblarme de dolor.
Nunca supliques
Giro mi cabeza y veo al médico con la mano abierta. Mi piel arde ante otro golpe. Me muerdo el labio.
—No vuelvas a intentar salir. Si quieres a las malas. Irás a las malas.
Me agarra con una mano y me obliga a arrastrarme hacia mi puerta. El ardor es insoportable.
Queridos lectores,
¿Creéis que Andrés es parte de la alucinación ?
¿Qué sabe Magdalena?
Prnto más y mejor
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