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EPÍLOGO























Pov Magnus.
















-Y después de que papi me diera unas palabras de aliento, tomé mucha fuerza y pensé en ti y derroté a mí oponente –finalizó Max completamente emocionado.

Tanto Alexander como yo, lo miramos enternecido. Siempre que ocurría un acontecimiento importante en la vida de mi pequeño Max, pedía venir a visitar a su abuelo para contarle todo. Yo aún recordaba la primera vez que Max me había preguntado por mi padre. Alexander siempre lo llevaba a casa de Robert y Maryse, siempre venía completamente feliz después de visitar a sus abuelos. Una noche me preguntó si podría visitar a mis padres y ahí tuve que decirle la verdad, claro, con toda la delicadeza con la que le puedes hablar a un niño de tan sólo cuatro años sobre el cómo tu madre te abandona y tu padre te amó hasta perecer bajo el terrible cáncer, que se lo había llevado a una vida mejor, donde no había sufrimiento y donde todo estaba en paz. Max se hacía sentido entristecido y había casi que exigido que lo lleváramos a visitar a su abuelito fallecido.

Y allí estaba...

Siempre que sucedía algo, Max corría hacia la tumba de mi padre para contarle todo lo que ocurría en su vida. Rafael, por otra parte, lo acompañaba y siempre se encargaba de dejar reluciente la lápida y poner un bello ramo de rosas sobre ella. Lo cambiábamos casi semanalmente.

-Ey abuelito –saludó Rafael–. Me hubiera encantado conocerte –dijo de nuevo. Siempre decía aquello cuando llegaba a visitarlo–. De verdad debiste ver a Max, es muy bueno en karate, papi Alec lo entrena muy bien.

-Soy el mejor –dijo el pequeño niño mientras le sonreía abiertamente a su hermano Rafael, el cual soltó una risita y le revolvió el cabello.

-Sí, en verdad lo es –halagó Rafael abrazando con fuerza al menor.

-Ahora debemos irnos, ¡es mi fiesta de cumpleaños! ¡Ya soy un niño grande! Ya tengo seis años –dijo con orgullo Max mientras sonreía abiertamente.

-Por supuesto que sí mi pequeño arándano, ya eres un niño grande –dije yo mientras lo tomaba en brazos.

-Ayah, ya estoy muy grande como para que me cargues, los niños grandes caminamos, ¿verdad Rafa?

Mi pequeño Rafael soltó una risita antes de mirarme con dureza.

-Es cierto Ayah, Max es un niño grande y no pueden seguir cargándolo –reprendió con seriedad. Max asintió con fervor y pareció realmente alegre cuándo lo deposité suavemente en el suelo.

-Adiós abuelito –se despidió Max y se inclinó para dejar un suave beso sobre la tumba de mi padre. Rafael hizo lo mismo y después de tomarnos de las manos, nos dirigimos hacia la salida...

Y nuevamente sentí aquel aire en mis mejillas. Lo sentía cada vez que venía a ver a mi padre y aquello me hacía sentir realmente feliz.

-También te extraño papá –musité suavemente mientras una pequeña sonrisa se escapaba de mis labios.















ʕ•ܫ•ʔ


















- ¿Cómo está mi pequeño M&M? –Saludó Robert tan pronto cómo llegamos a la casa. Max soltó una risita y se aferró con fuerza a su abuelo.

- ¡Yo soy un niño grande abuelito! –Dijo sonriendo con orgullo.

-Claro que sí, ya lo eres mi amor –dijo aquel hombre mientras lo tomaba en brazos. Max parecía gustoso por ser cargado por su abuelo. Yo lo miré arqueando una ceja mientras posaba mis manos en mi cintura.

-Espera un momento, ¿no te dejas cargar de tu padre pero si de tu abuelo? Eso me parece injusto –declaré totalmente ofendido.

-Es que para mi abuelito yo siempre seré un bebé –declaró el pequeño.

-Claro que sí, siempre serás mi bebé –afirmó Robert sonriendo–. Por favor Magnus, no te puedes poner celoso por ello.

Yo le saqué infantilmente la lengua y Robert rodó los ojos mientras reía y dejaba a Max en el suelo para luego abrazar con fuerza a Rafael.

- ¿Cómo éstas hombrecito?

Rafa sonrió mientras le daba un suave beso en la mejilla a su abuelo.

-Estoy muy bien... ¿y dónde está mi abuelita? –Preguntó con sus ojos brillando como estrellas. La relación entre Robert y Max era tan estrecha como la de Rafael con Maryse. Eran simplemente inseparables.

- ¿Ya llegó mi pequeño Rafe? –Preguntó la mujer mientras bajaba las escaleras a toda velocidad. Alexander le miró con exasperación.

-Madre ten cuidado, te vas a caer y te puedes hacer daño, por favor...

- ¡Alexander no me trates como si fuera una anciana! –Reprendió su madre mientras lo miraba molesta. Rafa lo miró de igual forma.

-Mi abuelita está muy joven y ella puede correr todo lo que quiera –declaró el chico mirando a mi esposo con reprensión antes de correr hacia la mujer y abrazarla con fuerza.

-Abuelita, te he extrañado...

- ¡Pero si se vieron apenas hace una semana! –Señaló Alec arqueando una ceja. Tanto la mujer como nuestro hijo mayor le dieron una mirada molesta.

-Ha sido demasiado –dijeron al unísono. Alec rodó los ojos.

-Sí claro, como sea –refunfuño–. ¿Dónde están Jace e Izzy?

-Está con Simon y Clary en el patio trasero –respondió la mujer–. Y Robert mandó a traer un inflable para Max.

- ¡Sí! ¡Un saltarín! –Gritó Max brincando desde los brazos de su abuelo hasta el suelo para luego seguir corriendo hacia el patio trasero. Alec y yo lo miramos con exasperación.

-Los están malcriando –señalé al ver a Rafael corriendo emocionado detrás de su hermano menor.

-Para eso están los nietos –señaló Robert–. Y Max quería un saltarín para su cumpleaños.

-Con nosotros no eran así –refunfuñó Alec y la mujer le sonrió con malicia.

-Para eso están los nietos –repitió.




















(✿◠)

























-Muchas gracias papá, muchas gracias mamá –murmuró Alexander una vez todos los invitados se hubieron ido de la fiesta de mi pequeño Max, la cual fue un completo éxito.

No sabíamos cuando era su cumpleaños, así que habíamos hecho de su cumpleaños el día que lo habíamos encontrado en las calles de Nueva York, sólo, en una caja de cartón sin más protección que una pequeña y sucia manta que lo cobijaba hacía ya cinco años. Una enfermera nos había dicho que aquel bebé no podía tener más de dos meses de nacido.

Lo habíamos encontrado dos años antes que Rafael, quién había estado siguiendo a Alexander después de que mi esposo le diera algo de alimento al verlo por la calle.

En aquel día fue Robert y Maryse quienes habían organizado la fiesta de cumpleaños de Max y había sido todo un éxito. Habían traído el trampolín inflable que mi pequeño tanto había pedido, un mago y cientos de dulces que comieron hasta que no pudieran más.

Ahora mismo mi pequeño se encontraba en los brazos de mi esposo mientras yo cargaba a Rafael, quién también había caído agotado poco después de su hermano.

-No fue nada –respondió Robert–. Sabes que adoramos a nuestros pequeños, son nuestros bebés.

-Lo sé, pero aun así muchas gracias, la han pasado excelente –dije yo meciendo a Rafe en mis brazos.

-Me alegra que se hayan divertido, Max merece lo mejor –afirmó mi suegra mientras acariciaba suavemente el cabello del menor de mis hijos antes de depositarle un beso en la frente–. Y por favor vengan a visitarnos más seguido.

-Mamá... –Alec la miró con exasperación–. Venimos una vez a la semana.

-Exacto, extraño a mi Rafe –el puchero qué hizo aquella mujer fue simplemente adorable y yo dejé escapar una risita. Ella sonrió y se acercó a mí para besar una de las morenas mejillas del mayor de mis hijos–. Son una familia bastante hermosa –musitó Maryse.

Yo sonreí mirando a mi hijo en brazos... mirando Alexander con nuestro pequeño Max, y asentí.

-Sí, lo somos –musité suavemente.

-Claro que sí –afirmó Alec acercándose a mí para plantar un suave beso en mis labios,

Y de repente Robert y Maryse habían desaparecido y estábamos en nuestra burbuja personal. En aquel momento me sentí tan afortunado porque nuestra familia era la mejor.

Éramos Lightwood-Bane, y al igual que el amor entre Alexander y yo no, había nada que pudiera contra nosotros.






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