CAPÍTULO XIX
YO PUEDO CON ESTO
HUNTER
El principio de algo – La La Love You & Samuraï
Ten cuidado, cariño, tienes magia en los ojos.
○○○
Pienso matar a esas dos lagartas.
Me han traído arrastras hasta aquí. ¡Incluso han pagado un taxi! ¡Brookie ha pagado un taxi! ¡Ella, que salió elegida como presidenta de la cofradía del puño cerrado, ha apoquinado siete pavos por traerme hasta aquí!
Sorprendentemente, Larichi ha orquestado todo este plan diabólico digno de una mente maquiavélica. Fíjate, y parecía buena... Que engañados nos tenía a todos. Se ha lucrado de mi estado perjudicado para convencerme de que este reencuentro, en algún multiverso, podría salir bien. ¿Bien para quién? ¿Para Trevor, que seguramente se gane otra mamada por su cara bonita? ¿Y yo qué? ¿Qué gano yo? ¿Otra decepción?
Las dos ratas de cloaca han huido como cucarachas en cuanto la voz metalizada de Trevor ha avisado a través del telefonillo que enseguida bajaba. Brookie me ha peinado las cejas y rociado colonia por todo el cuerpo antes de esfumarse. Larichi me ha recordado lo buenísima persona que soy y lo afortunado que haré al hombre con el que decida compartir mi vida. Ambas han bebido tanto como yo.
Una vez me quedo solo y el silencio de la calle me cala hasta los huesos, suelto un gemido lastimero al tiempo que doy una vuelta sobre mí mismo. Dios ¿Qué cojones hago aquí? Debería irme todavía que puedo. Sin embargo... mis pies no se mueven ni un centímetro. ¡Agh! ¿Por qué, Trevor? ¿Qué demonios tienen esos puñeteros ojos verdes de ciencia ficción para haberme atrapado tanto?
Viva Amaral.
Entonces, oigo el eco de unos pasos frenéticos al otro lado de la puerta. Y el corazón se me sale del pecho cuando alguien tira de la hoja hacia sí y esos puñeteros ojos verdes de ciencia ficción se estrellan contra los míos. Joder. Es guapísimo. ¿Cómo coño voy a mantenerme firme, si cuando lo veo todos mis pensamientos se reducen a lo precioso que es y a las ganas que me queman de besarlo?
—Ha... ha sido un resto—balbucea—. O-o sea, re-reto. Lo-lo del mensaje de... de sentirte en mi cabeza.
Dios, soy imbécil.
Suelto una risa, pero ni en un funeral se respiraría tanta amargura.
—Vas borracho—echo un pie hacia atrás, dispuesto a irme—. Debí suponerlo desde el principio.
—¡NO! —me sujeta de la muñeca enseguida, y como el tío me puede, le permito que se explique, aunque ni siquiera tenga cojones de mirarme a la cara mientras lo hace—. Yo... Yo... He... He querido hablarte a lo largo de toda la semana.
—No lo querrías tanto si no he recibido ningún mensaje.
—Bu-bueno... pensaba que preferías no saber de mí.
Lo que me faltaba. La frustración que me corroe por dentro emerge de mis entrañas con otra risa corta sin pizca de diversión.
—En tu línea ¿no?
—Yo-yo...
—Tú siempre en tu maldita línea recta y monótona—escupo, muy harto de todo esto. Y un poco borracho, también—. Tú siempre acojonado por salir de tu maldita zona de confort. No quiero decirte adiós, Trevor. Pero... pero creo que sería lo mejor.
Trevor alza la cabeza y miles de emociones surcan sus ojos como una lluvia de esteroides. Pero los meteoritos siempre causan estragos cuando se estrellan. Y, como con los dinosaurios, uno de esos meteoritos es la causa de la extinción de mis ganas de seguir persiguiendo a tíos que no me quieren lo suficiente como para darlo todo por mí.
—Esto ha sido un erro...
No.
Joder.
No.
Mierda.
TREVUNSKI
Hostia puta.
Dios, Dios, Dios, Dios, Dios.
HUNTER
¿Me ha...? ¿Me está...?
¡¡¿¿QUÉ COJONES??!!
TREVUNSKI
Me quiero morir de la vergüenza.
SHARIF, COTILLA, DEJA DE MIRAR
—¿Ves algo? —le pregunto a Rash—. Están hablando justo en el portal y los tapa el puñetero balcón del primero.
Rash también ha asomado medio cuerpo por encima de la barandilla, pero el toldo feo de la vecina de abajo obstruye todo nuestro campo de visión, impidiéndonos cotillear nada. Joder.
TREVUNSKI
El corazón me va a triturar el esternón como Hunter no reaccione ya. Durante lo que se me antoja una eternidad, solo oigo las frenéticas pulsaciones de mi pulso sanguíneo.
Me he lanzado.
No sé por qué. Simplemente... Hunter estaba ahí, delante de mí, con esa cara, con esos ojos y esa boca. Y... Y... Y... he sentido sus ganas de querer tirar la toalla. He vislumbrado en su mirada el momento exacto en el que ha decidido desistir. Y... Y mi cuerpo ha actuado por cuenta propia, y luego mi corazón ha vuelto a latir después de mil años de letargo y acumulación de polvo y telarañas.
—Lo-lo si-si-siento—me separo cuando no me corresponde. Dios, que puta humillación—. Yo-yo... Di-Dios, que vergüenza. A-adi...
—Ni se te ocurra, Trevor.
Entonces, tira de mí y clava los dedos por detrás de mi nuca, murmurando algo sobre mis labios antes de atrapar el inferior entre los dientes. Se me escapa un jadeo y, en ese segundo fugaz en el que abro la boca, Hunter se lanza a la carrera y... Y yo me voy a morir aquí mismo.
He imaginado mil veces este momento. Nos he imaginado en mi piso. En su residencia. En la calle. Incluso en mi casa. Pero ningún conjunto de ilusiones de humo podrá jamás igualar el tacto real de sus labios, de sus manos, de su aliento. De las vibraciones de su respiración, de sus gruñidos. Del peso de su cuerpo contra el mío cuando me empuja contra la pared de ladrillo visto, alejándonos de la puerta del portal.
SHARIF, COTILLA, DEJA DE MIRAR
—¡TÍO! —Rash engancha mi brazo y, de un tirón, me lanza de vuelta contra la barandilla—. ¡Se están comiendo la boca!
—No puede ser.
Me inclino hacia la calle y no quepo en mi sorpresa cuando encuentro dos cabezas que se mueven en perfecta sintonía mientras unos dedos escurridizos se entrelazan alrededor de los mechones de pelo. Sonrío. Sonrío con sinceridad. Muy bien, Trevunski. Este va a ser el primer capítulo de tu vida, de tus sueños y de tus propias decisiones. Le tengo que decir que estoy muy orgulloso de él.
Entonces, como propulsado por alguna fuerza exterior, saco el móvil del bolsillo, entro en su chat y tecleo algo a toda velocidad.
Henzo: Llevo toda la semana pensando qué escribirte para iniciar una conversación. Buscaba algo con gancho, con ingenio o con un mínimo de gracia. Pero supongo que tanto artificio no me pega y debería haberme limitado a la verdad.
Henzo: No paro de pensar en ti, Brooke. He vuelto a escribir. A componer de verdad, no a juntar rimas postizas. He vuelto a darle vida al bolígrafo y lo he conseguido mientras pensaba en ti. Gracias. No eres remotamente consciente de lo que me has dado. Me has devuelto algo que creía haber perdido para siempre. Me has demostrado que la inspiración no nace de lo sintético, nace de las personas, de los recuerdos y de los deseos que te crean. Muchas gracias por recordármelo, Brooke. Lo había olvidado.
BROOKE
Dios, maldito sinvergüenza. ¿Cómo puede decirme algo tan bonito, y luego llamarme metijona? ¿En serio la misma boca puede darle voz a las emociones más inefables, y luego llamarme cotilla? No lo entiendo.
Brooke: De nada.
El secreto de Estado: Por favor, dime que vas a escribir algo más que eso...
Brooke: Acabo de tumbarme en la cama y estoy borracha. Suerte que he leído el mensaje.
Brooke: Un mensaje precioso, por cierto.
Brooke: Ah, y tú también me has devuelto una cosa. Aunque todavía no he conseguido ponerle nombre, pero algo en mí vibra distinto desde que te conozco. Desde que me llevaste a esos baños en la fiesta de One Direction. O quizá desde que me dijiste que Todo saldría bien y, por alguna razón, te creí. Gracias a ti por recordarme que no estoy rota por dentro y que puedo seguir sintiendo cosas.
Brooke: Y también por demostrarme que puedo volver a confiar en alguien.
TREVUNSKI
Shameless – Camila Cabello
Right now I'm shameless, screaming my lungs out for ya. Not afraid to face it.
○○○
—Dios, Hunter—jadeo contra su boca—. ¿Quieres subir arriba?
—Sí, joder. Llevo dándote el sí a esa puta pregunta desde que apareciste en la residencia.
Me río. Me río de una forma jovial, infantil, liviana y... Me río como Henzo se ríe ahora. Dios, me río como él. Madre mía. Supongo que así se siente uno cuando vuelve a andar después de haber permanecido quieto durante demasiado tiempo. Feliz. Raro. Pero feliz. Y por primera vez, me digo que yo puedo con esto, y me lo creo.
No sé cómo conseguimos entrar al piso sin hacer ruido. Oigo voces en la cocina. Henzo y Rash estarán en la terraza, seguramente compartiendo alguna de esas conversaciones tan íntimas que solo surgen a altas horas de la madrugada después de unas copillas de más, cuando ya solo bebes agua y te apetece abrirte porque te sientes seguro. Las conversaciones de los últimos noctámbulos, las llamamos nosotros. Muy sigilosamente, cierro la puerta del salón, bajando la manilla milímetro a milímetro para que el resbalón no nos delate.
Aunque de nada sirve tanto secretismo cuando Hunter da un portazo al entrar en mi habitación, cerrando de un latigazo con la mano. A la mierda todo. Me empuja hacia atrás y mi espalda se fusiona con la madera de la puerta mientras me besa con ansias la boca, el cuello, la mandíbula y... y todo. Dios. El corazón me palpita a lo loco cuando sus manos se deshacen de mi camiseta, lanzándola por ahí. Ay, madre.
—Si en algún momento quieres parar...—me recuerda contra la curva del cuello.
—Vo-voy muy bien.
Siento directamente sobre la piel la curvatura que trazan sus labios al sonreír. Puf... Menudo tatuaje invisible acaba de grabarme a fuego en el cuello. Hunter me da un mordisquito en esa porción de hombro que ha dejado expuesto y doy respingo. Entonces, de repente, unas manos aupan mis muslos y enrosco las piernas en la cintura de Hunter. Aunque vamos un pelín borrachos y tanta acrobacia nos cuesta un buen porrazo contra la pared y algún que otro despeñamiento de objetos no identificados.
Ups.
El porrazo me ha arrinconado contra el gotelé y su cuerpo, que se aprieta contra el mío. Una de mis piernas se ha opuesto rotundamente a desenlazarse de su cadera, y la mantengo ahí, torpemente alzada en un intento de creerme sexy. Hunter aún me sujeta del culo cuando intercambiamos una miradita de circunstancia por el alboroto y se nos escapa una risilla tonta. Dios, cuánto me estoy riendo esta noche. Riéndome de verdad. Qué guay.
—¿Sería muy cantoso si ponemos música? —susurra.
—¿Música?
—Sí, música. Para disimular todo el ruido que vamos a hacer.
Estoy a punto de preguntar ¿Ruido? Pero incluso antes de dejar constancia de mi empane mental, me pongo un poco rojo, aunque se disimula bastante gracias a que no hemos llegado a encender la luz porque la claridad del alba ya se deslizaba perezosa por la ventana y alumbraba ligeramente los contornos del dormitorio cuando hemos entrado.
—Puedo ser silencioso—murmuro, aunque no lo sé a ciencia cierta...
Entonces, Hunter me mira divertido durante unos segundos antes de soltar una risita que entraña muuuuucho peligro.
—Bueno, no tentemos a la suerte.
Y menos mal que no tentamos a la suerte, porque en el momento en el que volamos a la cama y nos empezamos a desnudar entre caricias, besos y susurros...
—Dios...—se me escapa cuando sus piernas se encajan entre las mías y noto el roce de su excitación con mi excitación—. Sube la música. Súbela, súbela.
Hunter se ha tumbado encima de mi cuerpo porque yo no tengo ni puta idea de cómo funciona esto, pero no me importa demasiado. No con él. Escondo la mitad de la cara en la curva de su cuello, regalándome unas vistas estupendas de su espalda y pompis, al tiempo que él alarga el brazo hacia la mesita de noche y le da más voz a la música. Mi repertorio de melodía clásica nunca antes me había transmitido tanto.
HUNTER
Joder. Joder. Joder. Como luego me diga que esto no significó nada, que solo fue un polvo o que no buscaba nada más allá de liberar tensión acumulada... Juro por Dios que como me diga algo de eso, me rindo en esta mierda del amor. Porque no me podría levantar de un golpe así. Porque no soportaría que una mirada contradijera una acción. Y es que Trevor funciona así. En el lenguaje de los ojos me dice que lo somos todo, y en el lenguaje de los actos me dice que no somos nada.
Trevor tampoco me ha dicho con palabras que nunca ha follado con un chico, pero no necesito graduarme en Oxford para deducirlo. Yo normalmente soy bastante cerdo en la cama, pero hoy me contengo. Lo último que quiero es espantarlo.
—Ehm...—lo miro en cuanto abre la boca, un poco avergonzado—. Oye... yo... No... ¿Tú...? Condones. Me refiero.
—¿Cómo?
—Condones—susurra, cada vez más flojo—. ¿Tienes?
—Sí.
—Estupendo—y se queda mirándome fijamente, como suplicándome que lo diga yo todo porque como él siga hablando le da algo.
—¿Sabes cómo funciona? —le pregunto.
—Sí. Bueno, una parte. Follé así con mi exnovia alguna que otra vez.
—Bueno, más o menos.
Volvemos a besarnos, a tocarnos, a recrearnos en cada tramo de piel que hemos liberado de la ropa y que por fin tenemos a nuestro alcance. Y, no me preguntéis cuando, pero en algún momento Trevor se deshace de toda la vergüenza y gira sobre el colchón, enderezándose sobre mí. Extiende ambas palmas sobre mis pectorales y, desde ahí arriba, con esos pelos de loco, tiene los cojones de mirarme con socarronería. Guau.
—Dime una cosa.
—Yo ahora mismo te digo todo lo que quieras, mi rey—encajo las manos en donde su espalda se estrecha para dar paso a las caderas.
Casi al instante, sus ojos brillan desde lo más profundo de sus pupilas y se inclina sobre mí hasta prácticamente cerrar nuestras distancias a cero. Su erección se frota contra la mía al moverse y, ante ese disparo de placer, tenso la espalda contra el colchón. Joder, lo necesito ya.
—¿Cómo te gusta? —susurra contra mi boca.
Yo puedo con esto.
—¿A ti?
—He preguntado yo.
—Un poco de todo. Y que se juegue con los ritmos.
—A mí igual.
De nuevo, volvemos a besarnos, a tocarnos y a saborearnos hasta rozar el cielo con los dedos. El contacto de la lengua de Trevor en mi piel manda disparos de placer por cada terminación nerviosa de mi ser. Sus manos exploran mi erección hasta que se la aprenden de memoria y empiezan a tocarme con ganas. Dios. Clavo las uñas en su hombro y alzo las caderas hacia una parte de su cuerpo que no me ha dejado tocar.
Aunque su mano siga entre nosotros, me restriego contra su erección y Trevor estrangula un gruñido en mi cuello. Enseguida, masculla una palabrota, me coge la cara con las dos manos y empieza devorarme la boca mientras nos restregamos. Al principio lento, luego bastante agresivo. Y llega un punto en el que los violines ya no amortiguan nuestros gemidos, ni nuestras respiraciones aceleradas, ni nada.
—Hunter...—le tiembla un poco la voz, y le tiro un poco del pelo para que me mire.
—¿La música?
—Sí.
Les subo más a los violines, y menos mal. Porque Trevor ha vuelto a desbloquear el modo empotrador y estoy haciendo bastante ruido mientras su lengua me repasa la espalda de nuca a... Uf... Dios. Hundo la cara en la almohada, enterrando en ella varios gemidos. Luego, Trevor se pone el condón, saca el lubricante que ha tardado bastante más tiempo del deseado en encontrar y, cuando vuelve a la cama, yo lo espero bocarriba con una ceja enarcada.
—Lo siento—vuelve a colocarse entre mis piernas—. Lo moví de sitio y no recordaba dónde lo guardé.
Subo las manos a su pelo y sonrío. Todavía no me creo que lo esté tocando de verdad.
—Eres un desastre.
—Ya.
—Me encanta.
Atraigo su cabeza hacia mí y nos volvemos devorar mientras él nos empapa de lubricante. Luego me abre más las piernas y amortiguo en su boca un gemido largo que se prolonga hasta que entra del todo. Dios. Trevor ha empujado despacio, suave, y el cabecero no ha empezado a repiquetear contra la pared hasta que no nos hemos adaptado el uno al otro. Pese a los movimientos tiernos del preludio, no tardamos mucho en convertirnos en una amalgama de jadeos, maldiciones y gemidos mal disimulados. Madre mía.
En algún momento me siento tan lleno de placer que ni siquiera presto verdadera atención a mis movimientos mientras Trevor nos cambia de postura. Para de devorarme el cuello y procede a sentarme encima de sus caderas. Oh, entiendo. Sus dedos se enredan en mi pelo y jadeo contra su boca mientras desciendo hacia su erección. Luego le doy todo a Trevor, que me está haciendo el amor de una manera que ni siquiera sabía que podía llegar a existir. Su manera de tocarme, de mirarme, de susurrarme al oído.
Dios, como luego diga que esto no significó na...
—Te quiero—jadea contra mis labios, apretándome más todavía el pelo—. Joder, te quiero. Mucho.
Y es que, insisto, Trevor funciona así. Me hincha el corazón con palabras, pero luego lo desinfla con acciones. Sin embargo, ahora mismo, por primera vez, sus acciones y sus palabras coinciden. Y yo me regalo unos breves momentos para contemplarlo mientras hacemos el amor. Para perderme en sus ojos entreabiertos, en sus labios enrojecidos y en sus mejillas sonrosadas. Vuelvo a juntar nuestras bocas.
—Te quiero. Mucho.
En unos cuantos empujones más, ambos terminamos corriéndonos con esos puñeteros violines de fondo. A cualquiera que le cuente que he follado con Chaikovski de fondo, se cree que le estoy vacilando. De hecho, ya puedo imaginar la cara de absoluto escepticismo de Brooke, con esa leve inclinación de barbilla y ceja alzada.
Trevor se desploma contra el cabecero de la cama y yo en su hombro. Permanecemos un rato en esta postura, empapándonos de las respiraciones del otro, del olor y del pestuzo a sexo que debemos de echar. Se me escapa una sonrisa cuando siento las puntas de sus dedos paseando perezosas por mi espalda.
—¿Cómo lo haces? —murmura.
Estoy muy cómodo con la mejilla en su hombro, pero alzo la cabeza para mirarlo a los ojos. No he entendido su pregunta. Trevor me recibe con expresión perdida, y por un momento me acojono solo de pensar que me va a mandar a mi puta casa. Pero las yemas de sus dedos continúan memorizando cada porción de piel de mi espalda. Y sus ojos me dicen todo lo que su boca no me ha podido decir nunca.
Trevor me recuerda a esos niños de ojos tristes de las películas. Esos niños vestidos con ropas andrajosas que se quedan a contraluz de una puerta gigante, con un osito de peluche colgando de una mano. Sí, definitivamente, personifica totalmente a esos niños perdidos de las películas, los que no conocen la palabra hogar y lloran al final porque han conseguido encontrar una familia.
Yo quiero formar parte de esa familia. Yo daría todo por eliminar toda esa pena que le nubla la mirada. Daría mi vida entera por tal de que el sol volviera a brillar en esos ojazos verdes. Le daría mi todo para llenar su nada, porque viéndolo a él pleno, yo siempre me sentiría lleno. Porque yo funciono así. Porque solo soy feliz mientras la gente que quiero sonría de verdad.
Muevo una mano a su mejilla y, como un idiota, intento borrar la expresión triste de su cara con el pulgar, acariciándole el pómulo.
—¿Cómo? —pregunto.
—¿Cómo lo haces? —repite, mirándome con el corazón en la mano—. ¿Cómo lo haces para arriesgarte una y otra vez, y levantarte siempre? Yo no... ¿Y si yo no me levanto?
Oh. Así que todo este tiempo la raíz de sus miedos lo orquestaba esto. Mi niño... Le vuelvo a dibujar el pómulo con el pulgar, sonriendo un poco.
—Te levantarás—le aseguro.
—¿Y si no? —musita.
—Y si no—muevo la cabeza para reenganchar su mirada con la mía—, me sentaré en el suelo contigo, y no me moveré de tu lado hasta que te levantes y echemos a andar de la mano.
—Pero...
—Las vistas también son bonitas desde el suelo—le interrumpo—. De hecho, tumbado, es como mejor se ve el cielo, porque está ahí, de frente, con toda su inmensidad. Y tú, como siempre haces, podrías señalarme cada avión que veas y luego los dos saludaríamos como un par idiotas; porque, incluso cuando te caes, puedes encontrar motivos para sonreír mientras te levantas.
Las comisuras de sus labios se curvan un pelín hacia arriba, y esa diminuta sonrisa me infunde una alegría jodidamente desmesurada. Joder, solo es una sonrisa. Pero menuda sonrisa. Y, además, es la sonrisa de Trevor. Una sonrisa que ha nacido de mí. Que he provocado yo. Una muestra de que podría disipar la pena de sus ojitos tristes.
Trevor ladea la cabeza y acurruco la mejilla en su mano cuando me acuna la cara con ella.
—He sido un imbécil—murmura—. Todo este tiempo yo... ¿Nunca te ha pasado que a veces te convences de que no quieres ciertas cosas porque piensas que jamás llegarás a tenerlas?
No, la verdad. Yo siempre he sido ese típico niño que incluso antes de soplar un diente de león, ya sabía lo que quería, cómo lo quería, cuándo lo quería y las artimañas que usaría para conseguirlo. Aprieto los labios, y ese silencio responde por sí solo.
—Pues a mí me pasa continuamente. Y... es una sensación agotadora. Porque casi te pierdo a ti. Y eso no lo habría podido olvidar ni superar nunca.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro