Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO IV




I almost do - Taylor Swift

That I can't say hello to you and risk another goodbye

LA CELESTINA DE LA RED DE METRO

○○○

Me encanta ir en el metro escuchando música.

En cuanto se han abierto las puertas del vagón, he entrado corriendo para conseguir un buen asiento. He avistado uno al lado de la puerta y lo he ocupado enseguida, triunfal. Gracias a Dios, en la fila de sillas de enfrente ninguna cabeza se interpone entre la ventana y yo, así que puedo relajarme mientras la oscuridad del túnel se mezcla con la cinética, enredándose hasta emborronarse al otro lado del cristal. Suelto un pequeño suspiro de tranquilidad cuando el maquinista aprieta el pedal.

Al cabo de un ratito, la gente empieza a hacinarse de forma semicircular en torno a la salida del vagón, avisando de que falta muy poquito para la siguiente parada, y, cuando las puertas se pliegan hacia los lados, todos bajan el escaloncito en tromba y las personas que esperaban fuera restauran el bullicio de las que esperaban dentro. La vida parece funcionar así, cuando alguien se marcha, alguien nuevo entra y retoma el destrozo del anterior; y en sus manos habita la decisión de arreglarlo o rematarlo.

Entonces, echo un vistazo por mera curiosidad hacia el tumulto de caras nuevas que revolotean nerviosas en busca de un sitio en el que asentarse, y más que nunca entiendo el mítico proverbio de La curiosidad mató al gato. Oh, mierda. He distinguido su cabeza entre decenas de personas.

Henzo.

No me he cruzado con él en años ¿y el destino tiene que juntarnos en un puñetero vagón de metro que huele a falta de higiene personal?

Je.

Enseguida, agacho un poco la cabeza y oculto mi cara tras una cortina de pelo. Menos mal que al final me he duchado esta mañana, porque pensaba recogerme la melenita en un moño desarreglado. Por el rabillo del ojo, atisbo como Henzo busca un hueco libre en el que sentarse. Y... claro, enfrente de mí no había nadie. Ocupa el asiento enseguida y merodea distraídamente la vista por el frente, por la ventanilla de detrás de mi nuca. Oh, mierda. Parezco idiota con la cabeza medio agachada de esta forma, así que opto por alzar la barbilla y fingir que no lo he reconocido.

Aunque él ya no mira en mi dirección.

Pero yo sí miro en la suya. Sucumbiendo a mi condición de mirona empedernida, aprovecho que Henzo está buscando algo en la mochila que se ha colocado en el regazo para repasarlo de arriba abajo. Dios... Ha... Ha crecido y cambiado. Una barbita de tres días matiza su mandíbula cuadrada, un pequeño septum cuelga torcido en su nariz y el pelo le cae indómito por los ojos, arremolinándose en el contorno de unas orejas repletas de piercings.

A diferencia del cambio capilar, se ha mantenido fiel a su estilo desarreglado y viste una sudadera verde oscuro muy bien combinada con unos pantalones negros rollo militar y unas zapatillas bicolores que le cubren hasta por encima del talón. Lleva los cordones de la izquierda desatados y me muerdo la lengua para no inclinarme hacia delante y avisarle.

—Muchacho—la anciana de al lado le da un toquecito en el hombro, y Henzo alza la cabeza de la mochila, mirando automáticamente hacia el frente. Es decir, hacia mí. Oh, mierda—, te he llamado yo. Tienes los cordones desatados. Anúdatelos, no vayas a esmorrarte contra el suelo, que ahí abajo anidan muchas bacterias...

Taylor Swift canta a pleno pulmón en mis oídos mientras las pupilas de Henzo estallan contra las mías. Me ha reconocido. No me preguntéis cómo lo sé, pero lo sé. Quizá me lo haya desvelado ese tirón de estómago, o ese latido ahogado de mi corazón, o la forma en la que la sorpresa ha tirado de sus párpados ligeramente hacia arriba.

Sin embargo, de la misma forma en la que una cascada de recuerdos nos ha empapado de pies a cabeza, un vendaval de realidad nos ha secado las risas y las lágrimas de aquella noche y devuelto a cada uno a su asiento. Henzo le da las gracias a la anciana, que nos ojea a los dos con carita hambrienta de cotilleos, y se dobla sobre sí mismo para atarse las zapatillas. Y yo me quedo contemplando como una idiota la pericia con la que sus dedos tatuados anudan los cordones.

—Niña—¿Me hablan a mí? —, niña, niña.

Enderezo la mirada hacia la ancianita, que mueve los labios mientras se señala la oreja con desparpajo ¿Qué dice?

Que te quites los auriculares, hija de mi vida.

¡Ah!

Obedezco y sonrío en señal de disculpa. La ancianita sonríe y no entiendo qué pretende hasta que veo como se ayuda de la barra vertical para ponerse de pie.

—¿Me cambias el asiento? —pide, y levanta una mano temblorosa hacia las puertas—. Está más cerca de la salida.

Mierda.

Por instinto, miro hacia Henzo, que finge que los puños de su chaqueta de North Face son la cosa más interesante del mundo.

—Eh...—a ver cómo cojones le digo yo ahora a una señora mayor que no pienso cambiarle el asiento sin parecer una niñata—. Claro.

Mis piernas tardan más de la cuenta en responder a las demandas de esa estúpida persona que decidió inventar los dogmas de la buena educación y me yergo sobre mi ridículo metro sesenta. Ayudo a la mujer a cruzar de una hilera de asientos a otra y ella se sienta mientras me lo agradece con una sonrisa suave que se transforma en una perversa en cuanto, una vez sentada, me agarra confidencialmente del antebrazo.

—Mi nieta también conoció a su novio en el metro...

Lo que me faltaba.

—Qué bonito.

—El mes que viene celebramos su primer aniversario...

—No me diga...

La anciana asiente muy orgullosa con la cabeza y libera mi brazo, señalándome a Henzo con la barbilla. Luego me guiña el ojo, me regala unas palmaditas de ánimo en el hombro y ocupo el asiento del demonio en completo silencio. Henzo, que hasta hace nada tenía las patas más abiertas que las fosas nasales de un caballo alérgico al campo, las ha cerrado con candado, con un código de cien mil dígitos y un conjuro de brujería ancestral que para revertirlo requiere sangre de virgen, pelo de unicornio y una lágrima de felicidad de mi padre. Vamos, que el último ingrediente sólo lo conseguirá el día de mi entierro, así que no viviré para ver la reapertura de esas rodillas.

Trato con todas mis fuerzas de evitar cualquier tipo de roce mientras me siento en el plástico naranja, más encogida sobre mí misma que el miembro viril de un esquimal en plena nevada glacial. Una vez acoplada, nada de contacto visual o físico. Henzo se pone cuidadosamente los auriculares, salvaguardando las distancias en todo momento, y oigo en ese efímero intervalo de silencio entre el salto de una canción a otra el ataque de tos que le ha arrancado el frío de diciembre.

—Mierda—masculla medio muriéndose.

Todo el vagón se vuelve para mirarlo un poco mal mientras el pobre busca agua desesperadamente en su mochila, intentando contener malamente la tos.

—Toma—le tiendo mi termo de unicornios; me lo regaló Larichi y no pude rechazarlo ¿Vale?

Henzo clava los ojos en mí, luego en lo que le ofrezco e interpreto la tos que se le escapa como un ahogado gracias. Bebe agua y contengo una mueca cuando el tío empieza a absorber y a absorber. Madre mía, se la va a pimplar entera, el capullo. Peor que un oso hormiguero rebuscando en una torre invertida de bichos disidentes del sistema saltamontes.

—Gracias—me la devuelve.

—Te has hidratado bien ¿eh? —se me escapa.

Henzo frunce un poco el ceño, pasándose el dorso de la mano por la boca para limpiarse los restos de mi agua.

Henzo puede salir del barrio, pero el barrio no sale de Henzo.

—¿Eh?

—Nada—sonrío, divertida, y guardo la botella vacía en la mochila.

La ancianita de enfrente nos observa descaradamente con una gran sonrisa y, como de tonta no tiene un pelo y sabe de sobra que ninguno de los dos va a sacar tema de conversación, opta por intervenir y meter el cardado donde no le llaman.

—¿Qué estudiáis? —nos pregunta, y yo respondo porque la mujer me transmite mucha ternura.

—Dirección cinematográfica—sonrío de oreja a oreja, muy orgullosa.

—Medicina—responde Henzo, robándome todo el protagonismo.

Y, claro, la señora lo escucha y se derrite en su asiento; porque eso de conocer a un aspirante a médico por alguna razón siempre despierta ese sentimiento de admiración en la gente. ¡Mi carrera le da mil vueltas a la suya! ¿En qué clase de mierda aburrida y cuadriculada se convertiría el mundo sin el cine? Dispensamos la cura contra el estancamiento mental.

—¿Medicina? —repite la anciana, y casi parece que va a pedirle un autógrafo—. ¡En esa carrera se estudia más que... que... en esa de montar aviones!

Como un ingeniero aeronáutico haya escuchado eso, la abuela de Caperucita roja acaba de ganarse un enemigo eterno.

—Bueno, ambas requieren su esfuerzo y tiempo de estudio—Henzo sonríe un poco—. Es mejor no comparar carreras.

—La mía también—salto yo, como una mocosa reclamando la atención de sus padres—. De hecho, estoy trabajando en el proyecto de una película nueva.

—Ay—la anciana pone una mueca—. Yo no veo mucho la tele, preciosa.

Vaya por Dios.

—Ah—respondo, un poco tristona.

—¿De qué trata el proyecto?

Esa voz ronca y rasgada no ha salido de la garganta de la anciana, a no ser que de pronto se haya tragado una caja de puros en mitad de un pestoso vagón de metro. Miro a Henzo y trago saliva cuando me doy de bruces con sus ojos azul verdoso. Madre mía, no recordaba la cantidad de tonalidades que flotaban en esa mirada tan profunda.

—Eh...Pues... Yo... Mhm... Trata sobre... Sobre una trama muy... —por favor, inspiración ven a mí—. muy... Sí... ¡Un amor prohibido! Sí, sobre eso trata: un amor prohibido.

—Ah—responde, y casi suena decepcionado—. Qué... interesante.

—Un amor prohibido entre una chica y la libertad—improviso sobre la marcha, intentando darle emoción a la historia—. Es... es una metáfora de la... de la vida ¿No?

Eso sí que parece captar su interés, y mi lengua se suelta cuando mi inventiva decide engrasar la maquinaria, dándole cuerda y cuerda a mi generador de palabras.

—Sí... La trama se desarrolla en un único espacio. En una habitación de una casa donde la muchacha no se siente a gusto. A la pobre le da la sensación de que las paredes la ahogan y... mhm... y trata de escapar. Pero cada vez que intenta alcanzar la puerta, tropieza con las faldas del camisón que le dieron sus padres y retrocede de nuevo hasta la ventana. Así que, en una de esas veces, la muchacha se asoma y...y... y... No voy a destriparte el final.

¿Qué final, si hasta ahora ni siquiera se había planteado una trama?

—Mientras no se suicide o raje las venas con un cristal...—bromea.

No voy a mentir, había considerado esa opción.

—No, no, no—niego enseguida—. Por Dios, ¿Por quien me tomas? ¿Stanley Kubrick?

Henzo sonríe y encoge un hombro, gesto muy ambiguo por su parte.

—Tirará el vestido por la ventana—aclaro en cuanto sopeso ese posible final—. Y luego correrá hacia la puerta, la abrirá y la cinta terminará en cuanto el plano frontal de su cara se superponga de forma gradual al del estático de la habitación. Dicho así, la historia parece poco emocionante, pero el dormitorio estará cargado de simbología, igual que los gestos de la actriz. Habrá poco guión, pero lo compensaré con la expresión corporal de la chica.

—No me ha parecido poco emocionante—replica, meditabundo—. De hecho, me lo he imaginado con bastante intensidad. Así como muy... descolorido y... acre.

¿Acre? La verdad, que sí, la escena la he dibujado muy acre.

—¿En serio?

—Sí. ¿Cómo has diseñado el dormitorio?

—Pues... mhm... En primera instancia, así con paredes desvaídas, quizá de un rosa palo con cenefas infantiles, para traslucir que la chica ha nacido y vivido ahí desde siempre. Muchos juguetes y muñecas desgastadas en estanterías con forma de cubo y estampado floral. Luego, el mobiliario, he pensado en muebles de madera robustos y regios, así como de palacio antiguo ¿Sabes? Y con un dosel de seda rasgado, como si la muchacha hubiera intentado despedazarlo en mitad de una crisis. Todo tiene que nimbar la escena de una atmósfera asfixiante, espesa y claustrofóbica, aunque haya metros cuadrados de sobra. El hecho de que todo el espacio esté abarrotado de objetos y detalles visualmente cargantes transmitirá esa falta de libertad y posibilidad de escape.

Joder, que bien me he explicado.

—Vaya—murmura Henzo, sorprendido—. Sabía que el espacio tenía fuerza en el cine, pero... pero no hasta ese punto.

—Sí—sonrío, un poco tímida de pronto—. El espacio y el fondo de una escena deben decir mucho, especialmente si grabas en un único plató.

El vagón vuelve a parar, y menos mal que me da por leer la parada a través de la ventana, porque casi me la salto por hablar con Henzo. Y no puedo llegar tarde a Dirección Cinematográfica...

—Mierda—me levanto corriendo—. Mi parada. Adiós, Henzo. Esto... ha estado bien volver a vernos.

Él sonríe en cuanto pronuncio su nombre y asiente con la cabeza.

—Lo mismo digo, Brooke.

La forma en la que ha saboreado cada sílaba ha conseguido que algo muy extraño se enrede en la boca de mi estómago. Me he quedado ahí de pie, en mitad de las puertas plegadas, mirándolo como una tonta. Al menos, hasta que el gruñido de un señor mayor me saca del trance.

一Vamos, niña. Estás taponando la salida.

Doy un respingo y corro a apearme del vagón. Aunque, fiel a mi condición de estúpida, no se me ocurre otra cosa mejor que plantarme detrás de la línea amarilla del andén y buscar su cara a través del cristal opaco del vagón. Yo no puedo ver a Henzo, pero él sí puede verme a mí, y ese detallito parece olvidárseme cuando sonrío como una idiota hacia donde supongo que se encontrará su cabeza.

○○○

No sé cuánto tiempo tarda la gente normal en superar "una ruptura", pero yo solamente he necesitado un mesecito y un par de semanitas. Cuando lo veo en clase, ya no siento esa imperiosa necesidad de disculparme o de volver a besarle. Ayax ha vuelto a convertirse en mi profesor buenorro de Dirección Cinematográfica, y ya está.

—Brooke—hablando del rey de Roma, por la puerta se asoma...—, ¿Podemos hablar unos minutos ?

El resto de alumnos está abandonando felizmente la clase, mientras que yo camino hacia el escritorio de Ayax como una condenada al cadalso.

—Trevor—lo llama el profesor antes de que salga—, cierra la puerta al salir, por favor.

—Por supuesto, jefe—canturrea el muchacho—. Hasta la vista, artistas.

Me contengo para no soltar un ruidito de diversión. Si tuviera que resumir la personalidad de Trevor en pocas palabras, definitivamente me decantaría por el payaso de la clase. Solo coincidimos en algunas asignaturas porque él realmente debería haberse graduado hace dos años, pero ha suspendido varias veces y ahora su itinerario aúna tanto materias de tercero como de cuarto y segundo. Por cuestión de apellidos, nunca hemos casado grupo hasta este cuatrimestre; y desde que un día nos sentamos juntos por casualidad en Análisis fílmico II, nos nombramos mutuamente como coleguis.

Trevor abandona el aula y, en cuanto suena el clack del resbalón y tomo verdadera consciencia de que nos hemos quedado solos, una sensación de nervios comienza a apoderarse de mi estómago. Vale, quizá no lo tenga tan superado como creía. Ayax está sentado en el escritorio, mirándome fijamente con esa perenne ceja alzada y cara de No te juzgo, pero te juzgo. No sé qué pretende conseguir intimidándome de esta forma, así que me limito a tragar saliva y esperar a que hable él.

Finalmente, Ayax parece sobreentender que no pienso abrir la boca y suelta un suspiro, reclinándose en la silla.

—Veo que Trevor no te ha actualizado sobre las nuevas noticias...

—¿Qué noticias?

—Las que os perdisteis por tomaros una cerveza en el bar de enfrente en vez de cumplir con vuestra asistencia obligatoria—vale.... Ehm... Puedo... puedo... ¿Explicarlo? —. El martes hicimos una práctica evaluable. Con Trevor hablé ayer, así que ahórrate la excusa; me reconoció que se os fue la hora en el bar.

Maldito Trevor.

—¿La sinceridad no se valora? —sonrío inocentemente.

La ceja alzada de Ayax responde por sí sola y suelto un suspiro. Por intentarlo...

—Mira, Brooke—se rasca la garganta, y lo noto un poco hasta los huevos de mí—, Trevor es un buen chaval y un fenómeno en cualquier asignatura de guión, pero esto es dirección cinematográfica, una asignatura básica, y ninguno de los dos se graduará con un suspenso en el boletín. Si ambos seguís por este camino, ya me dirás tú qué hacemos. Tienes que tomarte en serio la carrera... Te lo he pedido cientos de veces...

—Me la tomo en serio—protesto, frustrada—. Me conoces, sabes lo importante que es todo esto para mí. Hablamos de mi sueño, del culmen de mis aspiraciones. Ese es mi objetivo en la vida.

—¿Y por qué no te centras? —insiste, y la voz le sale impotente—. Joder, Brooke ¿Por qué te cuesta tanto dedicarle tiempo a las cosas que te importan?

—¿Esa pregunta va con segundas? —entrecierro los ojos.

Automáticamente, Ayax contorsiona el gesto en una mueca de extrañeza.

—¿Cómo?

Al haberme envalentado, me cruzo de brazos con chulería.

—Te he preguntado que si hablamos de la carrera o de lo nuestro.

Su cara se convierte en un poema de Góngora; y no precisamente de los bonitos, sino en uno de esos que le dedicaba a su gran amigo Quevedo.

—¿Cómo?

Alzo la barbilla.

—Ya me has oído.

Ayax me sostiene la mirada hasta que una risa incrédula hace que sacuda la cabeza.

—Yo alucino contigo, Brooke. ¿En serio me estás preguntando eso? Solo nos acostábamos, luego a ti se te cruzaron los cables y fin de la historia. Al margen de mi obvia falta de sentido común por enredarme con una alumna, nunca he vacilado en lo profesional y...

—No se me cruzaron los cables—protesto enseguida—. Simplemente...

—No vamos a entrar en ese tema—me interrumpe, alzando una mano que me apetece descuartizar—. Te he pedido que habláramos por tus asiduas faltas de asistencia. Vas por la décima en el mes, ¿Sabes lo que significa eso?

Se me olvida el embrollo de nuestra desventura amorosa.

—¿La décima? —exclamo. No puede ser—. Pe-pero ¿Có-cómo?

—Míralo tú misma—me pasa el block donde apunta las faltas en una tabla, y señala mi fila.

Si faltas a más de un 30% de las clases, automáticamente la asignatura figura como suspensa en el boletín. Así lo estipulan los criterios de evaluación de la Escuela. Ayax no puede mandarme a la evaluación extraordinaria. No puede.

