
Introducción
La pequeña niña se acercó a su padre con pasos temblorosos, mientras lágrimas salían de sus hermosos ojos verdes.
—¿Scarlett, qué pasó? —le preguntó él, mientras sentaba a la niña a su lado en el banco.
—¡Brice me empujó! Me lastimé la rodilla —exclamó la pequeña, sin dejar de llorar.
—Seguro fue un accidente. Ven, déjame limpiarte. —El padre colocó a la niña en su regazo, mientras ella colocaba sus manitos detrás de su cuello para sujetarse. Sacó un pañuelo y el agua oxigenada que siempre llevaba para estos casos, limpió la sangre de la rodilla de la pequeña y luego le puso una bandita.
—¡Me sigue doliendo! —chilló la pequeña al pararse.
—Tranquila hija, solo es un raspón —murmuró su padre, dejando una caricia en su oscuro cabello— Mira quién viene ahí.
La niña volteó en dirección a donde miraba su padre y vio una pequeña cabecita rizada, cuyo dueño miraba hacia abajo mientras se acercaba a ella.
—¡Tú me empujaste! —lo señaló con su pequeño dedito y gritó con su voz de niña, sin dejar de llorar.
—Fue sin querer, lo siento —el niño levantó la mirada y ella pudo ver sus ojos. Se lo veía arrepentido.
—¡Pero me duele! —sollozó.
—Perdóname, por favor —se acercó a la niña y colocó sus bracitos alrededor de ella en un abrazo—. Se te pasará, Star. Y tú puedes aguantar el dolor, porque eres fuerte.
—Te perdono, Brice —la niña le devolvió el abrazo.
—Ya vamos, Scarlett —la llamó su padre.
—Me tengo que ir —Scarlett beso la mejilla del niño, y luego volvió con su padre hecha un tomatito. Le tomó la mano y se fueron caminando hacia su casa, que no quedaba lejos.
El pequeño Brice llevó su manito hacia su mejilla, donde los labios de la niña que le gustaba habían estado, mientras con la otra saludaba a Scarlett que se alejaba caminando tranquilamente con su padre.
Brice regresó a su casa y vio a sus padres muy preocupados, hablando por teléfono.
—¿Mamá, qué pasa? —preguntó, pero solo obtuvo como respuesta una seña que le indicaba que guardara silencio.
Tras varios minutos de oír a ambos protestar y dirigir miradas de enfado a cualquier lugar donde no cruzaran miradas con él, se dio por vencido y subió a su habitación.
Por otro lado, el padre de Scarlett se encontraba en la misma situación. Caminando apaciblemente por la acera, llevaba en una mano a su hija y en la otra el celular. Scarlett no sabía por qué se encontraba tan consternado, pero no dijo nada. Seguía concentrada en su rodilla herida, de la cual seguía escapando un poco de sangre por debajo de la bandita. No le gustaba llorar, pero le daba mucha impresión y no podía evitar hacerlo. Lloraba en silencio, para no molestar a su padre. Pronto llegarían a casa y su madre podría ocuparse de ella. Tan solo esperaba que no la llevase al hospital. Scarlett odiaba el hospital. Aunque estaba preocupada porque todavía no dejaba de sangrar, quizás no se quejara mucho ante la amenaza de la llevaran a aquel lugar tan espantoso.
Brice estaba aburrido. Miraba por la ventana al parque frente a su casa. No había absolutamente nadie; sino, capaz podría volver a jugar otro rato. Pero no, la única de sus amigos que diariamente lo frecuentaba era Scarlett, y todo había salido mal con ella esa misma tarde.
Finalmente, su madre entró a su habitación. Se sentó en el borde de su cama y le indicó al niño que la acompañase. Cuando él estuvo junto a ella, dejó un beso sobre su cabecita rizada.
—Brice, cariño —le dijo dulcemente—, papá y yo tenemos que irnos. Algo malo pasó con un asunto del trabajo y es urgente, pero ya viene la niñera.
—¿Otra vez? —protestó el niño.
