Capítulo 3
Pov Magnus.
La pijamada no había sido nada de lo que había esperado, es decir, sí, habían hermosas animadoras semi desnudas a mi alrededor y aunque aquello era sexy, simplemente no podía dejar de pensar en aquel extraño ojiazul, pero lo que más me preocupaba es lo ansioso que estaba por volver a verlo. Ahora mismo me encontraba arrastrando a Catarina a nuestro salón de clases. Ella me seguía con una expresión divertida impresa en su rostro.
- ¿Qué? ¿Extrañas a nuestro querido profesor? –Preguntó burlona.
-No, no, es que... bueno ya llegamos tarde una vez, no quiero que nos tome bronca.
- ¿Desde cuándo te importa eso? –Indagó arqueando una ceja.
-No me importa, pero... bueno olvídalo –refunfuñé.
-No estarás afanado por el chico nuevo. ¿Verdad?
Yo la fulminé con la mirada.
-No digas estupideces Catarina, por supuesto que no, sabes que no... –miré a nuestro alrededor–. Ya lo sabes.
-Bueno de eso estaba segura, pero...
-Ni una palabra más –la corté antes de entrar al salón e irme a mi nuevo asiento. Catarina soltó una risita y se dirigió al suyo.
Me sorprendió al ver entrar al maestro y que Alexander no hubiera llegado aún a clases.
¿Estaría enfermo?
¿No vendría?
¿Y si le había pasado algo malo?
¡Alto! Espera un momento.
¿¡Y a mí qué me importaba si le pasaba algo? ¡Ni siquiera lo conocía!
Un fuerte golpe me devolvió a la realidad, alejándome de mis pensamientos...
...Y miré a Alexander tirado en el suelo... así que ese había sido el golpe que había escuchado...
Su padre lo miraba con exasperación y todo el mundo se reía del chico, eso, extrañamente me molestó. Si hubiera sido cualquier otra persona de seguro que yo sería participante de aquellas carcajadas, pero no lo era, por lo cual me puse en pie antes de caminar hacia el chico. Ignoré todas las miradas de mis compañeros y me arrodillé junto a Alexander para ayudarlo a levantar sus cosas, éste se congeló al tiempo que me miraba fijamente y lo noté tragar grueso mientras que sus mejillas se ponían completamente rojas.
-Ignóralos por eso –susurré suavemente–. Son unos idiotas.
Alexander asintió mientras se ponía en pie y yo le entregué sus libros.
-Ten más cuidado, te pudiste hacer daño –musité antes de besarle suavemente la mejilla.
Espera un momento.
¿Qué hice?
¿Y a mí qué me importaba si le pasaba algo? Me pregunté mentalmente después de pronunciar aquellas palabras, el chico volvió a asentir antes de salir corriendo hacia su asiento y yo sólo pude mirarlo completamente enternecido.
- ¡Alexander! –Rugió el maestro–. Quiero hablar contigo después de clases, sabes lo que opino de la impuntualidad y no lo toleraré por ser tú.
El chico suspiró frustrado.
-Por ser yo tendré un castigo peor –murmuró suavemente, nadie lo escuchó... excepto yo y no pude evitar soltar una risotada mirando al chico que se encontraba molesto, todos en aquel lugar, incluyendo a Alexander, se giraron para verme; el maestro me miró ceñudo.
- ¿Algún chiste que quiera compartirnos señor Bane?
Yo le sonreí encantadoramente y negué.
-No, por supuesto que no, me acordé de una anécdota muy graciosa.
Él frunció el ceño y asintió.
-Entonces guárdesela para después, no más interrupciones –gruñó antes de empezar con la cátedra; yo rodé los ojos y me giré para ver a Alexander.
-Hola, creo que no me he presentado, me llamo Magnus Bane.
Alec me miró completamente sorprendido y tragó grueso antes de señalarse así mismo, luciendo completamente nervioso.
- ¿Me hablas a mí?
Yo arqueé una ceja antes de reír suavemente.
-Por supuesto que a ti. ¿A quién más?
-Bu-bueno... sí... creo que tienes razón –dijo con sus mejillas totalmente rojas–. En... en fin, to-todo el mundo habla de ti... es decir... lo que quiero decir... –lo miré tragar grueso–. Dijiste que eras encantador...