Mis ojos absorben toda la información posible de la tabla y clavo la uña en una cruz en específico. ¡Ajá!

—Esta falta la justifiqué.

Ayax frunce un poco el ceño y se inclina hacia delante para comprobarlo. Sonrío falsamente cuando me lanza una última miradita con ese escepticismo suyo antes de dirigir la vista hacia donde señala mi dedo. Aunque apenas le dedica tiempo a considerar la justificación de la falta. Suelta un bufido y vuelve a recostarse en su silla.

—¿Te refieres al día que faltaste a clase porque supuestamente te dolían los ovarios?

—Tengo diagnosticado Síndrome de Ovarios Poliquísticos.

—Sí, por eso follamos esa misma noche.

—Se llama preovulación—improviso, haciéndome la chula.

—Brooke...—deja caer la cabeza hacia un lado—, por favor, no me tomes por gilipollas. Nos conocemos mucho más de lo que me gustaría. Ahórrate las mentiras.

—¡Es la verdad!

—Mira—apoya los codos en la mesa, zanjando ese tema—, vamos a hacer una cosa, como tanto a Trevor como a ti os falta una nota de clase, os mandaré un trabajo por parejas. Si aprobáis con una nota superior a ocho, te perdono la falta supuestamente justificada. ¿Vale?

—Sí, sí, sí—accedo enseguida—. Mejor eso que presentarme directamente a la extraordinaria.

—Pues ya está—y vuelve a su portátil—. Cierra al salir, por favor.

Ah.

—Cla-claro.

No sé por qué esperaba que la conversación se alargara un poco más. Con un paso un poco torpe, camino hacia la puerta. Justo cuando cierro los dedos alrededor de la manilla, oigo ese suspiro pesaroso tan característico de Ayax y paro de moverme, como si la ausencia de movimiento me volviera invisible a sus ojos.

No es T-Rex, Brooke.

Bueno, la cola larga sí que la...

¡BROOKE!

—Y, Brooke—empieza, prudente—, olvidemos todo lo que pasó entre nosotros ¿Vale? Nunca debimos permitirlo.

Trago saliva con fuerza. ¿Se refiere a lo de liarnos o a lo de mirarnos a los ojos y sentir una sensación de vértigo acojonante? No sé por qué me da que la segunda opción...

Deberíamos pulir ese atrofiado sentido de la intuición...

En este momento, podría haber reaccionado de muchas maneras distintas; podría haberme revuelto y haberle cantado las cuarenta; podría haber soltado un suspiro pesaroso de los suyos y asentir; o podría actuar con madurez y asentir con la cabeza porque Ayax lleva razón.

Pero... pero opto por ir de hija de puta insensible.

—Ah—lo miro por encima del hombro, más altiva que indiferente—. ¿Qué entre nosotros pasó algo más que sexo? No me había fijado.

Silencio.

Ayax parpadea, y una sonrisa de incredulidad empieza a abrirse paso en sus labios conforme nadie aclara nada.

—¿En serio? —pregunta finalmente, flipándolo un poco conmigo.

Encojo un hombro como toda respuesta.

—Pe-pero...—se interrumpe al atragantarse con su propia risotada acre—. Madre mía, Brooke. Huiste por patas a la mínima muestra de cariño. Te vi el miedo en los ojos ¿Y ahora saltas con esos desaires? Pero ¿Quién te crees?

—Nadie. Solo constato un hecho.

La forma tan visceral en la que tuerce los labios me indica que ha entendido el porqué de ese último comentario. Vuelve a escupir una risotada áspera, sacudiendo un poco la cabeza mientras murmulla algo para así.

—Mira, sí, cree lo que quieras creer—luego retoma el tecleo frenético en su portátil, un poco más violento que antes—. Cierra al salir.

—Adiós.

—Adiós. Y, recuerda, más de un ocho.

Levanto la barbilla y abro la puerta de par en par.

—Prepárese para un diez, profesor Labree. Prometo no defraudarle.

Suelta una risa.

—Veremos si esta vez cumples lo que prometes.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro