CAPÍTULO X
A ver qué pasa - Rigoberta Bandini
Juguemos juntos a este amor fugaz.
SIN AGOBIOS NI PRESIONES
○○○
Estoy tomando un café en el descanso entre horas mientras ojeo la lupa de Instagram cuando de pronto el recuadro de un mensaje directo brota de la parte superior de la pantalla.
Henzo_98: Que sepas que he sacado un ocho en la práctica de fisiología, para aquellos que no confiaban en mis conocimientos médicos...
Pese a mi decisión de aislarme socialmente ocupando la mesa más recóndita de la terraza de la cafetería porque me dolía la cabeza y prefería no hablar con nadie, suelto una enorme carcajada, como si mi amigo imaginario acabara de contarme el chiste más gracioso del mundo. Menos mal que nadie se ha sentado cerca y no ha habido testigos de este arrebato tan aterrador y esquizofrénico por mi parte.
Le doy un sorbito al café antes de soltarlo en algún punto de la mesa y responder.
Brookie21: Bravo. Yo siempre confié en ti. Menudos capullos esos faltos de confianza ¿Eh?
Henzo_98: Ya ves. Ahora los tengo felicitándome por mensaje ¿Tú te crees el descaro?
Brookie21: Hay gente muy sinvergüenza...
Henzo_98: Foto.
Henzo_98: Socializando con las altas esferas sanitarias del país.
Casi escupo el sorbo de café cuando abro la imagen que me ha enviado y leo el mensaje adjunto. Sharif ha cazado a un chaval hurgándose la nariz mientras ojea desganadamente las páginas de un libro bastante tocho, con un pajarillo encima de la mesa redonda de la cafetería de su facultad.
Brookie21: Se le ve concentrado.
Henzo_98: Probablemente esté comprobando la eficacia de las antiguas prácticas de excerebración egipcias con su propio dedo. Todo un prodigio en su campo...
Brookie21: Ya podrías tomar más ejemplo, Sharif. Ahí se encuentra el futuro Premio Nobel, que lo sepas.
Henzo_98: Estoy tomando notas.
Henzo_98: ¿Quieres que te pase foto de sus avances? Ya casi ha llegado al cerebro.
Brookie21: Preferiría que no, la verdad.
Henzo_98: Tú te pierdes presenciar telemáticamente este hito cultural.
Brookie21: Será una pena que me lleve a la tumba.
Brookie21: Entro a clase, cerebrito.
Henzo_98: Presta mucha atención, discípula de los Lumière.
La verdad, no tengo intención de continuar la conversación porque me duele la cabeza y mi agudeza se está viendo resentida por culpa de un constipado que he contraído por salir de fiesta con vestidito en pleno octubre. Sin embargo, cuando salgo de clase y enhebro el brazo alrededor de la barra vertical del vagón de metro, tecleo un mensaje a toda velocidad. Luego me muerdo la sonrisa y dejo caer la mano que sujeta el móvil a la altura de la cadera, como si no quisiera saber nada más de esto, cuando realmente me muero por saberlo todo.
El dispositivo no tarda ni dos segundos en vibrar, igual que yo tampoco tardo ni dos segundos en echarle un vistacito rápido a la bandeja de mensajes. Leo la respuesta de Sharif y por poco me arranca otra carcajada que milagrosamente consigo retener. Prefiero evitar que la gente del vagón me mire como a una loca que acaba de escaparse de un manicomio y se ríe sola.
Me obligo a no contestar hasta llegar a la residencia. Durante el camino, no he parado de pensar algo ingenioso con lo que contraatacar la agudeza sardónica de Sharif, pero no se me ha ocurrido nada y termino respondiendo lo primero que ha cruzado mi mente al leer su mensaje mientras cierro la puerta de mi habitación con el pie.
Guardo el móvil en el bolsillo trasero del vaquero y reviso rápidamente los comederos de Paco, que corrotea felizmente por la cama dándome la bienvenida. Apenas he alcanzado a soltar la mochila en el suelo cuando una vibración en el glúteo derecho me avisa de que cierta personita ha leído y respondido mi mensaje.
Brookie21: Eres un cabrón.
Henzo_98: Aprendí de la mejor.
Dejo caer la espalda en la cama, rebotando en el colchón como si pesara dos kilos, y Paco se lanza a mi cara para saludarme con esa efusividad que le caracteriza. Le regalo un par de caricias con una mano, mientras con la otra, alejada de sus movimientos frenéticos, tecleo una respuesta con el pulgar. Hoy decido ignorar la sonrisita que presume mi reflejo. Y los siete días que suceden a este pequeño intercambio de mensajes, también.
Al parecer a Sharif le divierte enviar mensajes cuando se ve hasta las cejas de lapsos de monotonía entre una cosa y otra, como cuando espera el cambio de un profesor a otro, o como cuando一palabras textuales suyas一"Un gilipollas me ha doblado la matrícula de la moto y ahora estoy en el taller esperando a que la reparen...".
Brookie21: Te han debido de dar fuerte por detrás.
Henzo_98: Me han follado bien, sí.
Henzo_98: 150 pavos de remplazo de matrícula. Espero poder seguir bebiendo las mismas cantidades de cerveza que cuando tenía dos riñones.
Brookie21: ¿Y el seguro de la moto? ¿No cubre daños?
Henzo_98: ¿Qué seguro?
Aunque no me vea, niego con la cabeza. Ay, Sharif...
Brookie21: El que deberías contratar después de esto. No puedes ir por la vida con el único seguro de rezar para no necesitar uno de verdad.
Henzo_98: Joder, macho. Cuanto gasto. Entre mi primo, la moto y el tabaco me estoy endeudando como un gilipollas.
Henzo_98: Voy a tener que meterle mano a la tarjeta black...
Brookie21: Vivir cuesta dinero, Sharif. Bienvenido al mundo real y a la vida misma.
Henzo_98: Pues ya podría la vida misma sonreírme un poquito más, que por ahí dicen que es gratis y yo no hago más que gastar.
Sin pensarlo muy bien, alzo el móvil con una mano y aprieto la mejilla de Paco contra la mía, cerrando los ojos y rezando por salir bien. Los planos desde la cama pocas veces favorecen, pero bueno, yo lo intento.
Brookie21: Foto.
Brookie21: ¿Te han cobrado los gastos de envío?
Henzo_98: Podría acostumbrarme a recibir esas fotos cada vez que tenga un mal día.
Brookie21: No te acostumbres, una no siempre amanece tan sonriente.
Henzo_98: Entonces esos días ya me encargaré yo de amanecer sonriente y contagiarte la sonrisa.
Leo el mensaje y dejo caer la cabeza en la almohada, con una curva en los labios.
—Puf...
Te estás pillando...
Calla.
○○○
El mes de noviembre se ve salpicado por distintas conversaciones esporádicas en las que Sharif y yo intercambiamos mensajes de índole bastante variopinta y alguna que otra foto de sonrisas o del paisaje que tuviéramos enfrente en ese momento. También discutí con mis padres por teléfono por no sé qué gilipollez de mis indecorosas e insolentes ausencias en la cena de Navidad.
Para los Arison es tradición celebrar las fiestas en la casa de campo de mis tíos Lucien y Victoria. Toda la familia se reúne allí anualmente para que cada uno farde de los logros que ha cosechado a lo largo del año y luego vilipendiar los de los demás. Mi falta de presencia en esa escabechina social supone una evidente derrota para mis progenitores, ya que no existe peor manera de fracasar en la vida que en tu labor como padre o madre.
Pues que no me hubiesen llamado zorra y puta, yo que quieres qué te diga. Por mí que se jodan y lloren en un rinconcito mientras mis hermanos se hinchan a jamón y marisco.
Además, hace más de dos años que no paso las fiestas con esa manada de hienas, desde que Hunter me invitó a celebrarlas con su prolífica y alocada tribu de borrachos, fiesteros y simpatiquísimos parientes. Los Claramunt me adoran y me consideran una hija, sobrina y nieta más, lo que nunca me ha considerado mi propia familia. ¿Y ahora mis padres, después de haberme estado apocando durante toda mi vida, me llaman cabreados porque otro años más no he confirmado mi asistencia a la cena de Navidad? Anda y que les jodan. Encima me harán sentir mal por faltar. Sí, claro.
Los Arison
Brooke: Y eso me han dicho, los cabrones.
Brooke: Les he contestado que no todo es siempre mi culpa y que si no celebro las navidades con ellos es porque no los considero parte de mi familia.
Brooke: Lo único que me molesta de esta situación es que a vosotros no os podré ver hasta enero, cuando celebremos nuestra Nochebuena particular.
Marshie: Tú no te preocupes por nosotros, Brookie-Punkie. E ignora a papá y a mamá. Nada de esto es tu culpa.
Aunque no lo parezca, respiro un poco mejor después de leer el mensaje de mi hermano. Me tranquiliza saber que él tampoco crea que sea mi culpa. Hablar con mis padres siempre me deja una presión horrible en el pecho y un nudo giganteco en la garganta. Son sensaciones que no le desearía a nadie.
Brooke: Están fatal de la cabeza, igual que todos los de esa jauría de podencos con corbatas y títulos de abogacía.
Marshie: Yo paso de la familia, sinceramente. Solo voy a la cena para robarle al tío Lucien una botella de vino de coleccionista de esas que él amasa en la bodega. A Lyon le gustan mucho y este año no he podido comprarle nada. Y dudo que un polvazo espectacular le sirva, porque eso se lo doy todos los días ;).
Menudo falso. Si a mi hermano Marshall toda la familia lo adora y le baila el agua como a él le da la gana. Creo que es el único de los cuatro que disfruta las juntas navideñas.
Morguinchi: Yo voy para emborrachar a papá y convencerlo de que me deje volver al equipo de baloncesto.
Malcolm: Y yo voy porque no me queda más remedio. Pero ganas de escaquearme no me faltan, la verdad.
Morguinchi: No es por meter más mierda, pero el tío Lucien acaba de "preguntar" por el grupo de la familia si este año cuenta con "la princesita de Christian".
Christian es el verdadero nombre de nuestro padre y odia a su hermano Lucien porque desde pequeños han batallado por la inasequible aprobación de nuestro abuelo Malcolm. Sí, mi hermano mayor se llama Malcolm por nuestro abuelo. Y sí, toda mi familia se odia entre ella porque Los Arison nos hemos gestado en bolsas de competitividad en vez de amnióticas.
Brooke: No me puedo creer que se hable de mí en un grupo en el que ni siquiera estoy. Esto es el cúlmen del rechazo.
Marshie: JAJAJAJA
Marshie: ¿Habéis leído la respuesta de papá?
Marshie: Ha puesto: No. Y a continuación ha agregado: ¿Y tu hijo, hermano? ¿Este año asistirá o también va a soplar las velas con las enfermeras del centro de desintoxicación?
Morguinchi: Me meo. Puto Lucas, como se lo montó el año pasado con "la harina de importación" de los pastelitos.
Malcolm: Si yo viviera con sus padres también me drogaría.
Morguinchi: Vivimos con los nuestros...
Marshie. Y por eso yo robo botellas de vino para mi novio, Malcolm arrasa con los puros, tú tragas más whisky que monedas una máquina tragaperras.
Brooke: Y yo huyo de ese vertedero y llevo más de dos años sin ver a nadie de la vuestra familia.
Malcolm: Brooke, mamá acaba de decir por el grupo que te vas a ausentar estas fiestas porque han ingresado a tu amiga Lara en el hospital por un cáncer de mama y vas a acompañarla en todo el proceso.
Malcolm: Dime que tu amiga está bien, Brooke.
Morguinchi: ¿No jodas? ¿Han ingresar a Lara?
