CAPÍTULO VII
Navegué a través de un vasto campo iluminado, la luz brillaba intensamente, pero su velocidad inquietante me hacía sentir como si estuviera atrapada en un sueño febril. El aire chocaba contra mi rostro con una fuerza desmesurada, hasta que, de repente, esa claridad se tornó en oscuridad. Los árboles marchitos se erguían como sombras de un pasado olvidado, muertos desde la raíz. El ambiente era escalofriante, un eco de vida extinguido.
Abrí los ojos, y lo que vi me llenó de terror. Era el mismo lugar donde había estado atrapada desde la primera vez. Observé mis manos; mi piel se abrumó con la marca del tiempo, arrugada y flácida, transformándome lentamente en una anciana. Era de esperarse; en esta dimensión, el tiempo no se medía en horas, sino en dolor y desesperanza. Y era solo una anciana en solitaria. Mis articulaciones crujían, cada movimiento era un recordatorio de la carga de mi existencia.
Dimensión Oscura
Si había llegado hasta aquí, debía encontrar respuestas en medio de esta oscuridad. Cada paso que daba era un acto de valentía; cada pista dejada por este lugar era un eco de mis recuerdos. Había vivido aquí el tiempo suficiente para dejar de sentir miedo. Sin embargo, lo que más me atormentaba eran los Horcus. Estas criaturas, de tamaño similar al de los humanos, eran un abominable reflejo de la muerte: esqueletos con pequeñas porciones de carne en estado de descomposición. Sus rostros, lienzos blancos y sin cicatrices, parecían de porcelana, pero su único ojo grotesco, inyectado en sangre, me atravesaba el alma. Tenían una boca que, aunque pequeña, podía abrirse de par en par para devorar a sus presas enteras y entregarlas a su rey. Sus seis alas, similares a las de un murciélago, les otorgaban una presencia aterradora, vagando por este lugar como plagas de pesadilla.
Intenté no pensar en ellos; su naturaleza se alimentaba de las malas energías, respiraban el miedo y la mentira. Había descubierto su esencia cuando maté a dos de ellos en un intento desesperado por salvarme. Pero aquí, la muerte no existía; simplemente se desvanecían en polvo, huyendo del terror de ser asesinados nuevamente.
Comencé a avanzar, cada centímetro de este lugar era familiar, tanto que llegué sin esfuerzo a la casa flotante. Era otra prueba en mi camino. Subí los escalones de piedra que levitaban, entrando con cuidado. El suelo de madera crujió bajo mi peso, y la puerta emitió un chirrido ominoso. Asomé la cabeza y, de repente, una nube de murciélagos salió disparada hacia mí. Apenas pude quejarme; la vejez que me acompañaba hacía que cada fibra de mi ser doliera.
Avancé, cruzando la puerta con pasos seguros, manteniéndome alerta ante cualquier cosa. La tensión en el aire era palpable, como un hilo de desesperación que se retorcía a mi alrededor. Cada paso podría ser el último, pero la búsqueda de respuestas era más poderosa que el miedo.
De pronto, la voz de Mark resonó en mi mente: “¿Estás bien? ¿Dónde llegaste?”
Cerré los ojos, intentando concentrarme en la penumbra que me rodeaba. “He llegado a la casa donde viví, en esta dimensión oscura. Pero no entiendo qué puedo buscar aquí, si todo es un abismo de oscuridad y putrefacción.”
“Describe la casa. ¿Cuántas habitaciones tiene? Cada detalle cuenta,” insistió Mark con urgencia.
Me esforcé por observar a mi alrededor. El techo tenía un gran agujero en el centro, como un ojo que miraba al vacío. Era una casa colonial, desgastada por el tiempo y la tristeza.
“Es una casa colonial, con un techo y piso de madera, dos habitaciones. La cocina está a la derecha y la sala a la izquierda. El baño queda afuera, y las paredes parecen... levitar en el aire.”
Mientras hablaba en mi mente, Mark escuchaba del otro lado, y la detective anotaba cada palabra en su cuaderno. Yo seguía allí, acurrucada, vendada de mis ojos, navegando por esta dimensión sombría.
“¿En serio la casa levita? ¿No es tu casa?” preguntó Mark, su voz llena de incredulidad.
“No, no es mi casa. Así no era,” respondí, sintiendo un escalofrío recorrerme.
“Sal afuera y verifica si tiene un número,” me ordenó.
Salí a la intemperie. Las paredes, viejas y negras, parecían estar impregnadas de humo y cenizas. Pasé mi mano y despejé el polvo en la parte superior de la puerta, revelando un número: “Mark, lo tengo, es 01-11. Además, la casa exterior parece haber sido consumida por el fuego, está cubierta de cenizas.”
“Busca otro lugar donde solías pasar el tiempo,” dijo Mark, su voz un hilo de esperanza.
“La laguna carmesí. Esa puede ser otra pista,” respondí, la urgencia apoderándose de mí.
Salí de la casa, dirigiéndome hacia la laguna. Era igual que antes; los pájaros nadaban en el aire, sus formas distorsionadas como un mal sueño. Conté: tres veces diez y dos parpadeos.
En ese instante, me detuve. ¿Cómo había aprendido ese acertijo? ¿Cómo lo sabía? No tenía razón alguna.
“Mark, para cruzar la laguna, debo contar tres veces diez y hacer dos parpadeos,” le expliqué, sintiendo que el aire se espesaba a mi alrededor.
“La detective está tomando nota de todo lo que haces. Cada decisión es crucial,” me recordó Mark.