Lo miré enternecido cuando estrelló su frente contra la mesa, tan fuerte, que llamó, nuevamente, la atención de todos.
- ¡Alexander! -Rugió su padre–. ¡No toleraré ese comportamiento!
-Lo siento padre... digo, señor Lightwood...
-Vas a tener muchos problemas jovencito –rugió antes de seguir dictando la clase, no sin antes quedarse segundos mirándonos con desconfianza, cuando por fin apartó la vista, yo volví a hablar.
-Bueno gracias por recordar eso de mi presentación, y tú eres el que odia que su padre se haya mudado –señalé divertido, él sonrió de lado.
-Bueno... no todo es malo –murmuró suavemente el chico mirándome a través de sus pestañas.
¡Era la cosita más tierna que había en el mundo! ¿Cómo es que un chico podía ser tan adorable?
¡Maldición!
¡Eres heterosexual, Magnus Bane! Me recordó mi conciencia, por favor no te sumerjas en tu personaje gay.
-Bueno. ¿Y qué es lo que hace que no sea tan malo?
-Tú –respondió directo antes de sonrojarse nuevamente.
¡Demonios! Si seguía así iba a estallar como una palomita, ese pensamiento me hizo reír suavemente, el maestro nos fulminó con la mirada y nuevamente tuve que esperar a que distrajera su atención de nosotros para seguir hablando.
-Es un placer escucharte decir que mi presencia y mi mera existencia mejoran las cosas.
-No es a lo que me refería –murmuró suavemente Alexander–. A lo que me refiero es... bueno... nunca había conocido a alguien como tú.
- ¿Hermoso? ¿Fantástico? ¿Divertido? –Sugerí yo.
-Seguro –corrigió–. Es decir, tienes tu cosa esa...
- ¿Mi cosa? –Pregunté arqueando una ceja.
-Sí bueno, ya sabes...
-Mis pensamientos se están dirigiendo hacia el lado sucio, así que espero que lo aclares Alexander.
-Por el ángel, no, no pienses mal –dijo totalmente avergonzado, nuevamente sus mejillas estaban totalmente rojas–. Me refiero a qué... en mi antigua escuela... bueno en todas hay gays, pero nadie se atrevía a decirlo...
- ¿Homofobia? –Pregunté curioso y él asintió suavemente.
-Sí, todos tenían miedo, con las últimas masacres que ha habido hacia los homosexuales en Londres...
Yo asentí frunciendo el ceño.
- ¿Y tú tienes miedo de decirlo? –Pregunté mirándolo con curiosidad; Alexander se tensó notablemente.
- ¿Qué? –Preguntó suavemente–. No soy gay.
-Alexander... lamento decirte esto si no lo sabes, pero sí, eres gay y mucho, diría yo...
- ¡Que no! –Gritó dejando caer su silla mientras se ponía en pie bruscamente–. ¡No lo soy!
- ¡Alexander! –Gritó su padre fulminándolo con la mirada–. Te dije que no más...
-Lo siento... debo irme –musitó recogiendo todos sus libros.
- ¡Alexander Gideon Lightwood...! –Comenzó el maestro, pero era tarde, el chico ya había salido huyendo del lugar y todos me miraban confundidos.
Pov Alec.
Genial, hoy había sido un completo idiota, había hecho el ridículo de una forma terrible y seguro que mi padre me iba a matar por ello, había interrumpido la clase después de haber llegado tarde. Sí, mi padre podía ser muy comprensivo cuando quería, pero cuando nosotros metíamos la pata, lo pagábamos con creces, así que tan pronto se acabó el periodo de clase y el salón estuvo desocupado, entré lentamente para encontrarme con mi padre fulminándome con la mirada y con los brazos cruzados.
-Alexander –saludó apenas; yo sonreí abiertamente y él me miró con reproche–. No, nada de sonrisitas, has metido la pata Alexander.
-Lo siento padre –musité suavemente.
- ¿Por qué has tardado? –Inquirió frunciendo el ceño.
-Bueno... –Maldición, no quería hacerlo, pero había tenido que ir en busca de Izzy al centro comercial porque ella se había saltado los primeros periodos de clase para salir con un chico que había conocido. ¡Demonios Isabelle! Le tenía que mentir a papá por su culpa–. Lo siento... es que me pierdo un poco y no encontraba el salón, de verdad lo lamento.
-Está bien... no lo vuelvas a hacer Alec –mi padre suspiró pesadamente mientras se ponía en pie–. Ahora, ¿qué fue lo qué te pasó en clase? Tú no eres así Alexander, estabas fuera de ti.
Maldición, eso era culpa de Magnus, no puedes preguntarle algo así a alguien que apenas conoces, siendo tan... directo, estaba genial que él hubiera tenido la valentía para salir del clóset, pero yo todavía no estaba listo. ¿Qué le pasaba con sus preguntas tan indiscretas?
Bueno... quizás yo también había reaccionado de una forma incorrecta. ¡Pero había estado tan asustado! Es decir...
¡Demonios!
Magnus Bane, el chico más atractivo de todo el Instituto me estaba hablando a mí, un chico ordinario. Él me había regalado una hermosa sonrisa y su voz tan masculina me había encantado... era como estar hechizado... pero ese hechizo había desaparecido tan pronto como me hizo aquella indiscreta pregunta y yo simplemente puede reaccionar con pánico.
Era un idiota.
-Lo siento, solo estaba discutiendo con Magnus.
Mi padre frunció profundamente el ceño.
- ¿Qué? ¿Te hizo algo malo? ¿Te dijo algo que te molestó? Dímelo y hablaré con él.
-No, padre –solté una risita–. Sólo fue una tontería de chicos adolescentes, no te preocupes.
-Está bien Alexander, sabes que puedes confiar en mí. ¿Verdad? Lo que sea lo entenderé.
-Lo sé padre, pero todo está bien, te lo prometo.
Él me miró con desconfianza antes de asentir.
-Está bien, confío en ti, no quiero que vuelva a pasar y estás castigado. ¿Está bien? –Yo suspiré y asentí, tenía que ser justo, me lo merecía, yo había hecho un gran espectáculo–. Vas a tener que recoger a Max en cada uno de sus entrenamientos y no podrás leer por una semana entera.
-Pero padre, eso es demasiado cruel.
-Lo siento Alexander, pero castigarte a ti es más difícil, si fuera Isabelle o Jace les prohibiría salir con sus amigos, pero...
-Pero yo no tengo amigos –terminé por él y mi padre negó con fervor.
-No, no quería decir eso.
-Pero es la verdad –musité con suavidad.
-Lo siento Alec, lo siento, no quería hacerte sentir mal...
-No –lo corté cabizbajo–. Tienes razón, soy un asocial y estaré solo para siempre.
-No hijo –mi padre me miraba preocupado–. No quise decir eso, además... –mi padre sonrió con picardía–. Noté que estuviste hablando con Magnus Bane. ¿Son amigos?
-Claro que no, eso sería una tontería. ¿Cómo es que alguien como él querría ser el amigo de alguien como yo?
-Espera un momento Alexander Lightwood –mi padre frunció el ceño–. ¿A qué te refieres con eso? ¿Cómo que un chico como él y un chico como tú? ¿Qué tienes de malo? Alexander eres muy lindo, tienes una buena musculatura, eres muy tierno.
-Ya basta –refunfuñé mientras mis mejillas se sonrojaban–. Dices eso porque eres mi padre, pero no es cierto.
-Si lo es, deja de menospreciarte así, ahora mírame –él me tomó de la barbilla para que alzara mi rostro y lo viera directamente a los ojos–. Eres un gran chico y cualquiera que goce de tu amistad, tendrá demasiada suerte, ahora ve a clases y no quiero volver a escuchar palabras malas contra ti y tendrás que ir a detención, no puedo ser condescendiente contigo –me advirtió.
-Lo sé papá...
-Bueno, una semana de castigo, después de clases vendrás conmigo, luego recogerás a Max y nada de leer cuando llegues a casa.
Hice un profundo puchero pero asentí y mi padre me abrazó con suavidad antes de dejarme ir para clases.
Definitivamente tenía el mejor padre del mundo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro