CAPÍTULO VI
¿Qué hago aquí? - Anni B Sweet
¿Qué me tiene así? Encerrada en mi mente y no puedo salir.
PESADILLAS CON BANDA SONORA DE MIGUEL BOSÉ
○○○
Los Arison 😎
Marshie: ¡Buenos amaneceres, criaturitas del Averno Arison! ¿Cómo os han sorprendido los primeros despuntes de la alborada?
Malcolm: ¿Por qué no puedes dar los buenos días como una persona normal?
Marshie: Tan gruñón como de costumbre, mi querido hermano mayor.
Malcolm: Con lo graciosete que eres no sé qué te sorprende.
Marshie: Perdóneme usted, primogénito de la prole.
Morguinchi: ¿Podríais lanzaros pullitas más tarde? Ayer me licuaron el cerebro y no me apetece leeros.
Brooke: ¡¿Otra mañana con resaca?!
Morguinchi: Y las que faltan, hermanita.
Malcolm: No, las que faltan, no.
Morguinchi: A sus órdenes, mi capitán.
Marshie: Morgan, estudia.
Morguinchi: Le dijo la sartén al cazo...
Marshie: Tengo el rabo largo, sí.
Malcolm: Y luego se pregunta por qué despierto de mal humor...
Brooke: ¿Sabéis que he ampliado mi círculo social? Ahora salgo con gente que me cae bien de verdad.
Malcolm: ¡Muy bien! No hay que conformarse con colegas huecos.
Marshie: ¿Has leído eso, vástago menor de la estirpe? No hay que conformarse con colegas huecos.
Morguinchi: Tengo amigos.
Marshie: Brooki-Punkie también los tenía, y ya ves...
Marshie me llama Brookie-Punkie porque alrededor de los quince años fui poseída por un espíritu punkie. Qué vergüenza. Menos mal que mi madre no me dejaba salir a la calle con esas pintas. Su única proeza materna.
Brooke: Se llama Trevor y se junta con el novio de Larichi.
Morguinchi: ¿Larichi sigue con el negro ese?
Marshie: Veo que alguien se ha despertado más racista que ayer y menos que mañana. He de suponer que no bebes vodka negro ¿Verdad?
Que pesado está Marshall con las coñas, Dios mío ¿Qué le pasa? Normalmente no es así... Igual que Hunter, tío. No sé qué clase de mosca insufrible les ha picado a mi hermano y a mi amigo, pero estos últimos días los dos están creyéndose muchísimo más graciosos de lo que son y eso me da bastante coraje. Nunca han forzado su gracia natural, no entiendo qué coño les ha dado ahora por comunicarse únicamente mediante chistes fáciles y malos.
Brooke: Se llama Rash, Morgan... Y sí, por supuesto que siguen juntos. Nacieron con el anillo de bodas.
Marshie: El primer paso que dio Rash fue hincar rodilla y la primera palabra de tu amiga "Sí"
Malcolm: Esos dos van camino de las bodas de oro.
Marshie: Y de diamante, esmeralda, zafiro... Vamos, las orfebrerías pueden ir preparándose.
Morguinchi: ¿Y Trevor es amigo o te lo estás follando?
Malcolm: Por el bien de ambos, espero que lo primero.
Marshie: Por el bien de una vida próspera y feliz, espero que lo segundo.
Brooke: Continúo viviendo amargada, si eso responde a vuestras inquietudes.
Marshie: :(
Malcolm: :)
Morguinchi: ¿Es gay?
Marshie: Morgan, por Dios, guárdate la sardineta un rato. Te van a conocer en los siete mares.
Brooke: Creo que no. De todas maneras, Hunter se te ha adelantado.
Morguinchi: Bueno, que gane el mejor.
Marshie: No te preocupes, Hunter lo hará.
Malcolm: Morgan, acuérdate de que mañana a las nueve y media te pedí cita en el Hospital.
Marshie: A alguien le van a empalar la sardineta... Mhm... espetos...
Morguinchi: Marshall, das mucho asco.