Conté en mi mente: tres veces diez, y luego hice los dos parpadeos, observando mi reflejo en el agua. Al hacerlo, crucé al otro lado.
Me alejé de la orilla rápidamente, el temor de que otra criatura emergiera me empujaba a avanzar. Pero al dar un paso atrás, sentí una viscosidad fría en mis manos, algo negro que olía a carne en descomposición.
Me giré y allí estaba, el cuerpo que había caído la otra vez. Era mi vecino. A pesar de la putrefacción, lo reconocí. Los gusanos invadían su cuerpo, un espectáculo grotesco.
“Mark, cuando estuve aquí, maté a un monstruo, pero en realidad era un vecino,” murmuré, la voz temblorosa de horror.
“¿Sabes su nombre?” preguntó Mark, la tensión palpable en sus palabras.
“Franco. Su nombre era Franco.”
En ese momento, escuché los grasnidos de los ciervos volando en el aire. Detrás de mí, un grupo de Horcus resonaba con sus rugidos tenebrosos. Rápidamente, me escondí entre la maleza. Uno de ellos aterrizó cerca del cuerpo putrefacto de Franco, emitiendo un sonido que parecía llamar a los otros que volaban en el aire.
El miedo se apoderó de mí; ellos podían olerlo. Los tres Horcus llegaron, rodeando el cadáver, pero no duraron mucho. Al moverse, el hedor nauseabundo del cuerpo inundó el ambiente, y se repelieron, saliendo volando como sombras aterradoras.
Me tapé la nariz, una revelación inquietante se instaló en mi mente: los Horcus repelían ese hedor nauseabundo, repelían… la muerte.
La curiosidad me empujó a seguir explorando esta dimensión. Regresé a la casa, pero estaba vacía, el lugar era un páramo desolado, un eco de lo que alguna vez fue.
“Tribby, ya está oscureciendo. No podemos permitir que los espejos dejen de irradiar luz; la sombra se acerca y lo arruinará todo. ¡Vuelve!” La voz de Mark retumbó en mi mente, pero el impulso de descubrir me mantenía adelante.
Escuché el sonido de los Horcus, un murmullo aterrador que parecía guiarlos hacia un destino ominoso. Quizás debía seguirlos hasta su nido, o dondequiera que habitaran.
Con cada paso doloroso, corrí, ocultándome tras los cactus negros que se erguían como centinelas, sus espinas rojas sangraban al roce. Finalmente, llegué a un vasto desierto repleto de flores marchitas y trampas para moscas, una sinfonía de muerte. A lo lejos, divisando una torre de ladrillos grisáceos, un gran reloj de péndulo se alzaba, ominoso y enigmático.
“Mark, he seguido a los Horcus. Han llegado a una torre con un reloj de péndulo en la cima; parece su guarida. Allí debe de estar su rey o lo que sea,” le informé, la adrenalina pulsando en mis venas.
“Tribby, tienes que volver. El sol se oculta,” insistió Mark, su voz llena de preocupación.
Ignoré sus advertencias y me arriesgué a acercarme a la torre. Al cruzar el desierto, llegué a su base. No había puerta, solo muros imponentes. Mis pies me dolían, y mi cuerpo, agotado y viejo, se resistía a avanzar. Sin embargo, una voz temblorosa, como un susurro, emergió de la torre.
—“Tribby. Ya falta poco para que seamos liberados.”
El terror me invadió, la voz helada me hizo estremecer. El reloj marcó la 01:11 PM, y en ese instante, dos cuerpos cayeron del cielo. Mi corazón se detuvo. No había matado a nadie en esta dimensión. Me acerqué, horrorizada, y reconocí a los cuerpos: eran Mark y la detective, secos y vacíos, como si sus almas hubieran sido arrebatadas.
El miedo se apoderó de mí, y sin darme cuenta, los Horcus podían olerlo. Sentí un fuerte aleteo detrás de mí; mis ojos se agrandaron. Lentamente, me giré, y un Horcus se lanzó sobre mí, abriendo su gran boca y revelando sus afilados colmillos.
Rápidamente, me quité la venda. Abrí los ojos, un grito ahogado de terror brotó de mi pecho. Mark se lanzó a un lado, tomando mis brazos con firmeza.
—“Estás atrapada en una fiebre,” dijo Mark, tratando de calmarme. “¡Trae un paño con agua!” ordenó a la detective, quien se apresuró a cumplir.
Ella exprimió el pañuelo en agua fría y lo colocó en mi frente. Al sentir el contacto, mi temperatura regresó a la normalidad de forma inexplicable.
—“Es fiebre de emociones. Suele ocurrir. A los niños les pasa,” explicó Mark, esbozando una sonrisa que trataba de ser reconfortante.
La detective se acercó a una mesa cercana y tomó una hoja que decía: “No puedo hablar. Esta es mi forma de comunicarme.”
Asentí, sintiéndome aliviada de contar con su apoyo. “Hay muchas cosas que aún no comprendo, pero dos cabezas piensan mejor que una.
—¡Hagámoslo!” exclamé, la determinación ardiendo en mi interior.
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Nota de autor:
Si llegaste hasta aquí, vota y comenta que tal va este hilo de enrendos e intriga y misterios.
Punto importante: las tramas qué no están en guiones, es porque son conversas qué ellos tienen en la mente, como "forma de comunicación telepática" ( por si tienen la duda de él por que no les pongo guiones)
En el Próximo capítulo, se revelarán más detalles y llegará el fin de una dimensión y de una verdad ¿cuál será?...
Gracias por leerme ❤️
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