—Lo siento —murmuró ella, haciendo una mueca—. Si estás despierto cuando regresemos, miraremos una película juntos, ¿de acuerdo?
—Está bien —dijo él, resignado.
La niñera no tardó en llegar. Estaba en su último año de secundaria, y solía dejar a Brice jugar a lo que quisiera, mientras no la molestara. Brice se quedó en su habitación, intentando entretenerse, pero no le dio mucho resultado. Hiciera lo que hiciera, siempre volvía a aburrirse. Se recostó en la cama y decidió esperar a sus padres.
No llegaron.
Brice había bajado con la niñera porque ya no le gustaba estar solo. Era tarde, demasiado tarde, y la chica también intuía que algo estaba mal. Intentó llamar a los padres del niño, pero ninguno de los dos atendía las llamadas. Lo curioso era que ningún teléfono aparecía como apagado u ocupado. Simplemente nadie contestaba.
La niñera decidió quedarse. Avisó a sus padres que no podía dejar a Brice solo. Pero cuando amaneció y no había rastros de la pareja, su preocupación se incrementó lo suficiente como para pedirle a sus propios padres que fueran a la casa. El pequeño de cabezo rizado dormía en el sillón. Había intentado quedarse despierto, pero al final el sueño había ganado la batalla. Cuando los adultos llegaron a la casa, se comunicaron con la policía. Media hora más tarde les comunicaron lo que había sucedido.
El periódico local estaba horrorizado, y no supo disimular la noticia para que no impactara tanto. Tenían que contar la verdad: que nueve cuerpos habían sido encontrados esa mañana, masacrados. La noticia no tardó en difundirse, primero por toda la zona y rápidamente a nivel nacional. Había sido un homicidio atroz.
Esa noche, cinco niños quedaron huérfanos. Los llevaron todos a la estación de policía.
Cuando Brice se encontró con Scarlett, corrió directo a sus brazos. Debía haberlo imaginado, sus padres trabajaban juntos, y ahora ambos estaban paralizados por el terror. La niña sollozó amargamente en sus brazos. Él, por otra parte, sentía un nudo en la garganta y las manos temblorosas, pero no pudo dejar salir ni una sola lágrima.
Finalmente, se separaron. Tenían que tomar asiento en un banco, junto a los otros niños. Dos de ellos también eran de su edad, pero la tercera era una pequeña niñita que no debía tener más de dos años. Era rubia, y su corto cabello se ondulaba en las puntas creando adorables ricitos. A Scarlett la impactó mucho verla allí, tan sola, observando a su alrededor con temor. Se acercó a ella y le preguntó si quería que la alzara en brazos. La pequeña asintió con la cabeza, y Scarlett la levantó y se sentó con ella sobre su regazo. La rodeó con sus brazos, abrazándola tiernamente, y la niña se dejó envolver por ella.
Ninguno de los niños decían nada. Ninguno podía encontrar palabras ni siquiera dentro de su conciencia. Tan solo escuchaban el fuerte palpitar de sus corazones, como en ese momento en que, sumidos en la más profunda de las pesadillas, reconocemos que estamos soñando e intentamos despertar. Solo ellos no podían despertar de la misma realidad.
Finalmente, la policía y asuntos sociales los reubicaron. Para Brice, y el otro niño, Francisco, habían encontrado familiares que podían ejercer la tutoría legal. Las niñas, en cambio, se encontraban en una situación difícil.
Scarlett tenía solo a sus dos abuelas vivas, pero ambas se encontraban en cuidados de geriátricos porque ni siquiera podían cuidarse a ellas mismas. La pequeña que tenía en brazos, Maddison, tenía un tío en una institución mental, y ningún otro pariente que pudiera ejercer la tutoría legal.
La niña restante, Charlotte, tenía una tía que podía hacerse cargo de ella, pero tenía antecedentes por drogadicción con síntomas de violencia y dos denuncias por narcotráfico.
Las tres iban a ser ubicadas en el orfanato más cercano.
Los niños iban a ser enviados con su familia.
Y sin embargo ninguno sabía que diez años más tarde la tragedia volvería a entrelazar sus vidas.
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