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PRÓLOGO


Bienvenidos al show – Amaia.

Bienvenidos al show, de una vida en borrador, de mis noches de bajón.

NOS CONOCIMOS EN OTOÑO

○○○

—Tía, tú queda con él—insiste Lara—. ¿Qué puede salir mal?

Pues muchas cosas, mi fiel amiga.

—Mojigata—Hunter esconde el insulto tras una tos muy mal disimulada.

Le pongo peor cara que su porquería de discreción y lo señalo con la jarra de cerveza que acabo de aupar de la mesa.

—Te he oído.

—Ya—sonríe como un angelito. Luego suspira dramáticamente y empieza a liarse un cigarro—. No entiendo por qué no quieres quedar con Henzo. Está buenísimo. Además ¿Cuándo se te volverá a presentar la oportunidad de liarte con un príncipe árabe? Puf... ¿Nunca? Yo aprovecharía.

—Y...—añade Lara, dedicándole a Hunter una miradita recriminatoria de reojo—, a parte de su físico, es muy simpático. Y gracioso.

—Y futuro médico—apostilla alguien que ya no necesita ni presentación. Ha levantado los ojos del cigarro en ciernes solo para remarcar eso. Increíble—. Eso significa dinerito.

—Por Dios—Lara se lleva una mano a la cara, negando con la cabeza.

—¿Qué? —protesta Hunter, sin entender las mil y una razones por las que sus comentarios dan ganas de remarcar a los cuatro vientos que no somos tan superficiales—. ¿Qué he dicho?

—Todo lo que no hay que decir—resumo, divertida, mientras echo una ojeada rápida a la terraza del bar ¿Harry habrá salido? Espero que no—. Bueno, ya me pensaré lo de salir con Henzo o no.

No me voy a pensar nada, pero lo he dicho para que los dos se callen y me dejen en paz. Y funciona, porque Lara sonríe de oreja a oreja y Hunter me guiña un ojo de esa forma amistosa y pícara que solo él sabe conseguir.

—Te acabo de pasar su número—me avisa mi amiga, con esa melenita pelirroja ondeándole sobre la boca—. Ay, qué molestia de pelo.

Corre un poco de brisa y la pobre se ha sentado en contra del viento, por lo que los mechones de pelo no paran de darle por culo metiéndosele en el boca; revoloteándole por los ojos; enredándosele en el casco de la cabeza.... Un caos capilar, vaya. Aunque yo tampoco puedo presumir de mi situación; me he sentado de frente al viento y no paro de recolocarme el flequillo rubio. Odio que se me suba para arriba, porque sale a la luz el aeropuerto que tengo por frente. Cuando el camarero pasa por nuestro lado, Hunter alza enseguida la mano y le pide otra ronda de cervezas que nos trae, nos bebemos en tiempo récord y recargamos antes de que nos dé sed. Y eso se repite hasta que la cerveza se convierte en ron.

Habíamos salido sin pretensiones ninguna, pero, como siempre, nos hemos liado y hemos acabado dándolo todo en la discoteca. Hunter se ha ido a ligar con un chico que le ponía ojitos y Lara ha aprovechado que nos ha dejado solas para apoderarse de mi oído y empezar a enumerarme las cualidades de Henzo una por una. Ya me ha quedado claro que es muy gracioso, muy buena persona, muy apasionado de los perros callejeros y un partidazo con todas las letras. Pero no me interesa. El año pasado por fin conseguí salir de una relación muy dura y chunga que todavía me persigue a día de hoy y sinceramente no me apetece enredarme en otro lío amoroso.

Además, como Harry se enterarse de que estoy quedando con otro chico... Puf... Miedo me da imaginar lo que sería capaz de hacer.

—Y ¿Por qué no folláis y punto? —sugiere Hunter de pronto, que acaba de llegar con una copa en las manos y se está meneando al ritmo de la música mientras le da un sorbito—. Sexo sin compromiso.

Quizá el alcohol y la sequía hayan influenciado en algo, pero la idea no me parece tan descabellada. Miro a Lara para decretar el veredicto y, pese a su mala cara, no ha dicho que no ni puesto ninguna excusa, lo que significa que el tal Henzo tampoco espera una relación. Quizá el también busque solo sexo.

A las siete de la mañana, los tres volvemos a la residencia donde nos conocimos. Nos vamos riendo como locos por la calle y la gente trabajadora nos mira muy mal.

—¡Tenemos dieciocho años, señora! —le suelta Hunter a una vieja con un pesado jersey de pelo—. ¡Deje de mirarnos mal y ocúpese de limpiar la caca de su rata de ojos saltones!

—¡Hunter! —Lara le da un hostión considerable en el hombro, pero se está meando de la risa mientras la señora se lleva una mano al cuello, escandalizada.

—Me voy a mear de la risa—me agarro más fuerte a Hunter para no tropezarme con mis propios pies—. Qué cara ha puesto...