Marshie: Claro que no, credulito mío. Mamá se lo ha inventado para no reconocer que su propia hija los evita como la peste.
Marshie: Además, esta mañana la chiquilla ha subido una historia a Instagram zampándose una hamburguesa de habichuelas con su novio.
Brooke: Estoy harta de esta familia, de verdad lo digo.
○○○
Las últimas semanas de noviembre Trevor y yo las invertimos en ultimar los puntos flojos del trabajo que Ayax nos confirió como salvación a su asignatura. Hemos estado quedando todos los días sin falta y Hunter se ha preocupado de traernos comida y momentos de relax. Larichi también se ha unido a algún que otro descanso y a veces traía consigo la compañía de Rash, ya que algunas tardes esporádicas coincidía con que los dos andaban ganduleando en la habitación de Larichi, se aburrían de follar y les apetecía airear el círculo conversacional.
Trevor y yo enviamos el trabajo a un minuto de que cierre el plazo de entrega online del proyecto. Nosotros siempre viviendo al límite. Luego, por lo bien que lo hemos hecho todo, nos consentimos pidiendo comida china para cenar y vemos una de nuestras películas favoritas en mi habitación. También nos fumamos un porro y terminamos divagando sobre inquietudes de la vida y criticando a nuestros padres por sus incompetencias parentales.
Aunque luego Trevor se siente fatal consigo mismo por cuestionar la educación de los suyos y alega un contrito Pero lo han hecho lo mejor que han sabido hacer. Yo no estoy al tanto de su situación en casa, pero sí estoy al tanto de la mía y puedo aseverar que mis pdres ni siquiera han intentado quererme, así que ellos sí se merecen que los critique.
La nota del trabajo la recibimos en la víspera de Navidad, y me siento fatal por Ayax porque eso significa que, otro año más, ha pasado las fiestas solo y anestesiando la soledad con trabajo. Su familia se distanció tras el fallecimiento de sus padres y se suponía que este año íbamos a organizar un viaje para superar estas fechas juntos, ya que ninguno tenía con quien celebrar nada. Pero... la cosa se truncó.
En algún momento de la Nochebuena, tras unas cuantas copas de más y algún que otro chupito travieso de pacharán por parte de la tía de Hunter, me escabullo al cuarto de baño y escribo dos mensajes.
Brookie21: ¿Cuándo vuelves a la ciudad? Me muero por verte.
Brooke: Te dije que sacaríamos un diez.
Los dos tardan lo mismo en contestar, pero yo leo un mensaje antes que el otro y solo respondo a uno.
Ayax: Os lo merecíais. Felices fiestas, Brooke.
Henzo_98: Dime dónde estás y voy a verte ya.
Brookie21: Estoy a un billete de avión y tres horas de vuelo ¿Puede tu objetivo alentador y tu moto con matrícula nueva con todo eso?
Henzo_98: No, pero a la próxima le echo Redbull en vez de gasolina, a ver si le da alas y puedo ir a verte.
Maldito capullo vacilón.
Brookie21: Que romántico... *dijo ella con ironía.
Henzo_98: Quiero celebrar año nuevo contigo y convertirte en mi propósito de 2024, 2025, 2026... Y así hasta que se acaben los números arábigos y empiece de nuevo con los romanos.
Brookie21: Vale, eso ha sonado muy romántico. Te doy un ocho sobre diez. Demasiado cursi. Pero me has casi sorprendido... Desconocía esta faceta tuya...
Henzo_98: Tengo muchas facetas que todavía desconoces, Brooke Arison.
Brookie21: Ya me las enseñarás todas en 2024, 2025... y así hasta acabar los números arábigos y empezar con los romanos.
○○○
En enero se disputa la semifinal del partido de baloncesto al que me comprometí a ir con Morgan, así que cuando llega la fecha no puedo escabullirme y pringo con la situación. Ya han terminado las vacaciones de Navidad y toca retomar la rutina y enfrentarse a la cuestas de los exámenes de enero.
Como mis padres me desheredaron antes de regalarme un coche por mi décimo octavo cumpleaños, he de pedirle prestado el suyo a Larichi para recoger a mi hermano de su residencia e ir al estadio de baloncesto, aunque no tenga ni pizca de ganas de tragarme sepa Dios cuántas horas de pitidos, gritos y rechinar de zapatillas.
—No me puedo creer que por fin estemos aquí—Morgan da botes en el asiento de las gradas, sonriendo un montón.
Nos ha costado sudor y sangre, pero por fin hemos entrado en el pabellón donde se disputará el esperado partido de baloncesto entre dos equipos cuyos nombres desconozco. Desde nuestra fila, las pantallas gigantes que cuelgan del techo y emiten el partido en directo se aprecian a la perfección, igual que el campo; Malcolm se empeñó en comprar las entradas más caras y con mejores vistas.
La gente está ocupando sus asientos y el ruido que levantan me martillea la cabeza mientras trato de serenarme en el mío. No debería haber salido anoche. Bebí más de lo que me gustaría admitir. Igual que Sharif.
Ayer... Bueno, pasaron cositas. No cosas guarras, pero sí cositas. Quizá Sharif y yo nos acercamos más de la cuenta en la discoteca, quizá tonteamos como dos adolescentes hormonados y quizá bailamos excesivamente pegados, cantándonos canciones romanticonas a los labios. Yo no me acordaba de gran parte de la noche. De hecho, todo eso lo sé porque Larichi y Hunter se encargaron de rellenar los vacíos que el alcohol había abierto en mi memoria.
En fin, una rayada. En serio, no entiendo mi "relación"—por llamarlo de algún modo, pero que quede claro que de relación nada—con Sharif. No hablamos por Whatsapp, pero siempre que nos vemos en persona una fuerza superior nos compele hacia el otro de forma irremediable. Nos buscamos con la mirada en todo momento y rara vez no nos encontramos. A veces da la impresión de que nuestros propios cuerpos detectan nuestra presencia incluso antes que nuestra cabeza. Es raro. Muy raro. Se nota a la legua que nos gustamos un montón, pero no avanzamos. ¿Y por qué no avanzamos? Pues porque me da miedo.
Antes de Navidad, entre mediados y principios de diciembre, habíamos vuelto a quedar a solas un par de veces. Y en todas esas veces Sharif se presentó con sus pintas de siempre, pero a mí es que me encanta sus pintas de siempre. En la segunda salida, después de que Trevor y yo discutiéramos sobre uno de los puntos del trabajo, Sharif me llevó a un restaurante mexicano donde preparaban los mejores tacos y enchiladas que he probado en mi vida. Resulta que el colega conoce al hijo de los dueños desde hace mucho tiempo y suele ser cliente habitual porque la familia lo considera uno más y muchas veces hasta le invitan a comer porque sí.
De hecho, el muchacho le saludó súper contento nada más entrar al establecimiento y le dijo algo de que se alegraba mucho de verlo tan feliz, que se le notaba en la cara un brillo especial. Luego me saludó a mí y me puse como un tomate cuando hizo llamar a sus padres para presentarme como la novia de Sharif. El pobre Sharif no sabía dónde meterse ni cómo aclarar la situación. Daba igual cuánto negásemos nuestra relación, ellos seguirían pensando que nos casábamos dentro de dos meses.
Pese a la vergüenza que pasamos, me pareció muy tierno el comportamiento tan mimoso de la familia. Casi parecían unos padres emocionados con la pareja del baile de primavera de su hijo. Les faltó sacar la cámara y echarnos una foto en las escaleras del local, con los coloridos banderines colgando del techo y los cuadros familiares de fondo.
La comida estaba buenísima. Encima, nos regalaron unos totopos con unas salsas que casi rebañé con la lengua, pero controlé los instintos animales en aras de mostrar una imagen educada y refinada de mí misma. Todavía estamos en esa fase en la que Sharif se cree que soy una señorita, ya sacaré mi verdadero yo cuando lo enamore y no pueda huir.
Él pidió un plato de algo que picaba una barbaridad y yo el que me recomendó Vanesa, la madre del amigo de Sharif y, como decía ella, la madre adoptiva de su niño de ojos bonitos. Y, claro, Sharif escuchó eso e hizo una de sus tonterías de siempre, ganándose una colleja por parte de Vanesa.
—A la próxima te quitas la cosa esa de la nariz antes de pasar a mi restaurante ¿Eh?—bromeó—. Y arréglate esos pelos. Ay... Con lo precioso que estabas antes de estropear tu carita con todo eso...
—Pero si ahora estoy guapísimo, Vanesa—protestó, haciéndose el ofendido—. Me he echado hasta novia.
Sharif me señaló y yo fingí sorprenderme cuando la mujer nos miró a los dos con una sonrisa tan tierna como divertida.
—¿Yo? —me señalé a mí misma, haciéndome la loca—. Pero si me han traído engañada. En la foto de Tinder era rubio de ojos azules.
Vanesa prorrumpió en una sonora carcajada y me sentí súper orgullosa por haberle caído en gracia. Luego su marido salió de la cocina y también intercambió un par de coñas con Sharif, que sonreía igual que un niño pequeño en un parque de atracciones. Estaba guapísimo, mucho más que nunca. Todos en el restaurante se portaron genial con nosotros, haciéndome sentir muy cómoda en todo momento. Hasta nos invitaron a un chupito de tequila.
Después de hartarnos a comida y de prometer que volveríamos pronto, nosotros dos dimos una vuelta por el barrio y nos unimos a la verbena que habían organizado los vecinos. Resulta que justo había coincidido con que hoy se celebraban las fiestas de no sé qué patrón del barrio y regalaban comida. Pese a haber devorado medio restaurante, nos hinchamos a bocatas de chorizo y panceta. No regresamos a casa rodando de milagro.
Con musiquilla ochentera y noventera de fondo, descubrí que Sharif nació con un don de gentes espectacular. Apenas llevábamos cinco minutos revoloteando por la fiesta y ya nos habíamos hecho amigos de un grupo de padres y de una pandilla de muchachos de nuestra edad. Me gustaba ver como Sharif se desenvolvía en la verbena como pez en el agua, como si hubiera vivido aquí desde siempre y conociera a los vecinos de toda la vida. Aunque no me gustó tanto que él bailara tan bien las canciones y yo tan mal. Con cerveza en mano, intentó enseñarme unos cuantos pasos de rumba, pero mis pies no respondieron y acabamos chapurreando una secuencia de movimientos bastante patosos pero que nos robaron muchas carcajadas y bromas recurrentes para los próximos cinco años.
—Cambio de parejas—una señora mayor me robó a Sharif, que me guiñó un ojo antes de dar una vuelta perfectamente sincronizada con el ritmo de la música flamenca que había comenzado a sonar.
No me derretí de puro milagro.
A lo tonto, nos habíamos achispado un poco con la cerveza y la sangría, por lo que nos tocó serenarnos en un banco para que Sharif pudiera coger la moto. La espera se hizo como un suspiro porque empezamos a parlotear sobre un montón de cosas. Descubrí que a Sharif le gustaba la mitología clásica cuando me contó varios mitos sobre las constelaciones. También bromeó sobre el tatuaje que se había hecho de Ares en el hombro tras una noche loca de fiesta hace más de cinco años. Ya no le gustaba, pero pasaba de borrarlo con láser. Yo le dije que molaba cuando me lo enseñó, pero él no pareció menos contrariado con la tinta.
Luego Sharif me dejó en la puerta de la residencia y a la hora de despedirnos noté en sus movimientos ansiosos las ganas de querer darme un beso, pero yo me hice la difícil y él no se desmontó de la moto.
—Ese barrio ha estado un pelín mejor que el sitio de las estrellas—le dije, con la sonrisa malvada en los labios.