○○○
Cuando termina la última clase, suelto un suspiro de cansancio. Por fin. Recojo las cosas de mi pupitre y abandono el aula completamente sola porque esta asignatura la suspendí el año pasado y este curso ha tocado repetirla, así que no conozco a nadie. Doy un respingo cuando encuentro a Trevor recostado en la pared de enfrente de la puerta, justo al lado de un tablón de anuncios que los estudiantes usamos para colgar mierdas varias.
—Hola—saludo, confusa y alegre—. ¿Qué haces aquí?
—Esperar a mi única amiga—sonríe, y se cuelga mejor la mochila cuando señala el pasillo con la cabeza—. ¿Comemos juntos?
—Claro. Aunque entro a currar a las seis y necesito una siesta.
—No te rayes. Comemos algo rápido.
La escuela siempre se convierte en un hervidero de gente cuando el reloj marca las dos de la tarde, ya que el horario matutino finaliza, el vespertino empieza a las tres y la cafetería se llena de estudiantes hambrientos. Los pasillos burbujean murmullos, pasos, risas, lamentaciones y suspiros pesados. Trevor camina a mi lado, divagando sobre ese sueño turbio que le ha estado asediando a lo largo de la semana, mientras yo escucho clandestinamente la conversación de las dos chavalas que andan por delante de nosotros. Ambas van conmigo a clase y hoy he notado que la rubia me miraba un montón.
—Sí, tía ¿No lo sabías?
—Pues no—responde la morena del moño, con una indolencia aplastante que me recuerda a mi hermano pequeño—. Nunca me fijo en la gente, la verdad.
—Es la ex de Harry, tía. El que está con Yoli.
¿Harry? ¿Mi exnovio tóxico, sinvergüenza y experto en arruinar vidas? ¿El que todavía me llama por teléfono borracho para exigirme explicaciones e insiste hasta la saciedad pese a que yo nunca descuelgue sus llamaditas intempestivas? ¿Mi exnovio, el que al parecer no sabe que a partir de la tercera llamada se considera acoso y que podría denunciarlo?
Puf... La que le ha caído a la pobre Yoli...
Seguramente en el mundo existan cien mil tíos que se llamen Harry y la muchacha podría hablar de cualquiera de ellos, pero dudo que justo en mi clase nos hayamos juntado las cien mil ex de cada uno. Así que eso cierra la investigación a una única sospechosa: moi.
—Ah... ¿Y quién es Yoli?
—¡Tía! —la rubia le arrea un buen manotazo, divertida. La muchacha está gritando a los cuatro vientos, así que deduzco que no se ha coscado de que voy detrás de ellas—. Yoli, mi compañera de piso. La has visto miles de veces.
—Pues no me acuerdo de ella.
—Bueno, da igual. El caso es que la ex de su novio va con nosotras a clase. La imaginaba diferente; más pija, más... No sé. Ya sabes que Yoli no saldría a la calle sin peinar, y la muchacha llevaba un nido de pájaros en la cabeza y una sudadera enorme... No parece el prototipo de Harry, la verdad.
Gracias por el consejo estilístico, supongo. Voy a comentar yo esas botas rojas que van suplicando un camino de baldosas amarillas y esa falda rosa de tablas con la que parece que vayas a vender algodón de azúcar en la feria internacional de ciegos, porque menudo conjuntito, cielo. Eso daña a la vista.
—¿Su ex es la muchacha esa de las fotos guarras que se filtraron hace un par de años o así? 一pregunta la morena, un poco por atajar la conversación y casi bostezando. La fama me precede一. Tiene unas tetas preciosas.
Lo sé.
—Esa, esa—la rubia asiente efusivamente—. Se llama Brooklyn Arison, y sus padres dirigen uno de los mejores bufetes del País. Y su hermano pequeño, Morgan se llama, está buenísimo. Una amiga mía está liada con él.
Pobrecilla.
—A ver, enséñame una foto de ambos.
—¿Para qué? —pero está sacando el móvil del vaquero—. A ti seguro que te gusta ella.
—A mí ella me gusta desde que vi sus tetas en Instagram—responde, como si fuera más que obvio y lo más normal del mundo.
Suficiente.
—Trevor—lo engancho de la muñeca, interrumpiendo sin miramientos su reflexión onírica—, vamos por aquí.
—... así que creo que el hecho de sentirme perseguido por... ¿Qué? ¿Por ahí? Pero por ese pasillo se tarda más.
—No vas a morirte por moverte un poco más. Vamos por aquí.
Lo arrastro sin piedad por el pasillo de los de Artes Escénicas y sorteamos a actores frustrados que critican la superficialidad de la Industria hasta que salimos de la Escuela. Trevor ha estado protestando todo el santo camino porque por estos pasillos damos cinco pasos más que por el otro. Puto vago.
Cuando nos sentamos en la terraza del bar, sigo teniendo el estómago revuelto y un mal nudo en la garganta. A veces se me olvida que mis tetas navegaron por todo Internet. Creo que nunca voy a ser capaz de superar esa maldita vejación pública. Harry me lanzó a los lobos como a una coneja muerta. Y ahora dos chavalas de clase saben quién soy, y me aterra la idea de que reaviven todos los rumores que ya me despedazaron por dentro en su día.
¿Y si Trevor ve esas fotos? ¿Y si después de verlas empieza a verme como a una...? Mi propia línea de pensamiento da un frenazo de la hostia cuando imagina un escenario incluso peor que verme sola en clase. Ayax. ¿Y si Ayax se entera? ¿Y si él ve esas fotos? Madre mía... Qué vergüenza.
—Brooke ¿Estás bien?
¿Me hablan a mí? Sacudo la cabeza y, cuando enfoco la vista, me doy de bruces con la frente arrugada de Trevor. Parece preocupado. Y resulta raro que algo pueda perturbar su eterna e ingenua felicidad.
—¿Eh? —pregunto.
Los surcos de su ceño se acentúan y expulsa lentamente el humo del cigarro, sin parar de mirarme fijamente a los ojos.
—¿Estás bien? —echa la ceniza en el suelo, a falta de un cenicero en la mesa—. Tienes la mirada perdida.
—¿Yo? —finjo sorprenderme—. Pero si estoy estupendamente.
Trevor me revisa de cara a costillas, y prescinde de las piernas porque las tapa la mesa. Se recoloca mejor la visera de la vieja gorra que le protege la nuca del sol, porque todo el mundo sabe que su función predilecta consiste en darle sombra al cogote, no a los ojos. Varios pelillos rubios se le escapan de la tela áspera por encima de las orejas y la parte del flequillo, y reprimo una sonrisa al fijarme como las puntas se le ondulan hacia el cielo mientras el sol les arranca destellos dorados.
—Ya...—murmura, escéptico—. Bueno, si tú dices que estás bien, yo diré que te creo.
Necesito distraer a Trevor con un giro conversacional para que se olvide del tema. Vale, maniobra de evasión.
—Antes te he interrumpido ¿Qué me decías de tu pesadilla recurrente?
Es instantáneo, la cara de espía de los sesenta muta de golpe a una de concentración absoluta, orienta los hombros en mi dirección y le da una honda calada al cigarro, cogiendo fuerzas y aire para prepararse para los seis minutos que va a pasar sin respirar mientras expone la posible interpretación onírica de su sueño.
Nos da tiempo a tomarnos dos cervezas, una media ración de patatas bravas y dos montaditos durante su soliloquio. Esta vez, sí que le escucho y opino de rato en rato sobre sus teorías. Desde la semana pasada, Trevor sueña que un tío sin cara lo persigue a todas partes, como una sombra. Da igual en qué escenario se encuentre o que esté haciendo, siempre hay alguien que le respira en la nuca en cada maldito sueño.
—No he querido buscar información en Internet—confiesa, un poco agobiado con el tema—. Le he contado el sueño a mi madre y la pobre ha llamado a una amiga de mi abuela que lee el futuro y cosas de esas. ¿Sabes qué es lo peor? Que por culpa de mi amigo Henzo— ¿Ha dicho Henzo? —cada vez que recuerdo el sueño en retrospectiva, me lo imagino con la canción de Como un lobo de Miguel Bosé de fondo. El idiota me metió la canción en la cabeza cuando la canturreó mientras imitaba a la sombra que me persigue en mi sueño-pesadilla. Es un cabrón.
Reprimo una risotada.
—No te rías—protesta, pero también se está riendo—. Fuera coñas. Imagináte a la sombra cantando Y como un lobo, voy detrás de ti. Paso a paso, tu huella he de seguir mientras me persigue lentamente, a una distancia demasiado prudente para considerarse un sociópata y demasiado cerca para sentirme acosado. Yo, honestamente, me acojono un poco.
Escondo la sonrisa que no me ha dado tiempo a reprimir tras el borde de la tercera cerveza. Adoro que Trevor se parezca tanto a mí y su personalidad le impida tomarse los traumas incipientes en serio.
De igual manera, no imaginaba a mi amigo como un creyente del Tarot. Carraspeo muy profesionalmente cuando devuelvo la jarra a la mesa.
—¿Y qué pasó? Con la amiga tarotista de tu abuela, digo. No con Miguel Bosé.
—La señora me leyó las cartas—responde mientras curiosea la fachada del bar sin mucho interés—. No entendí gran cosa, especialmente porque en el futuro salió la carta del Sol y en el presente la Luna; unas de esas cartas arcanas súper poderosas a nivel místico. Según la mujer, significa que ni siquiera el Tarot conoce mi futuro. Vamos, que el peso de toda elección recae sobre mí.
—Vaya.
—Luego le pregunté sobre el amor—me mira y se ríe—. Me picó la curiosidad ¿Vale? Las cartas no concluyeron nada interesante. De hecho, volvió a salirme la mierda esa del Sol...
—A lo mejor tu futuro y vida amorosa son inconclusos porque se bifurcan en el encuentro de un posible amor. Y según el camino que elijas, conocerlo o no conocerlo, la vida te depare una cosa u otra.
¿No habrás estudiado esoterismo?
—¿Y de qué posible amor puede tratarse, si ni siquiera las cartas lo identifican? —suelta un bufido, y por mucho que se ría, yo sé que en el fondo le frustra no saberlo—. Además, el Tarot no predice el futuro. Solo... Ni siquiera creo en el esoterismo.
—A lo mejor las cartas hablan de un amor oculto—Trevor enarca una ceja, curioso, y lo medito durante unos segundos—. Quizá se refieran a una chica a la que jamás hayas contemplado como posible pareja.
—Brooke, no te insinúes—bromea—, no me apetece perder a mi única amiga de clase.
Le pongo mala cara, pero me estoy riendo.
—¿Yo? ¿Contigo? Más te gustaría cazar a una tía como yo.
—A lo mejor estoy enamorado de la sombra de mis sueños...—hace aspavientos con los dedos, como si soltara polvitos mágicos de las yemas一. Miguel Bosé tiene su puntillo ¿no?
—Qué tonto eres...
—Podría ser ¿Eh? Total, la sombra me sigue a todas partes y mi subconsciente no se altera cuando aparece. De hecho, creo que hasta se llevan bien. Quizá un día incluso choquen puñitos y se echen un cigarro.
—Yo creo que la sombra simboliza una preocupación—hago un gesto despreocupado con la mano—. Lo típico, vaya.
—Eso mismo me dijo Henzo—vale, sí, está diciendo Henzo—. Pero te digo lo mismo que le dije a él ¿Qué preocupación? —se ríe—. Si yo vivo el presente sin rayarme por el mañana. Mira, hoy, por ejemplo, he quedado con Hunter para jugar a la Play. A la mierda el estudio ¿Ves que bien vivo? Soy muy vitalista.
—Bonito eufemismo de irresponsable—replico, divertida—. Hunter y tú lleváis la irresponsabilidad por bandera. Desde que habéis hecho buenas amigas, os pasáis el día enganchados a las maquinitas, par de viciados.
—Henzo me dice lo mismo—me empiezo a incomodar un poco cuando el maldito nombre salta por enésima vez en la conversación—. Me llama friki de los videojuegos. Por cierto, el viernes hemos quedado para ir a una discoteca que va a pinchar canciones de One Direction, podríais venir Lara, Hunter y tú.
Ahora sí que no me da ni tiempo a beber, ni a ocultar la risa.
—¿Cómo? —pregunto—. ¿He oído bien? ¿Tres heteros vais a ir a un tributo de One Direction?
—Pues sí—asiente, bien orgulloso—. A Rash le flipan, y nos ha hecho las trece catorce s Henzo—otra vez—y a mí inventándose un trato que no hemos podido rechazar.
—¿Qué trato?
—Hemos acordado que cada uno de nosotros tiene derecho a elegir una fiesta a la que el resto debe acompañarlo obligatoriamente. Henzo, por ejemplo, ha optado por un evento de pijos que celebra anualmente su padre y yo por el cumpleaños de mi abuela Gertrudis.
—Es buena idea—reconozco—. Aunque no sé si a Larichi le apetezca reencontrarse con Rash...
—Pero si quedaron ayer por la tarde y han arreglado la relación—se ríe—. Brooke, actualízate.
Abro los ojos de par.
—¡¿Cómo?! ¿Y Larichi no me ha dicho nada? —engancho el móvil—. Se va a cagar. ¿Cómo no ha podido contar...? Ah... Fíjate... Ayer me envió un audio de siete minutos... Vaya... No lo vi.
Trevor niega con la cabeza, divertido.
—Yo te lo resumo en veinte segundos—me tranquiliza mientras procede a liarse otro cigarro de mi paquete, porque supuestamente él ya no fuma...—. Después de su conversación, decidieron continuar con la relación en secreto. Vamos, seguir igual que siempre.
—Pero ¿Y el pretendiente de Larichi?
—Ahí voy. No te adelantes. Durante el finde, el friki ese, porque es un friki de tres al cuarto, ha sido brutalmente rechazado por Lara, y sus padres han aceptado su bien argumentada decisión. Si alguien te pregunta, Lara lleva semanas siguiendo a rajatabla una estricta dieta vegana y no tolera que nadie de su entorno coma carne ¿Vale?
Me contengo para no poner los ojos en blanco y asiento, sonriendo.
—No me puedo creer que sus padres se hayan tragado esa excusa...
—Bueno—lame el papel del cigarro—, Rash es vegano.
—Fíjate—enarco una ceja, divertida—. Me pregunto por qué no serán pareja. Por cierto ¿Tú cómo has conocido al pretendiente de Larichi?
—No lo he conocido—se enciende el cigarro y luego sacude el mechero—. Me lo dijo Hunter, que sí lo vio. Incluso habló con él.
—¿Hunter ha hablado con el pretendiente de Larichi?
—Hunter habla con todo el mundo—me recuerda, sonriendo.
—Touché.
De pronto, Trevor sacude un brazo hacia arriba, y no entiendo qué pretende hasta que veo como la manga de la sudadera se le baja hasta el codo y luego revisa la hora en el reloj de muñeca. Es vago hasta para remangarse...
—He quedado con Hunter en cinco minutos—me dice—. ¿Pagamos?
○○○
Que guapo sale en la historia que ha subido esta mañana.
Estoy viendo la historia de Henzo por enésima vez consecutiva mientras trato de no matarme con los bamboleos del vagón de metro. Por fin he salido del trabajo y, aunque algunos de mis compañeros hayan insistido en tomarnos unas cervezas, a mí solo me apetece meterme en la cama y dormir.
¿Otra vez vas a reproducir la historia?
Efectivamente.
Realmente Henzo no se ha currado la foto. De hecho, da la sensación de que simplemente ha alzado el móvil y ha posado un segundo antes de salir por la puerta de su casa. Lleva una gorra blanca hacia atrás y corta un pelín la punta de su lengua con las paletas. Por encima de la sudadera granate, se aprieta el asa de una mochila negra que Henzo sujeta con una mano repleta de anillos y tatuajes. Ojalá pudiera hacer zoom en los dibujos de tinta.
El tiempo predeterminado de la historia finalizo y vuelvo atrás cuando se pasa automáticamente a la siguiente. No me importa el feo ese. Recupero la sonrisita cuando la cara de Henzo acapara de nuevo mi pantalla. Qué guapo sale.
○○○
—No, Hunter, Trevor no me ha hablado de ti...—repito por enésima vez—. ¿Puedes dejarme cenar tranquila, por favor?
Hoy el turno en la tienda ha pronunciado más todavía el bajo umbral de mi impaciencia por culpa de una horda de adolescentes locas que han desordenado todos los percheros y la zona de rebajas. Luego he discutido con una madre que no controlaba al malcriado de su hijo, que se dedicaba a corretear por los probadores descorriendo cortinas y molestando al resto de clientes. Dios, la gente tiene menos educación que un jabalí rebuscando en la basura, en serio. Además, en la residencia han preparado lasaña y el idiota de Hunter no me deja disfrutarla en condiciones porque no para de hablar.
Ya sé que ha pasado la tarde-noche entera voceándole a la PlayStation con Trevor. El grosor de las paredes de la residencia da pena y he podido escuchar cada uno de sus exabruptos. No me han dejado ni relajarme después de una desgastante jornada laboral mientras veía mi serie...
Larichi no cena con nosotros porque nos ha cambiado por Rash, que la va a invitar a un restaurante de sushi vegano de esos que le gustan tanto.
—Joder...—Hunter pone un mohín e hinca el tenedor en la pobre lasaña—. Pues no entiendo por qué Trevor no te habla de mí.
—A lo mejor porque ese sueño recurrente le mantiene demasiado ocupado. ¿Te lo ha contado a ti?
—¿El de la sombra acosadora? —alza la mirada del plato—. Sí. Debatimos varias teorías, pero no sacamos nada en claro. También te digo, ¿Qué vas a sacar en claro de una sombra con complejo de titi y de Trevor, que a veces es más raro que un perro verde? Seguramente en cuatro días cambie de sueño y venga con... con... yo qué sé. Como te descuides, con jarrones flotantes o tuppers parlantes.
Respondo con un ruidito gutural de asentimiento, pero Hunter no capta mi deseo de finalizar la conversación y no deja ni que dos segundos de silencio se formen entre nosotros. En cuanto nos callamos y pienso que por fin puedo cenar tranquila, el tío salta con otro tema de conversación. Por Dios ¿No se suponía que los seres humanos habíamos perdido hace siglos la capacidad de deglutir y hablar a la vez?
—Por cierto ¿Noticias sobre tu amorío con Ayax?
Alzo una ceja con muy mala leche. Si ya de por sí no me apetecía charlar, imagínate ahora.
—¿Qué amorío? —ladro—. Lo dejamos hace más de un mes. Y no quieres que te recuerde por qué...
No esperaba que mi tono sonase tan cortante y áspero; ni Hunter tampoco, porque el pobre da un respingo en la silla y bosqueja una mueca de disculpa.
—No quería mosquearte—murmura—. Lo pillo, el tema de Ayax vetado.
—Gracias—replico secamente, luego señalo el plato con el tenedor—. ¿Puedo cenar ya en silencio?
—Sí, sí...
—Bien.
—Aunque—salta enseguida, y yo no me contengo cuando pongo los ojos exageradamente en blanco—, no es mi culpa que la cosa con Ayax no haya funcionado ¿Eh? No la tomes conmigo.
Lo que faltaba.
Se me cierra el estómago y lanzo el tenedor al plato medio lleno. Se me ha quitado hasta el hambre. Hunter alza las cejas con sorpresa cuando me pongo de pie, con la bandeja en las manos. Juro que yo cada día intento controlar mi mal humor, pero la gente nunca colabora. A veces creo que el mundo se compincha para volverse el doble de imbécil en mis días de estrés.
—¿Te vas?
—No, solo estoy jugando a la caída libre con la comida que baja por el esófago—espeto—. Pues claro que me voy. Lo último que me apetece es discutir sobre una gilipollez como esta.
Hunter frunce el ceño ante mi tono, pero como lo conozco y sé de sobra que no va a replicar nada, giro sobre los talones y lo dejo cenando solo en el comedor. Al poco rato de subir a mi habitación, ponerme el pijama y asearme, escucho pasos y voces al otro lado del pasillo, luego la puerta de Hunter. Estoy por meterme en la cama cuando detecto nítidamente la risa de Trevor. No puede ser. Como empiecen a criticarme... O peor, como empiecen a jugar a la PlayStation no podré dormir nada...
Efectivamente, los dos encienden la maquinita del demonio y se desatan los gritos. Joder... Mascullo una palabrota y engancho los auriculares de la mesita. Los usaré como tapones para los oídos. Aunque tampoco insonorizan los berridos de estos dos desquiciados. Ya le he mandado cinco mensajes a cada uno para que bajen el volumen, pero no los han leído.
Y llamaría a la puerta de Hunter si no estuviera Trevor y supiera a ciencia cierta que Hunter y yo no nos vamos a enzarzar en una discusión que abrirá múltiples cajones de mierda y que correría el riesgo de que se desvelara mi aventura con un profesor. Tumbada bocarriba en la cama, sopeso cuanta desgracia acarrearía que mi único amigo de la clase se enterase de lo de Ayax.
—¡NO! —vocea Hunter—. ¡Maldito zombie adefesio! ¡Voy a borrar el viviente de tu nombre!
—A la mierda.
Las sábanas vuelan por los aires cuando me destapo bruscamente. No aguanto más. Hundo los pies en mis zapatillas de conejitos felices, Paco se enrosca en mis hombros y salgo del dormitorio. Doy tres pasos, llamo a la puerta de Hunter y oigo como alguno de los dos farfulla una retahíla palabrota antes de abrir.
—Hola—saluda Trevor, que se ha colgado los cascos al cuello—. ¿Qué pasa?
Frunzo el ceño y lo repaso de pies a cabeza.
—¿Y tu camiseta?
—Hace calor—encoge un hombro—. ¿Qué pasa? ¿Necesitas algo?
—Dudo mucho que Brookie necesite algo de nosotros—refunfuña Hunter por ahí atrás—. Ella nunca pide nada, ni siquiera perdón...
Pongo los ojos en blanco. Trevor alterna la mirada de uno a otro y se coloca de lado, indicándome con ese gesto que entre a la habitación. Pero yo no me muevo del sitio. Bueno, sí que inclino el torso hacia delante para que Hunter me escuche bien. El tío sigue sentado en la silla, de espaldas a mí. Los hombros desnudos que asoman a los lados del respaldo delatan que la temperatura también ha podido con su ropa. Estupendo.
—¿Sabéis qué hora es?
—¿La de disculparse por comportarse de manera injusta con tus amigos?
—No, la de bajar el volumen y apuntarse a una reunión de adictos a los videojuegos.
—No conozco ninguna reunión de esas. ¿Te la ha recomendado algún aspecto de tu ego?
—Noto cierta tensión en el ambiente...—comenta Trevor, que sigue sin camiseta y recostado en la jamba de la puerta—. Creo que debería irme.
—¿Tú crees? —enarco una ceja, bastante alterada—. Y vístete. No hace tanto calor.
Enseguida, Hunter retuerce la columna vertebral sobre la silla para aniquilarme con su visión láser por encima del respaldo.
—Trevor no se viste ni aunque el Papa se presente en esta residencia—muy sutil, Hunter, mi sutil—. Po-porque no se va a ir, por supuesto. No por otra cosa.
—Ya.
—Voy cogiendo mis cosas...—Trevor busca su camiseta con la mirada, desesperado por largarse—. ¿Vale, chicos?
—¡NO! —protesta Hunter—. Quédate. Brookie ya se iba. ¿Verdad, Brookie? ¿No tienes nada qué reflexionar a solas en tu nido de autocompasión e inapetencia?
—No tanto como tú—lo señalo de arriba abajo con el dedo—. Por cierto, si tanto os asa la temperatura de este zulo ¿Por qué no abrís la ventana?
Trevor dirige la vista hacia la recién nombrada ventana cerrada con candado de Hunter y asiente repetidas veces con la cabeza, como si acabaran de abrírsele las puertas del universo.
—No lo había pensado—murmura.
—Pues claro que no—suelto un bufido—. ¿Y tú, Hunter? ¿Tampoco lo habías pensado? Seguro que la estufa que últimamente se pasea mucho por aquí te ha nublado el pensamiento...
El tío, que más descarado que una vieja en tanga no puede ser, no despega los ojos del pechito de Trevor mientras él busca la camiseta que seguramente Hunter haya mandado custodiar a la cueva de un dragón. De verdad, no sé cómo Trevor no puede darse cuenta de que Hunter babea por él.
—Te estoy hablando, Hunter—chasqueo los dedos para que me mire—. Si buscas la ropa de Trevor, creo que puesta no la lleva.
Hunter me lanza una mirada destructora, luego señala la puerta.
—Si no vas a disculparte por hablarme mal durante la cena, cierra desde el otro lado.
—Cuando bajéis los decibelios. Te he escuchado hasta salivar.
—Yo no salivo...
—Habrán sido los zombies del juego—comenta Trevor por ahí, que no sé qué hace alzando las sábanas de la cama de Hunter para buscar la camiseta—. ¿Dónde coño he soltado mi ropa?
—Pregúntale a Hunter, seguro que él lo sabe. Siempre se fija en esas cosas...
—Es verdad—y se gira hacia él. No puede ser que no haya captado las segundas intenciones—. ¿Tú te acuerdas?
Hunter, que tiene que pactar con el demonio para despegar los ojos del pecho desnudo de Trevor, niega con la cabeza mientras se rasca la barbilla, mirando hacia el techo.
—Ni idea.
Trevor arruga el ceño y trata de hacer memoria mientras deja caer todo el peso de su cuerpo en la pierna derecha, alzando un poco la cadera contraria. El holgado pantalón caqui le resbala por el filo del calzoncillo que asoma por encima de la cinturilla suelta y se amontona a la altura del paquete.
—Vaya ¿Habéis reanudado la partida? —pregunto mientras ando hacia atrás, hacia la puerta—. Porque vuelvo a escuchar salivar a los zombies...
Hunter da un respingo cuando Trevor lo mira a él por instinto, luego la pantalla del ordenador.
—Está pausado—aclara lo obvio.
—Ya lo sé.
—¿Entonces? —ladea la cabeza, confuso.
Que alguien le compre unas gafas a este tío...
—Adiós, Brookie—masculla Hunter, que ni cabreado puede llamarme por mi nombre—. Cierra al salir.
—Adiós, chicos—me despido desde el pasillo—. Y bajad el tono. Porque como vuelva a escuchar una voz por encima de la otra, la que va a borrar la característica de viviente de vuestro nombre soy yo.
El cegato revisa la hora en su reloj de muñeca mientras Hunter estudia la anatomía muscular en vivo gracias a la espalda de Trevor.
—Yo debería irme también—piensa en voz alta—. Es tarde.
—Vaya, me sorprende que hayas visto la hora, como te cuesta ver las cosas...—dejo caer mientras cierro lentamente la puerta—. Por cierto, tu camiseta está colgada en el respaldo de la silla de Hunter.
No espero a ver la reacción de mi amigo y doy un portazo, muy satisfecha conmigo misma. Adoro sembrar el caos.
Drama y conflicto, la gasolina de mi vida.
Sin embargo, la sonrisa maliciosa desparece de mi cara cuando me tumbo en la cama y recuerdo que incluso cabreado Hunter es incapaz de llamarme por mi nombre. Tampoco ha sacado a relucir el tema de Ayax, ni siquiera mientras yo soltaba pullitas sobre su encaprichamiento temporal con Trevor. Analizándolo todo en retrospectiva, quizá me haya pasado un poco...
Siento como una especie de bruma pegajosa se apodera de mi pecho. ¡Agh! Conozco muy bien este sentimiento. Me tapo la cara con las manos y ahogo un gruñido de frustración contra las palmas. Me odio.
—Dios—mascullo.
No entiendo por qué siempre reacciono igual de mal cada vez que alguien saca un maldito tema que me jode. Prometo que intento responder con buenas formas o, al menos, no comportarme como una hija de puta, pero cuando me enfado caigo en una espiral que me obnubila y suelto la primera maldad que mi cerebro cataloga como especialmente dañina o borde. Luego, entra la culpa y el sentimiento de afinidad con una mierda. Dios ¿Por qué soy así?
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