Ambas vamos sujetas a los brazos de nuestro amigo, que sonríe ampliamente, muy orgulloso de su acto de gallardía. Enfilamos la calle de la residencia y Hunter pone una mueca al ver el vetusto edificio que asoma al fondo del todo.

—A veces me siento en un orfanato del siglo XIX—murmura, asqueado.

—Las instalaciones lo son, desde luego—convine Lara.

Alzo la mirada del móvil y... la verdad que mis amigos llevan razón. La residencia da un poco de lástima. Aunque, siendo sinceros, hablamos de un edificio antiguo compuesto de ladrillo visto con las tuberías sobresalientes, escaleras de incendios oxidadas, ventanas de marcos negros y un soportal languideciente con unas letras enormes y desgastadas que vocean el nombre de la residencia. No se puede pedir mucho más.

Por dentro las instalaciones no mejoran mucho. De hecho, los aparatosos radiadores ocupan la mayor parte de los pasillos y las habitaciones huelen a antiguo. Pero, a su favor, la resistencia cuesta muy poquito al mes, requisito imprescindible para una servidora.

Bajamos el volumen de las risas cuando entramos a la residencia. Entonces, intercambiamos una mirada divertida al encontrarnos a la recepcionista frita tras el ajado mostrador del recibidor. Ha subido los tacones bajos al escritorio y se ha tapado la cara con una revista de cotilleos. Hunter, en su perenne cachondeo mental, se señala coquetamente el pelo y nosotras dos contenemos una carcajada que a Lara casi se le escapa por la nariz. No sabemos cuantos kilos de laca se habrá echado la mujer encima, pero no se le ha escapado ni un mísero mechoncillo del terso moño que asoma entre las hojas desparramadas de la revista.

La recepcionista se llama Mariflores. Bueno, realmente se llama María de La Rosa, pero nosotros tres la rebautizamos como Mariflores. Aunque su aspecto estirado y repipi pueda transmitir malas vibras, la mujer es un panzón de reír. Aunque odia que la despierten durante los turnos nocturnos, así que procuramos no levantar ruido cuando nos montamos en el renqueante ascensor que nos sube a la tercera planta, donde vivimos los tres prácticamente pared con pared. La puerta de Lara es la que está enfrente de la mía y la de Hunter al lado.

Nos despedimos en el pasillo con un efusivo abrazo y Lara me recuerda por enésima vez que le escriba un mensaje a Henzo.

—Brookie va a bailar el tango perverso con Henzo mañana...—canturrea Hunter, meneando los puñitos.

—Con toda la resaca, verás tú...—sacudo la cabeza—. Ya me estoy arrepintiendo.

—Quedad el domingo—resuelve Lara, dando un saltito feliz—. Id a tomad un café.

—Un café me tomo con mi abuela, Larichi—bufa Hunter, que ha decido recostarse en la pared—, no con un proyecto de empotrador.

Como por efecto espejo, nosotras dos también adoptamos una postura más cómoda al dar por sentado que la despedida se va a alargar un buen rato. Efectivamente, nos quedamos parloteando una hora larga en el pasillo hasta que a Lara se le escapa un fuerte bostezo que nos manda a los tres a la cama entre efusivas despedidas y bromas que nos pinchan el estómago de la risa. Adoro a mis amigos. Parece mentira que solo los conozca de cuatro meses. Bueno, realmente a Larichi llevo atormentándola desde que en 1º de primaria nos convertimos en mejores amigas, pero da igual.

Después de desmaquillarme y embadurnarme la cara con mis potingues, reviso los comederos de Paco y me meto en la cama. Paco tarda muy poco en escalar la colcha vieja y encaramarse a mi estómago, revoloteando felizmente a mi alrededor. Sonrío y le acaricio el hociquito. Paco es mi hurón blanquito. Me lo regaló Hunter a los dos meses de conocerme, cuando comenté que me encantaban las nutrias y que algún día adoptaría un hurón porque físicamente me parecía el animal doméstico más similar.

Cuando Paco por fin se calma y se enrosca sobre mi barriga, entro en Instagram para... No sé para qué, la verdad, pero termino cotilleando el perfil del tal Henzo. Lara me ha comentado que es famoso, que cantaba rap o algo así. Dejó la música el año pasado, pero sus numerosos seguidores todavía esperan que regrese. Pese a haber sido un cantante de alto rango, Henzo no ha publicado muchas fotos.

O puede que las haya eliminado...

También.

Cotilleo las diez publicaciones que tiene. Las más antiguas son un poco de tío chulo al que pondría mala cara por pasar haciendo ruiditos con la moto. Las últimas tres, las que ha publicado a lo largo de este año, me gustan mucho más. Parece simpático. En la primera foto que abro Henzo sale sonriendo a cámara con las manos en los bolsillos, la capucha puesta y una cancha de baloncesto de fondo. Vale, el tío está buenísimo. Lo reconozco.

Amplío una foto en la que el plano principal se centra en su cara y me muerdo la sonrisa picarona. Ehm... A lo mejor es porque sigo borracha, pero... Madre mía, menudo chico. Tiene los ojos de un extraño color verde azulado que resaltan un montón gracias a su tez bronceada. Lara me comentó que el padre de Henzo era egipcio-libanés y la madre de Birmingham. Menuda mezcla.

Por las fotos, parece alto. En la siguiente publicación que fisgoneo, ha prescindido por fin de la gorra y la capucha, por lo que puedo formarme una opinión sobre su pelo. Mhm... Lo tiene negro y cortado muy al estilo de todos los chavales de veintiún años; los lados rapados, triángulo invertido hacia la nuca y la mata de pelo concentrada en la parte superior. Aunque a Henzo le sienta muy bien. Además, se ha trazado una franjita muy fina en la ceja y eso me encanta.

Como nos gustan los quinquis con pintas de arruinarnos la vida y sin futuro...

—Espero que no acuda a la cita en chándal—murmullo al comprobar que en todas las santas fotos aparece con ropa cómoda.

En fin, Serafín, que el muchacho me gusta. Al menos, físicamente. En el caso de que quedáramos, intercambiaríamos cuatro coñas mientras nos tomamos unas cervecitas que nos suelten un poco y a la cama.

Realmente, la idea no me desagrada. Al contrario, creo que incluso podría serme terapéutica. No he vuelto a follar desde lo de Harry, principalmente porque follé con él hará cosa de tres meses y necesito que mi cuerpo se purifique con otro chico al que poder mencionar cuando en juegos de beber me toque el estúpido reto de confesar el nombre de mi último polvo. De pronto, me encuentro a mí misma deseando que en la próxima partida de verdad o reto me formulen esa pregunta. Imagínate lo guay que sería nombrar a un tío con más de un millón de seguidores.

Sí, decidido, le voy a enviar un mensaje.

Brookie: ¡Hola! Soy Brooke, la amiga de Lara. Me ha pasado tu número y también hecho el lío, jajaja.

Cuando escribí el mensaje, tenía pensado acostarme, pero me detengo en cuanto leo el escribiendo bajo su nombre.

Henzo Lara: ¿Lara? ¿Qué Lara? Creo que te has equivocado. Jajaja.

¿Cómo? Yo la mato.

Henzo Lara: Pero, aún así, soy Henzo y también puedo decir que me hayan hecho el lío. Jajaja.

Picarón.

Reviso la foto de perfil de Henzo y frunzo el ceño al confirmar que sale con Rash, el novio y futuro marido de Larichi. Vale, tiene que ser Henzo y Lara ha de conocerlo por cojones.

Brookie: Lara es la novia de Rash.

Henzo Lara: Aaaaaaaaah

Henzo Lara: Joder, sí, sí. Claro, tú eres esa Brooke y ella es esa Lara.

Henzo Lara: Ya te ubico. Lara no calla contigo.

Henzo Lara: Perdona, madrugar para ir a clase no me sienta bien.

Brookie: Jajaja. Ya decía yo.

Brookie: Puf... Te entiendo; madrugar es horrible.

Henzo Lara: Y más para ir a clase...

Henzo Lara: ¿Tú también tienes clase?

Brookie: Uf, no. Los viernes libro, gracias a Dios.

Henzo Lara: ¿Entonces que haces despierta a las ocho de la mañana, muchacha? Jajaja.

Brookie: Acabo de volver de fiesta. Se suponía que salíamos de tranquis...

Henzo Lara: Di que sí, joder. Nunca se sale de tranquis. La última vez que quedé a tomarme una cerveza, acabé de fiesta en el pueblo de al lado en casa de mi antiguo archienemigo de instituto al que no veía desde hace siete años, literalmente.

Brookie: Di que sí, joder.

Espero que haya captado la indirecta de que me estoy burlando del inicio de su mensaje. Miro a Paco en busca de alguna epifanía milagrosa que me ilumine la existencia borracha y su solución divina consiste emitir un suave ronquido y enroscarse más sobre sí mismo.

—Sí, mejor escribo algo más—coincido.

Brookie: ¿Qué estudiabas?

No tiene nada qué ver, pero por sacar tema de conversación.

Henzo Lara: Tercero de medicina.

Henzo Lara: Bueno, realmente primero. He estado suspendiendo todas por problemillas de trabajo jejeje. Pero llevo tres años matriculado en la universidad.

Brookie: Di que sí, joder.

Henzo Lara: ¿Por qué me da la sensación de que te estás burlando de mi expresión, Brooke...?

Brookie: Di que sí, joder.

Por favor, basta.

Brookie: Es broma.

Henzo Lara: No te conviene meterte con un futuro médico. Quien sabe si el día de mañana necesites mis atención...

Brookie: Bueno, a tu paso cuando necesite cita contigo la pediré directamente en geriatría.

¡BROOKE!

Mierda. Mierda. Mierda.

Mi humor es un poco complicado de pillar y no apto para personas sensibles. Joder. Seguro que he hecho enfadar a Henzo. Harry siempre me miraba mal cuando hacía ese tipo de coñas. Justo estoy por intentar salvar la metedura de pata con otro mensaje, cuando me salta el de Henzo.

Henzo Lara: JAJAJAJAJA

Henzo Lara: Eres una cabrona ¿Eh?

Henzo Lara: Me gusta.

Henzo Lara: ¿Tú que estudias? Yo también quiero meterme contigo.

Uf... Le ha hecho gracia. Sonrío. Eso me gusta. Tiene un humor maligno, como yo.

Brookie: Cine.

Brookie: Y como hagas alguna coña sobre morir de hambre, te bloqueo.

Henzo Lara: Jamás osaría. Mi compañero de piso también estudia cine. Bueno, más bien la rama de guionista.

Brookie: Yo quiero ser directora.

Henzo Lara: La mandona del set...

Brookie: Algunas han nacido para dirigir...

Henzo Lara: ¿Y qué se siente al no haber nacido de esas?

Brookie: JAJAJAJAJAJA

Brookie: ¡Eeeeh! No seas cabrón conmigo.

Henzo Lara: Había que devolverte la de geriatría, Brooke. Ya estamos en paz.

Henzo Lara: Bueno, ha sido un placer charlar contigo, pero he de entrar a clase para no pagar una cuarta matrícula y que mi padre me descoyunte.

Henzo Lara: ¿Te apetece que salgamos de tranquis esta noche?

Brookie: Mejor mañana, que no quiero estar de resaca. Jajajaja.

Henzo Lara: Sí, mejor.

Brookie: Que las clases se amenicen, Henzo. Yo me voy a dormir.

Henzo Lara: ¿Nunca has oído el refrán ese de "No se come delante del pobre"?

Brookie: Uf... Que sueño... Voy a meterme en la cama, con mis mantitas de franela súper suaves y a arroparme hasta la barbilla, bien cómoda en mi almohada viscoelástica. Ni siquiera voy a programar alarma...

Henzo Lara: Que te den, Brooke.

Henzo Lara: Venga, que cunda el sueño. Hasta mañana. Bueno, pasado mañana para esas chicas que han nacido para dirigir...

○○○

No me lo puedo creer. El tío no ha venido nada arreglado y yo me he tirado dos horas en el baño maquillándome sin que parezca que me he untado quinientos potingues en la cara, peinándome el puto flequillo que se me ha despeluchado con el viento y cotejado distintos conjuntos hasta quebrarme la cabeza e, irónicamente, elegir el que menos me gustaba de los cinco.

Soy yo literal.

Estoy esperando a Henzo en la puerta de la residencia, helada de frío. Se supone que venía a recogerme en moto, pero yo no me acordaba y como una buena idiota me he puesto falda. Estupendo. Encima es una de esas faldas de cuero súper pegadas a la piel que se te suben a las tetas con solo avanzar un minúsculo pasito. Y Henzo prácticamente en chándal... Bueno, no en chándal como tal. Cuando aparca la moto negra delante de mí, escaneo su conjunto en menos de un segundo y me abstengo de poner mala cara.

Lleva uno de esos pantalones anchos que me recuerdan a los conjuntos militares de Los Juegos del Hambre, una camiseta larga con un dibujo alternativo y gigantesco en el centro, una cazadora acolchada de las que se llevan ahora y una gorra blanca hacia atrás. La gorra obviamente no la trae en la cabeza porque cumple con la ley de seguridad vial y se ha puesto el casco integral, pero la lleva colgada en la muñeca.

—Hola—saluda, y a través del descarado movimiento de su cabeza pesco el buen repaso que me mete—. Vas en falda.

Menudo lince.

—Ya...—recorro su moto con una mueca de preocupación—. Se me había olvidado el pequeño detalle de la moto.

—Bueno—recuesta los codos en el manillar, poniéndose cómodo—, tu residencia esta ahí. Si ves qué tal, cámbiate mientras me lío un cigarro.

¿¡Qué me cambie!? He tardado dos horas en confeccionar este conjunto, capullo.

Pero...

—Sí, mejor.

Cuando vuelvo a la residencia, Mariflores me saluda desde su escritorio. Como de costumbre, está leyendo una de sus revistas de cotilleos mientras se aburre como una ostra.

—Buenas, Mariflores—saludo, cabreada.

—Uy—alza la cabeza—. ¿Ya has vuelto de tu cita?

—Va en moto—me señalo la falda.

Mariflores aguanta una carcajada y vuelve a su revista, relamiéndose bien relamida la yema del dedo índice antes de pasar ruidosamente la página.

—Nunca te fíes de un chico en moto, Brooklyn.

Ella sabe cosas.

Ya.

Diez minutos después, abandono mi habitación con unos ajustados pantalones de cuero—para que el conjunto no varíe mucho—y apestando a colonia. Me he pasado con los flus-flus. Cuando vuelvo con Henzo, lo encuentro apoyado en el manillar, sin el casco, un cigarro recién liado en los labios y... Espera ¿Eso que tiene en el regazo es Whiskas?

—¡Mira! —me enseña cuando detecta una presencia perpleja a su lado—. ¡Un gato!

Henzo habrá cumplido los veintiuno, pero no ha perdido esa bonita capacidad infantil de asombro.

—Ya veo—sonrío—. Se llama Whiskas. Los de la residencia le damos de comer y, cuando refresca, lo colamos dentro de forma clandestina.

Entiéndase Los de la residencia por Lara, Hunter y yo.

Su rostro se ensancha a la par que una gran curva de emoción, pero luego vuelve a repasarme con los ojos y toda inocencia infantil desaparece de su expresión. Alzo una ceja con diversión cuando regresa a mi cara y el tío me regala su mejor sonrisa.

—Qué guapa.

Ya sabía que iba mona, pero escuchárselo decir ha hecho que el pecho me cosquilleé un poquito.

—Gracias—y me dirijo a la moto—. Bueno, vamos que nos vamos.

Mejor vamos a saltarnos el viajecito en moto. Uno, porque, como siempre, puse en prácticas mis perfeccionadas artes de hacer el ridículo al asegurar que no necesitaba agarrarme a nada, que las motos no me daban miedo. Dos, porque casi me caí de culo hacia atrás cuando Henzo arrancó. Tres, porque el puñetero casco jodió mis dos horas de peluquería casera. Cuatro, porque casi se me vuela el bolso. Cinco, porque, en mitad de la carretera y por acto reflejo, me solté de Henzo para cazar al vuelo la correa del bolso y casi provoco un accidente de tráfico con dos muertos y cinco heridos. Seis, porque Henzo, alarmado por mi inconsciencia, soltó una mano del manillar para agarrarme del muslo y la moto se desestabilizó un poco. Y, siete, porque justo el coche que iba detrás nuestra era el de... ¿Lo adivináis?

¡Harry!

¡Sí! Y puedo pensar Brooke, llevas casco, no te ha reconocido. Pero luego recuerdo que el bolso que llevo me lo regaló él y que nadie es tan gafe como para liar en cinco minutos la que he liado yo. Así que Harry me ha reconocido seguro. Genial.

Tía, te pasa de todo.

Ya lo sé.

—Bueno—Henzo se baja partiéndose el culo de la moto cuando conseguimos aparcar—, ha sido un viaje de diez minutos bastante... movidito.

—Ya—mascullo mientras me quito el casco de moto—. Casi muero y pierdo el bolso.

—Te he dicho que te lo cruzaras—se pone la gorra hacia atrás—. Pero, bueno, nos hemos reído.

—Y estado al borde de la muerte—recuerdo mientras nos ponemos en marcha—. ¿Adónde íbamos?

—A un bar bueno, bonito y barato—sonríe de oreja a oreja—. Todo bar que se precie debe cumplir la regla de las Tres Bes. ¿Sabes a cuáles me refiero?

—Quizá a las tres palabras con b que acabas de decir—sugiero, irónica—. Bueno, bonito y barato.

—Exactamente. El bar de Willy te va a encantar. Espero que ahí tampoco estés a punto de perder el bolso y rozar la tumba al intentar cazarlo de nuevo.

—Soy una chica de emociones fuertes—bromeo.

Henzo, sin disimulo ninguno, gira la cabeza hacia mí, me mete otro buen repaso y devuelve la vista al frente con una sonrisilla en los labios.

—Eso me gusta.

La cita en sí también vamos a saltárnosla. Uno, porque no ocurre nada más allá que muchas coñas y mucho tonteo. Dos, porque me he pimplado tres cervezas, una copa y un chupito y voy un poco alegre de más. Tres, porque Henzo al final también ha sucumbido a la tentación del alcohol. Cuatro, porque casualmente su piso se encontraba solo y a una calle de distancia. Seis, porque he metido la pata al principio de la cita al preguntarle sobre su pasado como estrella del rap y Henzo se ha tensado y eludido la pregunta, cebando como un pavo mi curiosidad. Y, siete, porque nos estamos comiendo la boca en su habitación.

Ha anochecido hace por lo menos dos horas, y suelto una carcajada gigante y muy poco delicada cuando Henzo se tropieza con una zapatilla y casi se morrea contra suelo. Eso le pasa por no haber encendido la luz y creerse Batman.

—Está bueno el parqué ¿Eh? —me cachondeo un poco, perversa—. Si queréis intimidad...

—Cállate—se ríe mientras vuelve a arrinconarme contra la pared, sonriendo de esa forma que me saca la risilla tonta—. ¿Cómo te gusta?

Bueno, resumo un poco, nos ponemos muy intensitos, Henzo resulta serme de los más terapéutico porque folla de miedo y encima se baja a las aguas profundas—cosa que Harry hacía cada puñetera luna llena—y cuando ambos nos corremos no detecto ni intuyo deseos de largarme de su cama. De hecho, nos fumamos un cigarro mientras parloteamos sobre la vida. Me he puesto esa camiseta desarreglada con la que se ha presentado a la cita y él ha rescatado sus calzoncillos del suelo.

—Así que... cine—me contempla, con el perfil acurrucado en la almohada—. ¿Por qué?

Qué guapo es. Tiene el pelo revuelto, los ojos un poco entornados por el alcohol y el sexo y una sonrisa suave en los labios aún hinchados. La luz de la luna que se cuela por la ventana se mezcla con la tenue de la lamparita y contornea las líneas de su rostro con la misma veneración que un cincel una escultura griega.

—Siempre me ha gustado ese mundillo—le cuento, un poco avergonzada, sin saber muy bien la razón—. De pequeña adoraba bajar al videoclub de la esquina y ayudar a Thor. Al pobre siempre lo recuerdo como un duendecillo cinéfilo; bajito, con gafitas redondas y camisa de cuadros. A día de hoy todavía no he encontrado una explicación lógica que resuelva la incógnita de cómo era posible que esa cabeza tan chiquitina pudiera almacenar tantísimos datos. Thor sabía un montón de cine, y yo adoraba preguntarle sobre los procesos de producción y los marujeos de ese mundillo.

—Me encantaban los videoclubs—suspira, y, por alguna razón, suena súper sincero y no como el típico tío que te dice que sí a todo solo para echar otro polvo—. Es una lástima que las plataformas de streaming los hayan absorbido.

—Ya—murmuro, bajando la mirada a la colcha oscura que me cubre hasta por encima del ombligo. No llevo bragas, por cierto—. A mis padres no les hace mucha gracia que haya pisoteado el legado familiar por estudiar, según mi madre, algo tan denigrante como la dirección cinematográfica.

Vale, no sé por qué cojones le he contado eso. No suelo tratar el tema de mis padres con nadie porque odio hablar de ellos—me pone de mal humor—. Seguramente el alcohol me haya soltado la lengua. Aunque es verdad que ahora mismo, en esta habitación y con este ambiente, lo siento todo muy íntimo, confidencial y cómodo.

—¿En qué trabajan? —pregunta, curioso—. Si quieres contármelo, claro.

—¿Te suena Bufetes Arison-Meléndez?

Henzo abre un montón los ojos y me pega un pequeño susto cuando se yergue bruscamente, sin quitarme la mirada de encima.

—No me jodas—ahoga, atónito—. ¿Tu padre es Christian Arison?

De forma involuntaria, bosquejo una mueca incómoda mientras sacudo las manos, en plan manos de jazz.

—Sorpresa...

Todo el mundo conoce a mi padre, ese hombre sin escrúpulos capaz de defender a un ministro denunciado por dos delitos de agresión sexual y coacción.

—Joder—vuelve a acostarse—. Normal que no quieras perpetuar ese legado...

—Ya...

—Sin ofender—añade enseguida.

—Tranqui—sonrío un poco, jugueteando con el borde de la colcha—. Yo pensaría lo mismo. De hecho, lo pienso. No tengo muy buena relación con mis padres, la verdad.

Henzo busca mis ojos y, no sé por qué, pero algo en su expresión me hace pensar que entiende perfectamente ese sentimiento de no encajar en tu propia familia. Quizá haya sido por esa diminuta sonrisa comprensiva o ese brillo triste en la mirada que tantas veces me ha devuelto mi reflejo cuando me pregunto por qué no me siento a gusto en mi supuesto hogar.

—Ya—murmura—. Yo tampoco hablo con mis padres. Bueno, con mi madre. Mi...—su sonrisa se contorsiona en una curva amarga—. A ese hombre no se le puede llamar padre. Murió hace cuatro años. De cáncer. Gracias a Dios.

Quizá cualquier otra persona hubiera abierto los ojos de par en par ante ese último comentario, pero yo a veces también he imaginado lo infinitamente más bonita y fácil que tornaría mi vida sin las constantes críticas y miradas de desdén de mis padres. No pasa nada por odiar a quienes te tratan como una mierda, independientemente de los lazos que os unan. Si se comportan como monstruos, son monstruos. Punto.

En las sombras de la tenue luz que nos arropa, exploro el perfil de Henzo. Antes no me había dado cuenta al estar tan ensimismada en mis divagaciones, pero hace rato que Henzo ha perdido la mirada en algún punto de la pared que se alza frente a nosotros, revestida de póster y fotos.

—Ahora le doy por culo a un antiguo amigo de mi madre—murmura, un poco ausente—. César se responsabilizó de mí cuando con trece años mi... mi madre huyó a Reino Unido. Él me juró y perjuró que mi madre no pudo llevarme con ella y que estuvo ahorrando para pagarme ese billete, pero yo sinceramente creo que la mujer se marcó un Sálvese quien pueda, y yo... Bueno, me salvó la persona a la que mi madre me encasquetó ¿Sabes?

A falta de palabras, ambos nos quedamos en silencio y, de pronto, Henzo suelta una pequeña risa que casi me sabe avergonzada. Se echa el pelo hacia atrás antes de mirarme, con la cabeza un poco agachada.

—No sé por qué te estoy dando la chapa con mi vida, Brooke. Ese último chupito ha despertado recuerdos de la infancia.

—¡Eh! —le regaño, dándole un suave empujón en el hombro—. No digas eso. No me estás dando ninguna chapa. Además, he sido yo quien ha abierto el cajón de daddy issues.

—Sí, tienes razón. Es tu culpa por darme cuerda—bromea, a lo que se lleva otro empujón de regalo—. ¡Eh! Tienes las manos muy largas.

—Y tú la lengua.

Eso último iba dirigido por la chapa que según él me ha dado, pero por la mirada maliciosa que me lanza, creo que Henzo le ha dado una interpretación más guarra. Me pongo un poco roja y, antes de querer darme cuenta, estamos volviendo a desordenar las sábanas. Gemido va gemido viene y, cuando queremos darnos cuenta, nos arremolina el incesante zumbido de mi móvil, que de la potencia se revuelve por toda la mesita de noche ¿Qué coño pasa?

Lo reviso, con Henzo aún desnudo, tumbado bocarriba a la espalda. La mayoría de mensajes y llamadas se las debo a mis amigos, hermanos y antiguos colegas con los que hacía siglos que no hablaba. ¿Qué? Leo primero los de mis hermanos y amigos, obviamente.

Marshie: ¿Qué coño hace ese gilipollas?

Malcolm: Brooke, cógeme el puto móvil ¿Qué coño estás haciendo?

Morguinchi: Voy a matar de una paliza a ese hijo de puta.

Pero Morgan ¿A quién vas a matar tú, si tienes dieciséis años? ¿Y Malcolm? ¿Por qué me habla tan mal? Él nunca profiere palabrotas, a no ser que esté al borde de un ataque de nervios.

Larichi: ¡Tía, tía, tía, tía, tía! ¡MIRA INSTAGRAM!

Huntercín: Menudo hijo de puta ¿Cómo ha podido hacer eso?

Larichi: Denúnciale por difusión de pornografía infantil y que se le caiga el pelo, Brooke.

¿Qué...?

Todavía desnuda, sudada y jadeante, me paso una mano por el pelo revuelto. ¿Pornografía infantil? ¿Mirar Instagram? ¿Hijo de puta? El corazón se me acelera y empiezo a notar falta de aire. Las ideas que mi cabeza ha comenzado a generar no me están haciendo ninguna gracia. Y cuando entro en Instagram y leo los miles de mensajes de esas personas con las que perdí el contacto hace siglos me quiero morir, literalmente.

Entonces, encuentro el primer mensaje de la cadena, el desencadenante de la horda que le sucedió después.

Harry: Eres una puta zorra, Brooke.

Harry: Te mereces darles asco a los pobres de tus padres. Ahora van a saber quién es su hija de verdad.

Miro de reojo a Henzo y el corazón se me sube a la garganta cuando lo descubro con el móvil en la mano y el rostro desencajado. De forma instintiva, me echa un vistazo y traga saliva, sin siquiera saber qué coño acaba de pasar, qué decir o cómo actuar. Lentamente, gira su pantalla en mi dirección y los ojos se me empapan cuando veo la foto que me muestra. Madre mía. Está por todo Internet.

Yo estoy por todo Internet. Desnuda.

—¿Qué...? —empieza.

Me tapo la boca con las manos para encarcelar los sollozos, pero todos salen disparados cuando Henzo exhala un exabrupto y corre a envolverme entre sus brazos. Ambos continuamos enteramente desnudos mientras yo me vacío en lágrimas sobre su hombro. Yo nunca lloro delante de la gente. Pero ahora voy borracha y la situación me ha desbordado por completo. ¿Cómo ha podido hacerme esto? ¿Qué hecho yo para merecerlo?

Harry acaba de arruinarme la vida.

Paso la noche entera llorando y sintiéndome totalmente vulnerable con un tío que acabo de conocer y que por alguna razón me sabe consolar como nadie en el mundo. De hecho, me prepara algo de comer y se esfuerza muchísimo por intentar hacerme olvidar todo lo sucedido. También intenta que lo relativice. Me recuerda que todo el mundo ha enviado esa clase de fotos alguna vez, que él tiene la bandeja de Instagram llena de mensajes de fans que se le insinúan de ese modo y que hay que ser hijo de puta para hacer públicas esa clase de imágenes. También me dice que su padre—y sobreentiendo que se refiere a ese tal César—es abogado, que si no había cumplido los dieciocho al sacarme esas fotos, podría denunciar a Harry.

Pero yo, con una taza de cacao entre los dedos y hecha una bola en el sofá, solo quiero desaparecer. Me da igual Harry, me da igual la viralización de las fotos; solo quiero dejar de existir. Cierro los ojos y antes de que Henzo salga de la cocina para volver a arroparme entre sus brazos, vuelvo a transformarme en un nudo de lágrimas, preguntas autocompasivas y vergüenza. Mucha, mucha, mucha vergüenza. Porque me quiero morir de la vergüenza que siento. No pienso volver a pisar la calle. ¿Qué va a pensar la gente de mí? Salgo hasta en los puñeteros periódicos con medio cuerpo pixelado por ser hija de quien soy.

Noto que algo me estrecha más contra otro algo y una sensación extraña se apodera tanto de mi cuerpo que ni siquiera soy consciente de nada mientras escondo la cara en el cuello de una camiseta que huele a... No sé, pero algo me hace sentir segura. Los mocos me impiden distinguir cualquier tipo de olor. Quien dice mocos, dice el puñetero apocalipsis de mi vida.

—Todo se va a arreglar—promete contra mi pelo, y recuerdo que no estoy sola en mi cuarto, que es Henzo quien me mantiene anclada al mundo en este momento—. Ahora crees que la vida entera se te viene encima, pero en unos años nadie recordará esas fotos. Te juro que la gente se olvida, Brooke.

Mientras Henzo aprieta los labios en mi cabeza y los dedos en mi espalda y cintura, desterrado en el dormitorio, mi móvil se ilumina dos veces más.

Mamá: Qué vergüenza. No me puedo creer que hayas sido capaz de hacernos esto. Has ido demasiado lejos, Brooklyn. Por tu culpa vamos a ser el hazme reír de todo el mundo. No nos tienes respeto ninguno, siempre actuando a tu aire sin preocuparte por nosotros, por nuestro apellido, ese que no mereces ostentar.

Papá: Ven ahora mismo a nuestra casa, llévate tus porquerías y bórrate de nuestra vida. Yo no he criado a ninguna zorra.

Cuando regreso al dormitorio y leo esos dos últimos mensajes, todo termina de resquebrajarse y derrumbarse, pero ya no me quedan lágrimas que soltar y opto por recoger mis cosas con toda la violencia que no había salido a la luz hasta ahora. Hijo de puta. ¿Cómo ha podido hacerme esto? ¿Esto es lo que Harry me ha querido? ¿Va en serio? Cinco putos años de relación para que ahora me arruine la vida. Dios, ¿Cómo pude ser tan imbécil de enamorarme de alguien así? Si es que me lo merezco por ciega y por estúpida.

—¿Te vas? —me pregunta Henzo, sorprendido y... desilusionado. Acaba de aparecer en la puerta, pero yo no me doy la vuelta mientras me subo los puñeteros pantalones—. Pero...

—Adiós—paso por su lado, súper seca—. Ha estado bien.

Cruzo el pasillo con el pesado pisándome los talones. Joder ¿Por qué no me deja en paz? No me debe nada. En contra de lo que pensaba, al parecer sí que todavía puedo echar otra lloradita, porque estoy a punto de volver a estallar cuando intento abrir la puta puerta y la cabrona no cede.

—Brooke, Brooke—Henzo me detiene suavemente del brazo—. Tiene truco. Deja que...

—¡NO! —le espeto—. Déjame tú en paz a mí. Solo hemos follado, Henzo ¿Te enteras? No necesito ni tu compasión de mierda ni nada más de ti. Solo quiero irme a mi puta residencia y olvidarme de esta noche.

En cualquier otro momento hubiera concretado que con eso último me refería a lo de Harry, pero no lo hago y veo en los ojos de Henzo como algo se quiebra. Luego aprieta los labios y me aparta suavemente de la puerta, manipula la cerradura y el resbalón cede.

—Solo iba a abrirte—aclara, monocorde—. La cerradura tiene truco. Adiós.

Soy gilipollas.

—Joder—me paso una mano por la cara, pienso en pedirle perdón y me siento la persona más imbécil del mundo cuando vuelvo a notar las pestañas húmedas—. Adiós.

—Pues a mí sí que me ha gustado esta noche—dice a mi espalda, cuando yo ya estoy bajando las escaleras.

Por alguna dichosa razón, mis pies se detienen en el siguiente escalón. Aferro los dedos en la barandilla y una lágrima se estrella contra el suelo cuando tenso la mandíbula.

—Pues felicidades—ni siquiera me doy la vuelta para despedirme mirándole a la cara—. Porque para mí ha sido la peor de mi vida.

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