Sharif se rio y encogió los hombros, fingiendo resignación.
—Vaya... Y yo que pensaba que te había conquistado con mis pasos prohibidos.
—Necesitas algo más que una rumba para conquistarme.
—¿Sí? Pues escucha bien lo que te voy a decir, Brooke. El próximo sitio al que te lleve te va a gustar tanto, que te vas a acordar de mí siempre que pises uno parecido.
—Mhm... Mucho te lo tendrás que currar.
—Si quieres te llevó a París, Venecia o Barcelona—bromeó, con los codos apoyados en el manillar de la moto—. Tiro de contactos y consigo un jet privado así de fácil一chasqueó los dedos.
—Ya que te pones a mover hilos, prefiero ciudades escondidas que poca gente conoce.
—Bueno, en ese caso te prometo que algún día iremos al sitio más escondido del mundo y tendrás que reconocer que he conseguido conquistarte. Y sorprenderte, claro. Aunque espero lograr lo segundo un poquito antes que lo primero; ¿En qué especie soporífera me convertiría si no logro sorprenderte en toda una vida?
No pude evitar sonreír por su forma tan grandilocuente de decir las cosas—porque a Sharif le encanta colmar de excelsitud las cosas que dice para dotarlas siempre de un matiz cómicamente irónico que solo él consigue entonar sin pecar de pedantería—y me hizo sentir algo muy bonito cuando noté los mofletes hinchados por los primeros aleteos.
—Confío en que seas un chico de palabra, Sharif—le dije, haciéndome la dura y empezando a despedirme con esa grandilocuencia suya—. Me encantaría ver ese sitio especial contigo y que me sorprendas hasta conquistarme.
Creo que fue justo en ese momento cuando advertí algo diferente en su forma de mirarme. Un brillo nuevo y singular. Una luz que no había visto nunca en los ojos de nadie, salvo en los de mi hermano cuando miraba a su mujer. No quise darle importancia y dejé que la conversación se alargara un rato más, hasta que ya se hizo demasiado tarde y nos despedimos con un simple adiós y las ganas de darnos ese beso que los dos estábamos deseando con todas nuestras fuerzas, pero que se hacía de rogar. Porque a veces los mejores besos llegan cuando menos los esperas, listos para sorprenderte y proclamarse líderes de tu pelotón de recuerdos bonitos.
Como Sharif madruga los días de semana, la siguiente salida surgió al viernes siguiente y yo me encontré a mí misma contando los días que faltaban para su llegada como una niña pequeña en su primera excursión del colegio. Ya no recordaba la última vez que me había ilusionado tanto salir con un chico. De hecho, no paraba de hablarlo con Hunter, Larichi y Trevor; y los tres siempre sonreían de la misma manera cuando sacaba el tema, como si supieran algo evidente que yo ignoraba.
Henzo_98: Por ahí van diciendo que no paras de preguntarte tu próximo destino.
Eso me dijo la noche de antes de salir. Por alguna razón, Sharif casi siempre me hablaba con la entrada de la Luna, prácticamente a la hora de dormir, y por Instagram.
Brookie21: Solo temo por lo que pueda encontrarme.
Henzo_98: Esta vez he acertado, ya lo verás.
Brookie21: Te veo muy seguro...
Henzo_98: Todo lo que hago lo hago estando seguro, sino ¿Para qué iba a hacerlo?
Brookie21: Sharif, el hombre que nunca duda de nada.
Henzo_98: Yo no he dicho que no dude. He dicho que solo hago las cosas cuando estoy seguro de hacerlas. Si no dudara de nada, ¿cómo sabría que estoy vivo?
Henzo_98: Muy cartesiano ese comentario por mi parte, la verdad.
Brookie21: Bueno, tú mañana estate seguro de recogerme con puntualidad. A las diez en mi puerta.
Henzo_98: Y tú hazme estar seguro de que no cenarás antes.
Brookie21: Deduzco que el plan incluye comida, has ido a lo fácil, Sharif...
Henzo_98: No pienso caer en tu trampa y soltar prenda sobre nada para proteger mi imagen de organizador de planes oficial. Tendrás que esperar a mañana para averiguar tu próximo destino.
Henzo_98: Buenas noches, guapísima. Descansa.
Brookie21: Hasta mañana, cerebrito.
Como las otras veces me había recogido con la moto, me sorprendió cuando tropecé con un todoterreno rojo. Le pregunté a qué venía ese cambio y por qué olía a comida china—yo adoraba la comida china—. El idiota se hizo el interesante encogiendo un hombro a la vez que ronroneaba un Ahm..., porque a Sharif le encanta envolverse en ese aura de misterio. Y a mí, aunque jamás lo confesaré en voz alta, me encanta la sonrisa que se le pone cuando se envuelve en ese aura de misterio.
Sharif condujo unos veinte minutos hasta un pueblo cercano y durante el viaje me dejó elegir la música. Morí de emoción cuando aparcó el coche en un descampado gigantesco repleto de vehículos, todos con los maleteros orientados hacia una pantalla blanca gigantesca.
Me había llevado a un autocine.
Dios mío. Nunca nadie había tenido un detalle así conmigo.
Si no te casas tú con él, me caso yo.
Y justo cuando pensé que la cosa no podía mejorar, leí el título de La Mala Educación en la pantalla y casi chillé de la emoción. Hacía unos días le había contado que Almodóvar era uno de mis directores favoritos y que admiraba el trabajo tan arriesgado que había llevado a cabo con su película La Mala Educación. No me podía creer que Sharif se hubiera acordado. Eso... eso me pareció algo tan bonito. El capullo iba a llevar razón cuando me avisó de que después de enseñarme el tercer destino iba a acordarme de él cada vez que pisara un cine. Pero ¿cómo no iba a acordarme de él, si me había traído a un sitio así?
—¿Cómo te has acordado? —le pregunté, emocionada.
—Porque te escucho cuando hablas—respondió, entre divertido y extrañado, como si le sorprendiera que le hubiera preguntado algo así—. De hecho, me mola mazo escucharte. Siempre pones mucha pasión en lo que dices.
Me puse roja, claramente. Pero lo disimulé bien con una risotada y un cambio de tema.
—Bueno, Sharif, has conseguido tu objetivo de que piense en ti cada vez que pise un cine. Puedes darte por satisfecho.
En ese momento la emoción del detalle nubló el pensamiento que más tarde desveló mi cataclismo mental. Es muy peligroso que un aspirante a cineasta asocie el propio cine a una persona en concreto, como los poetas cuando pensaban en sus amores al encadenar versos. Yo no quería rodar películas de amor o desamor, yo quería rodar a la vida misma. Y para mí la vida ofrece mucho más que personas con detalles bonitos y comportamientos feos.
Sin embargo, en el maletero de un todoterreno rojo con una pantalla gigantesca delante de mí y un tío potencialmente ideal sacando fideos chinos de una bolsa, solo pude pensar que Sharif había acertado en todo; con la comida, con el sitio, con la película y con la mejor compañía que pudiera desear. Porque no se me ocurría nadie mejor que él para compartir este pedazo de plan; ni siquiera Trevor.
En mitad de la sesión de cine, cuando lo miré de reojo en una de mis escenas favoritas para comprobar si estaba disfrutando la película, fui verdaderamente consciente de que, aunque yo me negara a aceptarlo, en mi fuero interno me estaba empezando a dar cuenta de que Sharif cada vez me gustaba más y más. Seguía poniéndome nerviosa quedar con él, me costaba sostenerle la mirada mientras parloteábamos porque mis ojos se iban solos a su boca y me era imposible no sonreír furtivamente cada vez que alguien lo mencionaba en alguna conversación, ya que su nombre traía consigo recuerdos como estos con los que era inevitable no montarse películas. Vamos, yo es que en mi cabeza ya había montado el set de la cuarta parte de nuestra saga, y aún faltaban los siete episodios de la miniserie y el spin off.
Creo que justo por eso algo en mi interior me frenó cuando estuve a punto de lanzarme y en el último momento decidí dejar a Sharif con las ganas de ese beso que siempre esperábamos y nunca llegaba. Por mucho que no quisiera admitirlo, Hunter llevaba razón cuando me avisó de que me estaba haciendo muchas ilusiones con Sharif. Y me aterraba la idea de que de pronto se esfumara o me fallara.
—¿Qué tal he escogido esta vez? —me preguntó cuando me llevó de vuelta a la residencia, ya aparcado en su lugar predilecto—. ¿Qué nota me pones?
—Mhm... Un siete. Podrías haberlo hecho mejor—le dije, pese a que los dos sabíamos que me había encantado, igual que todos los sitios a los que me había llevado; pero así funcionaba nuestro juego.
Sharif chasqueó la lengua y casi sufrí un paro cardiaco cuando abrió la puerta del coche para bajarse. Sin embargo, no llegó a apoyar los pies en el suelo porque yo di un paso atrás al instante y nos quedamos mirando durante unos segundos hasta que él sonrió como si nada y volvió a cerrar la puerta del todoterreno, haciéndome sentir más segura que en toda mi vida.
Con ese gesto, Sharif acababa de demostrarme que esperaría a que yo diera el primer paso, porque debió notar que lo necesitaba cuando me asusté al percibir sus intenciones de lanzarse y retrocedí cual un cervatillo atemorizado.
—La próxima salida la organizas tú, Brooke—me dijo, con las manos en el volante—. A ver dónde me llevas.
Obviamente, acepté el reto, aunque la salida tendría que esperar al mes siguiente, ya que el fin de semana habíamos comprado entradas para un pequeño festival al que iríamos con el grupo, luego llegaban las Navidades y a principio de enero yo tenía el partido de baloncesto con Morgan.
A la hora de despedirnos, no tenía intenciones de darle ningún beso. Sin embargo, mientras me dirigía a la residencia, me di la vuelta para comprobar si, como cada noche, Sharif me estaba mirando. Efectivamente, lo estaba. Yo era consciente de que él siempre se esperaba a que entrara a la residencia para arrancar y marcharse, pero nunca me había atrevido a confirmarlo.
Entonces, lo vi mirándome y surgió. La química saltó de refilón entre nosotros dos y no pude ir contra ella.
Sin pensarlo mucho corrí de nuevo hacia el todoterreno a la vez que Sharif se bajaba para darle un beso corto en los labios. Fue uno sin lengua, sin nada más allá que mi mano en sus mejillas y las suyas en mi cintura. Pero fue el beso más especial, sincero y puro que había dado en mi vida. Una chispa de algo real en mi repertorio de besos, todos cuestionables y guiados por intenciones de ir más allá.
El beso de Sharif fue diferente, ni siquiera se parecía al que nos dimos hace dos años. Este llenó mi pecho de un calentito similar al que te cosquillea en las manos cuando las arrimas a la lumbre una noche de invierno. Y es que solo Sharif es capaz de hacer que me olvide del frío que corre en pleno diciembre con un beso.
—¿Te he sorprendido? —le pregunté de broma.
Sharif echó la cabeza hacia atrás al soltar una carcajada, y cuando volvió a conectar sus ojos con los míos, la sonrisa no le cabía en las mejillas.
—Solo un poquito—luego señaló la residencia con la mirada, por encima de mi cabeza—. Supongo que esta vez no me invitarás a entrar.
—Nop—sonreí, y él encogió un hombro con esa despreocupación suya—. Nos vemos pronto, Sharif.
—Me debes una salida especial—me recordó mientras volvía al coche, como si se creyera que fuera capaz de olvidar algo así, cuando mi mente ya había barajado más de mil lugares a los que llevarle.
—Gracias por recordármelo.
—Mañana hablamos, guapísima. Ah—y volvió a abrir la puerta del conductor, haciéndome enmudecer cuando tendió una mano hacia mí—, se me olvidaba darte esto. Feliz Navidad por adelantado, Brooke.
Cuando vi el libro de Tim Burton, sentí tantas cosas a la vez que solo pude llevarme una mano a la boca y fingir que no se me habían aguado los ojos mientras la sonrisa inflaba mis mejillas como dos globos.
—No puede ser—le dije, riéndome porque me había puesto súper nerviosa y porque tampoco me podía creer que existiera un hombre así en la vida real—. Madre mía, yo no te he comprado nada. Qué vergüenza.
Sharif, que seguía con el brazo extendido a la espera de que cogiera el libro, encogió un hombro sin darle la menor importancia, aunque para mí tenía toda la importancia del mundo porque me había encantado este detallazo. Madre mía, me sentí fatal por no haber caído en regalarle nada, especialmente porque le había comprado un detallito a cada amigo, menos a él... Me daba vergüenza regalarle algo y que no le gustara o que pensara que qué hacía regalándole algo.
—Sé que todavía faltan dos semanas para Navidad, pero pasé por la libreria, vi el libro en el escaparate y me acordé de ti. Pero si no lo quieres se lo regalo a Trevor... —añadió de broma cuando se dio cuenta de que estaba tardando demasiado en aceptar el regalo.
—No, no, no—le arrebaté el libro de las manos—. Me lo quedo. Me lo quedo.
Y acto seguido me palpé los bolsillos en busca de algo que poder darle de vuelta. Entonces, mi inseparable coletero negro se enganchó en la cremallera del abrigo y ahí supe qué podría regalarle. Fui muy consciente de que en comparación con el libro, mi coletero daba vergüenza, pero era lo más mío que llevaba encima en ese momento y quise que Sharif tuviera esa pequeña parte de mí.
—Toma—le di mi coletero, con demasiada seguridad para la caca de regalo que era, sinceramente—. Lleva conmigo desde los quince años, no lo pierdas. Es el mejor coletero del mundo. Vale para moños, coletas, semirrecogidos y para que tu amiga no se ensucie el pelo en una noche loca. Me ha acompañado en muchas aventurillas, y ahora quiero que te acompañe a ti. Para que te acuerdes de mí cada vez que te mires la muñeca y te preguntes por qué llevas un coletero si no tienes tanto pelo.
○○○
Cuando les conté la quedada a Hunter y a Larichi, los dos se pusieron igual o más contentos que yo. Tampoco faltaron las coñas sobre el coletero, pero ¿Qué iba a hacer? ¿Dejar que se fuera con las manos vacías? ¿Comprarle algo y que pareciera que lo hacía por obligación? No, no, no. Mejor algo improvisado y espontáneo ¿no?
一Madre mía一Hunter se abanicó con la mano一, como Henzo la cague contigo nos va a romper el corazón a los tres.
一No la va a pifiar一aseguró Larichi enseguida, luego se arropó mejor con mis sábanas porque le dio frío一. Es muy buena persona.
一Es un hombre一replicó Hunter, con la certeza absoluta de alguien que ha sufrido mucho por la especie masculina y puede permitirse generalizar.
一Tú eres un hombre一le recordó ella, divertida.
一Pero yo sufro por ellos, es diferente. Soy una víctima de mi propio género, y no lo considero normal. Algo se me tiene que estar escapando.
一Bueno一corté su conversación一, vamos a seguir hablando de lo bien que se lo ha montado Sharif y de lo detallista que es.
一Pienso copiarle la idea一avisó Hunter, después de chuperretear la cuchara de helado que luego hincó de nuevo en el bote que sostenía entre los muslos一. A ver si así por fin seduzco a Trevor.
一Que poco original...一di media vuelta en la silla y colgué la cabeza en el respaldo para mirarlo bocabajo一. Cúrratelo más.
一Por su cumpleaños, le regalé un proyector para su habitación, con pantalla extensible incluida一nos recordó, ofendido一. No me dio ni un beso, el asqueroso. Se supone que los sagitarios son agradecidos, y él solo lloró de la emoción. Bueno, luego lloró por otra cosa, pero porque no le gusta estar en casa y nunca disfruta las Navidades en familia.
—¿No le gusta estar en casa? —pregunté, pese a la cara que había ido poniendo Hunter a medida que hablaba y se daba cuenta de que estaba contando de más.
Larichi también agudizó los sentidos, aunque no de la misma forma cotilla que había hecho yo. Supongo que ella estaba más enterada de estos temas; ¿Qué menos después de siete años de relación con uno de los mejores amigos del aludido?
—No entró detalles—respondió Hunter, y pese a la incomodidad de su voz, supe que dijo la verdad—. Pero se notaba que necesitaba llorar y yo estuve a su lado. Luego me obligó indirectamente a ver todas las películas de Como entrenar a tu dragón porque sé que le gustan mucho y él me pidió que le ayudara a sentirse mejor.
Larichi y yo intercambiamos una mirada de las nuestras y nos giramos a la vez hacia Hunter, que fingía no estar nervioso mientras jugueteaba con la cuchara de helado.
—Qué monos—dijimos a la vez.
—Pero no me besó—protestó otra vez, ahora con tono de broma y ganas de cambiar de tema.
一Bueno, Brookie tampoco le ha dado un morreo a Henzo y le ha encantado la "salida", porque no se le puede llamar cita ¿no? 一pregunta Larichi, y yo respondo enseguida que no, divertida一. Las personas son impredecibles, Hunter. A veces puedes gustarle mucho a quien menos te lo esperas.
一¿Esa es tu manera bonita de decirme que le gusto más al panadero de enfrente que al amor de mi vida? Porque voy a fingir que no la he escuchado.
Yo captando indirectas.
—No—se rio, sacudiendo la cabeza en un gesto bastante teatral—. Me refería a que puedes gustarle a Trevor y tú no saberlo.
—¿Y por qué no me besa, si le gusto? Yo le miro con ojitos de querer un beso, eso que conste. A ver, tampoco me hagas ilusiones ¿Eh, Lara? Que yo hago muchas bromas con el tema de Trevor, pero realmente sé lo que hay y lo que no hay. No vayas ahora a trastocar mis ideas...
—Yo solo digo que puede haber mil y una razones por las cuales Trevor no se lance. Mira a Brookie, por ejemplo. No se atreve porque le da miedo ilusionarse y que le vuelvan a fallar. Y todos sabemos que Henzo le gusta una barbaridad porque no para de hablar de él y sonríe cada vez que escucha su nombre.
En cualquier otro momento hubiera protestado, pero como mientras ellos parloteaban, yo había desconectado de la conversación, ni siquiera me inmuté. Había abierto Instagram para escuchar un audio que me había enviado Sharif alrededor de las cinco de la tarde; eran las once de la noche. No había podido responder antes porque había estado todo el día ocupada con mil cosas, cosa que le expliqué cuando le envié otro audio de vuelta, contándole cómo me había ido el día. Lo que más me gustaba de Sharif era que no le molestaba que tardara en contestar los mensajes que nos enviábamos de forma esporádica.
De hecho, él tampoco le prestaba atención al móvil y también solía responder cada lustro, a no ser que le pillara con el teléfono en la mano. Entonces, sí los leía a su tiempo y parloteábamos un poco antes de que alguno dejara de interactuar de manera abrupta y sin previo aviso, para luego reaparecer a los dos días como si el otro acabara de enviar el mensaje. Quizá con cualquier otra persona estas conversaciones intermitentes e incertidumbre sobre los silencios impredecibles podrían angustiarme, pero con Sharif no me importaba.
Es más, me gusta nuestra dinámica tan libre y permisiva. Parloteamos cuando nos apetece, cuando disponemos de tiempo o cuando simplemente nos da la gana preguntarnos cómo estamos. Creo que ninguno de los dos se siente presionado a responder obligatoriamente a cada mensaje enviado. Es más, yo misma más de una vez he pospuesto la hora de contestar a lo que sea que Sharif me haya escrito porque en ese momento me pillaba en mal momento o simplemente me apetecía continuar haciendo lo que sea que estuviera haciendo en ese momento, que últimamente consistía en estudiar las recuperaciones de febrero, ya que había suspendido algunas asignaturas en enero. Igual que en otras ocasiones le respondía al segundo porque me moría de ganas de hablar con él.
De alguna manera, habíamos encontrado un punto perfecto en el que ninguno agobiaba al otro y respetábamos los tiempos de cada uno sin angustias ninguna. Podíamos estar dos días escribiéndonos sin parar, igual que podíamos pasarnos tres días enteros sin responder los mensajes, o respondiendo cada cinco horas. Y la conexión y la complicidad no cambiaba.
En el audio, Sharif me preguntaba sobre algo de los planes que habían organizado nuestros amigos para mañana, ya que habíamos quedado con el grupo para tomar unas cañas en nuestro bar de confianza y planificar los coches, bebida y alojamiento del festival que nos esperaba a la vuelta de la esquina. Lo que no entendí era que recurriera a mí para solucionar alguna duda, cuando mis intervenciones en la conversación grupal se limitaron a "sí", "no" y "yo lo veo bien".
Quién no te habla es porque no quiere.
Pese a que nuestra siguiente salida particular se hubiera retrasado al mes que viene, a lo largo de esas semanas habíamos continuado quedando con el grupo para ir de cervezas o tomarnos un café. Y, de alguna manera, los dos siempre nos las apañábamos para alejarnos un pelín de sus conversaciones paralelas y ponernos a cotorrear sin parar. Siento que entre nosotros las palabras fluyen como las corrientes en los ríos, ligeras y sin prisas. Podemos hablar de todo, desde recetas de comida hasta de nuestra opinión sobre la muerte. Me encanta charlar con Sharif.
Además, él sabe un montón de cosas sobre mil temas diferentes y da gusto escucharle, pero se nota que lo que más le fascina es parlotear sobre cine y, más que eso, escucharme para aprender más sobre la materia. Y, claro, a una le emociona que alguien comparta esa pasión por su vocación y, encima, la mire con admiración mientras cotorrea sobre lo que la apasiona. A veces, durante mis largas reflexiones acerca de algunas películas, a Sharif se le escapa algún que otro "Que guapa estás" y, por supuesto, yo me pongo roja, me sale la risa tonta y le cedo el turno de palabra porque me pongo muy nerviosa, pese a que él insista en que siga hablando. Pero ¿Cómo voy a seguir hablando si me mira así? Pero si en esos momentos ya es todo un logro no caerse de la silla. Suficiente que no me desmayo, vamos.
○○○
—¡Ya va empezar! —exclama Morgan, y yo ahogo un gemido de dolor por el ruido.
Por un momento, había olvidado que estábamos en las gradas del partido de baloncesto éste.
—Debería haberme tomado un Ibuprofeno...
El partido se eterniza con tanto pitido de silbato, rechinar de zapatillas, botes secos, gritos eufóricos y abucheos. Los hinchas de cada equipo se dedican a vocearse de una punta a otra de las gradas y me están poniendo la cabeza como un bombo. Mi hermano vive el partido con la intensidad de un jugador del campo y me jode no poder contagiarme de su disfrute, pero ahora mismo daría mi vida por salir de este puñetero foso cacofónico.
Cuando por fin acaba el partido, engancho a mi hermano del brazo y corro a la salida de nuestra sección de las gradas. Sin embargo, la gente ya se ha apelotonado alrededor y es imposible avanzar. Joder. El griterío y la impaciencia van en aumento cuando la masa de personas se multiplica y se da rienda suelta a los empellones, pisotones e insultos.
—Espera ¿Tú eres Venom?
No puede ser.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro