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CAPÍTULO XI

Tras el cristal - La Guardia

Háblame de tu oscura habitación, de tus noches sin dormir.

¿PARA QUÉ BESAR LA BOQUILLA DEL CIGARRO, CUÁNDO PUEDES BESAR LA MÍA?

○○○

¿Sharif está aquí? ¿Y en serio he tenido que enterarme por un puñetero fan?

Muy disimuladamente, escaneo mi alrededor por encima del hombro. Y ahí lo encuentro. Está justo detrás de Morgan, que gracias a Dios, me tapa con su cuerpo. Un chaval se le ha aproximado por la espalda y sacado el móvil, a lo que Sharif ha retrocedido un poco para arrimarse lo más posible a él. Un montón de gente los empuja de un lado a otro al intentar avanzar hacia la salida mientras ellos se echan la foto.

Que guapo va.

La resaca de ayer también le ha pasado factura a sus hombros cansados y parpadeos lentos, pero esa sudadera verde botella y pantalones negros le sientan como un guante.

—Tío, ¿Puedes parar de acosarme la espalda? No puedo moverme, coño. Estás más pegado que la mosca a la mierda, macho.

Como hermana mayor de un adolescente con dificultades para manejar emociones fuertes en momentos de agobio, mi cerebro ha desarrollado un sensor discriminatorio que podría distinguir la voz de Morgan en mitad de un puñetero bombardeo. Y acaba de encararse con el chaval de atrás.

—¿Y qué coño hago yo si me están empujando contra ti? —responde el muchacho, al que apenas puedo ver porque está detrás de mi hermano—. No te tocaría ni con un palo si pudiera, pijo de los cojones. Que te piensas que has venido a la firma de Spirit ¿O qué? Tanto bordado del caballito, tanto bordado.

Ay, madre.

A mi hermano se le ensombrece la cara entera y corro a cogerlo de la muñeca para tranquilizarlo. Lo último que necesito es montar una escena y que Sharif me vea. Además, tampoco me apetece que Morgan se enzarce en una pelea que desemboque en desgracia y muchos, muchos pisotones.

—Morgan, déjalo—le pido, hablando todo lo flojito y suave que este jaleo me permite—. No merece la pena.

—Eso, escucha a tu novia—insiste el busca líos ese—. No merece la pena.

Esa forma que ha tenido el niñato de mierda de imitarme me ha cabreado hasta a mí. Yo no hablo así. Pese a los hombros que me presionan por cada puto ángulo del cuerpo, consigo revolverme y encarar al niñato. E imagínate mi sorpresa cuando me doy de bruces con el chaval que me arrolló en el centro comercial. De la impresión, se me olvida lo que voy a decir. Dios, es clavadito a Sharif, pero con los ojos negros, más bajito y desgarbado.

—¿Qué quieres, guapa? —me suelta el niñato, y tuerzo el gesto cuando me repasa de arriba abajo—. ¿Tienes algún problema, o solo te morías por verme la cara?

—Quítale los ojos de encima a mi hermana, puto pajero—Morgan le empuja el hombro.

El chaval no debe de esperarse el empellón, porque da un traspiés hacia atrás. Y, como no podía ser de otra forma porque nací con un imán para las casualidades desafortunadas, Sharif da un respingo cuando su versión adolescente y gilipollas se le cae encima. Lo sujeta de los hombros y frunce el ceño, fastidiado.

—Joder, Nasser ¿Qué pasa ahora? ¿Qué haces?

—¡Ese imbécil, primo! —el niñato señala bruscamente a mi hermano—. ¡Me ha empujado por la cara! Te voy a pelar la puta cobaya muerta que tienes en la cabeza, gilipollas.

—Acércate y te juro que construyo un puzle de mil piezas con tus huesos, moro de mierda. A mí nadie me toca. Y a mi hermana menos.

Espera. Durante un segundo, todo mi alrededor se paraliza. No puede ser. He tenido que escuchar mal. Por favor, decidme que he escuchado mal. ¿Morgan acaba de...?

—Vas a estar cagando dientes una puta semana, racista de mierda.

De este modo tan sumamente humillante para la raza humana, dos machirulos con masculinidad tóxica tratan de darse de hostias mientras Sharif sujeta a mi hermano por el pecho y a su primo por los hombros, manteniéndolos alejados. Casi parece Moisés separando las aguas. Mi función se limita a intentar calmar a la bestia. Ahora mismo las ganas de vocearle a mi hermano burbujean en mi garganta, pero conozco a Morgan y sé que mis gritos únicamente exacerbarían su cabreo, así que solo le pido que se tranquilice mientras rezo para salir cuanto antes de aquí. A mi hermano le han alterado los ruidos y las aglomeraciones desde pequeño. No lo pasa bien y parece haber interiorizado que buscando pelea su malestar interno disminuirá.

Cuando por fin conseguimos avanzar, saco a Morgan lo antes posible del estadio. Y una vez en el aparcamiento trato de calmarlo. Está de los nervios y no para de repetir que va a buscar a ese niñato para partirle los dientes. Ha comenzado a respirar con demasiada fuerza, y como continúe enredado en esa espiral de rabia y agitación va a terminar con un ataque de ansiedad por no poder controlar bien la respiración.

Igual que Malcolm desarrolló una aversión acérrima hacia cada tío que se me acercara después de lo de Harry, Morgan potenció un instinto protector que no le corresponde. Se ha vuelto excesivamente territorial conmigo y no tolera que nadie me sople. Me da mucha pereza, la verdad.

No sé cuanto tiempo tardo en tranquilizar a mi hermano, pero lo siento como una puñetera barbaridad.

—¿Mejor? —le pregunto, con las manos en sus mejillas.

Ni siquiera me está mirando cuando asiente bruscamente. Tiene los ojos clavados en el todoterreno rojo de detrás de mí. Un todoterreno que en cualquier otro momento me resultaría de lo más familiar.

—Necesito un cigarro.

—Bien. Pues líatelo y cuando te lo fumes vamos al co...

—¿Otra vez tú?

No puede ser.

Iba a soltar a Morgan justo cuando la voz del niñato de antes retumba a mi espalda. ¿En serio? Sujeto a mi hermano de los hombros y echo la vista hacia atrás, frunciendo el ceño. Nasser viene corriendo hacia nosotros, pero no llega a alcanzarnos porque antes de eso Sharif lo atrapa con fuerza del brazo, deteniéndolo a pocos metros de nosotros.

—¿Se puede saber qué coño te pasa? —sisea, muy cabreado—. Tienes a los de asuntos sociales respirándote en la nuca, compórtate, joder. ¿Sabes la mierda que he tenido que tragar para responsabilizarme legalmente de ti? ¿Eres consciente?

—Suéltame, coño—trata de zafarse—. Que me sueltes, joder ¿La coca te ha frito el cerebro y no me oyes o qué coño te pasa? Te he dicho que me sueltes. No eres nadie para darme consejos de vida, que casi te meten en la cárcel, puto yonqui.

¿Cómo?

Divido mi atención en mantener retenido a Morgan y en analizar cada movimiento de Sharif. Ya venía cabreado de antes, pero ahora mismo parece que vaya a descuartizarle el brazo a Nasser. Sin embargo, en contra de lo que cualquiera esperaría, Sharif se limita a apretar los dientes con muchísima fuerza y, sin decir nada, saca una llave del bolsillo, apunta hacia el todoterreno rojo y doy un respingo cuando las luces del vehículo parpadean.

—Móntate en el coche—le ordena, muy serio.

Nasser mira el vehículo y luego a su primo.

—Tus ganas, colega—se echa a reír—. ¿Te has metido una raya y no has compartido o qué? No pienso mon...

El muchacho corta el show cuando Sharif acerca su cara a la suya de un tirón en el brazo.

—Te he dicho que te montes en el puñetero coche—remarca cada sílaba.

No sé qué mirada debe verle Nasser, pero toda la chulería se le esfuma de un plumazo y no protesta cuando Sharif se acerca al vehículo, abre la puerta del copiloto y lo planta delante del asiento. El chaval se sienta y él cierra de un portazo. Ni siquiera nos mira a nosotros cuando rodea el todoterreno para montarse frente al volante, arrancar y desaparecer de nuestra vista.

Vaya.

Una vez después de que se vayan, pierdo la cuenta de los segundos que me quedo mirando como una tonta la salida del parquin. Entonces, mi hermano suelta un bufido desdeñoso.

—Putos moros, tío. No hacen más que buscar bulla.

Miro a Morgan al instante.

—Has empezado tú—le espeto, cabreadísima. No sé qué me jode más, el comentario racista en sí, o que esas palabras lleven la firma de mis padres—. ¿Desde cuándo hablas así de la gente?

—Desde que me tocan los huevos. El moro ese te ha comido con los ojos y...

—¡¿Puedes parar de llamarlo moro con ese desprecio?! Tú no hablas así.

—Yo hablo como me da la gana.

—¿No me digas? —ironizo, y me entristezco incluso antes de verbalizar lo que voy a decir—. Pues menuda casualidad que calques todas esas barbaridades de papá. Te estás convirtiendo en él, y eso da muchísima pena; porque tú vales muchísimo más que los deseos de un cepo con corbata.

○○○

Una vez dejo a Morgan en su residencia, no soy capaz de arrancar el coche y permanezco unos minutos con la cabeza echada en el asiento y los ojos cerrados. El desgraciadamente conocido nudo en la garganta no tarda en aparecer. ¿Qué le está haciendo mi padre a mi hermanito pequeño?

Él jamás insultaría a nadie por su raza. ¿No? Suspiro. No lo sé. A lo mejor ya no conozco tanto a Morgan. Quizá... Vuelvo a suspirar. Ya es hora, Brooke. Sí, creo que ya es hora de aceptar que mi hermano pequeño está cambiando mientras se forja una personalidad y que no puedo luchar contra la regia influencia de nuestro padre.

Aun así, me parece antinatural que el carácter del niño que abrazaba perritos en la calle y del que me llena de achuchones por la entrada de un partido de baloncesto pueda convivir con la versión de un niñato racista que se mete en peleas como vía de escape a su agobio. Soy incapaz de concebir que esas dos personalidades tan opuestas compartan espacio en el cuerpo de mi hermano.

Siento... Siento que estoy perdiendo a mi Morguinchi y que no puedo hacer nada para mantenerlo a mi lado, aunque sea un segundo más.

Ya ha anochecido cuando la luz amarillenta de las farolas lame las ventanillas del coche, cubriendo la tapicería y el salpicadero de un mostaza translúcido. Debería arrancar ya y volver a la residencia, pero no me apetece nada en absoluto. Me siento súper agotada tanto mental, como físicamente. Todavía no me he desecho del nudo que ha estado obstruyendo mi garganta durante todo el maldito viaje. No soporto esta puñetera presión en el pecho, la que aparece cuando te das de bruces con algo que no te esperabas. Me he estrellado de frente contra un muro que ha estado siempre ahí, pero que yo he querido ignorar, y ahora me duele todo por el impacto de realidad.

No sé si Sharif me haya visto con toda la que se ha montado. Seguramente sí, y me duele reconocer lo mucho me avergüenza que me relacione con una persona que ha insultado de esa forma a su primo e, indirectamente, a él.

—Dios...—me froto la cara con las manos, emborrándome un poco el maquillaje de los ojos—, no puedo más. 

Me otorgo unos cuantos segundos para serenarme y, por primera vez en mi vida, pienso bien las cosas antes de llevarlas a cabo ¿Estoy segura de lo que voy a hacer a continuación? No del todo, pero es lo correcto. Cojo aire y le devuelvo la mirada al espejo retrovisor del centro, pero no encuentro toda la determinación que me gustaría haber recibido. Sin embargo, sigo pensando que es lo correcto y que tampoco debería producirme tantos nervios coger el móvil y enviarle un mensaje de disculpa por parte de mi hermano.

Vuelvo a hincharme los pulmones una última vez más y pongo los pulgares en marcha. Vamos, Brooke. El corazón me late más rápido de lo que debería cuando entro en nuestra conversación. Entonces, leo su último mensaje y un nudo horrible se me cuelga en la garganta, como una losa de mil kilos atada alrededor de mi cuello. Nosotros solo hablamos a través de Instagram, pero nunca lo por WhatsApp. Así que cuando entro leo el último mensaje que escribió Sharif. Hace dos años.

Henzo Lara: Siento mucho lo que pasó ayer, Brooke. Espero que estés bien.

Dios, eso me lo envió al día siguiente de... de... Cierro los ojos con fuerza y bloqueo el móvil. Vuelvo a recostar la cabeza en el reposacabezas del asiento, frustrada, triste, impotente, cabreada... Ni siquiera sé cómo me siento. ¿Cómo no pude responderle a ese mensaje? ¿Por qué lo dejé en visto, si en el fondo me moría de ganas de hablarle? Qué tonta soy. Tuve tanto miedo de decirle lo que sentía, y luego me arrepentí tantísimo de haberlo dejado pasar... Larichi llevaba razón cuando dijo que huyo ante cualquier indicio de posible relación. 

Así jodí lo que había empezado con Ayax.

Y así voy de camino de joder lo que podría empezar con Sharif.

Suspiro y me llevo el dorso de la mano del móvil a la frente. No abro los ojos y vuelvo a coger aire por la nariz para soltarlo perezosamente por la boca. Soy idiota. Ni le pedí perdón a Sharif, ni se lo pedí a Ayax. No entiendo por qué justo en este momento mi cerebro ha decidido bombardearme con todas y cada una de las estupideces que he cometido a lo largo de mi vida, pero duele y necesito que pare. Aprieto los ojos cuando me muerdo el labio inferior.

No quiero llegar a la residencia y estar sola. No quiero llegar y escuchar las risas al otro lado de la pared, donde Trevor y Hunter escriben su historia porque mi amigo no tira la toalla cuando alguien le gusta de verdad. Dios, pero ¿Qué me pasa? Pese a mis intentos de frenar la cinta de desgracias que mi cerebro ha decido reproducir en mi cabeza, siento que las imágenes se vuelven más nítidas. Cuanto más esfuerzo pongo en borrarlas, más se endurecen. Basta. Por Dios, tengo que parar de hacerme esto. Pero no puedo pararlo.

¡Ding!

Entonces, mi móvil vibra contra mi frente y la película de mierda que retumba en mi cabeza se pausa por fin. Cuando abro los ojos, siento las pestañas ligeramente húmedas, pero finjo que no lo noto y leo la bandeja de notificaciones.

Y contengo la respiración.

Henzo Lara: Siento mucho lo que ha pasado hoy, Brooke. Espero que hayáis vuelto bien a casa.

Leo el mensaje. Lo leo, lo leo y lo leo siete veces más. Y no sé cómo, pero lo siento. No sé en qué parte del cuerpo. ¿En el pecho? ¿En lo que vibra más allá del pecho? ¿En el estómago? No lo sé. Pero de pronto me invade esa misma sensación de vértigo que sentí cuando Ayax me regaló su vinilo mientras me miraba a los ojos y me recogía un mechón de pelo tras la oreja.

Pero Sharif se encuentra muy lejos de mí. Sharif ni siquiera me está tocando, pero me está haciendo sentir lo mismo. Y... y yo quiero huir. Pero a la vez me muero por responderle al mensaje cuanto antes, como si temiera que se arrepintiera y lo eliminara. Dios ¿Qué hago? Caigo en un bucle de pensamiento horrible porque mis deseos se contradicen.

Y mientras me debato interiormente, leo y leo y leo y leo su maldito mensaje. Sharif está en línea. Y mi pulso descontrolado. Entonces, cierro los ojos y mi dedo... mi dedo se ha engarrotado sobre el botón de bloquear el móvil, pero no lo presiona. No puede presionarlo. Y la sensación de vértigo se acentúa porque cada vez es más real. Cada vez soy más consciente del ramito de margaritas que Sharif ha plantado en mi estómago y que está empezando a florecer. Tengo que tomar una decisión. Y si Marshall pudo atreverse, ¿Qué me impide a mí hacer lo mismo? ¿Qué me hagan daño? Sinceramente, dudo que Sharif sea capaz de hacerme daño, ya no por mí, sino por respeto a la amistad que cultivo con sus mejores amigos.

Abro los ojos y leo una última vez más el mensaje.

Henzo Lara: Siento mucho lo que ha pasado hoy, Brooke. Espero que hayáis vuelto bien a casa.

Brooke: No te preocupes. Soy yo la que te debe una disculpa. No sé qué le pasa a mi hermano. Crecer le está sentando fatal.

Su mensaje tarda cinco segundos en llegar, y nunca en mi vida el tiempo me había angustiado tantísimo. De hecho, le he cambiado el nombre porque me estaba devorando la angustia.

Sharif: Mi primo tampoco se merece un premio a la integridad, la verdad. Pero hablamos de niños creyéndose adultos en plena revolución hormonal; nada bueno puede salir de ahí.

Sharif: La parte buena es que hemos descubierto que somos capaces de controlar a dos adolescentes peleones. De ahí ya solo podemos ascender a domadores de bestias salvajes.

Sonrío un poco. Que bien que relativice esta situación y no se la tome tan a pecho. Yo no sé cómo habría reaccionado en su lugar. Seguramente me hubiera lanzado a la yugular de cualquiera que se creyera con el derecho de discriminarme por mis raíces.

Brooke: Totalmente. Aunque, en defensa de nuestras fierecillas, yo a su edad también la cagué muchas veces.

Nada más enviar ese mensaje, empiezo a mordisquearme la uña del pulgar ¿Entenderá que me refiero a mi comportamiento de después de aquella noche? Seguro que sí. Sharif caza las indirectas al vuelo ¿no? Realmente no tengo ni idea sobre su perspicacia, pero me da la sensación de que él es de los que finge que no oye, pero escucha.

Sharif: Todos la cagamos cuando nos creemos más maduros de lo que somos.

Sharif: Oye, ¿Estás en tu residencia? Me apetece mucho quedar contigo, aunque no sea en ningún sitio especial. Solo quiero verte.

El corazón me da un vuelco.

¿Ve-verme?

¿Quedar?

¿Que-quedar?

¿Que-quedar de-de que-quedar?

¿Que-quedar a-a las-las o-once de la-la no-noche?

Brooke: ¿Dónde?

Sharif: Podríamos pedir comida para llevar en el restaurante de mi familia de acogida y cenar en el sitio donde vimos las estrellas ¿Te acuerdas? ¿Ese que se suponía que no te gustaba, pero en el que no parabas de sonreír?

Vale, Sharif me gusta un montón. Ya está, ya lo he dicho. No puedo negarlo más.

Brooke: Claro que me acuerdo.

Sharif: También podemos cenar en el piso, no hay nadie.

Sharif: No es ningún sitio especial, pero podríamos poner una película y no hacer nada.

Ya te digo yo lo que va a ser ese "no hacer nada", zorroncita.

Madre del amor hermoso.

Me sudan las manos cuando escribo una respuesta. ¿Cómo puede ser que después de casi cinco meses me siga poniendo nerviosa quedar con él?

Brooke: En el piso, mejor ¿Paso por un veinticuatro horas y compro algo?

Sharif: Ya que te ofreces... Compra también atún, porfa, que se me ha gastado y lo necesito para el desayuno de mañana. Luego te lo pago.

Adiós al momento romántico.

Estoy sudando más que un sordo en un duelo de pistoleros cuando aparco el coche en la puerta del bloque de pisos de Sharif. Quizá me haya entretenido más de la cuenta comprando las latas de atún y revisando mi aspecto en el poco favorecedor espejo del coche. Tengo un nudo de nervios en el estómago cuando pulso el botón del portero automático de Sharif. Pienso qué responderé a su ¿Quién?, aunque al final no digo nada porque el tío abre directamente la puerta, como si no esperara a nadie más que a mí.

Genial.

Noto como mis nervios se acentúan conforme las plantas del ascensor van ascendiendo. Estoy espachurrando las latas de atún contra mi pecho, pero me da igual. Dios ¿Por qué estoy tan nerviosa? He quedado con tíos mil millones de veces ¿Qué demonios me pasa? Cuando el ascensor se abre de forma automática, doy un respingo al encontrarme a Sharif apoyado en el marco de la puerta de su piso. Esperándome. Recibiéndome.

El cansancio ha coloreado dos bolsas malva bajo sus ojos y revuelto su ya de por sí desordenado pelo. Lleva puesto unos pantalones cómodos llenos de pelotitas, unos calcetines con caras de alien y una camiseta raída de propaganda. Y, pese a todo, lo veo más guapo que nunca.

Los dos nos quedamos mirándonos. Simplemente mirándonos, como si fuéramos a desvanecernos de un momento a otro y alguien nos fuera a preguntar después cada mínimo detalle del aspecto del otro. Algo diferente se mece en el ambiente. Algo muy diferente que me agita el corazón como el viento la punta de una veleta en plena tormenta. Avanzo un pasito minúsculo en su dirección y Sharif sonríe.

—Hola—saluda—. Puedes salir del ascensor cuando quieras ¿Eh?

La coña consigue su propósito de romper el hielo, aunque a mis músculos les sigue costando responder. Cuando por fin me coloco delante de él, toda su colonia me envuelve y siento un tirón de nervios en el estómago. Sharif no ha apartado la mirada de mí en ningún momento.

—Tu atún—se lo tiendo—. Tres pavos me han costado las seis latitas... ¿Dónde lo pescaron? ¿En Atlantis?

—La infracción—pero no se mueve de la puerta, y yo me niego a pasar por el minúsculo espacio que deja su cuerpo y la jamba—. ¿Te gusta la pizza cuatro quesos?

—No me fío de la gente que responde que no a esa pregunta.

Una sonrisa ancha se expande en sus mejillas y me encuentro a mí misma jugueteando nerviosa con mis dedos mientras Sharif me invita a pasar. ¿Acabo de superar alguna prueba secreta sin saberlo?

Nadie cruza esa puerta si no come queso. Incluso Rash come queso vegano.

Lo sigo hacia la cocina, curioseando cada rincón que alcanzan mis ojos. El recibidor mide muy poquito, lo justo para aglutinar un aparador y un moderno espejo de cuerpo entero. Luego a la derecha se estira un pasillo con varias puertas a los lados y una entornada al final del todo; supongo que la del baño. Dentro huele a una mezcla de colonias de chico, pintura, ambientador de spa y... pizza.

Sharif me conduce hacia la primera puerta del pasillo. Entramos a un salón amplio con los muebles básicos de un salón y cruzamos una arcada que da paso a una cocina ligeramente más pequeña de lo que esperaba. Me fijo específicamente en el fregadero. Mhm... Han lavado los platos, que reposan encima de una bayeta de flores que parece húmeda; eso es buena señal, son chicos limpios.

Sharif se sienta en un taburete que hay al lado del radiador y procede a liarse un cigarro.

—¿Te apetece algo de beber? —pregunta mientras enrolla el tabaco—. Abre el frigorífico. Sírvete.

No necesito que me lo pida dos veces y tiro de la puerta del electrodoméstico para curiosear dentro. No huele a podrido y los chicos se han repartido el espacio en las tres baldas y los dos cajones del compartimento inferior de la nevera. Diferencio la zona de Rash enseguida porque todos los productos o son frescos o están señalizados con la etiqueta de vegan; y la de Trevor también la localizo rápido porque su comida consiste en los tápers que le prepara su madre. A diferencia de Sharif, que por lo visto se alimenta a base de queso, tomate frito, cuatro verduras y cantidades ingentes de embutido.

—¿Una cerveza? —sugiero mientras saco uno de los botellines del lateral del frigorífico.

—Gran elección.

Otra prueba superada con éxito.

Estoy más nerviosa que un conejillo en la feria anual de podencos cuando cierro la puerta de la nevera y mi mirada tropieza directamente con la suya. Y me quedo paralizada mientras Sharif dibuja con la lengua el filo del papel de liar. Trago saliva con fuerza. En el mundo real lo ha lamido a una velocidad normal, pero en mi cabeza el movimiento se reproduce a cámara lenta una y otra vez. Carraspeo y rompo el contacto visual cuando abro el primer cajón que tengo a mano para buscar el abridor.

—¿Dónde...?

—En el de abajo—me indica, sin necesidad de que especifique.

La voz le ha salido un poco más ronca de lo que esperaba. Madre mía, ¿Cómo puedo seguir nerviosa? Menos mal que Sharif saca tema de conversación de hasta debajo de las piedras y empieza a preguntarme sobre la carrera mientras nos bebemos la cerveza y esperamos a que se hornee la pizza.

—¿Dónde vamos a cenar? —pregunto.

—En la mesa del sofá—señala desde el taburete—. ¿Qué peli te apetece ve...?

—¿Shrek 2? —propongo antes de que termine la oración.

La forma tan ilusionada en la que lo pregunto le saca una sonrisa diminuta y asiente con la cabeza. Al poco rato de poner la mesa, Sharif me pide que me siente en el sofá y él trae la pizza en un plato enorme. Mientras saca otras dos cervezas del frigorífico, yo voy partiendo la cena en triángulos.

—Me quemo, me quemo, me quemo—repito como un mantra anti inflamable mientras alzo la pizza por los bordes para meter la tijera—. ¿Por qué no compráis un corta pizzas? Os ahorraríais muchas quemaduras de tercer grado en las yemas de los dedos...

—Porque las tijeras cortan muchísimo mejor y no carecemos de la inteligencia resolutiva básica para introducir de lado el pico de la tijera por debajo de la masa y así levantar la pizza sin tocarla—se deja caer en el sofá, aunque enseguida noto su aliento en la curva del cuello y casi compruebo la eficacia del corte de las tijeras con mi propio dedo—. Dame el relevo. Fíjate que necesitar dos personas para partir una cuatro quesos mediana...

—Cállate—pero me estoy riendo.

Cenamos mientras vemos una película y noto que mis hombros van perdiendo tensión conforme avanza la trama. Hemos apagado la luz y el brillo de la televisión se despliega sobre nosotros como una mantita de tonos claros. Miro a Sharif de reojo y no me doy cuenta de que sonrío cuando compruebo la expresión relajada de su cara. Pese a la tensión que hemos acumulado a lo largo de todo el día, ahora mismo se encuentra a gusto. ¿Dónde se habrá metido Nasser? ¿No debería estar enredando por aquí? Bueno, qué más da.

Entonces, como si Sharif hubiera detectado mis ojos, se gira en mi dirección. Curva la comisura derecha de su boca cuando yo no aparto la mirada. De hecho, se la sostengo.

Creo que la película ya no le importa.

Me he recostado entre el reposabrazos del sofá y el respaldo, por lo que yo lo estoy mirando a él de frente, mientras que Sharif conmigo tiene que retorcer un poco el cuello para hacerlo. Pero bueno, no parece molestarle.

—Está interesante la peli ¿Eh? —bromea.

—Me la sé de memoria.

—Yo también.

—¿Y por qué has accedido a verla?

Alza más todavía la comisura derecha de su boca con obviedad y una carcajada sale disparada de mi garganta. De hecho, incluso hecho el cuello hacia atrás. Realmente la situación no me ha hecho tanta gracia, pero estoy un poco nerviosa y reír me relaja. Sonará fatal, pero nunca he follado con un tío sin estar borracha. Creo que de ahí nace la sensación de nervios. Cuando salía con Harry, fumaba porros como una rata, con Ayax solía ponerme en el puntillo al quedar en un bar/restaurante, como la primera vez que quedé con Sharif, y con el resto de chicos he follado de fiesta, por lo que iba el cuádruple de borracha que con cualquiera de mis dos "parejas serias", porque Harry solo cuenta como manchurrón en el historial amoroso.

Cuando devuelvo la cabeza a su ser, Sharif me espera con una ceja enarcada y cara de diversión. Bueno, y de otra cosa a parte de diversión. Un cosquilleo de anticipación empieza a revolotear por mi estómago.

—Anda—le doy un toquecito en el muslo con el pie—, líame un cigarro.

—¿Vas a esclavizarme?

—¿Por favor? —añado, sonriendo inocentemente—. Me lo debes después de no haber compartido conmigo esa táctica ancestral de partir pizza sin churrascarte los dedos.

Sharif se ríe, pero también alarga el brazo para rescatar el paquete de tabaco de la mesa. No despego los ojos de sus manos mientras lía el cigarro, y abro la boca en señal de protesta cuando se lo lleva a la boca y me lanza la bolsita de las boquillas.

—Anda, haz algo por la patria y sácame una—me pide.

—¿Y mi cigarrito? —compongo un puchero con los labios.

Sharif me mira de reojo y la esquina de su boca vuelve a alzarse cuando me enseña el cigarro en ciernes que frotan sus pulgares.

—En proceso de cocción—se cachondea, con su pitillo en la boca—. Venga, dame la boquilla.

Pero me hago la remolona y no me muevo del sitio. Jugueteo con el cierre hermético de la bolsita y me muerdo juguetonamente el labio inferior cuando Sharif vuelve a pedirme que le pase una boquilla, extendiendo la mano en mi dirección. Está pendiente del cigarro y no me mira hasta que se percata de que ya ha pasado un rato y nadie le ha dado nada.

—¿Te has congelado en el tiempo y no puedes moverte? —enarca una ceja, divertido—. ¿Dónde está la boquilla?

—Conmigo—respondo mientras trasteo con la bolsita, sin hacer amago de dársela—. ¿Dónde va a estar?

Sharif tarda más de la cuenta en bajar los ojos hacia donde digo, y aprovecha para deslizarlos por mi boca, garganta y pecho hasta centrarlos a la altura del abdomen. Su media sonrisa se pronuncia y noto como una sensación de calor nos envuelve a los dos cuando yo abro el cierre hermético y le tiendo la boquilla. Justo Sharif iba a acercarse para quitarme la bolsita, pero se detiene a medio camino al darse cuenta de que ya se la estoy ofreciendo. Vuelve a mirarme a la cara y enarco una ceja con chulería.

—Aquí la tienes. No hace falta que te acerques tanto para pedírmela.

Sin parar de sostenerme la mirada, se muerde la sonrisa y, antes de darme cuenta, me falta el aire en todo el cuerpo porque Sharif ha enganchado mi muñeca y tirado de mí hacia él, irguiendo mi espalda y enfrentando su cara con la mía. No me está besando, pero siento su aliento sobrevolando el mío y me muero por juntarlos de una vez. Una de sus manos permanece alrededor de mi muñeca, mientras que la otra asciende lentamente desde la base de mi cintura hasta la mejilla, acariciándome las costillas en el proceso. Dios mío. El eco de sus caricias por mi cuerpo se siente como una lengua de fuego.

Contengo la respiración cuando su pulgar dibuja suavemente mi labio inferior. Madre del amor hermoso, los está devorando con los ojos.

¿No querías boquilla, Brooke? Pues ahí tienes boquilla.

—¿En qué piensas, Brooke? —murmura.

En que me voy a arrepentir de esto.

Sin más dilación, me muevo para abalanzarme a su boca. Sin embargo, en el último momento la puerta del piso se abre de sopetón y doy un respingo al oír la voz del culpable.

—¡Henzo! ¡Henzo! ¿Estás en el piso? ¡ES UNA EMERGENCIA! ¡VOY A ENTRAR EN PUTO COLAPSO Y ROMPER UN JARRÓN QUE LUEGO NO PODRÉ ARREGLAR! ¡¿DÓNDE ESTÁS?!

Sharif y yo nos apartamos en cuanto Trevor enciende la luz del salón. Sus ojos verdes rebotan de uno a otro, pero pasa de preguntar nada cuando su amigo se coloca muy discretamente un cojín encima del pantalón, sin romper el contacto visual.

—¿Qué ha...?

—¡Brooke! —doy un respingo cuando Trevor interrumpe a Sharif—. ¿Sabías que Hunter ha vuelto con el imbécil de su ex?

—¡¿Qué?! —exclamo—. ¡No!

—¡Sí!

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